FRANCISCO MADARIAGA:
CUANDO MUERE UN POETA
Desde Brasil Floriano
Martins
(Traducción del portugués por
Benjamín Valdivia)
Murió Francisco
Madariaga (Argentina, 1927-2000). Era un poeta admirable y el último
baluarte del grupo de Pellegrini, la primera vanguardia surrealista
en todo el continente. Madariaga fue uno de esos poetas empeñados
en tener la memoria de lo vivido como perenne fuente de la poesía,
y situaba su memoria en la transpiración de su vivencia en
un pantano, en el charco de su ciudad de origen. Así supo
mezclar las aspiraciones surrealistas al espacio vivo, lo que lo
destacaba entre todos aquellos poetas que supieron fundir una perspectiva
surrealista de origen a su aclimatación en tierras del Nuevo
Mundo. Estéticamente, al lado de Enrique Molina y Olga Orozco,
fueron los poetas que mejor realizaron esa fusión en su país,
Argentina.
Claro, la muerte
de un poeta no quiere decir nada. Se muere y listo. No se lleva
consigo su obra. Nadie se libra de ella tan fácil. Están
muriendo, pues, todos los grandes poetas, y desgraciadamente no
sabemos si están naciendo poetas a la altura de ellos. Lo
que se llega a pensar a partir de la muerte de Francisco Madariaga
es que muere un poeta tan vecino nuestro y apenas sí sabemos
de quien se trata. Los brasileños desconocen tanto lo que
pasa a su alrededor que anunciar la muerte de Francisco Madariaga
es algo quizás más estratosféricamente distante
de lo que es divulgar el registro cartográfico de una estrella
descubierta por casualidad en otro sistema solar. Cuando pienso
en la muerte de Francisco Madariaga no lo hago naturalmente en términos
de obituario, sino angustiado por el hecho de que no percibimos
la importancia de lo que hay allá afuera y de lo que hay
aquí adentro. Somos un mundo cerrado, que se comunica apenas
con su orgullo, una tierra mínima donde no se puede imaginar
un milagro que la rescate de una desventura programada.
Cuando muere un
poeta muere apenas una breve porción de esperanza en la vida.
Los poetas no representan casi nada. Unos que se desgastan en alucinación
y transgresión. Ven lo que nadie ve, reclaman lo que parezca
una orden. Son unos tontos. Así vamos. Todo está bien
en los acuerdos entre nuestros países, en la vida movilizada
por la votación en los congresos, en el recorte de las relaciones
arbitrarias entre la poesía y la sociedad. El mundo está
bien. Acaba de morir Francisco Madariaga. Podía ser cualquier
otro argentino o un brasileño. ¿Qué resulta de la
muerte de un poeta? Todo está bien. Nuestras sociedades,
latinoamericanas, se están permitiendo una quiebra gratuita,
una segunda conquista, que ya no será europea, una vez que
la comprensión de los territorios (espacio/tiempo) por ocupar
extrapola las viejas condicionantes geográficas.
Cada día
muere un poeta. Brasil ya sepultó con samba a varios de los
nuestros. En la muerte de alguien siempre importa el dolor de quien
se queda, el poder de recuperación ante una ausencia fundamental.
La muerte de Madariaga permite preguntar: ¿cuánto tiempo
más permaneceremos, Brasil y Argentina, sin dialogar acerca
de nuestra tradición literaria? ¿Cuántos brasileños
saben de la importancia de un Francisco Madariaga? ¿Y lo que conocemos
de la poesía uruguaya, colombiana, venezolana, paraguaya,
tan vecinas? Vivimos en la más absoluta condición
de aislamiento, de modo que no tenemos razón al reclamar
por cualquier tipo de imperialismos. Somos una suma de provincias,
navegando siglos, cuya resultante es el estado policialesco en el
que socialmente nos encontramos (democracia con obligatoriedad de
votos, etc.).
¿Qué potencial
político tenemos hoy para ofrecer a nuestros hijos? ¿Qué
sociedad estamos produciendo? Viejas flámulas del discurso,
claro. El molde es siempre el mismo. Pero ¿y lo que imprimimos a
partir de él? Cuando decae una expectativa de medallas en
lo que atañe a un país, en el caso de las Olimpiadas
de Sidney, ¿eso no refleja acaso la posición actual en que
vive ese país? Qué relaciones pueden existir entre
los departamentos de investigación científica y de
deportes en las universidades brasileñas, es un punto que
merece reflexión. O mejor: el país refleja tanto,
según sus catedráticos, y no reacciona con nada. Siempre
me pregunto si no llegan a conclusión alguna o si acaso están
siempre cooptados para no revelar los discutibles orígenes
de sus puestos y consideraciones de alto saber.
¿Por dónde
anda un país? ¿De quién se esconde? ¿Por dónde
no quiere ser visto? ¿Con quién anda? Por alguna razón
la muerte de Francisco Madariaga me lleva a pensar en todo esto.
Brasil y Argentina ya fueron acusados de comprometer una unidad
latinoamericana. Sabemos que eso es lo que hay, y que México
es cómplice de tal situación. Este asunto merece una
mayor explicación. Pero obligadamente deberá encontrarse
con su raíz, la comprensión de que tenemos una condición
social que debe ser discutida con igualdad de perspectivas. Fuera
de ese ángulo, seremos siempre los mismos necios de siempre.
Y no tendremos porqué lamentar la muerte de Francisco Madariaga.