Desde Costa Rica, Rodrigo
Quesada Monge
PRESENTACIÓN.
En la vida de Óscar Wilde
las mujeres jugaron un papel crucial, tanto así como la tramoya
lo es en cualquier montaje teatral. Resulta que, con relación
a ellas, pensaba Wilde, tenemos un problema: o se las quiere, o no
se las quiere. No existe el término medio. Pero, cuando su
sexualidad nos mantiene indiferentes, nuestras opciones son muy pocas
y muy modestas. En el caso de Wilde, a no ser que apoyemos la insostenible
afirmación de que era bisexual, su relación con las
mujeres no posee ningún grado de ambigüedad posible: casi
siempre ellas aparecen como insípidas, son decorativas, y únicamente
importan por su belleza, las ropas que estén luciendo en un
momento particular, o por el placer circunstancial que puedan brindarnos
según estemos de buen o mal humor. Y aun todo esto puede ser
solo apariencia como veremos mas adelante.
Sin embargo, si no hay misoginia en
esta actitud, se ve cuando menos la indiferencia de quien no encuentra
ningún encanto sexual en un cuerpo cuya función fue
diseñada únicamente para la maternidad. Es esta una
de las razones más poderosas para explicar por qué era
tan fácil para Wilde tener tantas amigas. No existía
por ningún lado la amenaza de la seducción. No obstante,
es de relevancia reflexionar sobre la enorme influencia, haya querido
él o no, que tuvieron las mujeres en su vida. Y para ello empezaremos
con la figura grandiosa y abrumadora de su madre.
LAS
MUJERES DE LA CASA PATERNA.
La madre de Wilde, Speranza, evoca
en nosotros todos los componentes que perfilan la imagen de las grandes
luchadoras del siglo XIX. Nos referimos a que, las mujeres del diecinueve,
como le gustaba decir a Flora Tristàn1,
eran capaces de moverse con soltura en cualquiera de los campos en
los que tuvieran algo qué decir, qué pensar o sentir.
Hoy, posiblemente la precisión de la lucha y la progresiva
especialización de la fuerza de trabajo femenina, ha hecho
que muchas de ellas hayan descuidado otros roles que, en el pasado,
interpretaban con toda solvencia y generosidad. Sin embargo, la mujer
del siglo XX es más ejecutiva y menos temerosa, cuando se trata
de emprender cierto tipo de tareas que la mujer del XIX apenas imaginó.
Para llegar ahí el trayecto por recorrer fue duro y a veces
sangriento.
La madre de Wilde forma parte de ese
cuadro pintado por los victorianos, en el que se retrata como excéntrica,
inestable y un tanto desequilibrada a la mujer de ideas y acciones
políticas y académicas claras. La revolución
industrial y sobre todo el totalitarismo victoriano hicieron que preestableciera
el lugar de las mujeres de manera inalterable, de tal forma que cualquier
alteración del lugar asignado sería vista como rebeldía,
innecesaria en un mundo femenino de espléndida tranquilidad
y confort. Esto era así al menos cuando se trataba de la mujer
de clase media, o de la aristocracia, porque las obreras y campesinas
tenían otra percepción de su lugar en este mundo. Recordemos
por añadidura, que para los ricos y poderosos de la Inglaterra
victoriana, en su abrumadora mayoría, la pobreza era un crimen
y por lo tanto las mujeres pobres no tenían derecho a pensamientos
y acciones propias.
Las mujeres de la burguesía
y la aristocracia inglesas de la segunda parte del siglo diecinueve
querían un poco más de espacio en una agenda política
definida con mucha antelación por los varones, incluso por
aquellos muy comprometidos con la lucha por el socialismo en su país.
Pero a ellas les correspondió escoger con profundidad el camino
de la liberación de su cuerpo, su mente, su alma y su quehacer
social, al mismo tiempo que participaban con los hombres en la transformación
de una sociedad que les tenía programado cada uno de los detalles
de su vida cotidiana.
Los hombres y mujeres de la burguesía
victoriana parecían haber sido seducidos en algún momento
de sus historias ideológicas personales y sociales por las
diferencias. Compulsivamente ordenaban su mundo en términos
de las oposiciones que encontraban entre hombres y mujeres, la vida
pública y privada, las culturas civilizadas y salvajes, y con
urgencia se ubicaban ellos mismos en el polo positivo de dichas oposiciones.
Mientras que sería injusto argumentar que los victorianos inventaron
el pensamiento binario, no lo es tanto sostener que lo fortalecieron
cuando colocaron a las mujeres de clase media, educadas y capaces,
en el centro de una estructura en crecimiento de diferencias sociales,
raciales y culturales la cual, con eficiencia, establecía los
límites del yo y del otro, del adentro y del afuera.2
La madurez de la revolución industrial,
que podemos ubicar conservadoramente entre los años de 1840
a 1890, generó en la Inglaterra victoriana una serie de situaciones
y personalidades límite, paradigmáticas de los cambios
que estaban suscitándose en la esfera económica, al
pasar por ejemplo de la esfera de la producción a la del consumo,
que dejaron sin tiempo suficiente a los dueños del poder y
de la corona para tomar conciencia de que la dominación imperial
estaba al borde del colapso, y de que nuevos sujetos sociales se abrían
paso no precisamente de una manera "civilizada y razonable".3
Las mujeres, los trabajadores, los
"salvajes de las colonias" constituían por ejemplo, de alguna
manera, "el país de las maravillas" de un Lewis Carroll, donde
la indisciplina y la falta de control sobre los apetitos de nuestros
cuerpos eran una amenaza sobre la estabilidad y el buen gusto de una
sociedad civilizada. Lo mismo puede decirse de los trabajos de Freud
sobre la histeria, cuando esta era el producto de los desajustes y
de los sueños de mujeres de clase media que anhelaban saltarse
la frontera. El paradigma de la mujer doméstica, sumisa, fiel
e incondicional a los requerimientos de su familia era un criterio
"fronterizo" por decirlo así, tan similar al análisis
que se hacía de las colonias, como sostener que la disciplina
de los imperialistas era la mejor regla para la civilización
y que todo lo que se le opusiera sólo podía provocar
el surgimiento de los monstruos que debían mantenerse lo más
ocultos posible.4
Como lo dice Nancy Armstrong, existe una relación muy estrecha
entre la disciplina que se les quiere imponer a las mujeres en el
hogar y aquella que se aplica en las colonias, aunque los criterios
paradigmáticos sean distintos y los efectos culturales tengan
dimensiones diferenciales en lo que respecta a la forma como se asume
la rebeldía contra ella.5
La madre de Wilde, entonces, es una
de esas figuras "fronterizas" (que oscilan entre la sumisión
dictada por el código moral de la clase media victoriana y
el llamado de sus intereses más profundos y personales), entre
los encantos y la seducción que prometen los excesos del "país
de las maravillas" y la sobriedad que supone ser parte de la burguesía
victoriana.6
Jane Francisca Elgee Wilde (1821-1896), mejor conocida como Speranza,
era la madre abnegada, rigurosa y controladora, pero también
la mujer brillante, poeta, traductora, feminista y luchadora por la
independencia de su país, Irlanda.7
"Las mujeres están en el origen
de la vida, ya sea para bien o para mal. Del Edén al Olimpo,
mujer es la primera palabra escrita en las páginas de la historia
y de cualquier religión, y es la señal iluminada en
la vida de todos los hombres. Su poder sobre los hombres, ya sea a
través de la belleza o del amor, la pureza o el pecado, es
la corona y la tortura, la gloria y la perdición".8
Así pensaba la madre de Wilde, considerada una de esas Nuevas
Mujeres que estaban surgiendo en la segunda parte del siglo XIX en
Inglaterra y en otras parte de Europa, vistas como peligrosamente
independientes, seguras de sí mismas y sexualmente muy agresivas.
Feliz tomadora de cerveza y güisqui,
propensa a las fiestas y a las reuniones de salón donde se
discutía de todo, desde moda y buenas costumbres hasta de política,
Speranza, que se hacía llamar así por su profundo amor
hacia todo lo italiano, y según ella descendiente por algún
lado de Dante Alighieri (de ahí su apellido Elgee), siempre
fue ese punto de referencia necesario en las ambigüedades y dudas
de su hijo. Una mujer grande y excéntrica que se hacía
notar por sus ropas y su manera de hablar, rebuscada y llamativa.
"En el amor me gusta sentirme esclavizada. La dificultad está
en encontrar a alguien que sea capaz de controlarme. Amo a los hombres
cuando siento su poder".9
Esposa de un gran cerebro médico,
como Sir William Wilde, oftalmólogo y otorrinolaringólogo
de la Reina Victoria, autor de obras científicas importantes,
de consulta incluso hoy día, pero también muy inquieto
con las faldas, al punto de verse envuelto en problemas judiciales
por ello en una ocasión10,
Speranza llegó a encontrar su vida doméstica y familiar
aburrida y poco desafiante. Con frecuencia publicaba más y
antes que su marido, y sentía que la maternidad y las atenciones
dedicadas a él le robaban el tiempo para escribir poesía
y traducir obras extranjeras que le encantaban, como las del poeta
alemán Goethe. 11
No veía en Sir William el hombre fuerte y dominador de sus
fantasías.
Hubo momentos en que el consejo de
su madre, el apoyo y su incondicional lealtad fueron esenciales para
Óscar, sobre todo en los instantes decisivos de su juicio por
supuesta corrupción de menores en 1895. Contra los consejos
que le ofrecían sus amigos relacionados con la posibilidad
de abandonar el país, para evitar el escándalo y la
humillación que tales juicios implicarían en la vida
de Óscar, su madre se opuso y siempre le recomendó enfrentar
la situación, sin importar sus consecuencias más funestas.
" Si te quedas (en el país) le había dicho, aún
si vas a prisión, siempre serás mi hijo, eso no hará
ninguna diferencia en mi amor por ti; pero si huyes, nunca te hablaré
de nuevo"12.
Años después ella sostendría que Wilde había
tomado la decisión correcta, su prestigio se debía a
la capacidad de sacrificio que demostró durante y después
del juicio.
Para algunos autores cada vez que
la madre de Wilde lo vestía de niña estaba conjurando
su frustración porque su segundo hijo no había nacido
mujer. Con su hermano mayor nunca se llevó bien, y la relación
fue mas bien fría e indiferente. Cuando nació Isola,
la hermana que moriría con sólo diez años de
edad, el impacto fue demoledor en la vida de Óscar, una experiencia
que cotidianamente llevaría consigo por el resto de su vida.
Pero ninguno de estos ingredientes explica la homosexualidad de Óscar.
Y es que tratar de hallar explicaciones de orden socio-cultural a
sus preferencias sexuales nos parece el esfuerzo más inútil
que pueda hacerse con la vida del poeta, como ya hemos visto en un
trabajo anterior publicado en esta misma revista.
Sin embargo, sí podemos argumentar
que la influencia de su madre fue el catalizador de muchas de sus
ideas políticas y estéticas. La madre tenía esa
particularidad que tienen los grandes espíritus de no sentirse
apenados por lo que son. Sin complejos de ninguna naturaleza, Speranza
emprendió la educación sentimental de sus hijos, e incluso
de su marido, con la claridad, de quien intuye que a la vuelta de
la esquina lo espera la gloria o la calamidad. "En este mundo sólo
hay dos grandes desgracias, decía Wilde en El abanico de Lady
Windermere, una es no obtener lo que uno desea, y la otra es obtenerlo.
La última es la peor. ¡La última es una verdadera tragedia!
".13
Las relaciones de Wilde con su madre
no fueron las de Nietszche con su hermana14.
Estaba claro que tenía delante a una mujer imponente, imperiosa,
antojadiza, ocurrente y caprichosa, pero inteligente e intuitiva como
la que más. En su correspondencia uno puede darse cuenta de
la forma respetuosa y deferente con que Wilde se dirige a su madre.
Puede también darse cuenta de la forma orgullosa y condescendiente
con que ella lo trataba. Por ningún lado se nota que la mujer
haya tenido nada que ver con la homosexualidad de Wilde15.
Tal tipo de especulaciones nos parecen tan sin sentido que realmente
nos sorprende la insistencia de algunos autores, en atribuir las preferencias
sexuales de una persona a la influencia que recibiera en su hogar.
De esta manera mecánica y fácil podríamos explicar
también muchas otras cuestiones de carácter eminentemente
biológico a partir de criterios socio-culturales. Este es un
asunto que merece un mayor y más amplio tratamiento en otro
momento.
Atribuirle a la madre de Wilde las
opciones sexuales del poeta hubiera sido la respuesta más sencilla
para un asunto que no reposa para nada en las distorsiones edípicas
que le hubiera causado su autoritarismo. Se puede llegar a la conclusión
mas bien de que la relación de Wilde con su madre es cálida
pero no entusiasta, alegre pero no apasionada, vivaz pero no sobrecogedora.
La mujer nueva, como Speranza, que
está produciendo la revolución industrial en Inglaterra,
y particularmente el totalitarismo victoriano, no teme reunir a sus
acólitos los fines de semana en su casa, para compartir con
ellos sus intereses académicos (que no necesariamente intelectuales),
sus preocupaciones domésticas (que no necesariamente familiares
u hogareñas), y sus frustraciones políticas. Se trata
de mujeres que han empezado a ser vistas como peligrosas por levantiscas
e independientes, sobre todo en lo atinente a los asuntos de alcoba.
Es esa la esfera en la que los machos
se sienten mas seriamente afectados. Tanto así que las implicaciones
políticas e ideológicas de dicho asunto van mas allá
de su perímetro libidinal. El tratamiento de la relación
de Wilde con las mujeres no debería ser evaluado exclusivamente
desde la perspectiva del impacto que pudiera haber tenido la figura
de Speranza en su vida privada.
Wilde es portador de una serie de prejuicios
muy masculinos con relación a las mujeres de su época.
Condimentados con la dosis correspondiente de la intolerancia victoriana,
tales prejuicios pueden tomarlo a uno por sorpresa cuando escucha
a Dorian Gray explicando la tremenda inutilidad de la vida cotidiana
de las mujeres, sino es que están debajo de los hombres o ejerciendo
su rol desabridamente reproductivo16.
Como este último supone un cuidado particular de la prole,
Wilde siempre esperó de las mujeres atenciones y mimos especiales,
aunque no favores sexuales de ninguna naturaleza. Sus experiencias
iniciáticas con la prostitución le dejaron un sabor
y un saber nada placenteros como historia personal.17
En ningún momento escuchamos
a Wilde hablar de que haya tenido o disfrutado los placeres de la
carne con mujer alguna. Su esposa fue mas que nada una bella adquisición
para un hombre obsesionado con la belleza en las personas y los objetos.
Frecuentemente nos encontramos que sus contactos afectivos y emocionales
con Constanza son muy similares a los que puede tener un buen amigo
con otro. Y en lo que respecta a sus hijos, a los que Wilde tanto
amó, algunos analistas han llegado a la conclusión,
un tanto frívola, de que un padre verdaderamente responsable
y afectuoso no hubiera hecho pasar a su familia, las penurias, miserias
y vergüenzas por las que el poeta hizo pasar a la suya. El hombre
de los suburbios, frío, calculador y oportunista, tal y como
lo pinta en su valioso artículo Andrew Elfenbein, promotor
con mucho del aura de santidad y recato con que algunos escritores
acostumbraban referirse a la familia victoriana, veía con temor
cómo ésta empezó a resquebrajarse en el momento
en que un personaje del estilo de Wilde fue llevado a juicio por homosexualidad.18
La madre de Wilde fue siempre una mujer
discreta sobre los desvaríos sexuales de su hijo, y rara vez
encontramos en su correspondencia algo que podamos llamar una valoración
o juicio sobre el asunto. Ella también formaba parte del cuadro
victoriano de una familia urbana estable, productiva y culta, donde
no se hablaba, o se evitaba hacerlo, sobre ciertos temas que podían
resultar un tanto incómodos. El nuevo tipo urbano que produce
la madurez de la revolución industrial en Londres, no aceptaba
que la familia pudiera ser desarticulada por las prácticas
sexuales de algunos individuos que con ellas intentaban desarraigar
el ingrediente pivotal de la familia burguesa británica por
excelencia: la reproducción.19
De tal forma que la homofobia aparece, en la sociedad londinense de
la segunda parte del siglo XIX, como uno de los aspectos esenciales
de la política oficial de la Corona para impedir que el Imperio
produjera hombres fuertes y saludables, preocupados a tiempo completo
en la expansión y consolidación del mismo.20
En este caso, para Speranza, la aguerrida
y combativa madre de Wilde, la homofobia le resultaba doblemente dañina:
destruía en su hijo al homosexual y al irlandés al mismo
tiempo, sin mencionar de paso, al artista y al poeta que le había
dado al Imperio lo mejor de sí mismo.21
LA
INOCENCIA DE LA SEÑORA WILDE.
Óscar Wilde y la bella y dulce
Constance Lloyd, contrajeron matrimonio el 29 de mayo de 1884, en
la Iglesia de Saint James, en los Jardines de Sussex, para luego,
al día siguiente, partir en luna de miel hacia París.
Como una forma de preservar la tradición de belleza y rebeldía
contra los convencionalismos, el vestido de la novia había
sido diseñado por el novio, siguiendo de cerca lo más
ortodoxo de la propuesta Prerrafaelista, una obra maestra que incluso
llamó la atención de los periódicos londinenses.22
Procedente de una buena familia, culta,
de cierta fortuna, y muy bien relacionada con la Corona, Constance
(1858-1898), era una mujer de una extraordinaria dulzura y sensibilidad.
Desde el momento en que conoció a Wilde en 1881, ella se sintió
constantemente atraída y halagada por las atenciones, buena
conversación y caballerosidad de Wilde. Debemos tener presente
que la mujer victoriana debe seguir toda una agenda de procedimientos
para acercarse y dejarse seducir por un varón. Constance reunía
todas esas virtudes que eran demandadas por el canon victoriano en
lo que respecta a la conducta sexual de una mujer. Y Wilde en ningún
momento violentó dicho esquema, mas por consideración
y gentileza hacia Constance, que por una obediencia monolítica
hacia la moral victoriana. No debemos olvidar tampoco que Wilde adoraba
a su reina. Posiblemente mas a la institución de la monarquía
que a la misma mujer-reina, pero este tipo de aparentes contradicciones
no producían ninguna tirantez en el carácter de Wilde,
en todo aquello relacionado con las frecuentes disonancias entre sus
convicciones políticas y cívicas y su esteticismo de
fuerte ascendiente aristocrático.
Para Wilde, y para muchos otros como
él, entre ellos el poeta Baudelaire, una mujer debe parecer
siempre mágica, una especie de ídolo dorado que ejerce
una cierta atracción hipnótica sobre los hombres, y
finalmente los tumba a sus pies con su belleza, su dulzura y sus cuidados.
La independencia, la inteligencia y la creatividad no eran cualidades
reconocibles por la mayoría de los hombres en una mujer de
esta época. Wilde no era la excepción, y cuando Constance
quedó encinta dos veces, eso fue sencillamente mortal para
la ortodoxia estética del poeta. La mujer se engordó,
se volvió malhumorada y su belleza voló para mostrarle
a Wilde que se había vuelto "muy real".23
Wilde sostenía, según
Frank Harris, que "el deseo es aniquilado por la maternidad. La pasión
muere con la preñez. Si esos son los resultados del amor, entonces
las mujeres no fueron hechas para la pasión, sino para la maternidad.
La fealdad es una enfermedad. Y no hay nada más desagradable
que el dolor. Una persona con un dolor de muelas debería mover
nuestra solidaridad y nuestra comprensión. Pero Wilde razonaba
que aquella persona con dolor de muelas sólo aversión
podía producirle.24
La misma actitud tenía Wilde hacia las mujeres embarazadas.
Los constantes viajes de Wilde, que
lo alejaban por largos períodos de su casa, hicieron que Constance
siempre lo viera con una lejanía llena de admiración
pero también de frustración. Su amistad con Ross y Douglas,
abordadas por Constance con una serena y discreta repugnancia, fue
finalmente el detonante de una situación emocional que se saldría
por completo de sus manos cuando Wilde fue enviado a la cárcel.
La esposa que había en Constance quería mantener a toda
costa el calor y el ejemplo que un buen padre burgués victoriano
podía brindarle a sus dos hijos, Cyril y Vyvyan. Pero también
la mujer se sentía impactada por una amistad cuyas dependencias,
códigos sexuales, pequeños gestos y señales,
a ella le costaba tanto descifrar. No tuvo otra salida que acudir
a la fuerza y a la represión, solicitando del poeta romper
definitivamente con sus amistades homosexuales, una vez que dejara
la prisión, si quería ver a sus hijos de nuevo. Pero
en Wilde fue mas fuerte la pasión que la amistad con Bossie
le producía. Y a pesar de que ésta en definitiva terminaría
de una manera poco placentera, optó por perder a sus hijos
y conservar su sexualidad; pues durante los dos años anteriores
a su muerte, Wilde asumió su homosexualidad con todo lo que
ella implicaba en términos legales, morales, artísticos
y materiales.
El matrimonio de Wilde plantea para
muchos analistas, pensadores y poetas un enigma posiblemente sin solución
verificable, porque todo lo que podamos argumentar no irá mas
allá de la simple y llana especulación. Es fácil
condenarlo y sostener que fue un mal marido, un mal padre, un mal
hijo, y hasta un mal amigo. Pero uno se encuentra con el problema
de que una esposa inocente, complaciente y tolerante, como recomendada
la buena moral victoriana, lo concibió menos como un hombre
y más como un "buen partido". Mucha gente se preguntaba cómo
hacía Constance para convivir con un hombre que nunca estaba
en su casa, que se la pasaba entre el teatro, el bar y el prostíbulo
de jovencitos que frecuentaba en las frías y húmedas
noches de Londres. La ingenuidad y la prudencia de Constance eran
proverbiales, porque Wilde era el clásico hablador, atractivo
y seductor, extrovertido hasta la insolencia, mientras que ella, era
silenciosa, discreta y elegante. Incluso su dolorosa muerte lo fue.
Estaba visto que casarse bien era muy
importante, sin que necesariamente importaran las condiciones espirituales
y materiales del candidato. La mujer victoriana estaba educada para
servir a su marido de forma obediente y sumisa, no para cuestionarlo
o criticarlo. El hombre en este caso, tenía a su disposición
todo el margen de movimiento que se le antojara, puesto que el matrimonio
victoriano no suponía para la mujer habilidades especiales
en la alcoba, y había que hallarlas en cualquier otro lado.
La misma reina Victoria se lamentaba de la suerte de las mujeres,
quienes, como yeguas, decía ella misma, habían venido
al mundo únicamente para reproducir la especie.25
Para otros, el matrimonio de Wilde
fue simplemente una cortina de humo, una forma de ocultar su verdadera
naturaleza sexual. Con este tipo de afirmaciones desvirtuamos la autenticidad
del amor de Wilde por Constance y sus hijos, cosa que aquí
no está en tela de juicio. Sin embargo, en el silencio del
closet, en el tortuoso mutismo cívico de su velada homosexualidad,
Wilde parece haberse embarcado en un matrimonio que solo limitaciones
y problemas le llegó a causar. Los hombres no tenían
otras opciones sexuales mas que aquellas establecidas por la buena
moralidad contemporánea. Toda otra alternativa pretendía
estar por encima de la ley y la persona que hiciera la elección
corría el riesgo del escarnio y la humillación públicos.
Es por eso que siempre nos ha parecido demasiado lírico sostener
con Wilde, y sus ensoñaciones, que la asunción de su
sexualidad fue un simple acto de auto-sacrificio romántico
solo registrado por los anales del Cristianismo. En este caso convertimos
fácilmente a Wilde en un mártir y perdemos de vista
que el problema de su sexualidad es un asunto estrictamente personal.
La verdadera importancia y profundidad de su acto está en que
nos rescata la individualidad, la privacidad y el derecho que tenemos
a decidir sobre nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra persona (en
sus distintas expresiones cívicas, políticas y culturales)
de la forma que se nos antoje. Reducir el gesto libertador de Wilde
a su dimensión sexual es empobrecerlo y nos deja por fuera
a todos aquellos que no compartimos sus preferencias.
LA
BELLEZA ESTÁ EN OTRAS PARTES.
La actividad artística y social
de Wilde traía consigo un conjunto maravilloso de bellas mujeres
y satisfacciones estéticas sin par. Talentos y bellezas del
calibre de Sarah Bernhardt, Lillie Langtry, Violet Hunt y Florence
Balcombe, solo para mencionar algunas, adornaron la vida del poeta,
y lo acompañaron en los momentos de mayor gloria artística
y esplendor dramático. Todas y cada una de ellas, en su ancianidad,
lo recordarían con gratitud y respeto.26
Mujeres llenas de una enorme potencia
para la buena conversación, el buen teatro, las bebidas y comidas
suculentas, estuvieron con Wilde cuando el encandilamiento de la propia
grandeza no lo dejaba ver que, a la vuelta de la esquina, se aproximaba
la desgracia y la tragedia que suponían la propia entrega por
defender el derecho a la vida privada.
Ellas mismas, rebosantes de individualidad,
ofrecieron a Wilde la oportunidad de probar el néctar de la
compañía femenina hasta ahí donde los apremios
de la alcoba no se interponían en el medio de un camino hacia
la propia glorificación. Las borracheras, las grandes comilonas,
y las celebraciones después del éxtasis de los aplausos
y la alegría de las candilejas, siempre estuvieron iluminadas
con los colores y la belleza de las mujeres que estuvieron junto a
Wilde en esos momentos. Eran amigas y buenas compañeras de
juerga, así como también las que escucharon y atendieron
muchas de sus angustias y preocupaciones concernientes a las cuestiones
del teatro y la vida nocturna londinenses. Fueron mujeres igualmente,
que no siempre estuvieron de acuerdo con él en todo, que muchas
veces hicieron observaciones importantes a sus piezas de teatro, como
las elaboradas por Sarah Bernhardt sobre el drama de Wilde titulado
Salomé. Anotaciones inteligentes, producto de la experiencia
y del buen gusto, muchas de ellas fueron incorporadas por Wilde a
sus dramas, casi siempre a regañadientes. El poeta, sin embargo,
se quejaba de que la actriz estaba mas preocupada en sustituir al
personaje por ella misma, que en realizar una representación
lo mas apegada posible al texto. Además, la obra había
tenido y tendría por mucho tiempo una historia llena de censuras,
obstáculos, revisiones, cortes y recortes que hicieron sufrir
terriblemente no solo a Wilde sino también a sus albaceas literarios.
Sin mencionar las ruidosas discusiones que tuvieron él y Douglas
con relación a la versión francesa del texto.27
El grueso de las obras dramáticas
de Wilde tiene como personaje principal a una mujer, ya sea en condición
de vocero de las más grandes esperanzas y aspiraciones de la
humanidad, como también en la forma de las mayores venganzas
y odios, explícitos o implícitos. Es curioso, pero muchas
de las ideas políticas de Wilde fueron canalizadas en la voz
y la conciencia de una mujer. Vera o los nihilistas, Salomé,
El abanico de Lady Windermere, Una mujer sin importancia, y algunas
otras se apoyan en la ingeniosidad verbal de las mujeres, y en manos
de Wilde son convertidas en personajes-tesis que sustentan no solo
el ideario ideológico-político del autor, sino también
las mas elaboradas críticas a las nociones estéticas
y culturales de la época. Sin uno presta cuidadosa atención
al posible argumento de algunas de los dramas ya mencionados, se dará
cuenta que en ellos no hay una gran dosis de acción, puesto
que el peso específico de toda la pieza lo lleva el diálogo.
Son obras de un lenguaje chispeante, lleno de juegos irónicos,
silencios elocuentes y verbosidad inocua con frecuencia, pero precisamente
en eso reside su riqueza, en no decir gran cosa, puesto que la sociedad
victoriana tiene ese grave problema: los hombres y mujeres de la elite
tienen muy poco que decirse. Ahora bien, tal vacuidad tiene como agentes
más activos a las mujeres, son ellas las que han asumido la
responsabilidad de promover un diálogo que no comunica absolutamente
nada. En los dramas de Wilde las mujeres fueron reducidas a ser, paradójicamente,
los voceras de la total incomunicación que caracteriza a la
sociedad victoriana, una atmósfera donde predomina el más
estricto verticalismo, donde los criterios de autoridad política,
moral y cultural ya fueron diseñados mucho antes de que uno
se dé cuenta. En este caso, Wilde es perfectamente coherente
al poner en el escenario a mujeres que hablan mucho pero dicen muy
poco. Todo lo contrario de lo que sucede en los dramas de Ibsen o
Shaw, donde las mujeres hablan y actúan mas eficazmente que
los hombres.
Las actrices que aquí hemos mencionado,
una de ellas amante del Príncipe de Gales en su momento, eran
mujeres lánguidas, vaporosas y de una belleza con fuertes efluvios
góticos, pero extraordinariamente inteligentes y activas. Eran
mujeres independientes, con sus propios negocios, sus propias compañías
de teatro, capaces de promoverse ellas mismas, de articular su propia
publicidad y de venderse como la mejor mercancía teatral de
la época. Wilde se sentía halagado y atraído
por ellas, por la misma razón que las movía a estar
cerca del poeta: la vigorosa y retributiva mutua adulación.
"Detesto a las personas que hablan de sí mismas, como hace
usted, cuando lo que uno quiere es hablar de sí mismo, como
hago yo", decía uno de los personajes principales en el cuento
El cohete ilustre28,
donde mejor describió Wilde el problema del egoísmo,
de la vanidad y de la falta de comunicación.
De eso se quejaban precisamente las
amigas y compañeras de empresa del poeta: De las serias dificultades
que tenían para sostener a su lado a una pareja que las respetara
y las comprendiera en todo aquello que aspiraban a conquistar. Eran
mujeres ambiciosas, como todas las que produjo la crisis del prerrafaelismo
en la Inglaterra de la segunda parte del siglo diecinueve. Porque
el prerrafaelismo no fue únicamente un movimiento artístico,
sino también una actitud, una forma de ver la vida y el mundo
que muchos llegaron a considerar excesivamente neurótica y
a veces hasta esquizofrénica.29
Mas aun cuando se trataba de mujeres, a las que se veía como
excéntricas desde el momento en que demandaban el derecho a
llevar la vida que querían. Cuando se trató de los homosexuales,
no olvidemos que el asunto tomó otro rumbo y se empantanó
en una polémica cuyo núcleo también tenía
que ver con el derecho a tener la vida privada que a uno se le antojara.30
La lucha de las mujeres tenía dimensiones cívicas que
no encontraba en sus cuerpos la expresividad requerida para hacer
coincidir su vida pública y privada. En el caso de los homosexuales
estas dos dimensiones eran perfectamente simétricas y sus luchas
tenían implicaciones cívicas que finalmente afectarían
la vida privada de todos los oprimidos, incluso la de los trabajadores
en general. 31
Para concluir, uno debe entender que,
aunque algunas de las mujeres que hemos mencionado en esta última
parte del ensayo quisieron casarse con Wilde, o aspiraron a tener
una relación de cierta profundidad con el poeta, él
no estaba interesado en ellas mas allá de la satisfacción
que le producía el hacerse acompañar por personas hermosas
e inteligentes, fueran hombres o mujeres, con la especial predilección
que le producían los primeros. El romanticismo ya había
muerto, según Wilde, porque los poetas se habían encargado
de sepultarlo de tanto hablar de él. De tal manera que la compañía
que uno buscara no debía dejarse guiar por emociones profundas
o comprometedoras. La frivolidad era un don de los individuos liberados
de un romanticismo que ya no tenía nada que dar. Sin embargo,
Wilde perdía de vista que sus recomendaciones destilaban romanticismo
por todo lado, pues la burguesía había inhabilitado
a la frivolidad, y la había sustituido con el racionalismo,
el pragmatismo y la eficacia. Recuperar la frivolidad era una actitud
revolucionaria, y de acuerdo con Wilde, nadie más frívolo
que las mujeres, por lo tanto, nadie más revolucionario que
ellas en este momento particular. Entonces, el aparente desprecio
de Wilde por las mujeres, no era mas que una forma de expresar un
respeto distante y cauteloso, por la enorme capacidad de sobre vivencia
que ellas habían demostrado a todo lo largo de su historia
de opresión y maltrato. En las obras de Wilde, cuando las mujeres
hablan todo el mundo se detiene a oírlas, aunque no tengan
nada que decir.
CONCLUSIONES.
Esfinges sin misterio, decían
Wilde que eran las mujeres. Hasta que punto era cierto este aserto
solo lo podremos valorar en la medida en que nuestro interés
por la obra de Wilde vaya mas allá de la cuestión estética.
La ingeniosidad de los diálogos desarrollados por mujeres en
la mayor parte de sus dramas y comedias, nos hace pensar que ellas
fueron el mejor vehículo escogido por Wilde para expresar no
solo sus convicciones estéticas y políticas sino también
sus mas profundas convicciones sexuales.
La relación con Wilde implicaba
para las mujeres mucho de lo que demanda una relación similar
entre ellas mismas. Es decir, los pequeños gestos cotidianos,
los rituales diarios de belleza, el pequeños chisme, la anécdota,
ese maravilloso talento que tienen las mujeres para la frivolidad,
pero al mismo tiempo su ciclópea capacidad para el sacrificio,
que tan bien definen su vida, estaban también presentes en
la de Óscar Wilde.
Si valoramos tal relación a
partir de la lectura superficial de algunos de sus epigramas y de
sus mas célebres diálogos, nos daremos contra la pared
tratando de entender y descifrar un enigma que no existe: ¿mal quería
Wilde a las mujeres? La respuesta contundente es no, pero sí
las miraba como la condición indispensable para que la vida
fuera mejor, siempre y cuando nunca perdieran su belleza. Para Wilde,
una mujer sin belleza era pura maternidad. En este caso, esa mujer
en particular cumplía a cabalidad el postulado central del
canon victoriano: traer tantos hijos al mundo como fuera posible,
para engrandecer la gloria y majestad del Imperio Británico.
Citas.
1 Flora Tristàn. Unión
Obrera. Feminismo y Utopía. (México: Fontamara. 1993.
La edición original es de 1843) P.38.
2 Laura E. Ciolkowski. "Visions
of Life on the Border. Wonderland Women, Imperial Travelers, and Bourgeois
Womanhood in the Nineteenth Century". En: Genders OnLine Journal 27,
1998.
3 Ibìdem.
4 Gayatri Chakravorty Spivak.
"Three Women's Texts and a Critique of Imperialism". En: Henry Louis
Gates, Jr. Ed. Race, Writing, and Difference (Chicago: University
of Chicago Press. 1986) Pp. 262-280.
5 Nancy Armstrong. "The Occidental
Alice". En : Differences (Vol.2. No.2. Summer 1990) Pp.3-40.
6 Daniel Bivona. "Alice the
Child-Imperialist and the Games of Wonderland". En: Nineteenth Century
Literature (No.41. Vol.2. September 1986) P.165.
7 Barbara Belford. Oscar Wilde.
A Certain Genius. (New York: Random House. 2000). "Speranza lived
the intellectual and unromantic life of a spinster; she translated
French and German books, wrote poetry, attended lectures and concerts,
and cared for her ailing mother"P.8
8 Idem. "Woman lies at the
base of all life, whether for good or evil, Lady Wilde wrote. From
Eden to Olympus, woman is the first word written on the page of every
history and of every religion, and is the illuminated initial of every
man's life...Her power over man, whether through beauty or love, purity
or sin, is the crown and the torture, the glory or the perdition"
P. 201.
9 Idem. "In love I like to
feel myself a slave-the difficulty is to find anyone capable of ruling
me. I love them when I feel their power". P. 8.
10 Mary Travers, hija de un
profesor de leyes, lo acusó de violación después
de que él intentó dejarla. La mujer no logró
probar nada, pero dejó maltrecho el prestigio profesional y
académico de Sir William. Alberto Delmar. Vida de Óscar
Wilde. El famoso y el desconocido. (Madrid: Libertarias Prodhufi.
1998) P. 50.
11 Barbara Belford. Op. Cit.
"Speranza realized that her husband was special but found the reality
of living with a genius on a day-to-day basis uninspiring. Physically
and intellectually, he was not the dominating man of her fantasies.
Marriage and motherhood distracted her from writing and translating.
Often she seemed to be competing with her husband to publish frequently
and first. An impatient woman at best, Speranza found life at Westland
Row inadequate to her ambitions" P.16.
12 Idem. "If you stay, even
if you go to prison, you will always be my son, it will make no difference
to my affection, but if you go, I will never speak to you again".
P. 261.
13 "In this world there are
only two tragedies. One is not getting what one wants, and the other
is getting it. The last is much the worst; the last is a real tragedy!
Acto 3 de Lady Windermere's Fan. Oscar Wilde. Plays, Prose Writings
and Poems (London: Everyman. 1996) P.210.
14 Barbara Belford. Op. Loc.
Cit.
15 Ibìdem.
16 Cita.
17 Cita.
18 "Stricken Deer. Secrecy,
Homophobia, and the Rise of the Suburban Man". En: Genders (1998:
No.27) P.1.
19 Ibìdem.
20 Ibìdem.
21 Clifton Snider . "On the
Loom of Sorrow: Eros and Logos in Oscar Wilde`s Fairy Tales". English
Department. California State University, Long Beach. (wysiwyg://25/http://www.csulb.edu/-csnider/wilde.fairy.tales.html).
22 Barbara Belford. Op. Cit.
Pp. 125-138.
23 Ibìdem.
24 Frank Harris. Oscar Wilde:
His Life and Confessions. (London: Constable Eds. 1944). P.285.
25 Véase nuestro libro
La fantasía del poder. Mujeres, Imperios y Civilización
(San José: EUNED. 2001.) En prensa.
26 Barbara Belford. Op. Cit.
P. 67.
27 Idem. P. 199.
28 Òscar Wilde. El Príncipe
Feliz y Otros Cuentos. (Madrid: Anaya. 1992). P. 67.
29 Peter Melville Logan. Nerves
and Narratives. A Cultural History of Hysteria in Nineteenth Century
British Prose (University of California Press. 1997). Part 3. Victorian
Bodies.
30 Christopher Craft. Another
Kind of Love: Male Homosexual Desire in English Discourse. 1850-1920.
(University of California Press. The New Historicism: Studies in Cultural
Politics. No. 30. 1994). Capìtulos I, III y IV.
31 Ibìdem.
22 Rodrigo
Quesada Monge. Las mujeres de Oscar Wilde.