Desde Chile: Gonzalo
León
Cuando tomó aquella
vieja taza con la leyenda Recuerdo (en el mismo juego tenía
otra taza con la inscripción Felicidad, pero ésa
se me rompió cuando asistí a mi primera fiesta adolescente)
inscrita en uno de sus costados, la observó por un rato, luego
la giró, vio a unos pajaritos en un nido dibujados en la otra
cara y se puso a pensar. Después de uno segundos sonrió
y dijo:
-Cuando niña
tuve un perro que se llamaba Recuerdo.
La aseveración
me provocó cierto desconcierto, pero al cabo de unos momentos
me repuse, y con curiosidad le pregunté:
-¿Y qué le
pasó a ese perro?
-Murió.
-¿Quién lo
mató? -insistí.
-Gaete.
-¿Y quién
es ese Gaete?
-Un tipo a quien
no le gustaban mis recuerdos.
-¿Y por eso mató
a tu perro?
Ella observó
el techo de mi departamento, y como considerando en serio mi pregunta,
respondió:
-Yo creo que sí.
Él necesitaba toda mi atención, todo mi amor, mis reproches,
mi pragmatismo, mi amor de madre sin serlo,... en fin... ME NECESITABA.
¿Entiendes a lo que me refiero?
-¿A que no podía
vivir sin ti?
-No solamente eso.
Tampoco podía vivir con mis recuerdos, con mi pasado. -Volvió
a mirar el techo, pero esta vez sólo fue por un instante-. Creo
que a los hombres les perturba el pasado de las mujeres que necesitan.
-Eso lo puedo entender,
pero ¿por qué matar a tu perro?
-Ya te dije; no
podía soportar que tuviera un pasado.
-Pero ¿ese pasado
era malo?
-No lo creo, pero
a él le molestaba su existencia. Nada más. ¿Acaso no comprendes?
¿Acaso nunca te ha pasado esto con una mujer? Necesitarla, o amarla
como tú quieras llamarle, hasta tal punto que le niegues la existencia
antes de ti.
-¡Nunca! -respondí
con aplomo. Un aplomo que nunca había sentido.
-Ah, entonces no
has vivido.
-Bueno, si vivir
para ti, es que tenga un perro llamado Recuerdo y que te lo mate tu
amante, no. Es más; de acuerdo a tus parámetros estoy
feliz de no haber vivido.
La mujer entonces
chasqueó la lengua con timidez, luego saltó de la cama,
en donde había estado acostado conmigo, y desnuda, se puso a
pasear por mi pequeño departamento de dos ambientes. Más
que un paseo, parecía una inspección.
-No me había
percatado -comentó una vez que regresó de su paseo-,
pero eres bastante pobre.
-¿Por qué
lo dices?
-No tienes refrigerador,
tampoco microondas, ni menos un buen televisor a colores ni una cama
de dos plazas.
-¿Y qué?
-Nada, pero ¿acaso
no te incomoda ser tan pobre?
-¿Pobre? Tengo un
computador.
Y en el acto soltó
una gran risotada.
-Pero si hoy todos
tenemos computadores, hasta mis sobrinos tienen uno o dos,... no recuerdo
bien.
-Me siento tan bien
que hayas venido a burlarte de mí -repuse con cinismo.
-¿Burlarme? No,
yo no me he burlado de ti. Sólo hablo con la verdad. A ver, pero
dime ¿acaso no te molesta vivir con un computador y una cama de una
plaza y media que tiene como setenta años?
-No, para nada.
-No te creo.
Y en ese momento
pensé en las limitaciones que tenía mi vida y, muy honestamente,
le respondí:
-Bueno, a veces
me siento atrapado en este departamento, pero no por la falta de electrodomésticos,
precisamente.
-Explícate.
-Es cierto que tengo
pocas cosas, es verdad que en ese sentido soy pobre, pero lo que más
me molesta es que a veces esta pobreza, como tú la llamas, se
transforme en una especie de encarcelamiento. Muchas veces no salgo
y me quedo aquí, sencillamente porque no tengo dinero para salir,
y es en estas oportunidades, en las que me da la sensación de
que soy un reo rematado y que ésta, mi departamento, es la Penitenciaría.
-¿Entonces yo vendría
siendo algo así como tu querida de fin de semana en la Peni?
-Observó por enésima vez el departamento, el piso sucio,
el escritorio empolvado, las dos sillas de tres patas, las cortinas
mal instaladas (que colgaban de un cordel de pitilla), los libros aglomerados
en una esquina, y cuando se cansó de ver tanto desorden, sentenció-:
Con un biombo estaríamos hechos. Seríamos la pareja ideal
de la Penitenciaría de San Antonio. La más ardiente, la
más...
-¡Córtala
quieres!
-Ay, el niño
se enojó.
-No -dije con la
fuerza necesaria para retomar el tema, su tema-. Pero a ver volvamos
a tus recuerdos: ¿Por qué ese tal Gaete mató a tu perro?
-¡No sé cómo
puedo estar aquí contigo, si eres tan tonto!
Y en ese minuto
estuvo a punto de vestirse y marcharse definitivamente de mi departamento.
Lo raro -pese a su mala actitud- era que yo no quería que se
marchara. Los hombres calientes parece que estamos dispuestos a soportar
el genio de cualquier mujer.
-Es que -repuse
como anunciando que iba a decir algo inteligente- no entiendo
quién pueda matar a un perro llamado Recuerdo con el fin o bajo
el pretexto de hacerte olvidar todo su pasado. ¿Debió haber sido
una persona súper insegura, no es cierto?
-Así es.
Era poeta. Escritor igual que tú.
-Y si era igual
que yo, ¿por qué te viniste conmigo ayer? ¿Por qué no
te quedaste en aquel bar?
-Por curiosidad,...
para ver si las cosas habían cambiado.
-¿Y?
Meneó su
cabeza, chasqueó nuevamente su lengua, y enseguida sentenció:
-A ver cómo
te lo explico: él era pobre, tú eres pobre; él
casi no tenía artefactos electrodomésticos, tú
tampoco; él mató a mi perro Recuerdo y tú tienes
una taza con aquel nombre. No; pese al tiempo transcurrido, las cosas
siguen igual, porque la gente siempre es la misma, ¿o no, my dear
Gaete? ·