Yván
De Silenus
Papá está loco. Papá no tiene remedio. Papá
nunca despierta. Vive preocupado
sexualmente por mí y apenas distingue el sentido mismo de las
cosas que lo
envuelven. Cuando deja la puerta entreabierta de su estudio, cuando
tarda
perdido en los trasbastidores del teatro, mientras mamá lo
aguarda dócil,
incierta, aprovecho y dejando mi velocípedo olvidado por la
casa me cuelo a
la penumbra de su estudio. Siempre me ha fascinado estar aquí.
Tocar las
páginas de sus libros, palpar sus máscaras africanas,
chinas, japonesas.
Siempre me ha gustado pasar los pies sobre la alfombra cardenal de
su
despacho y contemplar esos poetas confusos detrás de los cristales
de los
marcos.
---¿Quiénes son?
---Son los navegantes del sueño.
Me siento en su enorme butaca de ejecutivo y paso la mano sobre ese
montón de
páginas inciertas. Hasta detenerme en el título de la
primera página: "El
último día". Siempre está hablando de lo
mismo. Siempre está soñando con lo
mismo. Cuando leo lo que escribe de mí, cuando me distorsiona,
me sonrío.
Cuando comprendo lo poco que comprende a Raúl, lo poco que
ha visto a Anónimo
me asusto. A mí también se me confunden las figuras.
Yo también presiento
esas siluetas grises. Esas mujeres que odian a mamá, que lo
desean. Pero mamá
que ya me busca, es un barco que se desplaza por la casa. Mamá
necesaria está
sola, está despierta, vacía. Mamá no es como
nosotros. Tristemente, mamá se
parece a la taquillera. Mamá se parece a la costurera o a la
modista. Ella
cree que es. Ella se parece a la sombra de papá cuando me llama
con la voz de
Anónimo:
---¡Lluvia!--aulla como si corriera por la playa.
Amo la playa. Amo el mar, pero la voz de mamá es como la voz
de la
computadora: ruda, metálica. Ella me ha prohibido que esté
aquí. Ella no
quiere que venga al estudio oscuro de papá. Porque...
---¡Mamá!
---¿Qué haces en el infierno?
---...
---¡Contéstame o te pego!
---¡Leo!
---¿Quééé?
---Leo la obra de papá...
---No puedes leer esas cosas...
---¿Por qué?
---Porque es demoniaco...
Me toma de la mano, pero no me pega. Busco a papá por toda
la oscuridad.
Busco a Raúl entre los libros. Busco a Anónimo entre
las cortinas, pero no
veo nada. Sólo observo los diccionarios. El radio de la Segunda
Guerra
Mundial. Los caracoles gigantes con que papá sostiene la enciclopedia,
el
ruedo de las cortinas. Porque mamá obsesionada con la limpieza
abre las
ventanas contra el salitre. Mamá despierta abre las ventanas
contra los
barcos del sueño, pero no los ve. Sólo oye la brisa
como si fuera falsa.
Porque se arregla el pelo como si le molestara. Me empuja contra mi
propia
sombra para que yo no me vea. Pero así en medio del olvido
me interrogo a mí
misma y me pregunto, ¿cómo soy yo? ¿Cómo es Lluvia?
¿Seré muchas como papá, o
seré pocas como mamá? Me agarro a la perilla de la puerta
y mamá forcejea
conmigo. "¡Déjame estar!" Mamá me pega en
las manos. Me quema con su mano
regordeta y como no me puede separar de los sueños de papá
me sacude por las
greñas.
---¡Carajo!--digo.
Entonces me abofetea. La odio. Escupo la sangre contra su propia mano,
porque
me ha roto el labio. Logra sacarme del refugio de papá y me
empuja a los cor
redores de las alfombras verdes. Me toma de la muñeca y Mota,
la gata de
papá, trata de acariciarme, pero mamá la empuja, casi
la patea.
---"¡Zape!"--dice.
---¡Carajo, ¿qué te hizo?!
---Está en celo y no digas más esa palabra.
---Papá la dice.
---Tu padre está loco...
---¡Tú eres la loca!
Me golpea.
*****
Despierto en uno de los bancos del muelle de Coney Island y Anónimo,
o Raúl,
ya no distingo, está paseando a Mota. Me pongo de pie y me
duele la boca. Me
duele la cabeza. Me duele todo. Contemplo las ventanas del apartamento,
pero
mamá ha cerrado los ventanas para que sepa que está
enojada conmigo. Mamá
debe de estar furiosa y debe estar preparando su té de manzanilla
y tilo para
calmarse los nervios. Esa es la porquería que le da a papá
cuando papá fuma
mucho. Después que fuma, papá se convierte en un ángel
de Dios. A veces
camina desnudo por la casa. A veces camina con esa cosa erecta por
la casa.
Mamá grita: "¡Indecente, malvado!" y mil palabras
como esas que yo he tenido
que buscar en el diccionario. Pero mamá no debería preocuparse
por esas cosas
porque papá las olvida. Cuando fuma, vestido o desnudo, frente
al espejo o
frente a Anónimo, papá no existe. Sólo acude
allí...
---¿A dónde?--me pregunta el psiquiatra.
Sólo acude a donde Anónimo se prueba los rostros. No,
no son máscaras. Son
rostros, caras, ¿comprende? Son caras inolvidables como la casa. Caras
que no
se pueden describir, porque no son de aquí. Son de allá.
Papá las trajo de
los barcos, pero mamá se empeña en su maldad. Mamá
lo acusa ante los jueces.
Mamá lo acusa ante los policías.
---¿Qué dice?
---Qué papá hizo el amor con la modista.
---¿Lo hizo?
---¡Sí, se lo metió!--digo.
Mamá me pega. Estoy cansada que mamá me pegue cada vez
que uso las palabras
de papá. Mamá se asusta. Es como si las palabras de
papá fueran arañas,
escorpiones, sapos. No, sapos no: ¡coquíes! Las palabras de
papá son extrañas
como su cuerpo. Las palabras de papá son bonitas. ¡Sí,
bonitas! Las palabras
de papá son la poesía. Pero lo que mamá no sabe
es que la novia de papá, la
amante de papá, no existe.
---¡¿No existe?!
---No, no existe...
Bueno, no existe como yo, ni como usted, ni como mamá. Existe
de otra manera.
La amante de papá existe como el tiempo. O quizás más
lejos. ¿Me sigue? La
novia de papá existe como Dios. Es más parece parte
de Dios. ¿Qué como sé que
es ella? Yo la conozco, porque casi siempre está bordando.
Cuando se mira en
los espejos se parece a la costurera. Pero cuando está en el
muelle de Coney
Island, aguardando, oscura como café, se parece a ella. El
día que mamá me
pegó, el día que mamá me rompió la boca,
el día que Mota tenía celo como
todas las mujeres del mundo, y no había un papi que se lo metiera,
ella
estaba allí. Cuando se lo dije a mamá, así como
se lo estoy diciendo a usted,
así como lo escribo en el Diario de la Hija, mamá me
volvió a pegar. Me estoy
volviendo loca de tanto que me pega. Pero la modista, ya no delante
del
espejo, sino sola, me tomó de la mano, aunque no podía
hacer nada conmigo, y
cogiendo el ruedo descosido de su falda negra me limpió la
boca. Cuando mi
sangre manchó su falda apartó sus ojos como si fuera
la primera vez que viera
sangre. Entonces me dijo el secreto de papá... Yo creo que
también es parte
de su secreto.
---¿Qué te dijo?
---...
---"¡Dile!"---dice mamá. El psiquiatra se pone de
pie y la obliga a que se
siente en el sofá.
Eso fue después que yo había leído El último
día. ¿No la ha leído? Fue la
obra que hizo famoso a papá. ¿Usted no la conoce? ¿Usted lee
sólamente a
Freud? Bueno, no importa. Papá decía que no había
que juzgarlos. Pero aquel
día, o muchos días después, quizás millones,
los barcos estaban tocando las
sirenas. No las sirenas de Ulises, sino las sirenas modernas. Las
sirenas de
Ulises cantan y hablan y dicen malas palabras. Las sirenas de Ulises
se
parecen a la señora del muelle.
---"¡Déjate de decir tonterías y contesta lo que
el doctor te pregunta!"
---¿Usted es un cura?
---No...
---¿Un ministro?
---Tampoco...
---¡Entonces no tengo que decirle la verdad!
---...
---"¡Habla!"--rugió mamá.
Okey, muy bien, perfecto: la muchacha del muelle dijo que las palabras
no
existen. Por eso, no entiendo porque mamá me pega. No entiendo
porque siempre
está furiosa. No sé por qué se frustra. No sé
de qué me acusa. Ella quiere
que yo le diga quién es la mujer del muelle, pero yo no sé.
La conozco, pero
no sé cómo se llama. Bueno, quizás lo sospeche,
porque aquel día, no el que
mamá se ha inventado, aquel día Anónimo tomó
a Mota por la cadena y la
arrastró despacito hacia lo último de la baranda. La
mujer me hablaba de
papá. Me hablaba de la diferencia que había entre papá
y Raúl y aunque
parecía cierto lo que me decía yo sabía que era
falso. A veces papá era Raúl.
A veces papá era cierto. Pero mamá,creo que tampoco
la señora del muelle,
entiende nada de ésto. Mamá no quería venir a
las reuniones. No, no a las
reuniones de los cómicos, sino a las reuniones de los poetas.
Papá se reunía
con los poetas cuando estaba solo. Los poetas se parecen a las sombras,
pero
son listos. Ellos saben, ésto lo decía uno que fumaba
mucho, que lo malo ni
lo bueno existe. Papá, a pesar de lo que mamá dice,
protestaba. El se oponía
como si fuera un político. Daba con su zapato contra su escritorio
como si
fuera un demócrata.
---¿Qué decía?
Miro a mamá, porque sé que me puede pegar de nuevo.
Pero el psiquiatra dice
que me protegerá. Lo pienso bien. Pienso oscuramente en la
mujer del muelle.
Pienso en Lluvia delante de Raúl (o de papá). Lo veo
claramente, no golpeando
sobre su escritorio, sino subiéndose a la mesa del comedor.
Lo veo
colocándose la soga al cuello como si fuera un corbata. Veo
a Anónimo
levantando a Mota por el cuello. Mota en celo. Mota mamá. Mota
indefensa. La
veo girar. La veo caer en medio del mar. Me vuelvo hacia la mujer
del muelle
y la miro a los ojos. No la veo. Pero la vuelvo a mirar. La miro
infinitamente. Entonces en vez de pegarme, me besa en la frente. Me
dice su
nombre, pero no lo recuerdo. Su nombre sabía a Dios. Su nombre
era extraño.
Su nombre se parecía al olvido.
---¿Qué decía tu papá?
Me quito el zapato azul. Lo desabotono y golpeo sobre el escritorio
del
doctor: "¡Carajo, carajo, carajo!" Me tapo la boca. Me cubro
la cara para
que mamá no pueda golpearme, pero mamá no se mueve.
El médico se hala su
bigote y me mira como la señora del muelle. Sé que son
muchas cosas. Sé que
uno se cansa pensándolas, diciéndolas, siéndolas.
El mundo es demasiado. Pero
yo sé lo que el médico quiere saber, porque para eso
me ha traido mamá. Sé lo
que el médico desea saber, poque me lo dijo la mujer del muelle
cuando
Anónimo arrojaba a Mota contra los barcos. A veces no entiendo
a Anónimo. A
veces no entiendo a nadie. A veces no sé quién soy.
Cuando esto me sucede
sudo, me mareo. Es como cuando mamá dice que todo es absurdo.
Pero papá decía
que no, que todo dependía de uno. Entonces enrolaba sus cigarrillos.
Fumaba
delante de mí como si yo fuera otro poeta, o como si yo fuera
Raúl. A veces
iba al baño y se jamaqueaba ahí, pero sin maldad. Se
jamaqueaba, porque mamá
no quería, porque estaba solo. Mamá a veces se burlaba:
---Tu padre a veces parece una gata.
Papá la miraba serio. Herido, la miraba con odio, pero nunca
la golpeó. Yo la
hubiera golpeado. Yo la hubiera arrastrado por el pelo como ella me
hacía a
mí. Entonces me daba en la cara: "¡No quiero que estés
con tu padre. No
quiero que hables con tu padre. No quiero que copies a tu padre!"
Papá se
estaba muriendo. Estaba rodeado. Los enemigos pedían su cabeza.
Los
cobradores lo detestaban. Cada obra suya producía escándalo.
A veces lo
atacaban en la prensa. A veces lo atacaban entre ellos. Pero nadie
era tan
temible como mamá. Raúl lo sabía y me miraba
asustado. Yo me encogía de
hombros.
---¿Podemos hablar de tu papá?
---Siempre estamos hablando de papá...
---Podemos hablar de cuando fumaba.
---A veces yo fumaba con él...
Silencio. Ni mamá ha gritado, ni el psiquiatra ha dejado de
mirarme, pero
ahora se pone de pie. Está nervioso. El dice, por decir algo,
que soy
hermosa. Contemplo mi traje azul y mi lazo rojo y no me gusta esta
ropa de
muñeca. Se hala su bigote como si fuera un personaje de papá.
Parece que
actúa. Mira a mamá como papá la miraba, pero
no trata de tocarla. No le
levanta la falda. No le baja los pantis. No la muerde entre las piernas.
No
hace nada. Parece idiota. Debe haberle preocupado que yo fumara con
papá. Que
yo soñara el sueño de papá. Papá era raro.
Papá era el mundo mientras hablada
de cisnes, de centauros, de un lugar parecido a Coney Island que se
llamaba
Versalles. "Disparates"--decía mamá. Papá
desnudo subía sus pies sobre el
escritorio y cerraba los ojos.
---¡Dios debe ser de una belleza desmedida!
---...
---Dios debe parecerse a Lluvia junto a los caballos negros de la
tarde.
El doctor se acerca a la ventana y contempla la belleza del otoño.
Medita,
piensa, busca las palabras correctas con que debe interrogarme. Mamá
le hace
señales para que él actúe. Pero ellos olvidan
que yo sé lo que es la
actuación. Ellos olvidan que yo estuve delante de los policías.
Que yo me
senté en la butaca de los jueces. Ellos saben que yo no miento,
pero tampoco
digo lo que no tengo que decir. Aguardo como si estuviera esperando
por la
señora del muelle. Espero que las gaviotas se posen sobre sus
hombros
huesudos. Que las palomas coman a sus pies. Que los cangrejos del
muelle no
se le acerquen, que la rehuyan, la teman. Cuando la pienso bien, cuando
la
recuerdo, sospecho que papá nunca la vio. Aunque se hubiera
acostado con
ella, papá no sabía que era ella. Era difícil
de entender, como me dijo
Anónimo, que ella estuviera allí por él. Estoy
tentada a pronunciar su
nombre, pero no me atrevo. Temo a mamá. Sospecho del psiquiatra.
---¿Usted amaba a su papá?
Casi me pongo de pie, porque el doctor se ha equivocado. Me ha tratado
de
usted, me ha hablado como si yo fuera mamá y sé que
todo está por acontecer.
Otra vez estoy en el infierno. Otra vez la maldad ha llegado. Me siento
al
borde de la silla y me coloco mi zapato, me lo abotono y contemplo
al doctor
como si yo fuera la mujer del muelle. Ahora está delante de
mí. Ahora está
pálido, como si fuera cierto. Ahora se frota la barba como
si fuera falso.
---¿Lo viste desnudo?
---Sí...
---¿Te tocó?
---¡No!
"¡Mentira!"--grita mamá. El médico extiende
su mano y le pide que se calme.
Ahora desea que ella salga, pero mamá no quiere. Me pongo de
pie y tomo el
cenicero que está sobre la mesa. Parece un delfín. Detrás
de él, en una foto
enorme, él posa al lado de un tiburón que me mira con
los ojos entreabiertos.
---¿Tú lo tocaste a él?
---Tampoco...
---¿Por qué no?
---Porque papá era cierto...
---¿Cierto?--dice y busca entre sus papeles.
Camino hacia la ventana y contemplo el muelle. Nuevos barcos oscuros
hacen
sonar sus sirenas. El verano está llegando a su fin y los primeros
días del
otoño, las primeras brisas, los primeros miedos, la soledad,
caen contra el
silencio de la gente. A lo lejos, en lo último del muelle,
al lado de los
pescadores deformes, papá habla con Anónimo de mí.
No los oigo, pero mi
corazón se alegra. Me volteo y contemplo a mamá que
está pálida al lado de la
puerta. Contemplo al psiquiatra que tratando de entenderme, cansado
de
interrogarme, es la quinta vez que nos vemos, no sabe qué decir.
---Lluvia--dice, pero es inútil.
Me vuelvo a la ventana sabiendo que el doctor se parece a los personajes
de
papá. Mamá me toma de la mano y salimos. Antes de cerrar
la puerta el doctor
se nos acerca y le toma la mano. No sé lo que quiere decir
ese gesto, pero es
inútil. Mañana volveré al muelle. Algún
día pronunciaré su nombre. Me vuelvo
hacia el doctor y le sonrío. Mamá acelera el paso.
Si quiere comunicarse con Yván
De Silenus puede hacerlo a IvanElsa@aol.com