Por: Eugenia
Prado Bassi
Hombre y mujer ahora
como víctimas, sentenciados buscan una pequeña muerte
que los sueñe libres. Víctima y victimario ambos, uno
y otro indistintamente necesitando algún modo de redimirse,
buscan en repetidas palabras que los invitan a creer que a través
del sufrimiento estarán salvados. Pero mientras mayor es la
distancia, más crece la frustración y no pueden ya alcanzarse
entre los opuestos inmediatos que da el tiempo.
Tulcea: Ahora
que ha avanzado otro paso, pequeño pero justo, en una justicia
que sólo él ha delimitado, dice volver atrás
por aquellos momentos vividos y yo sabré aún antes de
oírlo que serán recorridos inconclusos y estériles.
Udine: Es así
como en la medida de que todo se aclara, él decide dar un vuelco
que te deja con la espalda descubierta.
Tulcea: He
tenido que soportar ser la última de todas sus prioridades
por este presente que se nos ofrece y que juntos hemos disfrutado.
Pero, sin embargo insiste en mirar hacia el lado opuesto de estos
brazos repletos de respuestas.
Cuando él no pueda
verla, cuando ambos no existan más en este mundo de improperios,
podrá caminar junto a ella, por esa necesidad suya de sentir
la fortaleza que no se precipita por sus labios.
Nak: Entonces
volverás una vez más a estar abierta para mis insinuaciones.
Udine: Ser
fértil nos ha reconfortado en todas las señales. Nunca
olvides que nacemos con una extraña fuerza que nos permite
predecir todos los futuros.
La duración: lo
que es siempre. Han dicho que para ella es venturosa la perseverancia
de la yegua.
Tulcea: Ha
cesado mi búsqueda esta noche, una certeza de su propia debilidad
puesta al frente de mis cavilaciones.
Udine: A medida
que avances irán apareciendo preguntas irresueltas.
Tulcea: Su
vulnerabilidad me seduce de una manera hostil, caigo deliberadamente
ante sus pies como condición impuesta para no desaparecer bajo
aquel mundo de temblores. Nada ni nadie me hará retroceder,
es mi más codiciada víctima.
Nak: estarás
rondándome hasta que pueda caminar junto a ti, lejos de la
oscuridad que nos heredaron.
Udine: Se te
hace difícil reconocer el mal que los aqueja, ir en contra
de la naturaleza exacta de un tiempo que no se detiene.
Tulcea: ¿Cómo
huir entonces? Imperfectos y cavilantes nos desplazamos en un segmento
apenas tan corto como toda la vida, para que vuelva a decirme que
no podrá amar mi rebeldía y yo oiré sus mentiras
y simularé una vez más ser toda complacencia con sus
insinuaciones.
Udine: Observa
los temblores que te habitan.
El desasosiego traerá
su desventura.
Tulcea: Me
obligas a comprender que padezco una grave enfermedad, tengo el cuerpo
habitado de una enorme avidez y ya no me queda tiempo. Camino por
las calles entre la gente y sé que todos reconocen este mal
que me sofoca.
Nak: Aquellos
ojos extraños te permiten ver desde todas las aristas, incluso
puedes verte a través de hombres feroces que desean devorarte.
Tulcea: Pero
no debe preocuparse, desde ahora he dejado de temblar. He bloqueado
toda la energía que me desborda en ciertas ocasiones, lo he
hecho sólo pensando en él. Sé que no soporta
que otros pongan sus infectados ojos sobre mi cuerpo que florece con
cada una de sus miradas. Y que tiene un miedo enorme cuando me desplazo,
porque no puede controlar la ligereza de mis pasos. Pero no me cansaré
de repetirle que no se librará de ninguna forma de este mal
que nos afecta.
Udine: Recuerda
que épica te cobijas de seres poderosos.
Tulcea: Ellos
iluminaron mis palabras para confundir el instante en que tocó
mis pies.
Udine: Caídos
en una trampa, entrelazados de buenas y malas intenciones.
Tulcea: Debemos
avanzar. Pero lo veo caer arrodillado bajo mis plegarias y sé
que preferiría no haber entregado su alma aquella noche. Cómo
volver atrás si estamos juntos en este laberinto. él
no podrá adelantarse.
Nak: Nuestra
competencia ha sido desde siempre desleal.
Tulcea: Nunca
imagina que es una parte de él la que se adelanta y que yo,
un reflejo, lo veo salir diariamente de mis brazos en una nueva forma
de mentira que me divierte. Estamos acabándonos en un camino
desviado, inevitables a lo de siempre y seré buena cuando decida
ocupar este espacio en blanco. Sólo espero un buen momento
y no tener que alejarlo sin resolver este desafío.
Serena retirada.
Todo es propicio porque
ciertamente ya no cabe dudas.
Tulcea: Nos
hemos convertido en perfectos amantes y nada de lo que niega es para
mí desconocido. Sé que no podrá amarme, aún
no tiene ese privilegio, estoy cansada de hacerle creer lo contrario.
Mi boca desaparece bajo sus lamidos que tratan de acallar esta verdad
que le hace conocer la incertidumbre. Si callara esta vez mi boca
como sabe hacerlo y cubriera mis labios con ese perfume, haría
temblar mis dudas con un beso ardiente. Mi cabeza desvanece cuando
me aprieta con sus dientes en los labios y casi no puedo contener
el ardor de su impotencia.
Nak: Caes deliberadamente
bajo tu temblor sin más mentiras que tu propio deseo.
Tulcea: Si
tan sólo me dijera una vez más que no ama porque no
tiene el coraje suficiente. Si me permitiera abrir sus ojos con mis
manos frías podría decirle aquello que ya conoce, pero
que insiste en negar. Una sola de mis palabras sería suficiente
para dejarlo sin aliento. Lo amaré sin reproches, él
y yo sabemos que el tiempo no se detiene, cómo podría
importarle todo lo que pude conocer al presentarme ante sus pesados
ojos. Será nuestro presente, sea de la duración que
necesitemos para desarrollarnos en esta armadura, el que nos proteja
hasta en los límites menos sospechados. No es una obsesión,
es un síntoma. Forma parte de mis males más profundos.
Tiemblo al observarlo caer hacia mis entrañas. No quiero seguir
en este espacio de fuego que me hace soportar, pero es superior aún
el desvelo que me impide decirle palabras esta noche. Se irá
sobre mí violentamente porque habrá conocido mis pupilas
dilatadas. Temblará incompleto y no deseará haberme
tomado como espejo.
Penetra en la cavidad
izquierda del abdomen, vale decir,
se entera de la disposición
más íntima del corazón.
I.
La Ilusión.
¿Recuerdas cuando
conocimos este territorio limpio en que pudimos atravesarnos como
en el agua? Resbalábamos como dos siluetas que se pierden desde
el centro, supe con certeza que había estado próxima
al momento final.
Udine: Fuiste abandonando
a cada una de tus enemigas, escarbaste cada vez más adentro
para desenmascararlas.
La imagen: El está
apretándola fuertemente contra sí. Desnudos ambos cuerpos
se besan desenfrenados, con violencia se buscan en la boca del otro,
en los labios del otro, en la lengua que agitada insiste. Sabiendo
como a veces han conocido aquel abismo, en un dulce abrazo van haciéndose
cada vez más imposibles. Quizás alguna vez él
estuvo alerta a sus pensamientos silentes, invocándolos, y
que por ese estarse extraviado no alcanzaba a oír, o porque
simplemente no estaba allí. Ella sin embargo parece que supiera
todo de él, dibuja con suavidad caricias en sus rasgos, lo
aprieta con la yema de los dedos recorriéndolo para descifrar
sus pensamientos. Como si tratara de quedarse con una parte de ellos.
Udine: Entonces,
femenina te obligas en palabras siempre referidas a él.
II.
La Ira.
.Aprendí a
bajar la cabeza en ademán de soportarlo todo, sólo por
tenerte me limpié de eso que un día alguien puso en
cada una de mis mujeres. Pero nunca supe como atraparte. En nombre
de todas ellas me saqué los brazos y los dejé colgando
cerca de la cama, un intento por no volver a abrazar, pensé.
Pero eso no me bastó, la otra en mí pidió que
me deshiciera también de las piernas, insinuándome que
no podrías caminar sobre tus propios pasos. Acepté permanecer
a tu lado en una extraña y grata invalidez. Desde entonces
he intentado todas la posiciones para estar cerca. Odiando la pasión
que me provocas, he aceptado que se es apenas y que sería imposible
evitarte si estaba siendo tan cerca.
Udine: Vi cómo
pedías cobijo en aquel estado marchito.
Sofocado da vueltas
hacia el otro lado de la cama. Ella dice que no puede evitar tocar
su carne, todo su cuerpo, que sus manos se precipitan ávidas
por la espalda pero a pesar de estar ambos desnudos, nunca imaginó
tanta soledad. Dice que pronto en ella, va haciéndose más
y más oscuro aquel abandono que se le escapa por todas partes.
Que le llevó demasiado tiempo hablar en silencio y que no tiene
más gestos para decir como ha estado necesitándolo,
pero que a medida que mayor es su necesidad, es también más
evidente, su nunca estar. Sofocado no soporta hacerse responsable
de ese modo suyo que lo atrapa. Dice que a pesar del cuerpo agitado,
es mejor no reincidir.
Tulcea: Aceptar
que desde un espacio como ése, ambos permanecerán profundamente
acabados.
Sin detener aquello
que crece abismándolos, ensimismados se atrapan en la propia
distancia. Luego él separa una ceja de la otra y empieza un
dulce monólogo de discursos inquietos y pequeñas aseveraciones
de poder y querer dejarla nuevamente en el más incontenible
abandono. Parece no importarse en saber que ella necesita a veces
un lugar donde llorar la tristeza del reino de los cielos.
Udine: Acabada
y estéril proclamas.
III.
La Sentencia.
.Fuiste el último
hombre mientras te creí mío, lavé tus carnes
de insania. Tomé tu sexo entre las manos y lo dejé avanzarme,
mientras mis brazos abiertos respiraban cerca de la cama para que
pudieras deslizarte a destajo. Me abrí para ti como pétalos.
Pero el hastío los provoca. Se repiten. Dos cuerpos no pueden
unirse más que dos almas en el sinuoso límite de la
entrega. Pero ni lo uno ni lo otro, porque tampoco está dispuesto,
no podrá ella renunciar a poseerlo en aquel beso de muerte
cuando todo desaparece, hasta el olvido de ser no más que mortales.
Distanciados por el tiempo se confirman, no existe otra posibilidad.
él, con alma pasajera de noche, sin abandonarse jamás
por otra, ella viajando a solas entre las palabras y las teclas, para
sentirse completa otra vez.
Udine: Lentamente, melancólica
trasladas tu oscura desilusión.
IV.
La Venganza.
.Ahora que ya no estamos
más, y que seremos tan sólo un montón de polvo
después de nuestro amor, es ahora cuando puedo decir que con
todo ese amor, con todo ese silencio, quisiera no volver a verte.
Entiende que no hay fuerza que les permita ir en contra de sus deseos.
Son ambos apenas una parte del desencanto. Como inevitable aparece
la pregunta.
Tulcea: ¿Por
qué nos has hecho hombre y mujer separados de ti, por qué
no has sido capaz de soportar la belleza que algún día
prometiste?
Creyéronse
más que humanos. Ambos en sus deseos de divinidad pareciendo
perfectos, haciéndose poseedores de toda la transformación,
bailaron felices, resbalando deseosos por desaparecer, fueron todo
sueños, poblados poblándose de regocijo. Ella, la mujer
más hermosa. él, el más encantado. Víctima
y victimario haciéndose insoportables. Porque ella necesitó
abrazarlo hambrienta, y él no soportó su deseo. Así
entre discontinuas discusiones fueron abandonándose uno del
otro, sin saber cuál de los dos era más perverso. Ella
sintió su carne y su alma como la más oscura en el acoso,
pero pudo verlo detenido en la arrogancia. En tierras pobladas de
mentiras no hay espacio para castillos. Ahora ya no pueden soportarse,
todo tiene su reverso, y así el primero que hirió, será
el que finalmente pagará más caro. ¿Cuándo fue
el primer dolor?
Udine: ¿Dónde
fue que apretó primero el corazón? ¿Qué hizo
temblar la tierra y pobló todo desencanto?
Víctimas, convirtiéndose
uno al otro, poblados de emoción oscura. Intuyen que todo lo
que sube un día, a su vez cae con la violencia más absoluta.
No hubo más que un instante que los hizo ensoñados,
efímeros. No se amarán realmente. Y ahora ella vuelve
a su mirada, ausente, porque es él quien ha herido con más
violencia.
Tulcea: ¿Sabes
de alguna otra que pudiera recibir mejor su puñalada? Nacimos
culpables, siendo atrapadoras víctimas colmamos el llanto,
mientras ellos visten su mejor traje, preparan el camino para que
caiga la hambrienta, luego a despedazarla, comérsela viva si
es posible.
Udine: ¿Hasta
cuándo preparar la primera muerte? ¿Cuántos arrepentidos
en esta historia? ¿Qué queda después que todo pasa?
¿Cómo duele el vacío que el otro puso adentro? ¿Resiste
la carne los espasmos?
Tulcea: Asiento.
sin más satisfacción que este temblor.
V.
El Castigo.
¡No!
Abrí mis carnes
cerradas y dejé que entraras en mi alma. Me dejé montar
como una bestia por todas partes. No permitiré que vuelvas
a ponerme las manos encima. Buscaré entre mendigos hasta repetirme
devorada por todos aquellos hombres que no sean tú. Y volverá
a poblarse de bestias el planeta pues sólo bestias ocupan el
espacio de sus vidas.
Udine: No existen
vencedores ni vencidos en el mundo de las bestias.
Poblados de desencanto
permanecen devorados sin que el cuerpo pueda levantarse. Caídos
en pedazos, tratan de pensarse una vez más, sólo una
vez. Ella detiene el proceso intentando parir entre las sombras con
un huevo a punto de reventar. Dice que no soporta su corazón
hambriento, que preferiría que alguien lo arrancara de golpe,
y quedara dando estertores por el suelo. Piensa en la sangre que la
recorre violenta de deseo y se ve con el cuerpo regado por todas partes,
sangrando cada luna llena por la otra mitad de la humanidad. Ahora
que le ha perdido la pista para siempre, que ya no está cerca
ni caminan juntos en la noche, que no existen brazos para dormir en
el abrigo de sus carnes ebullentes, se ha convertido sólo en
brisa que atraviesa los huesos con el hielo de una noche de tormenta.
ánima descalza se anima para no volver a confiar. Dice que
no estuvo cuando la tomó entre los brazos, como un pedazo de
cuerpo estéril agitándose maldito y abierto, sepultado
en el vacío más insoportable de su deseo. Dice que no
volverá a él nunca más porque aquel perfume,
con el tiempo desaparece. Sus ojos se perdieron en un horizonte de
noches fantasmas. Es mejor olvidar el cuerpo de quien pronto va a
dejarla. Dice que lo dejará partir porque no estaba cuando
lo buscó a tientas.
Tulcea: Permaneceré
abierta para desangrar la podredumbre que deja el extraño.
Muy lejos, para no odiar aquello que no puede pertenecerme. Volveré
a habitar una vez más el miedo y el pecado. Viendo sólo
dos colores, pero nunca superpuestos.
Udine: ¿Por
qué tienes ojos ciegos a los matices? ¿Quién fue el
responsable de esa mirada extrema?
Tulcea: Sola
frente a ti veo como la noche me arranca de cuajo, sola en esta pesadilla
sin poder escapar a ninguna parte. Te reto a desaparecer y no volver
a poner tus ojos en un pedazo de mi carne. Se me ha podrido el cuerpo
de tanto buscarte sin que estuvieras allí. Se me han caído
los dedos de las manos de tanto acariciar el cuerpo de noche y sueño.
Y mi lengua permanece con ese sabor amargo de un beso que dimos por
fuerza, casi como una limosna, a la mujer caída en los brazos
del extraño. Toco tu boca y tus labios desaparecen, toco tu
piel y me sangran las manos. He perdido la cordura por dejarme caer
ante ti. He dejado que me arrastres en la incertidumbre y ahora no
sé cómo. la dignidad. Mis carnes débiles se agrietaron
como si tuviera el cuerpo hecho a la lepra, mi continente se hace
nada por la ausencia.
Udine: Nunca
viste nada, quisiste permanecer a ciegas.
Tulcea: En
qué momento enloquecí que no vi nuestro fracaso, en
qué minuto, no me di cuenta de que tú y yo estábamos
distantes, como dos especies de algún espacio olvidado. Te
prohibo volver a oler ese perfume que me atrapa. Sólo dos colores:
blanco o negro. No existe en mí otra percepción. Mi
cavidad se ha cerrado para siempre. Sepultada ya no volverás
a probar mis carnes, porque entre sueños ha desaparecido esa
parte de mí, y no podrás alcanzar la muerte despreciable,
que me hace olvidar la vida que no prometiste pero que sin embargo
soñé.
Udine: ¿Cuánto
tiempo inconsciente de ese inútil dormir de noches a su lado?
No volverá
a dar su aliento de hembra, porque con sus palabras se le han helado
hasta los huesos en ese verlo ajeno y mentir por todas partes, tantas
veces, que ya no sabe entender otra realidad.
VI.
La Devoción.
Soy culpable de no
dejarte dormir esta noche. Soy culpable de esta noche tuya desvelada,
pero no olvides que cuando te atreviste a desafiar esta fuerza que
nacía como demonios, había un riesgo. Te reto a no volver
a acercarte, si lo haces obtendrás la misma fuerza del lado
opuesto. Me ha devorado el silencio que pusiste en mis labios. Me
ha devorado la humedad de mi boca. Será nuestro único
final. Disfrútalo, los últimos dedos que acariciaron
tu espalda se han ido y ya no tendrás más laberintos
para acercarte. Al principio sentirás un escalofrío
que no te dejará dormir, te acostumbrarás a todo. Conoceré
tu rabia incontenible por esa manera de estar lejos que tengo a veces.
Pero por él, juro que no volveré a confiar en ti.
Udine: Te acercas
a oler el triunfo y hasta su olor con el dolor desaparece.
Tulcea: Desaparecerá
todo aquello que existe en nuestra imaginación. Sólo
dos colores y he dejado de mirarte. Por lo que puedas recordar, trataré
de no herirte demasiado. Yo por mi parte lo he olvidado todo. Antes
que nada evitaremos las ironías. No olvides que tu boca no
podrá pronunciarme y que con el tiempo me convertiré
en un espacio prohibido. Sentirás esta ausencia ingrata, creerás
que has cometido grave falta, pero juro que no volveré a estar
cerca otra vez. No volverás a traicionarme ni traicionarte
y la negación se irá con violencia sobre aquellos juegos
tuyos de palabras. No soportarás entregar un corazón
herido. Me has estado mintiendo con gestos ambiguos, me has hablado
con caricias todo aquello que te negaste a pronunciar. Cómo
odias lo que no has podido trascender. No puedes ver tras el espeso
color negro. Has mentido aún sobre las pupilas de tus ojos.
Has visto a tu mujer indecente, la has degradado sin la fuerza de
las palabras. Jalabas del pelo a tu ramera y no estabas consciente
de que gemía solamente para ti. Has estado castigándola
con golpes, porque crees que detrás de su belleza está
la muerte.
Con los dientes él
se abre camino a través del cascarón. Aislados en soledad
debido al antagonismo, uno ve a su compañero como un cerdo
cubierto de roña, como un carruaje repleto de demonios.
VII.
El Arrepentimiento.
.Había algo
que no podía controlarse, en un instante apareció un
tercero, totalmente diferente.
Tulcea: Entonces
vimos subir eso, reíamos mientras lo dejábamos perderse
porque se veía marginal. Abandonada ahora de una enorme melancolía.
acepté la soledad. Sentí entonces mucho pudor por esta
pasión indigna.
Primero ella tiende
el arco apuntando hacia él, luego deja el arco de lado. No
se trata de un bandido, su intención es cortejar en el debido
plazo. Al acudir allí cae la lluvia, la multitud de dudas se
desvanece.
El libro Cierta Femenina
Oscuridad publicado en Editorial Cuarto Propio en 1996.