Santiago de Chile. Revista Virtual. 
Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 29.
12 de Mayo al
12 de Junio de 2001.

LA HIJA...

Yván De Silenus

Papá está loco. Papá no tiene remedio. Papá nunca despierta. Vive preocupado
sexualmente por mí y apenas distingue el sentido mismo de las cosas que lo
envuelven. Cuando deja la puerta entreabierta de su estudio, cuando tarda
perdido en los trasbastidores del teatro, mientras mamá lo aguarda dócil,
incierta, aprovecho y dejando mi velocípedo olvidado por la casa me cuelo a
la penumbra de su estudio. Siempre me ha fascinado estar aquí. Tocar las
páginas de sus libros, palpar sus máscaras africanas, chinas, japonesas.
Siempre me ha gustado pasar los pies sobre la alfombra cardenal de su
despacho y contemplar esos poetas confusos detrás de los cristales de los
marcos.

---¿Quiénes son?
---Son los navegantes del sueño.

Me siento en su enorme butaca de ejecutivo y paso la mano sobre ese montón de
páginas inciertas. Hasta detenerme en el título de la primera página: "El
último día". Siempre está hablando de lo mismo. Siempre está soñando con lo
mismo. Cuando leo lo que escribe de mí, cuando me distorsiona, me sonrío.
Cuando comprendo lo poco que comprende a Raúl, lo poco que ha visto a Anónimo
me asusto. A mí también se me confunden las figuras. Yo también presiento
esas siluetas grises. Esas mujeres que odian a mamá, que lo desean. Pero mamá
que ya me busca, es un barco que se desplaza por la casa. Mamá necesaria está
sola, está despierta, vacía. Mamá no es como nosotros. Tristemente, mamá se
parece a la taquillera. Mamá se parece a la costurera o a la modista. Ella
cree que es. Ella se parece a la sombra de papá cuando me llama con la voz de
Anónimo:

---¡Lluvia!--aulla como si corriera por la playa.

Amo la playa. Amo el mar, pero la voz de mamá es como la voz de la
computadora: ruda, metálica. Ella me ha prohibido que esté aquí. Ella no
quiere que venga al estudio oscuro de papá. Porque...

---¡Mamá!
---¿Qué haces en el infierno?
---...
---¡Contéstame o te pego!
---¡Leo!
---¿Quééé?
---Leo la obra de papá...
---No puedes leer esas cosas...
---¿Por qué?
---Porque es demoniaco...

Me toma de la mano, pero no me pega. Busco a papá por toda la oscuridad.
Busco a Raúl entre los libros. Busco a Anónimo entre las cortinas, pero no
veo nada. Sólo observo los diccionarios. El radio de la Segunda Guerra
Mundial. Los caracoles gigantes con que papá sostiene la enciclopedia, el
ruedo de las cortinas. Porque mamá obsesionada con la limpieza abre las
ventanas contra el salitre. Mamá despierta abre las ventanas contra los
barcos del sueño, pero no los ve. Sólo oye la brisa como si fuera falsa.
Porque se arregla el pelo como si le molestara. Me empuja contra mi propia
sombra para que yo no me vea. Pero así en medio del olvido me interrogo a mí
misma y me pregunto, ¿cómo soy yo? ¿Cómo es Lluvia? ¿Seré muchas como papá, o
seré pocas como mamá? Me agarro a la perilla de la puerta y mamá forcejea
conmigo. "¡Déjame estar!" Mamá me pega en las manos. Me quema con su mano
regordeta y como no me puede separar de los sueños de papá me sacude por las
greñas.

---¡Carajo!--digo.

Entonces me abofetea. La odio. Escupo la sangre contra su propia mano, porque
me ha roto el labio. Logra sacarme del refugio de papá y me empuja a los cor
redores de las alfombras verdes. Me toma de la muñeca y Mota, la gata de
papá, trata de acariciarme, pero mamá la empuja, casi la patea.

---"¡Zape!"--dice.
---¡Carajo, ¿qué te hizo?!
---Está en celo y no digas más esa palabra.
---Papá la dice.
---Tu padre está loco...
---¡Tú eres la loca!

Me golpea.


*****


Despierto en uno de los bancos del muelle de Coney Island y Anónimo, o Raúl,
ya no distingo, está paseando a Mota. Me pongo de pie y me duele la boca. Me
duele la cabeza. Me duele todo. Contemplo las ventanas del apartamento, pero
mamá ha cerrado los ventanas para que sepa que está enojada conmigo. Mamá
debe de estar furiosa y debe estar preparando su té de manzanilla y tilo para
calmarse los nervios. Esa es la porquería que le da a papá cuando papá fuma
mucho. Después que fuma, papá se convierte en un ángel de Dios. A veces
camina desnudo por la casa. A veces camina con esa cosa erecta por la casa.
Mamá grita: "¡Indecente, malvado!" y mil palabras como esas que yo he tenido
que buscar en el diccionario. Pero mamá no debería preocuparse por esas cosas
porque papá las olvida. Cuando fuma, vestido o desnudo, frente al espejo o
frente a Anónimo, papá no existe. Sólo acude allí...

---¿A dónde?--me pregunta el psiquiatra.

Sólo acude a donde Anónimo se prueba los rostros. No, no son máscaras. Son
rostros, caras, ¿comprende? Son caras inolvidables como la casa. Caras que no
se pueden describir, porque no son de aquí. Son de allá. Papá las trajo de
los barcos, pero mamá se empeña en su maldad. Mamá lo acusa ante los jueces.
Mamá lo acusa ante los policías.

---¿Qué dice?
---Qué papá hizo el amor con la modista.
---¿Lo hizo?
---¡Sí, se lo metió!--digo.

Mamá me pega. Estoy cansada que mamá me pegue cada vez que uso las palabras
de papá. Mamá se asusta. Es como si las palabras de papá fueran arañas,
escorpiones, sapos. No, sapos no: ¡coquíes! Las palabras de papá son extrañas
como su cuerpo. Las palabras de papá son bonitas. ¡Sí, bonitas! Las palabras
de papá son la poesía. Pero lo que mamá no sabe es que la novia de papá, la
amante de papá, no existe.

---¡¿No existe?!
---No, no existe...

Bueno, no existe como yo, ni como usted, ni como mamá. Existe de otra manera.
La amante de papá existe como el tiempo. O quizás más lejos. ¿Me sigue? La
novia de papá existe como Dios. Es más parece parte de Dios. ¿Qué como sé que
es ella? Yo la conozco, porque casi siempre está bordando. Cuando se mira en
los espejos se parece a la costurera. Pero cuando está en el muelle de Coney
Island, aguardando, oscura como café, se parece a ella. El día que mamá me
pegó, el día que mamá me rompió la boca, el día que Mota tenía celo como
todas las mujeres del mundo, y no había un papi que se lo metiera, ella
estaba allí. Cuando se lo dije a mamá, así como se lo estoy diciendo a usted,
así como lo escribo en el Diario de la Hija, mamá me volvió a pegar. Me estoy
volviendo loca de tanto que me pega. Pero la modista, ya no delante del
espejo, sino sola, me tomó de la mano, aunque no podía hacer nada conmigo, y
cogiendo el ruedo descosido de su falda negra me limpió la boca. Cuando mi
sangre manchó su falda apartó sus ojos como si fuera la primera vez que viera
sangre. Entonces me dijo el secreto de papá... Yo creo que también es parte
de su secreto.

---¿Qué te dijo?
---...
---"¡Dile!"---dice mamá. El psiquiatra se pone de pie y la obliga a que se
siente en el sofá.

Eso fue después que yo había leído El último día. ¿No la ha leído? Fue la
obra que hizo famoso a papá. ¿Usted no la conoce? ¿Usted lee sólamente a
Freud? Bueno, no importa. Papá decía que no había que juzgarlos. Pero aquel
día, o muchos días después, quizás millones, los barcos estaban tocando las
sirenas. No las sirenas de Ulises, sino las sirenas modernas. Las sirenas de
Ulises cantan y hablan y dicen malas palabras. Las sirenas de Ulises se
parecen a la señora del muelle.

---"¡Déjate de decir tonterías y contesta lo que el doctor te pregunta!"
---¿Usted es un cura?
---No...
---¿Un ministro?
---Tampoco...
---¡Entonces no tengo que decirle la verdad!
---...
---"¡Habla!"--rugió mamá.

Okey, muy bien, perfecto: la muchacha del muelle dijo que las palabras no
existen. Por eso, no entiendo porque mamá me pega. No entiendo porque siempre
está furiosa. No sé por qué se frustra. No sé de qué me acusa. Ella quiere
que yo le diga quién es la mujer del muelle, pero yo no sé. La conozco, pero
no sé cómo se llama. Bueno, quizás lo sospeche, porque aquel día, no el que
mamá se ha inventado, aquel día Anónimo tomó a Mota por la cadena y la
arrastró despacito hacia lo último de la baranda. La mujer me hablaba de
papá. Me hablaba de la diferencia que había entre papá y Raúl y aunque
parecía cierto lo que me decía yo sabía que era falso. A veces papá era Raúl.
A veces papá era cierto. Pero mamá,creo que tampoco la señora del muelle,
entiende nada de ésto. Mamá no quería venir a las reuniones. No, no a las
reuniones de los cómicos, sino a las reuniones de los poetas. Papá se reunía
con los poetas cuando estaba solo. Los poetas se parecen a las sombras, pero
son listos. Ellos saben, ésto lo decía uno que fumaba mucho, que lo malo ni
lo bueno existe. Papá, a pesar de lo que mamá dice, protestaba. El se oponía
como si fuera un político. Daba con su zapato contra su escritorio como si
fuera un demócrata.

---¿Qué decía?

Miro a mamá, porque sé que me puede pegar de nuevo. Pero el psiquiatra dice
que me protegerá. Lo pienso bien. Pienso oscuramente en la mujer del muelle.
Pienso en Lluvia delante de Raúl (o de papá). Lo veo claramente, no golpeando
sobre su escritorio, sino subiéndose a la mesa del comedor. Lo veo
colocándose la soga al cuello como si fuera un corbata. Veo a Anónimo
levantando a Mota por el cuello. Mota en celo. Mota mamá. Mota indefensa. La
veo girar. La veo caer en medio del mar. Me vuelvo hacia la mujer del muelle
y la miro a los ojos. No la veo. Pero la vuelvo a mirar. La miro
infinitamente. Entonces en vez de pegarme, me besa en la frente. Me dice su
nombre, pero no lo recuerdo. Su nombre sabía a Dios. Su nombre era extraño.
Su nombre se parecía al olvido.

---¿Qué decía tu papá?

Me quito el zapato azul. Lo desabotono y golpeo sobre el escritorio del
doctor: "¡Carajo, carajo, carajo!" Me tapo la boca. Me cubro la cara para
que mamá no pueda golpearme, pero mamá no se mueve. El médico se hala su
bigote y me mira como la señora del muelle. Sé que son muchas cosas. Sé que
uno se cansa pensándolas, diciéndolas, siéndolas. El mundo es demasiado. Pero
yo sé lo que el médico quiere saber, porque para eso me ha traido mamá. Sé lo
que el médico desea saber, poque me lo dijo la mujer del muelle cuando
Anónimo arrojaba a Mota contra los barcos. A veces no entiendo a Anónimo. A
veces no entiendo a nadie. A veces no sé quién soy. Cuando esto me sucede
sudo, me mareo. Es como cuando mamá dice que todo es absurdo. Pero papá decía
que no, que todo dependía de uno. Entonces enrolaba sus cigarrillos. Fumaba
delante de mí como si yo fuera otro poeta, o como si yo fuera Raúl. A veces
iba al baño y se jamaqueaba ahí, pero sin maldad. Se jamaqueaba, porque mamá
no quería, porque estaba solo. Mamá a veces se burlaba:

---Tu padre a veces parece una gata.

Papá la miraba serio. Herido, la miraba con odio, pero nunca la golpeó. Yo la
hubiera golpeado. Yo la hubiera arrastrado por el pelo como ella me hacía a
mí. Entonces me daba en la cara: "¡No quiero que estés con tu padre. No
quiero que hables con tu padre. No quiero que copies a tu padre!" Papá se
estaba muriendo. Estaba rodeado. Los enemigos pedían su cabeza. Los
cobradores lo detestaban. Cada obra suya producía escándalo. A veces lo
atacaban en la prensa. A veces lo atacaban entre ellos. Pero nadie era tan
temible como mamá. Raúl lo sabía y me miraba asustado. Yo me encogía de
hombros.

---¿Podemos hablar de tu papá?
---Siempre estamos hablando de papá...
---Podemos hablar de cuando fumaba.
---A veces yo fumaba con él...

Silencio. Ni mamá ha gritado, ni el psiquiatra ha dejado de mirarme, pero
ahora se pone de pie. Está nervioso. El dice, por decir algo, que soy
hermosa. Contemplo mi traje azul y mi lazo rojo y no me gusta esta ropa de
muñeca. Se hala su bigote como si fuera un personaje de papá. Parece que
actúa. Mira a mamá como papá la miraba, pero no trata de tocarla. No le
levanta la falda. No le baja los pantis. No la muerde entre las piernas. No
hace nada. Parece idiota. Debe haberle preocupado que yo fumara con papá. Que
yo soñara el sueño de papá. Papá era raro. Papá era el mundo mientras hablada
de cisnes, de centauros, de un lugar parecido a Coney Island que se llamaba
Versalles. "Disparates"--decía mamá. Papá desnudo subía sus pies sobre el
escritorio y cerraba los ojos.

---¡Dios debe ser de una belleza desmedida!
---...
---Dios debe parecerse a Lluvia junto a los caballos negros de la tarde.

El doctor se acerca a la ventana y contempla la belleza del otoño. Medita,
piensa, busca las palabras correctas con que debe interrogarme. Mamá le hace
señales para que él actúe. Pero ellos olvidan que yo sé lo que es la
actuación. Ellos olvidan que yo estuve delante de los policías. Que yo me
senté en la butaca de los jueces. Ellos saben que yo no miento, pero tampoco
digo lo que no tengo que decir. Aguardo como si estuviera esperando por la
señora del muelle. Espero que las gaviotas se posen sobre sus hombros
huesudos. Que las palomas coman a sus pies. Que los cangrejos del muelle no
se le acerquen, que la rehuyan, la teman. Cuando la pienso bien, cuando la
recuerdo, sospecho que papá nunca la vio. Aunque se hubiera acostado con
ella, papá no sabía que era ella. Era difícil de entender, como me dijo
Anónimo, que ella estuviera allí por él. Estoy tentada a pronunciar su
nombre, pero no me atrevo. Temo a mamá. Sospecho del psiquiatra.

---¿Usted amaba a su papá?

Casi me pongo de pie, porque el doctor se ha equivocado. Me ha tratado de
usted, me ha hablado como si yo fuera mamá y sé que todo está por acontecer.
Otra vez estoy en el infierno. Otra vez la maldad ha llegado. Me siento al
borde de la silla y me coloco mi zapato, me lo abotono y contemplo al doctor
como si yo fuera la mujer del muelle. Ahora está delante de mí. Ahora está
pálido, como si fuera cierto. Ahora se frota la barba como si fuera falso.

---¿Lo viste desnudo?
---Sí...
---¿Te tocó?
---¡No!

"¡Mentira!"--grita mamá. El médico extiende su mano y le pide que se calme.
Ahora desea que ella salga, pero mamá no quiere. Me pongo de pie y tomo el
cenicero que está sobre la mesa. Parece un delfín. Detrás de él, en una foto
enorme, él posa al lado de un tiburón que me mira con los ojos entreabiertos.

---¿Tú lo tocaste a él?
---Tampoco...
---¿Por qué no?
---Porque papá era cierto...
---¿Cierto?--dice y busca entre sus papeles.

Camino hacia la ventana y contemplo el muelle. Nuevos barcos oscuros hacen
sonar sus sirenas. El verano está llegando a su fin y los primeros días del
otoño, las primeras brisas, los primeros miedos, la soledad, caen contra el
silencio de la gente. A lo lejos, en lo último del muelle, al lado de los
pescadores deformes, papá habla con Anónimo de mí. No los oigo, pero mi
corazón se alegra. Me volteo y contemplo a mamá que está pálida al lado de la
puerta. Contemplo al psiquiatra que tratando de entenderme, cansado de
interrogarme, es la quinta vez que nos vemos, no sabe qué decir.

---Lluvia--dice, pero es inútil.

Me vuelvo a la ventana sabiendo que el doctor se parece a los personajes de
papá. Mamá me toma de la mano y salimos. Antes de cerrar la puerta el doctor
se nos acerca y le toma la mano. No sé lo que quiere decir ese gesto, pero es
inútil. Mañana volveré al muelle. Algún día pronunciaré su nombre. Me vuelvo
hacia el doctor y le sonrío. Mamá acelera el paso.

Si quiere comunicarse con Yván De Silenus puede hacerlo a IvanElsa@aol.com


Esperamos Su Opinión.
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