DALÍ, EL
GENIO CHAPUCERO
Por: Carlos
Yusti
Salvador
Dalí Doménech, conde de Púbol, especie de prima
donna de todas las ideas reaccionarias y fascistas de su tiempo, muerto
hace 11 años, no fue como se ha llegado a pensar un genio de
la pintura; aunque realizó bastantes esfuerzos, más
de carácter escénico que pictórico, para publicitarse
como tal. Ofrecía conferencias con una larga barra de pan en
la cabeza, emergía de una enorme caja de regalos con un gorro
de dormir y con unos bigotes de opereta para ofrecer declaraciones
a la prensa siempre falaces e inoportunas: "Picasso es pintor,
yo también. Picasso es Español, yo también. Picasso
es comunista, yo tampoco". Explotaba gatos por los aires para
tomarse fotos inusitadas y dalilianas. Se convirtió
en una industria de la cosmetología y la frivolidad: perfumes,
joyas, muebles y otros adminículos decorativos. Supo venderse
como loco superstar. Sin vacilación ni el menor recato practicó
un descarado exhibicionismo. Asumía actitudes insolentes. Vociferaba
frases reaccionarias sin otra finalidad que irritar la sensibilidad
de un tiempo histórico pleno de prejuicios necios y mistificaciones
superfluas. Manuel Vicent escribe: "Ir de reaccionario brutal
cuando todo el mundo toma papillas de izquierda le ha sido muy rentable,
inmolarse como un loco o como un payaso diariamente era necesario
para que el resplandor de esa hoguera cegara su esterilidad estética
de pintor".
La supuesta locura
de Dalí, de rigurosa coherencia intelectual, no era un simple
truco para llamar la atención, sino un mecanismo de defensa.
Ser un loco extravagante, o una "singularidad de España",
según reza el decreto real que le confiere el título
de marqués, le eximió siempre de asumir cualquier compromiso
ético-histórico. Esta actitud de "genio", por encima
del bien y el mal, le granjeó de inmediato la admiración
de la derecha ilustrada, creyendo encontrar en su obra y en su cinismo
los ingredientes necesarios para reforzar sus feroces ideologías
de gourmets conservadores y militarizado.
Nació en Figueras
en 1904. Su actitud de provocador intermitente fue tomando cuerpo
desde su infancia. Siempre iba más adelante en todo y de todos.
La placidez doméstica le era insoportable. Esta predisposición
a romper las reglas, a salirse de la domesticidad familiar y de la
normalidad cotidiana le gana su expulsión de la Escuela de
Bellas Artes de San Fernando.
Ese carácter
iconoclasta de Dalí le trajo muchos inconvenientes. Fue virtualmente
expulsado de todas las instituciones y organizaciones por las cuales
pasó. No obstante esta inclinación al desacato no fue
nunca producto de convicciones revolucionarias. Su rebeldía
era más el producto de una crianza sin privaciones convirtiéndolo
en un señorito malcriado y decididamente sectario, dispuesto
a rechazar los moldes sociales establecidos para ensanchar los horizontes
de su espíritu individualista.
Transcurre
el año 1922 y Dalí va a vivir a la residencia de estudiantes.
Allí deslumbró, con su talento histriónico, a
otros jóvenes como Pepín Bello, Pedro Garfias, Eugenio
Montes, Rafael Barradas, Federico García Lorca y Luis Buñuel,
con estos dos últimos, uno poeta y el otro un peculiar director
de cine, su relación se hace estrecha. Un aire de homosexualidad
une al trío. Lorca parece prendarse de Dalí. Juntos
hacen travesuras infames. En una oportunidad los tres salen disfrazados
de monjas. Fuman, beben y le hacen insinuaciones escatológicas
e insinuantes a los transeúntes. Cuando Juan Ramón Jiménez
gana el Nóbel los tres le escriben una carta con las peores
invectivas.
La relación
Lorca-Dalí ha dado mucha tela para cortar. El año pasado
Ian Gibson publicó "Dalí-Lorca: la pasión
que no pudo ser". Es famosa la oda del poeta al pintor: "¡Oh
Salvador Dalí, de voz aceitunada/ no elogio tu imperfecto pincel
adolescente/ ni tu color que ronda el color de tu tiempo,/ pero alabo
tus ansias de eterno limitado". Calvo Serraller ha escrito: "Con
Lorca es con quien intima, pero su ansia feroz de ruptura sin concesiones
le aproxima ideológicamente más a Luis Buñuel..."
Lorca adquiere notoriedad
con su poesía. Buñuel y Dalí le recriminan dicho
éxito y se producen los primeros altercados. El rompimiento
definitivo se efectuará a raíz de la publicación
del "Romancero Gitano", en 1928. Tras el alcance publicitario
del libro, Dalí y Buñuel cuentan entre los podridos
exponentes de la literatura oficial y decadente a Lorca. Ese perro
con veleidades gitanas. Desligados del poeta, Buñuel y Dalí
trabajan al unísono en un proyecto cinematográfico.
Dalí se enfrasca en escribir un guión y Buñuel
busca el dinero para realizar un cortometraje, "Un perro andaluz".
La película despertó enseguida el repudio. Censurada,
rechazada y vituperada se convirtió en un distintivo de la
vanguardia y la trasgresión estética. André Bretón,
impresionado, recibió a Dalí de la mano de Miró,
como un surrealista, además de la película, tomó
en consideración su pintura juvenil, vulgar y con imágenes
trastornadas como arrancadas de los sueños y el inconsciente.
Como
activista surrealista Dalí fue también demasiado lejos.
A medida que Bretón asumía derroteros políticos
definidos, Dalí se anarquizaba más. Su desmedido apetito
por el dinero, la fama a toda costa, su decadente postura política,
unida a su desmedida insumisión delirante y fanática,
le valieron la expulsión del gremio surrealista, que también
había devenido en una caricatura de sus primeros postulados.
De toda esta etapa
con el surrealismo lo más importante en la vida de Dalí
fue su encuentro con su eterna musa y amante. Una flemática
y enigmática rusa exiliada en París, Helena Deluvina
Diakanoff. Mujer de temperamento fuerte, de espíritu árido
e inteligencia calculadora. Su aire sofisticado y desprejuiciado sedujo
de inmediato a Dalí. Aunque estaba casada con el poeta Paul
Eluard, Gala percibió a Dalí como su pasaje a la fama,
la fortuna y la estabilidad material que un poeta no estaba en disposición
de proporcionar. Se asegura que la relación de Gala y Dalí
nunca estuvo sujeta a las convenciones del amor o el sexo. Parecía
más bien un contrato empresarial. De este periodo son los mejores
cuadros de Dalí: "La persistencia de la memoria",
"El gran masturbador", "Maniquí Barcelonesa",
"El Enigma de Hitler", "Premonición de la guerra
civil", "El Enigma sin fin o El cristo Port Lligart".
Bautizado sardónicamente
por Bretón como "Avida Dollars", Dalí inicia
su peregrinaje solitario por el mundo del arte. Su teatro de operación
artístico-mercantil, desde 1955 a 1975, tres escenarios claves:
París, Nueva York y Port Lligart.
En esta fase el Dalí
pesetero e industrioso (su trabajo artístico más que
realizado para ensanchar los canones del arte busca ser una industria
rentable) da rienda suelta a un místico inescrupuloso, a un
católico de fachada bien administrada. Para engranar en la
España católica y franquista (y no perder franquicias)
Dalí y Gala se apañan a una religiosidad pastosa y de
cartón piedra. El regalo que hace Dalí al Papa Pío
XII, un boceto de su "Madonna de Port Lligart", en el cual
Gala posa de virgen renacentista, forma parte de toda una estrategia.
Sus elogios desmesurados a Franco no son más que otra forma
de granjearse adeptos para su causa: la venta de su trabajo artístico.
En 1982 muere Gala.
El pintor desconsolado se encierra en el castillo de Púbol,
al que tuvo prohibido entrar como una de las condiciones de la propia
Gala. En sus días finales Dalí fue una sombra. Espectral
y enfermo recorría Port Lligart, recordando a Gala, esa musa
perversa y arrivista. El monstruo fue entrando en su ocaso sin remordimientos
de ningún tipo. Jamás bajó la guardia. Lo escrito
por Antoni Tápies me parece el mejor epitafio: "...aplaudir
a Dalí, recuérdese, es aplaudir sólo su ideología,
porque en realidad no hay otra cosa que aplaudir".
El
rimbombante vedettismo estético implantado por Dalí
inaugura esa era numérica del arte como emporio, como empresa
mercantil rentable. Con acierto J.J Navarro Arisa escribió:
"La valía artística de la obra de Dalí-y
desde luego su comportamiento ético e histórico- pueden
ser puestas en tela de juicio, pero sería necio negar al pintor
su enorme talento para dos artes que este siglo parecen ser cruciales
para éxito de toda empresa, sobre todo las del espectáculo:
la publicidad y las relaciones públicas".
Además de idolatría
y desprecio, en igual proporción, Dalí fue el centro
de un horror infantil por parte de cierto público poco enterado
y que siempre ha tenido la idea que el arte es lo bello y lo sublime.
Piensan que el artista tiene una misión histórica. Julio
Cortázar escribió: "La función histórica
de Dalí es fundamentalmente socrática, pero como un
Sócrates en negativo, despreocupado de todo progreso en cualquier
plano. Es el monstruo, es decir, esa excepción aparente que
de golpe puede dejar al desnudo la monstruosidad disimulada de los
seres normales".
La pintura de Dalí,
la que podría considerarse como la de su primera etapa surrealista,
siempre pretendió ser un atentado, un acto terrorista sin más.
Un puñetazo violento contra nuestra concha de hombrecitos con
sentido común. Fue un bisturí que destajaba nuestros
prejuicios y nuestros sueños más recónditos.
Su obra posterior se inclinó más hacia el negocio. El
erotismo mórbido y de pesadilla desapareció por completo
de sus cuadros. Un clasicismo putrefacto se apoderó del ropaje
de sus figuras. La atmósfera de sus pinturas quedó reducida
a un misticismo amanerado y sospechoso. Sobresaturado de una beatería
de muy mal gusto y con algunos toques forzados de surrealismo. Si
ya había agotado todo su discurso pictórico, era lógico
que recurriese a lo circense. Que apelara a sus cualidades de actor
de reparto para venderse como genio. Necesitaba ser un bufón
reaccionario y desequilibrado para esconder su esterilidad como pintor.
Todo
ese malabarismo publicitario desarrollado por Dalí, en el fondo,
sólo intentaba ocultar su prematura decadencia plástica
(y que Bretón había profetizado con cruda clarividencia
cuando dijo que desde 1936 la pintura de Dalí ya no jugaba
ningún papel en la escena de la pintura viva), su profusa mediocridad
como pintor; mediocridad ésta que no pudo pintarrajearse con
una abundante lluvia de reconocimientos oficiales, elogios principescos,
títulos nobiliarios y libros que resaltaban más sus
peripecias existenciales que los valores intrínsecos de su
pintura.
La vida teatral de
Salvador Dalí, cercana a la leyenda imaginativa, su perverso
histrionismo, constituyen en gran medida, y sin mucha metáfora,
su verdadera obra. Una última obra pintada por Dalí,
"La cola de la golondrina-Serie de catástrofes" es
un ejemplo palpable de todo esto. No obstante, el teatro-museo Gala-Salvador
Dalí de la ciudad de Figueres es uno de los museos más
visitado de España después del Prado. Contiene obras
relevantes del pintor como "Muchacha de Figueres" (1926), "Carne
de gallina inaugural"(1928) "Guillermo Tell" y "Gradiva"
(1930), "Paisaje pagano medio" o "Apoteosis del Dólar"(1965).
El perfume Salvador
Dalí, cuyo espléndido envase, una sensual boca coronada
por una nariz, es uno de sus legados. Claro también están
sus cuadros, su vida de folletín, su casa museo. Fue un genio
a su modo. Especie de genio chapucero que más que pintar tenía
necesidad de ser un personaje de la nobleza, un saltimbanqui de la
banca y el negocio. Muchos artistas en la actualidad deberían
tenerlo como modelo, o verse en ese espejo de hojalata bruñida
y entender que los genios segundones también tiene su espacio,
su centimetraje de letras en la historia de la pintura. Cada cual
hace lo que puede con las palabras y con las pinceladas sobre la tela,
la cuestión es ubicarse y saber que el genio también
se inventa, se construye a fuerza de publicidad.
Quizá Dalí
no se merecía un cometario tan desmesurado. Pero para terminar
es bueno ampararse bajo la luz verbal de Cioran: "Es el individuo
quien hace el arte, no el arte quien hace el individuo, como ya no
es la obra lo que cuenta, sino el comentario que la sucede o la precede".