Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 2
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 24.
12 de Diciembre de 2000
al 12 de Enero de 2001.

 
MIENTRAS ESCRIBO

Desde Chile: Gonzalo León

Cuando escribo estas líneas, vengo de vuelta de la cocina, son las cinco de la tarde, creo que no tengo resaca, aunque sí esa extraña euforia que a veces la reemplaza, en la cual te crees el mejor amante, el mejor escritor, el mejor de los peores,... y bueno, en la cocina había una palta, un cuarto de cebolla, un ají, cuatro bolsas de té y nada de café.

Ahora la tetera está hirviendo. Desde un tiempo hasta la fecha he adoptado la costumbre de escribir con una taza de té o café al lado del computador, pero como no me queda café -y casi nada en realidad; ni esperanzas, ni valores, ni fe... Miento; fe nunca he tenido- el agua está hirviendo para una deliciosa taza de té que pueda alivianar esa sensación de inapetencia cuando has pasado por el Mercado Central a las seis de la mañana y comido un buen mariscal y una deliciosa empanada de mariscos.

Estoy escribiendo un libro, aunque en estos momentos sólo me preocupo de estas líneas y de nada más. En mi mañana -las dos y media de la tarde- cuando conversaba por teléfono con mi novia eventual, pensaba en qué cresta hago con ella. No fornicamos; solamente converso con ella; según Clara, yo con una inteligente conversación, y ella con una idiotez tras otra. Ayer cuando conversaba con mi mejor amigo en su taller de pintor, hablábamos de eso: de la idiotez. A lo que voy es que Clara siempre habla idioteces, aunque en el caso de las mujeres, como dice este amigo, no hay que ser tan severos: UNA MUJER QUE HABLA IDIOTECES NO ES UNA IDIOTA, ES UNA MUJER; EN CAMBIO UN HOMBRE QUE HABLA IDIOTECES, SÍ, ES UN IDIOTA. Yo no estoy de acuerdo con él y realmente no sé por qué cuando una mujer a quien tú le gustas se pone nerviosa, su boca es un interminable túnel de disparates.

Acostados en mi cama, Clara me dice, en vez de que le gusto, que le encantaría que le legara mi cama cuando muriera. Yo la miro pensando, bueno, pensando para no golpearla, y ella más nerviosa -demasiado nerviosa para sus treinta y tres años- agrega muy seriamente:

-Hagamos una cosa. El lunes vamos a una notaría y lo formalizamos. ¿Qué te parece?

Me levanté violentamente de la cama, dispuesto a golpearla, pero como no golpeo a idiotas me dirigí a la cocina para prepararme una taza de café. A esa altura del mes me quedaba comida. ("Víveres, León. Víveres." Me corregiría un amigo poeta.)

Ese mismo día le regalé un cuento dedicado y al otro, después de haberle preparado un exquisito cebiche, me llamó por teléfono para pedirme la receta. No sabe cocinar ni un huevo duro, aunque si me dan la receta en una de esas me resulta, dice ella como en broma casi en serio.

Soy feo. Eso lo sé. De galán no tengo nada. Eso me lo dicen todos mis amigos (TODOS=2). Y sé que debiera sentirme privilegiado que una bella mujer de ojos verdes, a lo Madame Bovary, se fije en mí. Además siempre que salimos ella paga las cuentas. Pero algo pasa que hace que la cosa (¡qué palabra más utilitaria!) no funcione. De hecho, nunca me he podido masturbar con un solo recuerdo suyo. No es sensual y su mayor mérito corporal, su culo, uno de estos días va a llegar al suelo. Según ella, todos me lo miraban, pero a los veintiocho algo pasó y se me cayó y ahora mira cómo lo tengo. Creo que Clara no la ha pasado nada de bien en su vida, pero yo no tengo la culpa. Al contrario, ella siempre reconoce que se alegra conmigo, en cambio yo siento que ella me chupa la sangre. Es una vampiresa de la idiotez y uno se cansa, porque la sangre no es infinita. Pero ¡qué diablos! la amas, o eso crees, y contra eso no hay ningún remedio que yo conozca.

Justo cuando terminaba de escribir esto, Clara me llamó por teléfono y hablamos veinte minutos. Antes de cortarle, le pregunté:

-Oye, Clara, ¿por qué te gusto?

-¿Quién te ha dicho que tú me gustas?

-Nadie, pero lo sé. Babeas cuando me ves.

-Ah, ya -sonrió, pero en el acto prosiguió más seria-: Me gustas porque eres feo. O sea, no sé si tan feo... No sé... Es raro, pero pese a tu apariencia, me das la sensación de tener el mundo agarrado por los cuernos, y eso me gusta. En un hombre eso vale.

Como dije al principio, yo estaba eufórico, así que ya se imaginarán cómo me impactaron aquellas palabras. Por unos segundos mi cerebro, o no sé, mis neuronas abandonaron mi cuerpo.

-¿Qué te parece si en vez de legarte mañana mi cama, nos casamos sin separación de bienes? Así, si muero antes que tú, lo cual es lo más probable, podrás...

-Ya... ¡Cállate, tonto!

-Te amo.

-Lo sé, aunque la frase suena cursi.

-Entonces la retiro y te digo: No sé por qué estoy contigo si no fornicamos, si no...

-¡Tan impaciente que eres, León!

-Caliente dirás.

-Bueno, caliente o impaciente, da lo mismo.

-Pero tú, ¿qué prefieres: que sea un caliente o un impaciente?

-Un caliente.

-Bueno, ¿y...?

-Estoy dispuesta a casarme contigo, pero eso sí, deberíamos tener piezas separadas. Porque me tiro unos peos hediondísimos.

-Me gustan los peos.

-Te aseguro que los míos no te van a gustar nada.

-Eso a mí no me importa. Aunque estoy de acuerdo en lo de las piezas separadas. No soportaría despertar todos los días y ver tu rostro y eso ojos que cambian de color a cada rato. Sencillamente no podría escribir nada y no tendría amigos, bajaría de peso, no leería nada. Sería mi fin como escritor y como persona. Como dice Oscar Hahn, me consumiría.

-Entonces está hecho.

-¿Qué está hecho?

-Lo de las piezas separadas, pues León. Además, si llega mi papá de visita, lo podemos alojar en mi pieza, y bueno, ahí no va a quedar otra que dormir juntos.

-¿Me estai diciendo que SOLAMENTE cuando esté tu papá en casa dormiremos juntos?

-Mis abuelos nunca dormían juntos.

-Tus abuelos eran unos huasos.

-Y los tuyos unos mapuches.

-Pero dormían juntos.

-Está bien, tendremos una pieza entonces y dormiremos siempre juntos.

-¿Para toda la vida?

Clara no contestó, así que yo repuse, como recordándole nuestro acuerdo:

-Mañana nos vemos entonces.

Y el mañana llegó. Fue en una notaría y nos pusimos de acuerdo en que no tendríamos hijos. Si Clara llegaba a embarazarse, eso sería causal de divorcio. No nos gustan los niños. Clara dice que traen mala suerte, y yo soy muy caliente como para ser padre. No me imagino dejar de fornicar, porque la mamita tiene ocho meses de embarazo.

Si desea escribir a Gonzalo León puede hacerlo a: gozalo@ctcinternet.cl


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