Desde Chile, Rubila
Andrea Araya Ariztía
El
tema de las anormalidades psicológicas ha estado presente en
más de 450 obras cinematográficas, esquizofrénicos,
maníaco depresivos, paranoicos, locos todos. Pero, sin duda,
los más populares han sido desde siempre los psicópatas.
Jamás descuidados de su persona, de apariencia intachable, gustos
refinados, extremadamente inteligentes, en fin, casi perfectos, a no
ser por extrañas costumbres, como purgar a la sociedad de sus
vicios, matando a quienes los representan, autoinvestidos con la misión
de salvar la humanidad; castigar a sus víctimas por traumas infantiles;
descuartizar gente para coleccionar partes de su cuerpo o, simplemente,
comérselas; o nada más que asesinar por el insustituible
e incontrolable placer de hacerlo.
El
cine nos ha mostrado una variada gama de psicóticos. Cómo
olvidar la escena en que Anthony Perkins interpretando al perturbado
Norman Bates, se acerca a la ducha de Marion Crane (Janet Leigh) cuando
ella se baña, cuchillo en mano y disfrazado de su madre, para
asesinarla salvajemente y dejarla tirada muerta, mientras sigue corriendo
el agua ensangrentada, en "Psicosis" (Alfred Hitchcock, 1960); o la
elaborada seguidilla de crímenes de un psicópata, genialmente
interpretado por Kevin Spacey, en "Los siete pecados capitales" de 1995.
El
año recién pasado dos mentes patológicas se asomaron
a la pantalla grande para asecharnos, aunque no por primera vez, ya
que ha principios de los noventa ya habíamos sido testigos de
sus escalofriantes crímenes, en un caso, a través de la
literatura, y en el otro, del cine. Patrick Bateman nos muestra sus
macabros gustos en la versión cinematográfica de "American
Psycho" y el doctor Hannival Lecter vuelve en "Hannival", la segunda
parte de "El silencio de los inocentes".
LOS DELIRIOS DE UN YUPPIE
"Psicópata
Americano" basada en la novela de 1991 del escritor Bret Easton Ellis,
cuenta la historia de un yuppie cuya angustia existencial lo lleva a
cometer los crímenes más sangrientos. Su dosis de sexo
y violencia, provocó masivas manifestaciones en las calles de
Nueva York en contra de la publicación del libro y no significó
pocos problemas para su filmación, ya que su fuerte contenido
fue considerado por muchos como irreproducible en imágenes.
Durante años, los derechos
cinematográficos de la novela pasaron de mano en mano, siendo
rechazada por lectores de guiones de varias productoras. Oliver Stone
fue el primero en demostrar su interés, también se habló
de Abel Ferrara, David Cronenberg y Stanley Kubrick.
Finalmente,
la directora canadiense Marry Harron ("Yo maté a Andy Warhol")
se adjudicó la tarea de llevarla al cine y para interpretar al
desquiciado ejecutivo eligió a Christian Bale, el niño
de "El imperio del sol" (Steven Spielberg), no sin que antes Leonardo
Di Caprio tratara insistentemente de obtener el papel, para luego abandonar
su idea, por perjudicar su imagen entre las adolescente y porque las
encuestas en internet demandaban que Bale fuera el psicópata
americano.
Patrick
Bateman es un millonario de 27 años, que trabaja en Wall Street
y tiene el mundo a sus pies, pero que padece de un síndrome inherente
a la sociedad moderna, vacío existencial, el que llena sólo
con el placer que experimenta al humillar, torturar, violar y asesinar,
que para su desquiciada mente constituyen sensaciones imposibles de
dejar de vivir.
Bateman,
exitoso corredor de la bolsa, es un joven ejecutivo, que se confunde
entre los que integran su superficial mundo de apariencias en que el
dinero derrochado en la facha, restoranes caros, diversión y
todo tipo de lujos, no puede hacer nada para terminar con esa irremediable
angustia que inunda sus espíritus, sin siquiera encontrar la
causa de ella y menos una solución que no sea sumergirse cada
vez más en un mar de placeres insatisfactorios, que al final
se convierten en un círculo vicioso.
Su
descontento con la vida, nos despierta, olvidando la natural repulsión
por sus actos, un sentimiento de compasión, tal vez porque lo
comprendemos y hasta a ratos justificamos sus atroces crímenes,
todo ayudado por la empatía que produce su cinismo y el toque
irónico que le da Marry Harron a su película.
Claro está que, por muy perdido
que se encuentre, Patrick Bateman, quien disfruta comprando sierras,
cuchillos carniceros o ácidos para luego de ejecutar los más
meticulosos y escalofriantes ritos mortales y guardar los restos de
sus víctimas con el mismo cuidado, jamás contará
con la aprobación de una mente normal. Pero, probablemente, aquí
radique nuestra relación maniquea con el mundo del asesino, que
pasa de la repugnancia a la fascinación, pues, aunque suene anormal,
es posible que identifiquemos en él al psicópata que,
tal vez sin darnos cuenta, llevemos dentro.
LA MENTE DE UN CANÍVAL
Otro
personaje que nos lleva de la repulsión a la fascinación
es el caníbal Hannival Lecter de "El silencio de los inocentes"
(Jonathan Demme, 1991, ganadora de 5 Oscars), cuyos crímenes
pasan a un segundo plano tras su intrincado juego mental, ya que este
doctor refinado y culto, utiliza su adiestramiento profesional para
descubrir los puntos débiles de la personalidad de quienes lo
rodean, moviendo los hilos de sus vidas y conduciéndolas por
el camino que él les ha planificado.
Ahora, también basada en un libro
de Tomas Harris ("The silence of the lambs", 1988; "Hannival", 1999),
sólo con el título de "Hannival" (Ridley Scott, 2000),
el juego psicológico y la persecución de un hombre que
experimenta un apetito incontrolable por la carne humana, continua,
y ocurre reencuentro entre Lecter y Clarice Starling (ya no interpretada
por Jodie Foster sino por Julian Moore), con quien aún mantiene
un lazo íntimo que va más allá de la relación
entre policía y asesino, forjado por el psicoanálisis
que el desquiciado psiquiatra hace de su víctima, para penetrar
en lo más profundo de su mente, haciéndola sentir tan
o más vulnerable que si estuviera a punto de ser servida como
su cena.
Y,
seguramente, éste es el aspecto que, sobre todo en su primera
parte, hace tan atractiva la historia de Hannival y Clarice, que se
torna desafío y seducción, poniendo a la policía
en un papel en el que es posible identificar el temor y aversión
que producen sus macabros crímenes, pero a la vez la curiosidad
por descifrar los mecanismos que mueven tan complicada y oscura mentalidad.
Y esto último puede ser la mayor
causa de ese magnetismo del psicópata, el que ejerce la enfermedad
mental, que seduce al espectador y lo arrastra a contactarse con los
instintos más bajos de la especie humana, en los que la mezcla
entre locura y violencia son las aristas que el cine más se ha
encargado de explotar.