EN LA FISURAS DE LA MÍMESIS
UNA ENTREVISTA A ALFREDO
FRESSIA
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abajo: Versión en Portugués (Brasil)
Conducida por Floriano
Martins
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Alfredo Fressia.
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Uruguayo
de nacimiento, desde 1976 reside en Brasil. La inevitable pregunta
nos lleva a saber los motivos de tu exilio. Antes ya habías
publicado Un esqueleto azul y otra agonía (1973). ¿Cómo
se dio tu entrada en un mundo tan lleno de ardides como el nuestro?
No soy sólo
uruguayo "de nacimiento", soy realmente uruguayísimo.
Ser uruguayo no es para mí un adjetivo, es algo sustantivo,
e intrínsecamente paradójico porque todos los uruguayos
nacemos un poco exiliados en aquel pequeño enclave que los
ingleses inventaron entre Argentina y Brasil. En ese territorio raso,
frío, golpeado por el viento, el océano y por ese "río
como mar" del estuario del Plata, una población de gauchos
y de inmigrantes europeos tuvo que enfrentarse de repente a la creación
de un estado, un ordenamiento jurídico, etc, y sólo
después logró crear una nación, un mito nacional.
La viabilidad de esa nación se discute hasta hoy, al punto
que una definición, cruel, de mi país, dice que es "una
provincia argentina en territorio brasileño", y cierto
graffiti en las calles de Montevideo, recogido por algunos intelectuales
que vienen trabajando este tema dice que "Unos nacen con suerte,
otros en el Uruguay". No quiero decir que hoy la nación
no exista, pero cierta idea de exilio forma parte justamente de la
identidad, del perfil nacional. Es como si fuera normal que frente
a cada nueva crisis la población tenga que exiliarse, sea en
los países europeos "de origen", sea en el resto
de América Latina. En mi país se emigra como si fuera
un destino, un sino, como si el Uruguay viviera y hubiera vivido casi
siempre perseguido por cierto suicidio social, unánime. En
mi caso, mi exilio ocurrió en 1976, pero tal vez haya acontecido
antes, o aconteciese desde siempre. Lo coyuntural fue naturalmente
la dictadura, aquellos años terribles. Había publicado
mi primer poemario, que obtuvo un premio del MEC, ya me había
recibido de profesor de Literatura y Francés, pero "osaba"
cosas como visitar sistemáticamente a un preso político,
Nelson Marra, que era mi amigo, el único escritor uruguayo
que la dictadura juzgó y aprisionó por motivos estrictamente
literarios (la publicación de un cuento en el viejo semanario
Marcha), y no explícitamente por una posible militancia.
De modo que me excluyeron del cuadro docente y tuve que irme. Otra
vez el destino, el sino. Y el exilio fue en Brasil, tal vez también
por un destino (ese que Murilo Mendes menciona en el poema "O
Uruguai", de Poliedro) o más simplemente porque
era un país que conocía, donde tenía amigos,
cuya literatura estaba empezando a conocer. Mi generación había
cambiado el viaje a Europa por el viaje en el Continente, y yo no
fui una excepción en la road latinoamericana. En 1972
viajé por Argentina, Bolivia, Perú, la selva colombiana,
en tiempos en que en esta última no existía ni guerrilla
ni narcotráfico (la verdad es que no existía nada, para
un extranjero aquello era un no-lugar) y entré al Brasil por
el río Amazonas, llegué a Belém, fui bajando
después hasta Montevideo, con peripecias siempre instigadoras.
Después viajaba mucho a Río Grande, donde tenía
a mis amigos, que habían vivido dos décadas en Montevideo,
leía poesía brasileña desordenadamente. Por fin
me quedé en San Pablo porque fue aquí donde los franceses
me propusieron un trabajo que hoy me parece casi alegórico:
crear una biblioteca. Ahora, me preguntás cómo entré
en los ardides brasileños, y pienso en la cordialidad
y su contracara, la exclusión que viene después de la
"cordialidad brasileña", según diría
Sergio Buarque. La percepción de esto ocurrió muy poco
a poco, casi como indicios cotidianos, y codificar esa percepción
se volvió para mí una especie de manual de sobrevivencia.
Y en todo caso, nunca me hice "brasileño", a pesar
de mi doble nacionalidad. Difundo literatura brasileña en mi
trabajo como corresponsal, conozco bastante (todo lo que puedo) y
amo incluso al Brasil, o un cierto Brasil que es el mío, como
uno ama la casa donde vive, tengo una vida aquí, pero conservé
siempre la terquedad fundacional, pleonástica, de ser un "uruguayo
exiliado". Al mismo tiempo que no me imagino viviendo fuera del
Brasil, publiqué aquí un único librito (Destino:
Rua Aurora, 1986), en San Pablo y en portugués. Seré
siempre el hombre del sextante apuntado hacia el sur, uruguayo, imposible.
En
el prólogo a tu Cuarenta poemas (1989), Luis Bravo se refiere
a una vertiente trágica de tu poesía. Creo que tal visión
se da a partir de un radicalismo existencial que dialoga con sus posiblidades
formales. ¿De dónde vienes, de qué vida, de qué
lecturas?
Vengo de una familia
proletaria que creía en el estudio como modo de ascender socialmente.
Si pude estudiar letras fue porque trabajaba, pagaba mis estudios,
de lo contrario eso hubiera sido una futilidad inconcebible. Era gente
de un instinto práctico feroz, heredado de sus propias historias
familiares de inmigración. Mi padre tenía cierto gusto
por la poesía gauchesca que le gustaba recitar, pero era un
alcohólico, y era terrible con sus hijos, sobre todo conmigo.
Me acostumbré desde muy temprano a lidiar con lo irracional,
lo imprevisible, con el miedo, con las frustraciones. Aprendí
en la infancia lo que es vivir acosado, y después el país
también se deterioraba mientras yo crecía. Pertenezco
a una generación que vio sus ideales perseguidos y derrotados.
Es posible que esa ironía que la crítica ve últimamente
en mis textos sea simplemente eso, la mezcla de la elegía con
la indignación. Me deja anonadado -o tal vez sea envidia- cuando
un poeta como Jorge Guillén dice que "el mundo está
bien hecho". Para mí estaba tan mal hecho que necesitaba
a la literatura como a una tabla de salvación. Huizinga hablaba
del arte como nostalgia de una vida más bella y eso yo lo vivía
en la infancia, y era también el arte como un refugio. En la
casa de mis padres no había libros, excepto uno, que había
caído allí desencaminado, extraviado como un meteorito.
Era una historia, con antología, de la literatura española,
destinada a estudiantes de magisterio argentinas. Yo no me separaba
de él, leía, escandía versos, memorizaba. A los
10, 11 años me recitaba a mí mismo sonetos de Lope de
Vega, coplas de Manrique, monólogos de Segismundo en La
vida es sueño de Calderón... Realmente no habrá
nada como el arte para soportar la prisión, la Torre, y tal
vez, para explicar un destino humano. Después, desde la adolescencia
me encaminé por lecturas desordenadas, caóticas incluso,
pero donde predominaban los románticos. El mundo a mi alrededor
era irracional, imprevisible, y la palabra era mi única certidumbre.
Por eso estudiaba lenguas (francés, debido a una beca providencial,
y que naturalmente me abrió un universo nuevo) con una pasión
que debía resultar incomprensible, y que yo mismo sólo
entendí mucho después, cuando supe que no hay lugar
para ingenuidades en la formación de un poeta.
En
entrevista que Edgar O'Hara le hizo a Américo Ferrari, al referirse
a un proyecto poético, éste dice que se trata de algo
"de cierta forma inconsciente, y que seguramente el lector lo
descubre mucho más que el autor". ¿Hasta qué punto
podemos hablar de prefiguración de un proyecto poético
en tus libros?
Concuerdo totalmente
con Ferrari. Si realmente hay un proyecto éste es inconsciente,
desconocido por el autor. En un sentido sicoanalítico, es posible
que el llamado "inconsciente" sepa cuál es el terreno
que debe pisar la palabra poética y, lo que es más misterioso,
el porqué. Pero no creo que el poeta deba obedecer ciegamente
a un proyecto. Fue el error de las vanguardias casi periódicas
que atravesaron la "alta modernidad" de la que habla Leyla
Perrone, esa obediencia a un Manifiesto, la trasposición, al
terreno del arte, de las utopías sociales, totalitarias además,
que campearon durante el siglo XX. Por otro lado, creo en la inspiración,
una especie de elevación de la tempertura del cuerpo para que
una voz, que sin duda habita en el poeta, se organice en un discurso
que contemplo en un primer momento como lector, como el primer crítico
del poema. Quiero decir, la creación supone un juego doble
(como el par poeta-Musa): hay un "clic" y es preciso que
en el momento de crear yo me entregue a él con aquella suspensión
voluntaria del descreimiento que Coleridge le pedía al lector
("the willing suspension of disbelief") y al mismo
tiempo, necesito ejercer con lucidez, o con toda la lucidez de que
sea capaz, lo que se podría llamar "la suspensión
de la suspensión del descreimiento", tener una mirada
crítica, hacer una especie de "limpieza" en la irrupción
del "clic". En todo caso, me dejan perplejo las Filosofías
de la Composición, y no sólo la de Poe, también
me ocurre con el gigante João Cabral de Melo Neto, ese orden
en la construcción del poema, donde cada palabra es un "ladrillo"
(y la imagen, tan constructivista, es de Cabral). Porque lo que me
fascina son justamente esos "ladrillos" que vienen a la
conciencia sin que uno pueda saber cómo ni de dónde.
Se pueden organizar con mayor o menor pericia, no excluyen jamás
la vigilancia autoral, pero constituyen el material sagrado de la
poesía. En estas condiciones, hablar de "proyecto"
sólo tendría sentido si fuera après coup,
después de realizada la obra. Esto queda muy claro cuando uno
mira hacia atrás y aprecia justamente "etapas" en
la construcción de una obra, una mirada finalista. Entonces
sí se percibe la unidad profunda (o no) de una producción,
una percepción que puede incluir las precarias garantías
de la primera persona, que naturalmente no son de naturaleza estética.
La poesía (y hablo de la poesía "moderna")
no hace autobiografía, sin duda, pero la mirada que puedo tener
sobre mi obra incorpora una parcela autobiográfica, irremediable.
En
Frontera móvil (1997), hay un pasaje en que declaras: "Sé
muy poco de la vida y si escribo, ya dije, es porque estoy cansado".
¿Se trata de una frase de efecto o acaso la poesía no pasa
de un galpón donde aglomeramos a los desheredados de la aurora
y donde se abriga lo más indócil e inacapaz de la especie
humana?
Dicha así,
sin contexto, la frase parece "de efecto" porque sin duda
no se escribe sólo por cansancio. Pero estoy convencido de
que lo que lleva al poeta a escribir es una especie de desajuste,
de desacuerdo, en el sentido de rebeldía también, pero
sobre todo en la incapacidad de adaptarse, de adecuarse. ¿De adecuarse
a qué? A todo. A las cosas, al mundo, al orden, que siempre
parece impuesto, siempre es de los otros. Creo que hay una especie
de silencio que se interpone entre el poeta y lo que está afuera,
y ese silencio se llena con la escritura, algo así como esa
"escritura conquistada" que menciona el título de
tu libro. Es en ese sentido que digo que hay una gran soledad en los
poetas, como un secreto, inconfesable. Y sin ella, no hay escritura.
No estoy hablando de una soledad biográfica, de necesariamente
vivir solo o de huir de los otros, nada de eso. Es intrínseca,
celular. Creo que el mismo sicoanálisis, habitualmente tan
perspicaz, la desconoce.
Si
pensamos en la gran influencia de Rubén Darío y César
Vallejo en los poetas españoles, tal vez no encontremos, en
una relación inversa, algo con igual dimensión. ¿Qué
afinidades tienes con poetas españoles? ¿Sería correcto
afirmar que, en un sentido poético, España siempre tuvo
más para aprender que para ofrecer?
En un sentido estético
general (y sólo en un sentido estético general), no
pienso que sea útil dicotomizar la poesía en dos grupos,
España-América, o Metrópolis-Colonias, etc. De
hecho, el mundo que el océano separa, la lengua lo une, y una
mirada sincrónica, menos historizada, puede ser más
rica, más productiva, sobre todo para los poetas. Ese tipo
de dualidades importa, sin lugar a dudas, para una mirada diacrónica,
histórica, periodizadora. Y también llegarás
en algún momento al viejo problema de la noción de "Hispanoamérica"
y su tan discutible unidad (un problema que también se plantea
para los españoles de países peninsulares siempre
instigados por su propia identidad). El hecho consumado es que la
poesía en lengua española cruzó Darío,
o Vallejo, o la generación del 27, o el Barroco (ese mar siempre
recomenzado). El cruzamiento es lo que interesa al idioma que
el poeta trabaja. Personalmente, no sabría detectar el grado
de incidencia que puede tener sobre mi poesía este o aquel
autor, decir "esto es Vallejo", "esto es Cernuda"
(que me gusta mucho pero a quien menciono sólo para dar un
ejemplo). Para mí es imposible. Cada poeta reinaugura un idioma
que contiene en sí la obra de los que lo precedieron, a veces
incluso sin que el poeta conozca a esos autores porque su obra ya
se incorporó a la lengua, como el mismo verso endecasílabo.
Se puede frecuentar más o menos un poeta, o ciertos poetas,
o al contrario, no apreciar a algunos que son sin embargo "canónicos"
o meramente prestigiosos (por ejemplo, personalmente no me interesa
la poesía de Lorca ni la de Borges, para dar dos ejemplos generalmente
revisitados), pero el idioma que trabajo está, lo quiera uno
o no, imbuidio de esas obras, incluso cuando uno desconoce a esos
poetas. Mi afinidad no es tanto con este o aquel poeta, es con mi
idioma, ese sí cargado de historia e historias. Más
complicado es el cruzamiento de idiomas, una situación bastante
anómala (pero no tan infrecuente) que yo vivo, escribiendo
en Brasil y en lengua española. O viceversa: una vez descubrí
una palabra española en un poema de Ferreira Gullar, "antorcha",
y le pregunté qué hacía esa palabra allí.
Me dijo que no se había dado cuenta cuando la escribió,
durante su exilio en Buenos Aires, y que después decidió
dejarla. Oí un testimonio de João Cabral quien, entre
diferentes períodos, vivió 13 años en España,
y contaba experiencias parecidas. En mi caso, la residencia en Brasil
afectó a la escritura en por lo menos tres sentidos. El primero
tiene que ver con la lucha permanente a la que uno se enfrenta para
evitar la catástrofe del deterioro lingüístico,
una catástrofe tal vez más amenazadora en mi caso, que
me expreso permanentemente (y a menudo sueño) en francés
y en portugués. Por más que el español sea mi
lengua materna, el tronco "lacaniano" sobre el que me construyo,
un idioma no frecuentado puede volverse algo así como el baúl
polvoriento de ciertos sótanos, un objeto sin uso secándose
en la conciencia como ocurre, dicen, con los amores muertos. El esfuerzo
permanente por mantener ese material vivo transforma ese mismo material,
es algo así como pasarlo por un tamiz, o como la luz después
de descompuesta por el cristal. Y aquí ya estoy entrando en
el segundo aspecto de las modificaciones por las que pasa el idioma
de alguien que vive en el territorio de otra habla latina. Ese idioma
español que no uso oralmente, y mucho menos en mi vida cotidiana,
se constituye en un material casi exclusivamente artístico.
El español es para mí el lenguaje que atrae permanentemente
la atención sobre sí mismo, lo que es casi la función
poética de Jakobson. Poesía, poesía, yo sólo
he escrito en español, que es mi territorio, donde encuentro
las palabras-llave que a veces desencadenan el poema. En este sentido,
es casi un privilegio disponer de un idioma sólo para la creación.
Es una experiencia que me proporciona un gran placer. Finalmente,
en un tercer nivel, vivir (y escribir) en Brasil es también
incorporarse a una tradición literaria que, esa sí,
contamina a mi ser uruguayo, siempre exiliado. El escritor es siempre
una animal histórico, condicionado por una tradición
y un medio. Y si es casi aberrante imaginar a un artista ajeno a la
historia en la que se encaja, lo es también suponer que alguien,
después de diez o veinte años incorporado en otra historia
(y en la historia de otra literatura), no acabe por inserirse en esa
otra tradición. También en ese sentido, mis décadas
en Brasil afectaron mi escritura, que inevitablemente tuvo que dialogar
con la historia y la literatura locales. Eso está bastante
claro en Frontera móvil. Por ejemplo, cierta tradición
formalista que existe en la literatura brasileña, desde los
paranasianos, o antes, que atraviesa el siglo XX, es una tradición
que me instiga y que no existe, no con ese peso, en la literatura
del Plata. Es un ejemplo, pero hay muchos juegos de la sensibilidad
que son locales, y con los cuales tuve que dialogar, ciertas
referencias, por ejemplo ciertas dicotomías que son típicamente
brasileñas. Y lo agradezco porque esto tal vez dio un soplo
nuevo, casi "estilístico" a mi escritura.
En
entrevista concedida a Eduardo Espina, el peruano Xavier Abril emite
algunas curiosas declaraciones respecto a César Moro ("Moro
era un poeta menor que imitaba los poemas de Breton") y lo mismo
Emilio Adolfo Westphalen ("Tiene buenas imágenes, pero
es formalmente flojo"). Aunque tus afinidades con Moro sean más
de orden biográfico, podemos conversar un poco sobre esa relación
entre el surrealismo de un lado y otro del Atlántico. Si pensamos
en los poetas de nuestro continente que hayan agregado algo a los
postulados del Surrealismo, ¿qué nombres mencionarías?
Hay poetas cuya obra
exige una distancia, por lo pronto temporal, para ser debidamente
apreciada. Circunstancias biográficas, a veces puramente históricas
o políticas, a veces la personalidad del autor, muchos factores
pueden alterar la buena lectura de un poeta. Es lo que debe de haber
ocurrido con Moro en la lectura de Abril, a quien conocí en
Montevideo y debo decir que era un crítico fino y generoso,
o con Westphalen, amigo personal de Moro (y éste no parece
haber sido un hombre de personalidad "fácil"). Más
importante que hacer un relevamiento de lo que América Latina
aportó al Surrealismo europeo, sería (siempre es) evaluar
a fondo la inmanencia de cada obra. Moro, por su vida y por su obra,
constituye un caso ideal para ser debidamente estudiado y evitar cualquier
periodización. Yo lo estoy descubriendo poco a poco, y debo
el acceso a parte de su poesía a un gran poeta brasileño,
una voz original, impetuosa a veces, que en varios sentidos desentona
en la monocorde poesía actual del Brasil. Con Moro nada parece
ocurrir por casualidad. Personalmente he descubierto algunas coincidencias
entre la vida de Moro y la mía, coincidencias que tendrían
algún interés si no ocurriera que su obra es la de un
genio, y la mía no. Lo que me atrae en su poesía es
menos el juego de obediencia y desobediencia al Surrealismo francés,
y más la rebeldía que exhibe frente a ciertos principios
"canónicos" latinoamericanos, comenzando por el uso
del francés como lengua poética en las décadas
de los grandes nacionalismos continentales (otros también lo
hicieron, pero sólo en parte de su obra, como Huidobro, a quien,
hélas, Moro odiaba mortalmente), el modo de "herir"
ciertos versos, de negar una tradición, como negó la
masculinidad impuesta, la lengua española impuesta, y hasta
el propio nombre impuesto (aniquiló a los 20 años ese
Alfredo Quíspez Asín, que era su nombre). Como dice
Américo Ferrari, "Moro nació extranjero en Lima
en 1903 y murió en Lima, extranjero, en 1956". Las pocas
cartas que restaron, escritas en español, muestran que la renuencia
respecto al idioma llega al odio: él destruye el español.
Pero el odio es la contracara del amor, porque sólo el amor
explica ese espléndico, único libro que legó
en su lengua materna, La tortuga ecuestre (por lo demás,
también dictado por el amor a un hombre, ese Antonio de sus
años en México). Una experiencia así, que se
quiso y fue "extranjera", pierde al ser sometida a un relevamiento
de aportes o influencias. Es una discusión que tengo con cierta
crítica, sobre todo en Uruguay. La crítica uruguaya
tiene esa obsesión, crear paralelos, establecer influencias
recibidas o ejercidas, todo demasiado rápido, encontrar "generaciones"
a cualquier precio y como quien aplica una receta. Pero se olvida
de que lo que el lector de poesía quiere es lo inmanente, lo
irrepetible, no en el contexto de una generación, a veces ni
siquiera en el contexto histórico, sino en el idioma.
Cierta
vez me dijiste que tus lecturas surrealistas fueron siempre europeas.
En la misma ocasión observaste que "el surrealismo no
podía tener un terreno fértil en el sempiterno positivismo
uruguayo". Pero hay poetas como Juan Cunha, Alfredo Mario Ferreiro,
y aun una poeta como Marosa di Giorgio paga algún tributo al
Surrealismo.
Es así. Son
características locales, como se dice que el simbolismo no
prosperó en el Brasil, y un lector uruguayo, por ejemplo, aprecia
claramente la verdad de esa afirmación. El Surrealismo no prosperó
en Uruguay. Hablé de positivismo en un sentido muy vasto, pero
podría haber hablado de racionalismo o aun de aquel intuicionismo
a lo Bergson, que influyó en los poetas de los '20 (Emilio
Oribe, por ejemplo). En cuanto a Ferreiro, un poeta que aparece en
los '20, ávido de vanguardias, es un "futurista"
("el único futurista que conocí", decía
Borges), pero no es propiamente surrealista. Cunha es gigantesco y
parece más una literatura que un autor. De hecho, si querés
encontrar en él una vena surrealista, con seguridad la encontrarás,
como encontrarás motivos cotidianos en un lenguaje coloquial,
o una estética de estirpe barroca, todo en una forma que puede
ir del soneto al verso libre. Marosa no, ella escribe una única
literatura, instalada de hecho en una "sub-realidad" de
pulsiones poderosas como la infancia. Se aproxima, claro, al surrealismo.
Pero hacer hoy -y en "hoy" incluyo la vasta, permisiva lectura
posmoderna-, en Uruguay, un relevamiento de obras que de un modo u
otro pueden adherir a ciertas actitudes surrealistas me parece una
empresa vana, incluso porque el resultado será avaro. Hacer
un "Museo del Inconsciente", supraliterario, tal vez rindiese
más frutos.
Dentro
de esa generación de Alfredo Mario Ferreiro, ¿cómo se
podría situar la contribución estética de poetas
como Emilio Oribe, Ildefonso Pereda Valdés, Parra del Riego,
Casaravilla Lemos? Te lo pregunto esperando un comentario acerca de
esos poetas en relación a sus pares de otros países
para que no perdamos ese cotejo entre poéticas.
Es difícil
ver una "generación" entre ellos, pero entiendo que
querés verlos como un grupo de poetas que se aproxima a la
llamada generación del Centenario, gente que produce entre
los '20 y los '30. Se trata de un momento asimétrico en las
diacronías literarias uruguaya y brasileña. El Brasil
está en esos años totalmente volcado hacia las vanguardias
"modernistas", de una temperatura, y aun de una virulencia
que sólo se explican por la larga sobrevivencia del parnasianismo,
que ocupó aquí el espacio de una estética "oficial"
y autoritaria. No quiero decir que la literatura brasileña
no hubiera conocido el Modernismo continental, el de la reacción,
síntesis y superación de las estéticas finiseculares.
Basta recordar a Euclides da Cunha, a Lima Barreto, o aun a Monteiro
Lobato para percibirlo con claridad. La crítica local los llama
"Premodernistas" por mero prurito semántico, o por
convención, atendiendo al "modernismo" de los '20.
Son excelentes Modernistas latinoamericanos. Pero el realismo y el
parnasianismo constituyeron en Brasil una especie de alianza con el
poder -y hablo incluso del poder político, no sólo del
académico-, suerte de "signo" republicano y nacional.
El Uruguay tuvo más que espléndidos simbolistas, tuvo
aquel brillante grupo Modernista, Rodó, Julio Herrera y Reissig,
Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, una modernidad
que garantizó las experiencias de la generación siguiente
sin traumatismo alguno (incluso los juegos futuristas de Ferreiro,
o antes, una sensibilidad nueva fernte a la máquina, el fútbol,
los automóviles de Parra del Riego). Iré más
lejos. Si se consideran las "audacias" del tema erótico,
los Modernistas uruguayos (Delmira, Roberto de las Carreras) las potenciaron
con una libertad que ya las generaciones de los '20 y '30 no tuvieron
(o no necesitaron mostrar). Por ejemplo, desde su primer libro, de
1918, Juana de Ibarbourou inscribió en su propio nombre (ese
"de", que en Uruguay significa "casada con") el
límite preciso para la lectura de su poesía erótica.
Era "la señora de" (e Ibarbourou era un militar).
Ya Delmira escribió su literatura exacerbadamente erótica
y se divorció pocos meses después de su casamiento.
Continuó encontrando a su hombre en hoteles hasta que éste
la asesinó y se suicidó una noche de 1914. Después
de la obra, y en cierto sentido después de ese fin trágico
de la biografía de Delmira, las audacias temáticas en
el terreno erótico ya no hubieran podido movilizar demasiado
a los lectores. (Por lo demás, es interesante señalar
que si en todos los lugares las mujeres accedieron a la palabra a
través de la poesía, la "puerta grande" de
la literatura, en Uruguay ellas no sólo no se intimidaron frente
al tema erótico sino que lo profundizaron, creando un espacio
social y estético que hoy parece casi inopinado). En Brasil
la situación era otra, de ahí la actitud desafiante,
siempre lista a épater les bourgeois de un Oswald de
Andrade, por ejemplo. No es casualidad que ninguno de los poetas que
mencionás (y podrías agregar al refinado Vicente Basso
Maglio) tuvo la trascendencia, para no hablar de verdadera veneración,
que hasta hoy los lectores uruguayos conceden a los Modernistas. Y
en cierto sentido es injusto: una obra como la de Oribe, por dar un
ejemplo, debería tener lectores más receptivos. Ya Ferreiro,
que fue un poeta menor, sí es recuperado por las generaciones
jóvenes. La última en hacerlo fue el llamado grupo de
UNO, en los '80, para quien Ferreiro resultó icónico,
menos por su real aporte estético, y más por su vanguardismo
(que contenía, en mi opinión, demasiado voluntarismo).
Conversando
con Circe Maia, ella me hizo observar que en la creación poética
no había "dualismo entre lo conceptual y lo formal".
Claro que tal defensa no elimina los excesos. Y me parece que uno
de los excesos cometidos actualmente se relaciona con el denominado
neobarroco. Con su astucia impecable, Marosa di Giorgio se refiere
al barroco, esa presencia constante en la poesía hispanoamericana,
como algo que "se cimbrea y se yergue con sus ardides, entrecruzamientos
gemelares, alucinantes". ¿Qué piensas de esto? ¿Y cómo
interfiere en tu poética esa cristalización del barroco?
El neobarroco no interfiere,
por lo que percibo, en mi poética. Incluso me parece que sólo
supe del movimiento neobarroco en los últimos años '80,
cuando Néstor Perlongher todavía vivía, y en
todo caso, no me sorprendió porque, como decís, el barroco
es una "presencia constante" en la poesía del continente
(y no sólo en español: las Galaxias de Haroldo
de Campos cristalizan esa línea barroca). Admiro la poesía
de algunos neobarrocos, me gustan realmente muchas zonas de la obra
de Robeto Echavarren, por ejemplo, y no veo que ciertas crispaciones
o ciertas potenciaciones en la parcela de libertad del significante
oscurezcan el significado, una dicotomía que, naturalmente,
no existe. Lo que sí existe es el trabajo de los verdaderos
poetas, y el de los otros, y esto vale para cualquier experiencia
estética. Mi poesía no dialoga con el neobarroco, tal
vez debido a esa "vertiente trágica" que Bravo menciona,
su naturaleza elegíaca o irónica. Pero una región
de mi obra se inscribe en una tradición gay que, de
un modo diferente, también existe en el neobarroco (Sarduy
caracterizaba la estética neobarroca como kitsch, camp
y gay). Es lo que tal vez justifique ese sentimiento del que
hablo, de admiración, o de gusto real por la lectura de algunos
de esos poetas. El crítico Uruguay Cortazzo resume bien ese
lado gay del neobarroco. Lo cito: "...la revuelta homosexual
(es) en gran parte un ataque a esta trascendencia que la niega
en su especificidad, en su inmanencia y (...) su cultura (es)
de una provocante superficialidad: una irrisión de roles
y actitudes, una pérdida de seriedad, una revolución
carnavalesca que altera el orden de la razón social, una disolución
en un ritual gratuito de máscaras y aparencias. En el neobarroco
esto se traduce como un ataque a la razón poética patriarcalista.
Al minimizar el significado y reduicirlo a puro significante, se está
justamente invirtiendo el sistema: la carne lingüística
no está al servicio de un concepto superior: la razón
está en el propio cuerpo, en la piel fónica".
Insisto en que no veo en esa corriente una "reducción"
al puro significante (un significante "puro" no existe,
más bien es siempre la puerta de entrada de un laberinto),
pero pienso que Cortazzo expresa bien las relaciones entre los neobarrocos
y cierta tradición gay. Son poetas que no dicotomizan
el concepto y la forma, sintetizan más bien las máscaras
superpuestas, lúdicas, infinitas como el idioma.
El
reconocimiento de un autor casi nunca está vinculado a su real
importancia. Sin embargo, podemos pensar que gran parte de la dificultad
de conocimiento, por parte del mundo como un todo, de lo que se escribe
en la América Hispánica se deba a una carencia de reconocimiento
propio, lo que resulta en una continuada victoria de la colonización
europea. ¿Cómo ves este asunto?
Vos hablás
del colonialismo "internalizado", la colonización
estética, la del alma. Pensás tal vez en el caso de
autores latinoamericanos como Borges que sólo llegó
a los lectores brasileños cuando fue reconocido, "autorizado"
diríamos, en un lugar hegemónico (en el caso, Francia).
Sí, eso existe. Pero lo que me interesa es la contracara de
ese fenómeno. Con la globalización se produjo el efecto
paradójico de re-prestigiar lo autóctono, lo local,
las voces que la hegemonía no "reconoce", los grupos
minoritarios, la provincia periférica. Es posible que todo
esto borre los límites precisos entre periferias y hegemonías,
pero en principio yo escribo para un público uruguayo, lo que,
para una mirada internacional, continental, me hace un poeta provinciano.
Es un hecho, y no me desanima en absoluto, te diría más
bien que me constituye como escritor. En mi caso, pretender escribir
para un público de un lugar hegemónico (pero virtual)
significaría neutralizar mi escritura. Concuerdo contigo en
esto: muchas veces el "reconocimiento" de un autor es curiosamente
extraliterario. Interfieren de hecho circunstancias políticas,
históricas en general, o biográficas, a veces meramente
mediáticas o la simple capacidad de promoción de la
propia obra. Naturalmente, uno busca difundir sus libros, todos escribimos
para ser leídos. Personalmente percibo un reconocimiento, lectores
que me escriben, jóvenes, gente que asiste a las lecturas públicas
que hago en Montevideo, entrevistas en los medios donde de algún
modo uno dialoga con los lectores. Pero todo esto ocurre en un nivel
muy modesto (y en mi caso, insisto, provinciano). En plena sociedad
del espectáculo, la obra de un poeta, y la lectura, son actividades
antiespectaculares, para decir lo mínimo. En Montevideo las
ediciones de poesía no sobrepasan los 500 ejemplares, a veces
incluso menos. También en esto nuestro trabajo es artesanal.
En plena globalización, y si considerás que Buenos Aires,
por ejemplo, es un lugar periférico con respecto a los centros
hegemónicos (ciertamente abstractos), yo, en Montevideo, publico
en la periferia de la periferia. Y teniendo en cuenta que escribo
en Brasil, que es totalmente periférico con respecto a la escritura
en lengua española, escribo en la periferia de la periferia
de la periferia. Pero esto es justamente lo que permite la libertad
y la originalidad de un discurso. El reconocimiento de mi obra no
va más allá del nivel local -que por cierto no es el
Brasil, donde nadie me conoce-, hablo del Uruguay, para cuyo público
en principio escribo. Es interesante que últimamente han aparecido
algunos profesores de la academia norteamericana para entrevistarme,
lo que al comienzo me dejaba medio perplejo, y naturalmente agradezco
el reconocimiento implícito. Sólo temo que la hegemónica
academia americana acabe funcionando como un enorme archivo, virtual
probablemente, como aquel de las "cartas muertas" de Bartleby,
el personaje de Melville. Y yo, en mi periferia, escribo para la vida.
Tu
residencia en Brasil ya permite una lectura crítica de su realidad.
En una conversación que tuve con Roberto Piva, hace años,
me habló sobre el rechazo al riesgo en lo relativo a la poesía,
lo que puede valer para la creación artística en general.
Hace décadas que estamos en algo así como el ombligo
de un ciclo de inmovilidad. De la poética a la política
el mundo se convirtió en un conjunto de sucursales. Todas las
democracias son un fraude porque están pautadas por una política
de mercado que no se expone a los riesgos. ¿La poesía brasileña
tendría un vínculo inmediato con ese vicio? Y siempre
se les pregunta a los poetas: ¿cómo se sale de ese impassse?
Yo no sé cómo
se sale del impasse, pero éste es un hecho, y es doblemente
lamentable en una literatura tan rica como la brasileña. La
idea de rechazo al riesgo, como propone Piva, podría sugerir
una salida voluntarista, lo que en la práctica no parece viable.
Hasta hoy, y desde los '70, desde la propia generación mimeógrafo,
o marginal, el pecado mortal de los poetas brasileños
proviene de su exceso de "buena educación", su incapacidad
de cometer el parricidio generacional que los colocaría contra
el abismo, su obediencia, yo diría familiar, a un canon nunca
contestado, de ese verde-amarillo nacional demasiado desleído.
Naturalmente, hablo en términos generales, afortunadamente
hay voces que se constituyeron sobre su propia autonomía (y
justamente Piva es una de esas voces, como lo fue también Ana
Cristina Cesar, y otros poetas que no son ni se quieren "canónicos",
por más que se integren a una tradición). Pero, con
excepción de esos poetas aislados, que nunca conformaron un
grupo o una generación, el panorama es desalentador. Si consideramos
la producción poética de un período, digamos
un año, o dos, encontraremos una especie de enorme, repetido
recetario: obras que reúnen 40% de Cabral, 15% de Drummond,
tanto por ciento de Bandeira, etc. Las recetas pueden variar: el menú
será vasto, pero monótono. Ciertamente, siempre y en
cualquier literatura, hay una parte constituida por una inevitable
inercia diacrónica, pero el caso brasileño parece aumentar
la soledad de esos poetas que, repito, sin el contexto de una generación,
osan dar el salto al abismo, peligroso, claro, que puede acabar en
vuelo o en catástrofe (pero hay vuelos mortales que modifican
una literatura). Hablé de "pecado mortal". Alguien
podría pensar en un "pecado original", que advendría
de cierto formalismo parnasiano, especie de sino nacional, pero no
creo que sea correcto. Si fuera así, habría necesariamente
un espacio dialéctico en la propia divergencia, en la antítesis,
un "espacio cultural", como se denomina hoy a troche y moche
cualquier local, y que podría llamarse "Espacio Cultural
Murilo Mendes". Y ese espacio sólo existe en algunas voces
individuales poco atendidas por un público habituado a la mera
reseña periodística, a una crítica académica
entretenida con sus propios gadgets hegemónicos
y a un esquema de mass media que sólo metaboliza productos
culturales "obedientes". Naturalmente el "pecado"
no es únicamente brasileño: estamos hablando de una
crisis de la poesía y de la crítica que, hoy por hoy,
como crisis, ya tiene toda una historia. Digamos que se trata
de la versión nacional de esa crisis, marcada aquí por
los efectos de esa trilogía que vos mencionás en un
texto tuyo: la Semana de Arte Moderno, en los '20, la Tropicalia y
el Concretismo. Yo lo resumiría todo en las reglas establecidas
por una industria cultural que obviamente elige la poesía que
le interesa y que se complace en la propia inercia. No sé cómo
se sale del laberinto, pero a mí, como lector, me resta seguir
el discurso solitario de esos poetas osados, fantasmales.
Toco
una mesa. Se llama mesa. Le toco el cuerpo a alguien. Es realmente
suyo. Parte de nuestra vida parece muy real. Sin embargo convivimos
con un falseamiento constante de la realidad. La falsificación
de una obra de arte define su existencia. ¿Dónde se esconde
la realidad?
En las fisuras de
la mímesis. Acordate de los mercaderes fenicios. Falsificaban
antigüedades. Las antigüedades falsificadas por los fenicios
son obras de arte: la fractura del tiempo.
POEMAS DE ALFREDO
FRESSIA
LA ÚLTIMA
CENA
Uno de estos días
se me escapaban cuervos
de los bolsillos
y un huevo en el alma
como un malentendido,
como el alma,
me obstruía
el esófago. Victimario
de los cuervos, antes
huevo, y alma,
ellos me anulaban
como a un muerto.
Escribo la sombra
del alma en el esófago.
Soy traidor, como
un viaje fabuloso
alrededor del cuervo,
del huevo o de la
muerte.
Soy un malentendido
amenazante
y en peligro, un espantajo,
inútil como
un huevo, después cuervo
o la poesía.
LOS EMIGRADOS
Mandamos
decir:
No pasa nuestra historia
por la húmeda
Galicia de las madres
ni conoce el padre
su Lombardía
alcohólica. Los días
se habían exiliado
en su orden de partida
y nunca fueron nuestras
las líneas de las manos.
La bahía en
que la madre pobre nos nació
de cara al mar para
mejor aprender el abandono
nos sube todavía
hasta los ojos y el pasado
tramaba desde siempre
la futura
geografía del
polvo sin idioma.
Tampoco se arrepienten
las cifras del dolor
ni es nuestro el inverso
correo de las sombras
veladas en las fotos
que nos borran
la cara del planeta.
TARJETA POSTAL
Vista nocturna del
centro
de Montevideo, no
reconozco el aire
violeta de las calles,
pero una dura
amatista de memoria,
y presa
resistente de los
días.
No moriré en
Montevideo,
pero las manos me
enseñan el camino
al trompo quieto que
giraba con el mundo
(la vista nocturna
del tiempo de mi infancia)
Pero las fotos declaradas
y la fe
amarilla en los cajones,
irreconocible
vista nocturna encima
de mi cama, inverso
el mundo, en otro
idioma, un trompo
de mentiras: los ojos
siguen presos a la dura
memoria de otros días.
NADA, LA VIDA
I
Había un lugar,
yo conocía
un lugar, había,
era infinito,
era un lugar, era
un lugar
sin destierro, era
un lugar, yo
conocía un
lugar, era infinito,
era un lugar, había
un lugar, era infinito,
sin destierro, un
lugar.
II
Es infinito, es hoy,
es indecible,
obsceno, es hoy, no
es nada,
se va, es indecible,
se va,
no es nada, es hoy,
es infinito,
es lugar, es destierro,
es
hoy, no es nada, es
un lugar,
un destierro, nada.
III
Será un destierro,
conocerá
el destierro, verá,
no verá nada,
sin memoria, será
el destierro,
conocerá, no
verá nada,
será el destierro,
el nada,
el sin lugar, verá,
conocerá
el destierro, sin
memoria, el nada.
IV
Es obsceno el lugar,
es
el sin nada, la memoria
indecible, el destierro
infinito, el lugar
del destierro, la
memoria
sin nada, sin lugar,
el destierro, el obsceno,
la memoria
sin nombre, sin lugar,
sin nada.
V
Yo, qué digo
yo, qué
yo sin más
lugar, qué
nada, no veo qué
memoria, cuál,
qué
obsceno, hoy, qué
falta, este ausente,
qué
infinito, no se ve,
qué
lugar, no se ve, qué
tierra, dos metros,
qué
destierro, qué
nada, poca cosa, nada.
VI
El que no dice nada,
el en silencio,
el él que se
calla, el
él que ni muerte,
el solo,
el qué que
solo,
el sin lugar, sin
tierra,
el en silencio, amarillo,
el qué que
de la foto, polvo,
nada.
Si desea comunicarse con Floriano
Martins, puede hacerlo a: floriano@secrel.com.br
Versión
en Portugués (Brasil)
NAS FISSURAS DA MÍMESIS
UMA ENTREVISTA COM
ALFREDO FRESSIA
Conduzida por Floriano
Martins.
Uruguaio
de nascimento, desde 1976 resides no Brasil. A inevitável pergunta
nos leva a saber os motivos de teu exílio. Antes já
havias publicado Un esqueleto azul y otra agonía (1973). Como
se deu tua entrada em um mundo tão ardiloso quanto o nosso?
Não sou só
uruguaio "de nascimento", sou mesmo uruguaiíssimo.
Ser uruguaio não é para mim um adjetivo, é algo
substantivo, e intrinsecamente paradoxal porque todos os uruguaios
nascemos um pouco exilados naquele pequeno enclave que os ingleses
inventaram entre a Argentina e o Brasil. Naquele território
raso, frío, batido pelo oceano e pelo "rio como mar"
do estuário do Prata, uma população de gauchos
e de imigrantes europeus viu-se de repente às voltas com a
criação de um estado, um ordenamento jurídico,
etc, e só depois conseguiu criar uma nação. A
viabilidade dessa nação discute-se até hoje,
ao ponto que uma definição, cruel, do meu país,
diz que é "uma província argentina em território
brasileiro", e certo graffiti nas ruas de Montevidéu,
colhido por intelectuais que vêm trabalhando este tema, diz
que "Uns nascem com sorte, outros nascem no Uruguai".
Não quero dizer que hoje a nação não exista,
mas certa idéia de exílio faz parte justamente da identidade,
do perfil nacional. É como se fosse normal que frente a cada
nova crise a população tenha de se exilar, quer nos
países europeus "de origem", quer no resto da América
Latina. Emigra-se como se fosse um destino, uma sina. Meu país
vive e viveu quase sempre assombrado por certo suicídio social,
unânime. No meu caso, meu exílio aconteceu em 1976, mas
talvez tenha ocorrido antes, ou ocorresse desde sempre. O conjuntural
foi naturalmente a ditadura, aqueles anos terríveis. Eu tinha
publicado meu primeiro poemário, que obteve um prêmio
do MEC, já era professor formado de Literatura e de Francês,
mas "ousava" coisas como visitar sistematicamente um preso
político, Nelson Marra, que era meu amigo, aliás, o
único escritor uruguaio que a ditadura condenou por motivos
estritamente literários (a publicação de um conto
em "Marcha", a revista semanal) e não explicitamente
por uma possível militância. De modo que me excluiram
do quadro docente e tive de ir-me embora. Mais uma vez a sina, o destino.
E o exílio foi no Brasil, talvez também por um destino
(esse que Murilo Mendes menciona no poema "O Uruguai" de
Poliedro) ou mais simplesmente porque era um país que
eu conhecia, onde tinha amigos, cuja literatura eu estava começando
a conhecer. Minha geração tinha trocado a viagem à
Europa pela viagem no Continente, e eu não fui uma exceção
na road latino-americana. Em 1972 viajei pela Argentina, Bolívia,
Peru, a selva colombiana, em tempos em que não existia nem
guerrilha nem narcotráfico (aliás, não existia
nada, para um estrangeiro aquilo era um não-lugar) e entrei
no Brasil pelo rio Solimões, cheguei até Belém,
fui descendo depois até Montevidéu, com peripécias
no mínimo instigantes. Depois eu viajava muito a Rio Grande,
onde tinha meus amigos, que moraram duas décadas em Montevidéu,
lia poesia brasileira desordenadamente. No fim fiquei em São
Paulo porque foi aqui onde os franceses me propuseram um trabalho
que hoje me parece quase alegórico: criar uma biblioteca. Agora,
me perguntas como entrei nos ardis brasileiros, e eu penso
na cordialidade e na outra face dela, a exclusão que
vem depois da cordialidade, segundo diria Sérgio Buarque. A
percepção disso aconteceu muito aos poucos, quase como
indícios quotidianos, e codificar essa percepção
se tornou para mim uma espécie de manual de sobrevivência.
E em todo caso, nunca me tornei "brasileiro", apesar da
minha dupla nacionalidade. Difundo literatura brasileira no meu trabalho
como correspondente, conheço razoavelmente (tudo que eu posso)
e amo mesmo o Brasil, ou um certo Brasil que é o meu, como
a gente ama a casa onde mora, tenho uma vida aqui, mas conservei sempre
a teimosia fundacional, pleonástica, de ser um "uruguaio
exilado". Ao mesmo tempo que não me imagino morando fora
do Brasil, publiquei um único livro aqui (Destino: Rua Aurora,
1986), em São Paulo e em português. Serei sempre o homem
da luneta apontada ao sul, uruguaio, impossível.
No
prólogo a teu Cuarenta poemas (1989), Luis Bravo refere-se
a uma vertente trágica de tua poesia. Creio que tal visão
se dá a partir de um radicalismo existencial que dialoga com
suas possibilidades formais. De onde vens, de que vida, de que leituras?
Venho de uma família
proletária que acreditava no estudo como modo de ascensão
social. Se eu pude estudar letras foi porque trabalhava, pagava meus
estudos, senão isso teria sido uma futilidade inconcebível.
Era gente de um instinto prático feroz, herdado de suas próprias
histórias de imigração. Meu pai ainda tinha certo
gosto pela poesia "gauchesca" que gostava de recitar, mas
era alcoólatra, e era terrível com seus filhos, principalmente
comigo. Me acostumei desde cedo a lidar com o irracional, o imprevisível,
com o medo, com as frustrações. Aprendi na infância
o que é viver acuado, e depois o país também
degringolava enquanto eu crescia. Pertenço a uma geração
que viu seus ideais perseguidos e derrotados. É possível
que essa ironia que a crítica vê ultimamente nos
meus textos seja simplesmente isso, a mescla da elegia com a indignação.
Me deixa abismado -ou talvez seja inveja- quando um poeta como Jorge
Guillén diz que "o mundo está bem feito".
Para mim ele estava tão mal feito que precisava da literatura
como tábua de salvação. Huizinga falava da arte
como nostalgia de uma vida mais bela e isso eu o vivia na infância,
e era também a arte como um refúgio. Na casa dos meus
pais não havia livros, excepto um, que tinha caído lá
em algum descaminho, extraviado como um meteorito. Era uma história,
com antologia, da literatura espanhola destinada a normalistas argentinas.
Eu não me separava dele, lia, escandia versos, decorava. Aos
10, 11 anos eu recitava para mim mesmo sonetos de Lope de Vega, coplas
de Manrique, monólogos de Segismundo em "La vida es sueño"
de Calderón... Só mesmo a arte para suportar a prisão,
a Torre, e talvez, para explicar um destino humano. Depois, desde
a adolescência, me encaminhei em leituras desordenadas, caóticas
até, mas onde predominavam os românticos. O mundo a meu
redor era irracional, imprevisível, e a palavra era minha única
certeza. Por isso estudava línguas (francês, devido a
uma bolsa providencial, o que ademais me abriu um universo novo) com
uma paixão que devia resultar incompreensível, e que
eu mesmo só entendi muito depois, quando soube que não
há lugar para ingenuidades na formação de um
poeta.
Em
entrevista que fez Edgar O'Hara a Américo Ferrari, ao se referir
a projeto poético, diz este que se trata de algo "de certa
forma inconsciente, e que seguramente o leitor o descobre bem mais
que o autor". Até que ponto podemos falar de prefiguração
de um projeto poético em teus livros?
Concordo totalmente
com Ferrari. Se há um projeto, ele é inconsciente, desconhecido
pelo autor. Num sentido psicanalítico, é possível
que o chamado "insconsciente" saiba qual é o terreno
que deve pisar a palavra poética e, o que é mais misterioso,
o porquê. Mas não acredito que o poeta deva obedecer
cegamente a um projeto. Foi o erro das vanguardas quase periódicas
que atravessam a "alta modernidade" de que fala Leyla Perrone,
essa obediência a um Manifesto, a transposição
ao terreno da arte das utopias sociais, aliás totalitárias,
que grassaram no século XX. Por outro lado, eu acredito na
inspiração, numa espécie de elevação
da temperatura corporal para que uma voz, que sem dúvida habita
no poeta, se organize num discurso que eu contemplo num primeiro momento
como leitor, como o primeiro crítico do poema. Isto é,
a criação supõe um jogo duplo (como o par poeta-Musa):
há um "clique" e é preciso que na hora de
criar eu me entregue a ele naquela suspensão voluntária
da descrença que Coleridge pedia ao leitor ("the willing
suspension of disbelief") e ao mesmo tempo, eu preciso exercer
com lucidez, ou com a lucidez de que for capaz, o que se poderia chamar
"a suspensão da suspensão da descrença",
ter um olhar crítico, fazer uma espécie de faxina na
irrupção do "clique". Em todo caso, eu fico
perplexo diante das Filosofias da Composição, e não
só a do Poe, também me acontece com o gigante João
Cabral, essa ordem na construção do poema, onde cada
palavra é "um tijolo" (a imagem, tão construtivista,
é de Cabral). Porque eu me fascino é com esses "tijolos"
que vêm à consciência sem que possa saber como
nem de onde. Podem-se organizar com maior ou menor perícia,
não excluem jamais a vigilância autoral, mas constituem
o material sagrado da poesia. Nessas condições, falar
de "projeto" só tem sentido se for après
coup, depois da obra realizada. Fica muito claro quando a gente
olha para atrás e percebe justamente "etapas" na
construção de uma obra, um olhar finalista. Aí
sim se percebe a unidade profunda (ou não) de uma produção,
uma percepção que pode incluir as precárias garantias
da primeira pessoa, que naturalmente não são de natureza
estética. A poesia (e falo da poesia "moderna") não
faz autobiografia, sem dúvida, mas o olhar que eu posso ter
sobre minha obra incorpora uma parcela autobiográfica, irremediável.
Em
Frontera móvil (1997), há uma passagem em que declaras:
"Sei muito pouco da vida e, se escrevo, já disse, é
porque estou cansado". Trata-se de uma frase de efeito ou acaso
a poesia não passa de um galpão onde aglomeramos os
deserdados da aurora, uma espécie de sala extra da Legião
da Boa Vontade que abriga o estrato mais indócil e incapaz
de espécie humana?
Dita asssim, sem contexto,
a frase parece "de efeito" porque, sem dúvida, não
se escreve só por cansaço. Eu estou convencido que o
que leva o poeta a escrever é uma espécie de desajuste,
de desacordo, no sentido de rebeldia também, mas sobre tudo
na incapacidade de se adaptar, de se adequar. Adequar-se a quê?
A tudo. Às coisas, ao mundo, à ordem, que sempre parece
imposta, sempre é dos outros. Acredito que há uma espécie
de silêncio que se interpõe entre o poeta e o que está
fora, e esse silêncio se preenche com a escritura, essa "escritura
conquistada" que menciona o título do teu livro. É
nesse sentido que eu digo que há uma grande solidão
nos poetas, como um segredo, inconfessável. E sem ela, não
há escritura. Não estou falando de uma solidão
biográfica, de necessariamente viver só ou de fugir
dos outros, nada disso. Ela é intrínseca, celular. Acho
até que a própria psicanálise, habitualmente
tão perspicaz, a desconhece.
Se
pensarmos na grande influência de Rubén Darío
e César Vallejo nos poetas espanhóis, talvez não
encontremos, em uma relação inversa, algo com igual
dimensão. Quais as tuas afinidades com poetas espanhóis?
Seria correto afirmar que, em um sentido poético, a Espanha
sempre teve mais a aprender de que a ofertar?
Num sentido estético
geral (e só num sentido estético geral), não
penso que seja útil dicotomizar a poesia em dois grupos, Espanha-América,
ou Metrópole-Colonias, etc. De fato, o mundo que o oceano separa,
a língua une, e um olhar sincrônico, menos historizado,
pode ser mais rico, mais produtivo, principalmente para os poetas.
Esse tipo de dualidades importa, sem dúvida alguma, para o
olhar diacrônico, histórico, periodizador. E também
numa hora você vai acabar no velho problema da noção
de "Hispano-América" e sua tão discutível
unidade (um problema que também se coloca para os espanhóis
de países peninsulares sempre instigados pela sua própia
identidade). O fato consumado é que a poesia em língua
espanhola cruzou Darío, ou Vallejo, ou a geração
de 27, ou o Barroco (esse mar sempre recomeçado). O cruzamento
é o que interessa ao idioma que o poeta trabalha. Pessoalmente,
não saberia detectar o grau de incidência que pode ter
sobre minha poesia este ou aquele autor, dizer "isto é
Vallejo", "isto é Cernuda" (que eu gosto muito,
mas menciono só para dar um exemplo). Para mim é impossível.
Cada poeta reinaugura um idioma que contém em si a obra dos
que o precederam, às vezes até sem que o poeta conheça
esses autores porque a obra deles já se incorporou à
língua, como o mesmo verso endecassilábico. Eu posso
freqüentar mais ou menos um poeta, ou certos poetas, ou ao contrário,
não apreciar alguns que são contudo "canônicos",
ou meramente prestigiosos (por exemplo, pessoalmente não me
interesso pela poesia do Lorca nem pela de Borges, por dar dois exemplos
geralmente revisitados), mas a língua que trabalho está,
eu queira ou não, imbuída dessas obras, até quando
eu desconheço esses poetas. Minha afinidade não é
tanto com este ou aquele poeta, é com meu idioma, esse sim
carregado de história e histórias. Mais complicado é
o cruzamento de idiomas, uma situação bastante anômala
(mas nem tão rara) que eu vivo, escrevendo no Brasil e em língua
espanhola. Ou viceversa: uma vez descobri uma palavra espanhola num
poema de Ferreira Gullar, "antorcha", e perguntei a ele
o que fazia aquela palavra aí. Ele disse que não percebera
quando a escreveu, no exílio em Buenos Aires, e que depois
decidiu deixá-la. Ouvi um depoimento de João Cabral,
que morou ao todo treze anos na Espanha, onde contava histórias
parecidas. No meu caso, minha residência no Brasil afeta minha
escrita em pelo menos três sentidos. O primeiro tem a ver com
a luta permanente contra a deterioração lingüística,
uma catástrofe duplamente ameaçadora para mim, que me
expresso permanentemente, e também sonho, em português
e em francês. Por mais que o espanhol seja como um tronco "lacaniano"
sobre o qual me construo, um idioma não freqüentado pode
se tornar alguma coisa como o baú empoeirado de certos porões,
um objeto sem uso mumificando-se na consciência como ocorre,
dizem, com os amores mortos. O esforço permanente para manter
esse material vivo transforma esse mesmo material, é como a
luz depois de descomposta por um cristal. E aqui estou entrando no
segundo aspecto das modificações que sofre a língua
de alguém que vive num território de outra fala latina.
Essa língua espanhola que quase não uso oralmente, e
muito menos na minha vida quotidiana, se transfigura num material
como que exclusivamente artístico. O espanhol é para
mim uma linguagem que chama a atenção sobre si mesma,
o que já se aproxima da função poética
de Jakobson. Poesia, eu praticamente só tenho escrito em espanhol,
que é meu território, onde encontro as palavras-chave
que às vezes desencadeiam o poema. Nesse sentido é quase
um privilégio dispor de uma língua só para a
criação, e de fato se trata de uma experiência
que me proporciona um grande prazer. Finalmente, viver (e escrever)
no Brasil significa também incorporar-se numa tradição
que contamina meu ser uruguaio, sempre exilado. O escritor é
um animal histórico, condicionado por uma tradição
e um meio. E se é quase aberrante imaginar um artista alheio
à história onde se insere, seria também mostruoso
que alguém, depois de décadas incorporado numa outra
história, e em certo sentido, na história de uma outra
literatura, não acabe por inserir-se nessa tradição.
Minha escrita teve de dialogar com a história e a literatura
locais. Isso se percebe claramente em Frontera móvil.
Por exemplo, certa tradição formalista que existe na
literatura brasileira, desde os parnasianos, ou antes, que atravessa
o século XX, é uma tradição que me instiga
e que não existe, não com esse peso, na literatura do
Prata. É um exemplo, mas há muitos jogos da sensibilidade
que são locais, e com os quais tive de dialogar, certas
referências, às vezes certas dicotomias que são
tipicamente brasileiras. E sou grato a isso que talvez deu um sopro
novo, quase "estilístico", a minha escrita.
Em
entrevista concedida a Eduardo Espina, o peruano Xavier Abril emite
algumas curiosas declarações a respeito de César
Moro ("Moro era um poeta menor que imitava os poemas de Breton")
e Emilio Adolfo Westphalen ("Tem boas imagens, porém é
formalmente frouxo"). Embora tuas afinidades com Moro sejam mais
de ordem biográfica, podemos aqui conversar um pouco sobre
essa relação entre surealismo de um lado e outro do
Atlântico. Se pensarmos em poetas em nosso continente que tenham
acrescentado algo aos postulados do Surrealismo, quais nomes terias
a mencionar?
Há poetas cuja
obra exige uma distância, um recuo temporal para ser devidamente
apreciada. Circunstâncias biográficas, às vezes
puramente históricas, ou políticas, às vezes
a personalidade do autor, muitos fatores podem alterar a boa leitura
de um poeta. É o que deve ter acontecido com Moro na leitura
de Abril, a quem conheci em Montevidéu e devo dizer que era
um crítico fino e generoso, ou com Westphalen, amigo pessoal
de Moro (e este não parece ter sido um homem de personalidade
"fácil"). Mais importante do que fazer um levantamento
do que a América Latina trouxe ao Surrealismo europeu seria
(sempre é) avaliar a imanência de cada obra. Moro, por
sua vida e por sua obra, constitui um caso ideal para a gente estudar
e evitar qualquer periodização. Eu o estou descobrindo
aos poucos, e devo o acesso a parte de sua poesia a um grande poeta
brasileiro, uma voz original, impetuosa às vezes, que em vários
sentidos destoa nessa monocórdica poesia atual do Brasil. Com
Moro nada parece acontecer por acaso. Pessoalmente tenho descoberto
algumas coincidêndias entre a vida de Moro e a minha, coincidências
que teriam algum interesse se não ocorresse que sua obra é
a de um gênio, e a minha não. O que me atrai na poesia
dele é menos o jogo de obediência e desobediência
ao Surrealismo francês, e mais a rebeldia que exibe perante
certos principios "canônicos" latino-americanos, a
começar pelo uso do francês como língua poética
nas décadas dos grandes nacionalismos continentais, o modo
de "ferir" certos versos, negar uma tradição,
como negou a masculinidade imposta, a língua espanhola imposta,
e até o próprio nome imposto (aniquilou aos 20 anos
esse Alfredo Quíspez Asín, que era seu nome). Como diz
Américo Ferrari, "Moro nasceu estrangeiro em Lima em 1903
e morreu em Lima, estrangeiro, em 1956". As poucas cartas que
ficaram, escritas em espanhol, mostram que a recusa pela língua
chega ao ódio: ele destrói o espanhol. Mas o ódio
é a outra face do amor, porque só o amor explica esse
esplêndido, único livro que legou na sua língua
materna, La tortuga ecuestre (aliás, também ditado
pelo amor por um homem, esse Antonio de seus anos no México).
Uma experiência assim, que se quis e foi "estrangeira",
perde ao ser submetida a um levantamento de dívidas ou influências.
É uma briga que eu tenho com certa crítica, sobre tudo
no Uruguai. A crítica uruguaia tem essa obsessão, criar
paralelos, estabelecer influencias recebidas e exercidas, achar "gerações"
a qualquer custo (um legado do Angel Rama?). Mas se esquece que o
que o leitor de poesia quer é o imanente, o irrepetível
não no contexto da geração, às vezes nem
sequer do histórico, mas no idioma.
Certa
vez me disseste que tuas leituras surrealistas sempre foram européias.
Na mesma ocasião observaste que "o Surrealismo não
poderia ter um terreno fértil no sempiterno positivismo uruguaio".
Mas lá atrás temos, por exemplo, o José Antonio
Ramos Sucre, que o Stefan Baciu situa como precursor do Surrealismo;
logo temos Juan Cunha, Alfredo Mario Ferreiro e mesmo uma poeta como
Marosa di Giorgio para algum tributo ao Surrealsimo.
Pois é. São
características locais, como se diz que o simbolismo não
prosperou no Brasil, e um leitor uruguaio, por exemplo, percebe claramente
a verdade dessa afirmação. O Surrealismo não
prosperou no Uruguai. Falei de positivismo num sentido muito vasto,
mas poderia ter falado de racionalismo ou até daquele intuicionismo
à la Bergson, que influenciou os poetas dos '20 (Emilio Oribe,
por exemplo). Quanto a Ferreiro, um poeta que aparece nos '20, ávido
de vanguardas, é um "futurista" ("o único
futurista que conheci", dizia Borges), mas não é
propriamente surrealista. Cunha é gigantesco e parece mais
uma literatura que um autor. De fato, se você quer encontrar
nele uma veia surrealista, com certeza a achará, como achará
os motivos quotidianos numa linguagem coloquial, ou uma estética
de estirpe barroca, tudo numa forma que pode ir do soneto ao verso
livre. Marosa não, ela escreve uma única literatura,
instalada de fato numa "sub-realidade" de pulsões
poderosas como a infância. Se aproxima, claro, do surrealismo.
Mas fazer hoje -e em "hoje" incluo a vasta, permissiva leitura
pós-moderna-, no Uruguai, um levantamento de obras que de um
modo ou outro podem aderir a certas atitudes surrealistas me parece
uma empresa vã, inclusive porque o resultado será tacanho.
Fazer um "Museu do Inconsciente", supra-literário,
talvez rendesse mais frutos.
Dentro
dessa geração do Alfredo Mario Ferreiro, como se poderia
situar a contribuição estética de poetas como
Emilio Oribe, Ildefonso Pereda Valdés, Parra del Riego, Casaravilla
Lemos? Faço esta pergunta, na verdade, esperando um comentário
teu acerca desses poetas em relação a seus pares em
outros países, para que não percamos esse cotejo entre
poéticas.
É difícil
ver entre eles uma geração, mas entendo que você
quer vê-los como um grupo etário que se aproxima da chamada
geração do Centenário, gente que produz entre
os '20 e os '30. Trata-se de um momento díspar nas diacronias
literárias uruguaia e brasileira. O Brasil está nesses
anos totalmente voltado para as vanguardas modernistas, de uma temperatura
ou mesmo de uma virulência que só se explica pela larga
sobrevivência do parnasianismo, que ocupou aqui o espaço
de um estética "oficial" e autoritária. Não
quero dizer que a estética brasileira não tivesse conhecido
o "modernismo", aquele hispano-americano, como reação
e como superação das estéticas do fim do século.
É só lembrar o Euclides, o Lima Barreto, mesmo o Monteiro
Lobato, para perceber isso com clareza. São chamados aqui "Pré-modernistas",
por mero prurido semântico, ou por convenção.
São excelentes "modernistas" latino-americanos. Mas
o realismo e o parnasianismo constituiram no Brasil uma espécie
de aliança com o poder -e falo incluso do poder político,
não só acadêmico-, sorte de "signo"
republicano e nacional. O Uruguai teve mais do que esplêndidos
simbolistas, teve aquele brilhante grupo "modernista", Rodó,
Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini, María Eugenia Vaz
Ferreira, uma modernidade que garantiu as experiências da geração
seguinte sem traumatismo algum (inclusive os jogos futuristas de Ferreiro,
e antes, uma sensibilidade nova frente à máquina, o
futebol, os automóveis de Parra del Riego). Irei mais longe.
Se se consideram as "audácias" do tema erótico,
os modernistas uruguaios (Delmira, por exemplo) as potencializaram
com uma liberdade que já as gerações dos '20
e '30 não tiveram (ou não precisaram ter). Desde seu
primeiro livro, de 1918, Juana de Ibarbourou inscreveu no seu próprio
nome (esse "de" que no Uruguai significa "casada com")
o limite preciso para a leitura de sua poesia erótica. Era
"a senhora de" (e o Ibarbourou era um militar). Já
Delmira escreveu sua literatura exacerbadamente erótica e divorciou-se
poucos meses depois do casamento. Continuou encontrando seu homem
em hotéis até que este a assassinou e se suicidou numa
noite de 1914. Depois da obra, e em certo sentido depois da biografia
de Delmira, as audácias temáticas no terreno erótico
já não poderiam mobilizar muito os leitores. (Aliás
é interessante frisar que se em todo lugar as mulheres acederam
à palavra através da poesia, a porta grande da literatura,
no Uruguai elas não se acanharam frente ao tema erótico
e foram além: aprofundaram-no, criando um espaço social
e estético que hoje parece quase inopinado). No Brasil a situação
era outra, daí a atitude desafiante, pronta a épater
les bourgeois do Oswald, por exemplo. Não é
um acaso que nenhum dos poetas que você menciona (e você
poderia acrescentar o requintado Vicente Basso Maglio) teve a transcendência
que até hoje os leitores uruguaios concedem aos "modernistas".
E é injusto: uma obra como a de Oribe, para dar um exemplo,
deveria ter leitores mais receptivos. Já Ferreiro, que foi
um poeta menor, ele sim é recuperado pelas gerações
jóvens. A última a fazê-lo foi o chamado grupo
de UNO, nos '80, para quem Ferreiro resultou icônico, menos
por sua estética, e mais por seu vanguardismo (que continha
muito voluntarismo).
Ao
conversar com Circe Maia, ela me observou que, na criação
poética, não havia "dualismo entre o conceitual
e o formal". Claro que tal defesa não elimina os excessos.
E me parece que um dos excessos cometidos atualmente se relaciona
com o denominado neobarroco. Com sua astúcia impecável,
Marosa di Giorgio refere-se ao barroco, essa presença constante
na poesia hispano-americana, como algo que "balança e
se ergue com seus ardis, entrecruzamentos geminados, alucinantes".
O que pensas a respeito? E como essa cristalização do
barroco interfere em tua poética?
O neobarroco não
interfere, no que eu percebo, na minha poética. Acho que só
tomei conhecimento do movimento neobarroco no últimos anos
'80, quando Perlongher ainda vivia, e em todo caso, não levei
surpresa porque, como você diz, o barroco é uma "presença
constante" na poesia do continente (e não só em
espanhol: as Galáxias do Haroldo de Campos cristalizam
essa linha barroca). Eu admiro a poesia de alguns neobarrocos, gosto
mesmo de muitas zonas da obra de Roberto Echavarren, por exemplo,
e não verifico que certas crispações ou certas
potencializações na parcela de liberdade do significante
obscureçam o significado, uma dicotomia que, naturalmente,
não existe. O que existe sim é o trabalho dos verdadeiros
poetas, e o dos outros, e isso vale para qualquer experiência
poética. Minha poesia não dialoga com o neobarroco,
talvez devido a essa "vertente trágica" que Bravo
menciona, sua natureza elegíaca ou irônica. Mas uma região
da minha obra se inscreve numa tradição gay que, de
um modo diferente também existe no neobarroco. (Sarduy caracteriza
a estética neobarroca como kitsch, camp e gay). É o
que talvez justifique esse sentimento de que falo, de admiração,
ou de gosto mesmo pela leitura de alguns desses poetas. O crítico
Uruguay Cortazzo resume bem esse lado gay do neobaroco. Traduzo: "...a
revolta homossexual [é] em grande parte um ataque a essa transcendência
que a nega na sua especificidade, na sua imanência, e sua cultura
é de uma provocante superficialidade: uma irrisão de
papéis sociais e atitudes, uma perda da seriedade, uma revolução
carnavalesca que altera a ordem da razão social, uma dissolução
num ritual gratuito de máscaras e aparências. No neobarroco
isto se traduz como um ataque contra a razão poética
patriarcalista. Ao minimizar o significado e reduzi-lo a puro significante,
se está justamente invertendo o sistema: a carne lingüística
não está a serviço de um conceito superior: a
razão está no próprio corpo, na pele fônica".
Insisto que eu não vejo nessa corrente uma "redução"
ao puro significante (um significante "puro" não
existe, ele é sempre a porta de entrada de um labirinto), mas
acho que Cortazzo foi fundo quando viu as relações entre
os neobarrocos e certa tradição gay. Eles não
dicotomizam o conceito e a forma, sintetizam mais as máscaras
superpostas, lúdicas, infinitas como o idioma.
O
reconhecimento de um autor quase nunca está ligado à
sua importância. Mas ainda podemos pensar que grande parte da
dificuldade de conhecimento, por parte do mundo como um todo, do que
se escreve na América Hispânica se deva a uma carência
de reconhecimento próprio, o que resulta uma continuada vitória
da colonização européia. Como lidas com esse
assunto?
Você fala do
colonialismo internalizado, a colonização estética,
a da alma. Pensa talvez no caso de autores latino-americanos como
Borges que só chegou aos leitores brasileiros quando foi "reconhecido",
autorizado, chancelado diríamos, num lugar hegemônico
(a França no caso). Sim, isso existe. Mas eu me interesso na
outra face desse fenômeno. Com a globalização
produziu-se o efeito paradoxal de represtigiar a autóctono,
o local, as vozes que a hegemonia não "reconhece",
os grupos minoritários, a província periférica.
Em princípio, eu escrevo para um público uruguaio, o
que, para um olhar internacional, continental, me torna um poeta provinciano.
É um fato, e não me desanima em absoluto, eu diria mais
que me constitui como escritor. No meu caso, pretender escrever para
um público de um lugar hegemônico (porém virtual)
seria neutralizar minha escritura. Concordo com você nisto:
muitas vezes o "reconhecimento" de um autor é curiosamente
extraliterário. Interferem de fato circunstâncias políticas,
históricas em geral, ou biográficas, às vezes
meramente mediáticas ou a capacidade de promoção
da própria obra. Naturalmente, a gente procura difundir seus
livros, todos escrevemos para sermos lidos. Pessoalmente eu percebo
um reconhecimento, leitores que me escrevem, jóvens, gente
que assiste às leituras públicas que tenho feito em
Montevidéu, entrevistas na mídia onde de algum modo
a gente dialoga com os leitores. Mas tudo isto ocorre num nível
muito modesto (e no meu caso, insisto, provinciano). Em plena sociedade
do espetáculo, a obra de um poeta, e a leitura, são
atividades anti-espetaculares, para dizer o mínimo. Em Montevidéu
as edições de poesia não ultrapassam os 500 exemplares,
às vezes as tiragens são até menores. Também
nisso nosso trabalho é artesanal. Em plena globalização,
e se você considera que Buenos Aires, por exemplo, é
um lugar periférico com relação aos centros hegemônicos,
eu publico na periferia da periferia. E levando em conta que escrevo
no Brasil, que é totalmente periférico com relação
à escrita em língua espanhola, eu escrevo na periferia
da periferia da periferia. Mas isso é justamente o que permite
a liberdade e a originalidade de um discurso. O reconhecimento da
minha obra não passa do nível local -que não
é o Brasil, onde ninguém me conhece, falo do Uruguai,
para cujo público escrevo. É interessante que ultimamente
têm aparecido alguns professores da academia norte-americana
para entrevistar-me, o que me deixava no começo meio perplexo,
e naturalmente agradeço o reconhecimento implícito.
Só temo que a hegemônica academia americana acabe funcionando
como um enorme arquivo, virtual provavelmente, como aquele das "cartas
mortas" de Bartleby, a personagem do Melville. E eu, na minha
periferia, escrevo para a vida.
Tua
residência no Brasil permite já uma leitura crítica
vivida de sua realidade. Em conversa que tive com Roberto Piva, anos
atrás, ele me falou acerca da rejeição ao risco
no que diz respeito à poesia, o que pode valer para a criação
artística de uma maneira geral. Há décadas que
estamos em uma espécie de um umbigo de um ciclo de imobilismo.
Da poética à política, o mundo se converteu em
franquias. Todas as democracias são uma fraude porque são
pautadas por uma política de mercado que não se expõe
a riscos. A poesia brasileira teria sua ligação imediata
com um vício de corte? E perguntam sempre aos poetas: como
resolver esse impasse? Primeiro transferimos responsabilidade, depois
não sabemos mais onde estamos. Quero te ouvir falar a este
respeito.
Eu não sei
como se sai do impasse, mas ele é um fato consumado, e é
duplamente lamentável numa literatura tão rica como
a brasileira. A idéia de rejeição ao risco, como
propõe Piva, poderia sugerir uma saída voluntarista,
o que na prática não parece viável. Até
hoje, e desde os '70, desde a mesma geração mimeógrafo,
ou marginal, o pecado mortal dos poetas brasileiros vem de
seu excesso de bom comportamento, sua incapacidade de cometer o parricídio
de gerações, que os colocaria contra o abismo, sua obediência,
eu diria familiar, a um cânone nunca contestado, de um verde-amarelo
desbotado. Naturalmente, estou falando em termos gerais, felizmente
há vozes que se construiram sobre a própria autonomia
(e justamente Piva é uma dessas vozes, como o foi também
Ana Cristina Cesar, e outros poetas que não são nem
se querem "canônicos", por mais que se integrem numa
tradição). Mas, com exceção desses poetas
isolados, que nunca conformaram um grupo ou geração,
o panorama é desalentador. Se pegarmos a produção
poética de um período, digamos um ano, ou dois, você
encontrará com certeza uma espécie de enorme, repetido
receituário: obras que reunem 40% de Cabral, 15% de Drummond,
tanto por cento de Bandeira, etc. Varie as receitas: o cardápio
será vasto, porém monótono. Certamente, sempre,
e em qualquer literatura, há uma parte constituída por
certa inevitável inércia diacrônica, mas o caso
brasileiro parece aumentar a solidão desses poetas que, repito,
sem o contexto de uma geração, ousam dar o salto ao
abismo, perigoso, claro, que pode acabar em vôo ou em catástrofe
(mas há vôos mortais que modificam uma literatura). Falei
em "pecado mortal". Alguém poderia pensar num "pecado
original", que adviria de um certo formalismo parnasiano, espécie
de sina nacional, mas não creio que seja correto. Se assim
fosse, haveria um espaço dialético na própria
divergência, um "espaço cultural", como esses
que sobejam hoje, e que poderia se chamar "Murilo Mendes".
E esse espaço existe só em algumas vozes individuais
pouco atendidas por um público habituado à mera resenha
jornalística, a uma crítica acadêmica entretida
em seus próprios gadgets hegemônicos e a um esquema
de mass midia que só metaboliza produtos culturais "obedientes".
Naturalmente o "pecado" não é só brasileiro,
molhado e tropical: estamos falando de uma crise da poesia e da crítica,
que a essa altura, como crise, já tem toda uma história.
Digamos que se trata da versão nacional dessa crise, marcada
aqui pelos efeitos dessa trilogia que você menciona num texto
seu, a Semana de Arte Moderna, a Tropicália e o Concretismo.
Eu resumiria tudo nas regras fixadas por uma indústria cultural
que obviamente escolhe a poesia que lhe interessa e que se compraz
na própria inércia. Não sei como se sai do labirinto,
mas a mim, como leitor, me resta seguir o discurso solitário
desses poetas ousados, fantasmais.
Pego
em uma mesa. Ela se chama mesa. No corpo de alguém. É
mesmo o dele. Parte de nossa vida parece bem real. No entanto, convivemos
com um falseamento constante da realidade. A falsificação
de uma obra de arte define sua existência. Onde se esconde a
realidade?
Nas fissuras da mímesis.
Lembre dos mercadores fenícios. Falsificavam antigüidades.
As antigüidades falsificadas pelos fenícios são
obras de arte, a fratura do tempo.
PRAGA INVADIDA
Bien
antes de 1968, en 1950, el poeta Zavis Kalandra
había sido condenado y muerto por traición
a la patria. Fue inútilmente rehabilitado en los
años 60. Su muerte es una larga metáfora del comienzo
de una invasión.
Escribir
sobre Praga, en mi circunstancia, es algo más
que escribir sobre una ciudad que amo y me duele.
Reconocí en Praga el miedo, las arbitrariedades,
la amenaza. Escribo sobre Praga y lo hago de memoria
-nuestro duro privilegio.
A.
F., 1983
I
¿Alguien oye el silencio
de Bohemia?
Los funámbulos
sordos del Castillo
bailan. Cantan los
mudos artesanos del barullo.
Los puntos cardinales
y el zodíaco
trocaron sus lugares.
Hay que olvidarse
de Kalandra.
Hay un complot de
flautas
en los huesos del
Cementerio Judío.
Kalandra ya está
muerto y peces ciegos
navegan el Vltava.
Digan,
¿alguien oye el silencio
de Bohemia?
II
Petr atravesó
el Puente del Primero de Mayo.
Petr atravesó
el vientre de la Ciudad Nueva
y atravesó
cada calle de la Parte Pequeña.
Petr atravesó
los días y las estaciones.
Petr fue asesinado
en un muelle del Vltava
(que no paró
su marcha de serpiente joven)
III
San Venceslao,
yo no te creo,
San Venceslao,
adónde estabas,
San Venceslao,
de largas mangas
(estaba borracho y
fue degollado)
IV
Intocada floresta
de Bohemia,
puedes morir
petrificada.
Aldabón de
la Muerte,
puedes tocar
de madrugada.
Puentes del Vltava,
pueden hundirse
en el vientre de Praga.
Los caballeros
del miedo
llegaron de madrugada,
ellos son los
Poderosos,
tienen las manos
heladas.
Las Cien Torres de
tinieblas,
pueden alzarse
contaminadas.
Una piedra es
el alma
de Praga,
una represa de
círculos concéntricos
el Vltava.
ALFREDO FRESSIA
alfress@originet.com.br
(Montevidéu,
1948)
Obra poética
Un esqueleto azul
y otra agonía. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo.
1973. Prêmio MEC.
Clave final.
Ediciones del Mirador. Montevideo. 1982.
Noticias extranjeras.
Ediciones del Mirador. Montevideo. 1984.
Destino: Rua Aurora.
Edição do autor. São Paulo. 1986.
Cuarenta poemas.
Ediciones de UNO. Montevideo. 1989.
Frontera móvil.
Ediciones Aymara. Montevideo. 1997. Prêmio MEC.
El futuro/ O futuro.
Edições Tema (bilíngüe). Lisboa. 1998.
Amores impares.
(Colagem sobre textos de 9 poetas). Ediciones Aymara. Montevideo.
1998.
Veloz eternidad.
Vintén Editor. Montevideo. 1999. Prêmio MEC.