Por: Alejandra
Giovanna Caino García
Clara García de Zúñiga
era una mujer rica y extravagante del Río de la Plata.
Fue heredera de su padre Don Mateo García de Zúñiga
un señor feudal de Entre Ríos, Argentina. A la edad de
15 años, Clara se casa con Jesus María Zuviría,
acontecimiento que hará comenzar una serie de adulteiros hasta
llevarla a los brazos de Ernesto de las Carreras, con quien tuvo un
hijo , Roberto.
El abandono de su padre hizo que asumiera publicamente su condición
de hijo ilegítimo y bastardo y viera con buenos ojos los adulterios
de su madre, "mi madre fue la única gran señora de
este pueblo... paseaba insolentemente sus conquistas por la faz de la
miserable aldea"expresaba Roberto a su medio hermano Carlos García
de Zúñiga.
Era el terror de los hombres casados de comienzos de siglo, claro no
por sus preferencias sexuales, sino porque le gustaban rubias, morenas
y/o pelirrojas pero casadas y de buena posición social. Roberto
de las Carreras era el caballero rubio, alto, hermoso que en tempranas
edades perseguía a doncellas y señoras por las calles
y asediaba sus balcones con su desparpajo de Don Juan. "Ninfomaníaca
del verso" y "el Don Juan Satánico", catalogaron
a Delmira y a Roberto de las Carreras ciertas viejas damas de una sociedad
de aire provinciano de comienzos del 900. Ambos representaron para el
momento uruguayo un doble escándalo, Roberto hijo natural y Delmira
por su poesía ardiente, de
vanguardia que muy pocos pudieron entender.
Con su belleza a cuestas y su flor en el ojal paseaba su insolente figura
por ese Montevideo que terminaba en Ejido para la "gente bien"
y que continuaba para los inmigrantes gallegos e italianos que venían
a esta "tacita de plata " a hacerse la América.
Comenzó a escribir poesía en 1894 con poemas en donde
se declaraba hijo ilegítimo, y en donde amenazaba con corromper
a todas las mujeres casadas de la alta burguesía, además
de burlarse del matrimonio. Era sin duda alguna, un jóven sensible
y delicado, un poco enfermizo que tenía tras de si una infancia
sin padre, pasando de manos de su madre a las de su abuela, quien lo
crió.
En temprana edad al cobrar la herencia que le correspondía de
su padre, fallecido en Bs. As., partió a Europa. Al regresar,
se instaló en el Hotel des
Pyramides en la esquina de Sarandí e Ituzaingó, lugar
donde además tenía sus amores. El Hotel Oriental, el Club
Uruguay y el Café Moka, ubicado en Sarandí y Cerro (hoy
Bartolomé Mitre) sentaba sus reales Roberto de las Carreras,
con sus dos secretarios y su corte de amigos, uno de ellos Aurelio del
Hebrón, quien sería conocido por todos como uno de los
más famosos críticos Alberto Zum Felde. Fue además
en el "Moka" donde de las Carreras fue baleado por un dolorido
esposo que al no soportar las insinuaciones que le hiciera el dandy
a
su esposa, le disparó.
Roberto no solo escribirá sobre las caderas y otras zonas adyacentes
de las honorables burguesas montevideanas sino que además se
imagina en encendida prosa a las mujers con poses de hurí, rompiendo
una lanza por el amor libre.
Pero el dicho bien lo dice que a todo cristiano le llega la hora, es
verdad, Roberto enamora a una menor llamada Berta Bandinelli y para
evitar que la manden a un convento y perdiese la herencia, aceptó
casarse con ella en octubre de 1901. El mismo día de la boda
Robeto de las Carreras publicó en el diario anarquista "El
Trabajo" una carta dirigida a Julio Herrera y Reissig (su amigo),
explicandole los motivos de tal decisión .
En su obra "Amor libre, interviews voluptuosas con Roberto de las
Carreras", reconoce que al regreso de su viaje a Buenos Aires encontró
a su esposa en brazos de otro hombre, es una crónica formidable
donde Roberto exalta sus cuernos y de iniciador al arte del amor libre,
"al entregarse a otro hombre mi mujer no hace más que poner
en práctica mis enseñanzas".
En 1905, publica "Psalmo a Venus Cavalieri", libro dedicado
a una famosa mujer de la época que Roberto no conocía
personalmente, y quien no vendría al Plata hasta 1920. Años
posteriores, circa 1913, Roberto de las Carreras comienza a dar síntomas
de perturbaciones que lo obligan a rcluirse en diferentes sanatorios
y casas particulares. En 1963, al mismo tiempo en que se cumplían
50 años de la primera publicación de "Los cálices
vacíos " donde certifica la madurez de la poesía
de Delmira, amiga y coetánea suya, se cumplía también
50 años de la locura de Roberto de las Carreras y su cese contra
su mundo, partiendo al infinito a los 90 años de edad.-