Por: Carlos
Fonseca
El joven, enamorado, se acerca a la
dama y le sonríe angelicalmente, una lágrima corre en
sus ojos. Su cara triste se agudiza y empapa el rostro. La dama, coqueta,
le esquiva la mirada. El joven insiste en la atención de sus
ojos. Una frase fría de la dama rompe la atmósfera.
- Parece que no te duele.
- Yo te amo. (contesta con súplica
el joven)
- Siempre dices lo mismo(desafía
la dama ).
El joven aguanta en el aire el resto
de sus lágrimas, se arrodilla a los pies de la dama, y desenredando
nudos de su garganta suaviza las siguientes palabras.
-Quizás no llegue a tus ojos,
pero si me duele.
No tenerte.
Me duele.
No gastar mis suelas en viajes sin
sentidos y que a la vez lo tienen.
Me duele
No soñar y despertar.
Me duele
Mirar a un rincón de la calle
por la que voy caminando y recordar que ya no existe, que se está
derrumbando, que todo fue fugaz, que tus labios no estoy besando, que
de los golpes se aprende, y la espalda van marcando, que ya los barcos
no entran, ni suenan cuando están pasando, que no hay días
distintos, que hasta el mar estoy olvidando, que las gaviotas no vuelan,
que la vida va cambiando.
Quizás no llegue a tus ojos,
pero si me duele.
La dama, de rostro inmutable y con sonrisa
de grandeza, lanza su ultimo golpe.
- Como siempre, haciéndote el
poeta.
El joven, tira su corazón al
piso como colilla de cigarro y lo pisa con la punta del pie.