Desde México,
Jorge Solís Arenazas.
Guillermo
Uribe Mena, narrador, poeta y ensayista (Méx., 1543).
Jorge Solís
Arenazas.- En primer lugar: usted ha dicho en alguna parte que
la poesía está condenada al fracaso ante las experiencias
del siglo XX. No obstante, aquel ha sido un lapso de tiempo bastante
considerable en cuanto a la creación poética en particular
(pueden citarse múltiples nombres que demuestran esto). No
sé si más o menos que en otros siglos, pero lo cierto
es que el avasallador proceso de enriquecimiento en el campo es más
que obvio. ¿Qué quería decir usted exactamente con esta
frase?
Guillermo Uribe
Mena.- Parto de una aclaración: esa frase la dije un poco
sin pensar, quizá pueda ser exagerada su interpretación.
Pero mi idea fundamental sí la sostengo. No me refería
al "fin" de la poesía, de la misma forma en que otros se anclan
en las fantasías del "fin" de la historia, de las utopías,
del arte... Lo que yo decía es que la poesía como "zona"
de creación artística se diluye, ya no queda sólo
en la palabra sino que se conecta con todos los géneros creativos
posibles. ¿Quién puede decir que Modigliani no es poeta? ¿Porqué
él sólo es "pintor" y Cavafis, o cualquier otro, sí
lo es? La poesía está condenada al fracaso pero este
fracaso es el éxito mismo de su creación, de su vida;
fracaso para la poesía quería decir: la poesía
va más allá del texto poético. Quizá debí
decir: el intento de encerrar la poesía en un solo género
artístico (el literario) está condenado a fracasar.
JSA.- ¿Una
vuelta al tema aristotélico de la poiêsis?
GUM.- Sí,
en cierta forma. Vea usted simplemente la narrativa moderna, posterior
a los rusos...
JSA.- Completa
razón. Incluso Octavio Paz ha puesto un ejemplo agudo: la poesía
de los surrealistas tiene más correspondencias con la pintura
surrealista que con la poesía del barroco, del toscano, etcétera.
Pero, entonces, ¿en dónde reside la diferencia en las artes?
GUM.- Básicamente
en su soporte. Este es un tema menos trivial de lo que parece. Porque
los géneros forman modos de los sentidos humanos y por esta
vía modos del ser.
JSA.- Esto
es totalmente cierto. Pero queda un caso: la literatura. Genera una
forma de hablar y por ello mismo una forma de escuchar. Pero, entonces,
¿por qué la diferencia entre novela y poesía, por ejemplo?
GUM.- Es aquí
justamente en donde yo hablo de fracaso de la poesía. La novela
actual es sumamente poética. El ejemplo más alto es
En busca del tiempo perdido.
JSA.- Pero
aún así hay diferencias que no pueden ignorarse. De
acuerdo: Proust lleva la narrativa hacia la poesía, al igual
que Faulkner y otros tantos; algunos más arrancan elementos
al ensayo y los arrastran hacia la narrativa, con una capacidad creativa
impresionante, como ocurre en ciertos pasajes de El proceso
o de la Montaña Mágica o Las tablas de la
ley. Pero esto no logra anular las fronteras entre los géneros;
sólo las torna invisibles, que no es lo mismo.
GUM.- Bueno,
sí, tiene usted razón, pero piense en lo siguiente.
Lo que establece estas diferencias es la forma concreta en que el
creador resuelve el problema o la serie de problemas que se ha planteado.
Yo estoy seguro que el Song of myself no pudo haber sido un
cuento. Esto se determina desde las preguntas mismas que Whitman se
hace. Preguntar es ya una forma de responder, así que cuando
a un artista se le prefigura la idea de su obra, ya está dada
también la forma concreta de la existencia de ésta,
así que lo único que resta es ponerse a trabajar resolviendo
los obstáculos que siempre dimanan en el proceso creativo.
Yo hice un experimento
hace años. Traté de llevar a cuento varios de mis poemas,
los que consideraba más logrados, en especial Gramáticas
ciegas. El resultado fue un desastre. Sentía una falsificación
gratuita y absurda. Esto me llevó a comprender que no puede
transportarse una sustancia de un recipiente a otro recipiente. Porque
en literatura no existe esta división. Podríamos llevarnos
a todo el pueblo de México a vivir a Zaire pero ¿podrían
ser los mismos? ¡Imagínese esto nada más! La situación
sería impredecible. Pero sí podría reconocerse
que cambiarían su vida radicalmente, en su totalidad. Lo mismo
pasa con la literatura.
JSA.- ¿De
qué orden son estos problemas?
GUM.- Se determinan
por muy diversas razones. Para Rimbaud pudieron haber sido metafísicos;
para Maïakovski, políticos; para Dostoievski, psicológicos.
Se refieren un poco al contenido de la obra.
JSA.- Dos
preguntas surgen al respecto. Empecemos: ¿no entraña esto problemas
técnicos?
GUM.- ¡Por
supuesto! Cuando yo me refiero a los problemas, por ejemplo, políticos
en Maïakovski no sólo hablo de qué decir, sino
cómo decirlo. Es más que obvio que su 150.000.000
jamás pudo adoptar la forma de un soneto. El no
pudo estar preocupado por la rima interna ni se debatía entre
el alejandrino y otras posibilidades, por decir, yámbicas para
escribir lo que quería. Si Eliot hubiera tenido las mismas
preocupaciones que él no habría pensado que el verso
libre es un camino nuevamente hacia el cuantitativo; si Mallarmé
tuviera el mismo espíritu que Marlowe la disposición
espacial y tipográfica de Coup de des no existiría
tal cual, ni sus símbolos agudos en su campo lírico.
JSA.- Esto
tiene que ver con la segunda cuestión. Por un lado, pareciera
que para usted es demasiado tajante la división entre forma
y contenido en la obra. Y más: que tal división es efectiva.
Por otro, esta postura parece relajarse. ¿Qué hay al respecto?
GUM.- Yo no
veo eso en absoluto. Ni la división tajante ni el relajamiento
que podría llevar a la confusión de ambos elementos.
Me parece ingenuo negar tal división, pero no menos me parece
dejar de admitir su relatividad. Usted sabe que la obra de arte no
es una realidad dada eternamente fuera de toda condición y
circunstancia. Así que ese problema se resuelve de forma variada,
de acuerdo al nivel en que uno se relaciona con la obra de arte. Por
ejemplo, Jakobson siempre trató de que el análisis literario
no fuera un ejercicio plano que se reduce a lo subjetivo a partir
de la figura del gusto del crítico. Por ello planteó
un análisis estructural en donde participa la lingüística
de forma activa, estableciendo, pues, la posibilidad de un análisis
efectivo, en términos objetivos, de una obra de arte. Pero
ello no anula, sin más, la tarea del crítico, ni siquiera
la de un lector meramente emocional, que tiene también su importancia.
Si yo realizo una
reflexión teórica, por ejemplo estructural, de una obra
de arte, podría ser válida la división entre
contenido y forma, pero sólo en el nivel de la abstracción,
para fines conceptuales de trabajo. Pero para asimilar las obras tal
división es innocua. Cuando uno lee Por el camino de Swann
de lo primero que se entera técnicamente es que Proust
acude, ahí, al tipo de narrador autodiegético, y que
éste posteriormente se "abre" para entrar al paralelismo, como
recurso estructural, es decir como parte de la forma, volviéndose
en homodiegético. Pero uno puede leer esas páginas sin
entender tal referencia técnica y abrirse a los problemas que
plantea, a las grandes interrogantes que lanza sobre la realidad,
el sueño, la apariencia y el ser en lo social, la certidumbre
del ser por la certidumbre del espacio, y la construcción y
perdida del Yo frente al tiempo. En este último caso la división
entre contenido y forma es inválida porque el lector se aventura
en las páginas recibiéndolas como un todo completo que
si es mutilado o separado en uno de sus elementos muere como tal.
Cuando uno realiza
la división entre obra y contenido mata la obra, por así
decirlo, la convierte en otra cosa: objeto de estudio, análisis,
reflexión, pero no más en realidad artística
viviente
JSA.- Pero
esto no es completamente una "muerte" para la obra, ¿o sí?
¿No es, por el contrario, una de las formas de llegar nuevamente a
ella, a su asimilación original, en sus fundamentos?
GUM.- Bueno,
en eso tiene usted toda la razón, quizá me haya expresado
mal. Es una muerte, pero nuevamente relativa. Porque, como usted dice,
nos permite regresar a la obra y asimilarla de forma más plena,
aunque esto depende, claro, del lector y del tipo de estudio que sea.
Pero uno siempre tiene que relacionarse con la obra, por más
claro y solvente que sea un estudio. Uno puede leer miles de tomos
sobre cualquier escritor u obra, pero sólo hasta penetrar en
éstas últimas es que quedará relacionado contundentemente
con la cuestión artística. Por ejemplo, en mis clases
de Historia de la literatura jamás he dejado leer a los alumnos
biografías ni estudios históricos; sólo leemos
las obras. Y esto nos da una idea histórica de la obra más
profusa que muchos tratados. Pero aún así, yo no me
niego a este tipo de estudios y también me dan luz al respecto.
En este punto hay
algo que me preocupa y se trata de la relación del cine comercial,
de la industria del entretenimiento, con las novelas. Mucha gente
ha dejado de leer novelas, u obras literarias en general, y prefiere
ver las películas. Romeo y Julieta es posiblemente el
ejemplo más escandaloso.
JSA.- Claro.
Esto permite pasar al tema de su trayectoria como ensayista y critico.
¿Puede decirnos unas palabras al respecto?
GUM.- Algún
día leí el alguna parte que Faulkner se convirtió
en escritor por su relación con Sherwood Anderson. Bueno, nosotros
sabemos que éste no fue el único factor ni el más
determinante, pero por lo menos cuando a él le preguntaban
cómo fue que llegó a escribir, él siempre contaba
la misma historia. Incluso decía que Anderson le sugirió
un trato: si aquel no le pedía que leyera sus manuscritos originales,
éste le recomendaría con su editor. La cuestión
que quiero plantear es que la formación del escritor sólo
en muy raras ocasiones es académica. Por eso son excepcionales,
pero de importancia cardinal, los esfuerzos que hacen los creadores
por escribir teóricamente sobre su proceso de trabajo.
En mi caso esto no
fue fácil. Tiene que ver un poco con mi historia Yo, como William
Faulkner, extraje demasiadas cosas de generaciones de escritores anteriores
a la mía, no sólo por la lectura de sus obras sino por
el trato directo con ellos. Yo conocí, alrededor de la primera
mitad de la década de 1960, a Fernando Benítez. Un poco
después conocí a otros poetas que hoy han sido un poco
olvidados pero que, además de su trabajo lírico de importancia
central, tenían una redoblada capacidad para hablar sobre literatura
y penetrar en los temas con un microscopio fantástico. Este
es el caso de Juan Bautista Villaseca. También me tocó
convivir, pero muy poco, con Germán List. ¡No recuerdo cuántas
veces Carlos Pellicer me dijo que mejor me dedicara a otra cuestión
lejana a la escritura! En fin, varios maestros en el sentido socrático
de la palabra. Jamás visité talleres, jamás estudié
letras en la universidad, pero de estas amistades, de sus charlas
que no siempre se dirigían a la poesía, aprendí
demasiado. Lo primero que encontré fue precisamente el fundamento
básico, creo, de la literatura: la polisemia. La recepción
de una obra, por decir algo, entre Pellicer y Bautista Villaseca era
muy diversa. Pronto me di cuenta por mi propia experiencia que ambos
tenían razón y que ambos, a la vez, se equivocaban.
Esto me llevó a buscar confrontar mi experiencia de lectura
con otros, y los primeros que tuve a la mano fueron los críticos.
Cuando leí a Kafka, por ejemplo, conocí a Benjamin.
Después, cuando leí a Baudelaire, lo busqué casi
instintivamente y ahí estaba, con sus luminosas ideas.
Años después,
una revista de la universidad de Veracruz me pidió presentar
una antología de García Lorca que ellos mismos editaron.
El texto que preparé para la presentación fue publicado
en su gaceta y después me pidieron con mayor regularidad escribir
para esa publicación, justamente sobre varios poetas que yo
apenas conocía: Ginsberg, Parra, Cavafis, Girondo, etcétera.
Y así fue como
acumulé ciertas herramientas que me permitían leer las
obras a partir de la escritura. Porque no soy propiamente un teórico,
sino un lector. La crítica que ofrezco, los numerosos ensayos
que con mejor o peor suerte he hecho, sólo han querido ser
mi experiencia de lectura. Podría, quizá, decir que
los hice para tratar de leer mejor. Por ello los hice particularmente
de autores que sentí me brindaban demasiado para mi programa
de lectura o especialmente sobre aquellos sobre los cuales nunca o
casi nunca entendí nada. Es por eso que no tengo textos sobre
Neruda, que conozco bien, pero sí de Musil, de Cervantes, de
Villón, Mallarmé, Valéry, Dante y especialmente
de Kafka.
JSA.- Me
gustaría ahora ir a sus trabajos sobre Kafka, especialmente
a Los silencios de Kafka. En él se hace un recorrido
de las que usted mismo considera las dos obras cumbre de Franz Kafka:
El proceso y La metamorfosis. Creo que este trabajo
se libra de recursos teóricos muy importantes que usted ha
usado en otro lugares (semiológicos, lingüísticos,
psicológicos, históricos, estilísticos, etcétera),
y sin embargo es el de mayor ambición, de mayores alcances.
GUM.- Eso es
completamente cierto: cualquiera puede decir de cuántas sílabas
se compone un verso, pero no cualquiera puede descifrarlo sin aniquilarlo.
JSA.- Pero
la tarea del teórico no siempre es así, puede descifrar
el verso y aparte mostrar su esqueleto técnico. Quisiera saber
por qué en este ensayo usted deja de lado estos elementos conceptuales
y teóricos para centrarse exclusivamente en la lectura directa
y las impresiones que fueron engendradas.
GUM.- Debo
admitir que al principio diseñé ese trabajo como un
análisis a través de las herramientas teóricas
que usted menciona. Para ello debía antes que nada tomar mis
notas de la lectura directa, los problemas que ahí fueran surgiendo.
Por ejemplo, leí los Manuscritos de 1844 porque encontré
lo que ya es lugar común: la cuestión de la alienación
de Gregorio Samsa. De todas formas no me sirvió demasiado leer
esto. Al poco tiempo descubrí un trabajo en donde Sánchez
Vázquez lo trabajaba con cierto detenimiento, así que
preferí evitar todo esto y dejé de pensar en ello para
preparar otras cosas. Sin embargo, con el tiempo descubrí que
lo valioso era el contacto directo con la obra. No quiero decir con
esto que Kafka deba ser leído sin preocuparse por realizar
un análisis de su obra en ciertos términos científicos,
sino que yo, en mi caso particular, vi que era mejor dejar todo en
mis puras notas. Es por ello que se presentan así, desnudas,
sin tanto análisis. Esto fue, por lo menos, más divertido
para mí.
JSA.- Hay
un apartado del trabajo titulado Entre el decir y lo dicho
que me parece es lo más sobresaliente de su lectura de El
proceso. La situación de K. se ha analizado desde muy amplios
puntos de vista, pero este especialmente me parece importante. ¿Cómo
llegó a descubrir esto?
GUM.- Hay que
recordar que la tensión ha sido uno de los elementos característicos
de la narrativa moderna. La vida misma de Kafka era una tensión
desgarradora entre su vocación literaria y su empleo frío
y gris. Esto fue lo primero que yo noté, desde mi adolescencia.
De la forma más pueril podemos decir que con Cervantes se establece
a la novela como forma propia, pero no exclusiva, del periodo burgués
(Adorno ha dicho algo al respecto mejor que yo). Pero este gran paso
cervantino no sólo coloca los cimientos, sino es ya un gran
edificio. La modernidad girará, hasta cierto punto, por las
paredes de esta gran construcción que viene desde El quijote...
Tendrá sus irregularidades, como siempre. Y tendrá sus
crisis. No crisis de la construcción, sino del mundo que hace
posible tal construcción. Así viene, por ejemplo, la
literatura romántica, o también los poetas malditos
y los decadentes después. Pero, para hablar de la novela, el
periodo que es estrictamente de crisis de esta modernidad, de estallamiento
del Yo moderno, es el de la narrativa agrupada en nombres bastante
heterogéneos: Proust, Joyce, Mann, James, etcétera.
A este "grupo" pertenecen los trabajos de Kafka. Creo que El hombre
sin atributos de Musil es paradigmático en torno a toda
la tensión entre el individuo y su medio.
El caso es que me
parece una cuestión sustancial mencionar esto, porque todas
las obras de Kafka empiezan y acaban mostrando este problema. Veamos
sus dos obras principales. En La metamorfosis los extremos
son: Samsa amanece convertido en insecto, por un lado, y su muerte,
por lo que su familia emprende el retorno hacia la vida "normal",
por otro. En El proceso, una mañana José K. es
detenido..., perdón, arrestado sin saber por qué. Finaliza
con su muerte y todavía recalca Kafka que la vergüenza
le sobreviviría: la tensión le seguiría golpeando
aún después de la muerte. ¿Ve usted? Eso fue lo primero
que me deslumbró desde adolescente. Por eso llegué a
ese análisis que podemos llamar analéctico: me he logrado
representar esta tensión en los términos de la exterioridad
de cierto sistema, y por ahí tomo a K., por ejemplo, como la
alteridad del sistema judicial. De ahí vienen varias cuestiones
que usted mismo ha trabajado, como las del "desear metafísico".
Lo que ocurrió
entre el decir y lo dicho por K., es una parte de todo este desgarramiento
de una totalidad, vista ontológicamente, que tiene su exterior
y lo lleva hasta el aniquilamiento. Esto vuelve a la moral hilarante
y absurda, pero vuelve al sistema funcional.
JSA.- Entonces
la mano de Lévinas ha pesado aquí. El decía justamente
que la guerra, por la muerte principalmente, no sólo era el
reto mayor de toda moral, sino el límite de la misma, volviéndola
en puro absurdo.
GUM.- Así
es, tiene completa razón. Hay que recordar que él supera
la ontología precisamente por llevar sus ojos hacia la alteridad...
Lo que Kafka hace es mostrarnos como el mundo no logra ver a su exterior
y lo aniquila. Esta interpretación es arbitraria, imparcial,
y está demasiado guiada por el aliento de Lévinas, pero
sólo hasta cierto punto. Finalmente no me interesa decir qué
ha dicho Kafka o por qué, ya que esto cualquier lector lo encuentra
con paciencia en las obras, sino qué es lo que yo encuentro
en él.
JSA.- Bueno,
pero hay que volver sobre el decir y lo dicho (que también
tiene muchas resonancias de Lévinas).
GUM.- Vuelvo
a la tensión. Hay que recordar que en un principio José
K. toma el arresto y todo su proceso judicial como una equivocación,
acaso como una broma. El narrador nos dice que era probable que lo
hubieran calumniado. E incluso el protagonista piensa que su defensa
será algo ligero y que saldrá avante desde el inicio,
sin tener que pasar por todo el proceso. Casi puede decirse que se
niega a defenderse. Esto es así, por lo menos, hasta que llega
el tío... Sin saber cómo K. pasa de este estado en donde
no le confería importancia a su defensa hasta el punto en donde
toda su vida se ha reducido a lograr cualquier avance en el proceso
que se dirige contra él. Es arrastrado por el funcionamiento
del mundo representado por el aparato judicial. Sin saber cómo
reduce su vida a su defensa ciega, pues ni siquiera sabe contra quién
o de qué se defiende, acaba muerto, "como un perro" nos dice
el mismo Kafka. Es una situación múltiple: absurdo y
alienación la demarcan. K. se siente exterior desde que no
sabe nada sobre su arresto, totalmente súbito para él.
Pero esta exterioridad la capta solamente frente a su realidad penal.
Paulatinamente va descubriendo su exterioridad total. O mejor: se
va descubriendo su exterioridad radical, ya que no hay suficientes
elementos para determinar si K. era plenamente consciente de esta
situación o sólo tenía conciencia parcial.
Lo que me interesa
son sus diálogos y los diversos pensamientos que lo asaltan.
Es aquí en donde veo esa tensión entre el decir y lo
dicho. Lo dicho por K. era testimonio de su alienación y de
su absurda existencia en donde, como el mismo libro lo sugiere, lo
único racional era la resignación ante la irracionalidad,
representada por el mórbido funcionamiento de los tribunales.
Pero el decir mismo de K. es algo que va más allá de
esta alienación, la supera, y desde su posición de exterioridad
funda una realidad de importancia cardinal. El decir de K. es lo importante;
lo dicho no pasa de dar vueltas como elemento de esa vorágine
absurda iniciada por un sistema cuya lógica está fuera
de todo límite propiamente humano.
Kafka, en El proceso,
entre el decir y lo dicho nos muestra una de las situaciones fundamentales
del hombre moderno, que lo sitúan en la angustia, en el vacío,
en la soledad, en la radical antítesis entre el existente y
su existencia.
JSA.- Usted
ha dicho en otro ensayo que este conflicto moderno no tiene resolución.
¿Esto no implica también el aceptar la resignación como
única vía racional?
GUM.- Sí,
pero la vida no se reduce a lo racional, como Kierkeegard bien lo
demostró, y en general varios de los críticos de Hegel;
el mismo Lévinas decía que una de las funciones de la
razón era prever y ganar la guerra, por lo que se le puede
tomar incluso como aniquilamiento de la moral, para situarnos también
frente a lo que usted comentaba.
Este conflicto no
tiene resolución. He dicho esto porque no creo en los proyectos
religiosos, estrictamente entendidos, en donde el hombre se reconcilia
en la identificación de todas sus fuerzas con todas las fuerzas
del mundo. No creo, en definitiva, en la identidad total y armónica
de la existencia y el existente. Pero esto no puede equivaler en ningún
sentido en glorificar la irracionalidad de un mundo en donde vivir
es penado. Una cosa es decir que la existencia implica esta problemática
actualmente, y otra cosa es aceptarla e invitar a la estática
espera aburrida.
Con lo anterior también
pienso en el papel del arte, o mejor, en una de sus tantas tareas,
la de la resistencia.
JSA.- ¿En
qué términos plantea usted tal resistencia en el arte?
GUM.- Es eminente
el hecho de que todo arte ejerce una tarea política. Pero no
me refiero ahora a la resistencia, por ejemplo, en el arte como arte
de protesta o arte militante. Al respecto tenemos muchos ejemplos
deleznables como para pretender volver a tales dogmas.
JSA.- Pero
no todo se reduce a dogmas, ¿o sí? Hay muchos casos realmente
importantes, por ejemplo Brecht, Aragón, Alberti, etcétera.
Aunque el caso por ahora no es este. La pregunta que yo quiero plantear
es la siguiente: ¿a qué se refiere con la resistencia sino
a la política?
GUM.- Bueno,
no me mal interprete, por favor. No quiero decir que estos artistas
sean deleznables, sino que se han conseguido cuestiones deleznables
porque se piensa que la única forma de resistencia es cuando
la obra de arte alberga temas abiertamente políticos: la muerte
de X militante, la renuncia a tal guerra, etcétera. No es sólo
así. Los ejemplos que usted citó lo demuestran.
A lo que yo me refiero
cuando hablo de resistencia es a la oposición del ser humano
a formar parte de una suma, de una simple suma fría que haga
funcionar al mundo moderno, como diría Cavafis en un poema
que justamente se llama así, Suma. Digo yo que el arte
se convierte en una zona en donde el humano se cuestiona arduamente
a sí mismo y a su realidad y se ve obligado a dejar de aceptar
dicha realidad sin más, sin transformarla y sin generar otra.
Es por esto que en el arte hablamos de creación, aunque no
siempre de creatividad. De ahí que todo arte auténtico
sea, por decirlo con algún término que no me agrada,
"rebelde". Reacciona siempre contra algo, pero lo importante es que
no se queda en la oposición, sino construye otra realidad que
altera la presente.
Por lo anterior, cuando
hablo de resistencia no hablo sólo de creaciones que sean abiertamente
políticas, sino en general de toda creación vigorosa.
Yo creo, por ejemplo, que la poesía amatoria es parte fundamental
de esta resistencia: cantarle al amor en estos tiempos es la verdadera
épica rebelde. Neruda, como tantos otros, no tiene una obra
política y una obra amatoria; sólo tiene una obra, con
caídas estrepitosas y con logros extraordinarios, en general.
Para mí, el
modelo de este arte de la resistencia podría ser La muerte
en Venecia, de Mann.
JSA.- ¿La
búsqueda de Gustav Aschenbach por la belleza en la novela que
usted menciona es su ideal de resistencia?
GUM.- En cierta
forma sí. Uno en materia artística no puede tener ideales,
pero sí inclinaciones sobre ciertas zonas que tiene obligación
de pulverizar finalmente. Thomas Mann en esta novela pone una situación
que será muy común para los artistas de su siglo pero
también para el hombre en general. Un artista que emprende
un viaje y se encuentra en un nudo entre la muerte y la belleza que
significa muchas cosas, entre ellas creación y poder frente
al mundo, no sobre el mundo.
JSA.- Quisiera
detenerme un poco aquí, si no hay inconveniente.
GUM.- Adelante
por favor.
JSA.- Gustav
Aschenbach decide viajar por una irrupción súbita de
un extraño en medio del cementerio. La epifanía de otro
hombre es lo que lo lleva hasta Venecia en donde, como usted menciona,
se encuentre frente a la belleza y la muerte. ¿Qué significa
para usted esto?
GUM.- Mann
no es, creo, muy biográfico. Sin embargo, como en todo trabajo
artístico, sus piezas nos dan referencias, directas o indirectas,
sobre las condiciones de producción bajo las cuales trabajó.
Hay que ver las contradicciones de Europa para entender ligeramente
algunas cuestiones en la novelística de Mann, especialmente
aquí y en su Doctor Faustus. En este sentido, no
podemos dejar de ver que su sociedad vivía bajo amenazas casi
apocalípticas. Por ello poco tiempo después Horkheimer
dijo que el pesimismo era un realismo en un mundo en donde sólo
lo exagerado y catastrófico podía ser real. Creo que
el viaje de Aschenbach frente a esa epifanía es la situación
del mismo individuo y de la sociedad europea en esa época:
ante sus ojos irrumpe la encrucijada que los obliga a dar un viraje
o disolverse en sí. Creo que ese primer recurso del extraño
en el cementerio que asalta la tranquilidad relativa de Aschenbach
no es sólo un elemento técnico que emplea Mann para
conducir hasta el viaje al personaje. En todo caso, pudo haber empezado
desde el trayecto al viaje, ahorrándose toda explicación,
dándolo como supuesto. Así que para mí también
tiene una importancia muy aguda ese hecho, esa epifanía como
usted la ha llamado.
Lo que le he dicho
no agota toda la explicación, sin embargo. También hay
que advertir que el hombre en su creación, aislado a pesar
de los honores, se encuentra ante sí mismo buscándose
en el otro. Es probable que Aschenbach tuviera ya toda la carga en
sí que hace posible la sucesión de descubrimientos que
vienen cuando conoce al joven, por eso se sobresalta tanto de la presencia
del extraño. No lo sé de cierto pero me pregunto si
el extraño en el cementerio no es un estado extraordinario
que el mismo Aschenbach reconoce en sí y por el cual se tiene
que buscar a partir del otro. Me pregunto si esa epifanía no
fue más bien interna. Acaso el viaje habría sido decidido
sin extraño en el cementerio.
Como sea, es una situación
inicial que en sí misma ya implica un cuestionamiento de la
vida normal y cotidiana del creador. Es en cierta medida un reto que
conduce al encuentro, o reencuentro, con la belleza, como figura cúspide
de la creación. Y la creación, a su vez, como figura
cúspide de la libertad humana y de una existencia auténtica
contra un mundo que amenazaba en desmoronarse.
Después viene
la cuestión de la playa, la enfermedad y todas las referencias
con las cuales Mann emprende su magistral obra, su aguda reflexión
que no sólo es estética, sino que, si se permite el
término, es también poética y política.
Por ello me he referido a este ejemplo.
JSA.- Después
de esto creo entenderle mejor. Para concluir le pediría que
dijera unas palabras breves sobre el caso de su trabajo Voz grado
cero.
GUM.- La verdad
no quisiera hablar sobre eso.
JSA.- ¿Por
qué no?
GUM.- No tengo
nada nuevo que decir. Ya todo lo dije en su momento, además
de que los diarios y revistas culturales cubrieron el caso con mucha
atención. Sólo repito lo dicho: la censura no es admisible
en ningún modo.
JSA.- Entonces
quisiera plantear otra última pregunta. ¿La poesía aún
es perseguida?
GUM.- La poesía
nunca dejará de ser perseguida. Esto no significa que será
censurada siempre. Afortunadamente los casos de censura, como el que
sufrí, son cada vez menos frecuentes. Por desgracia, siempre
ha sido olvidada, así que la censura no es lo único
que impide que la poesía respire sanamente. En general, la
gente no lee poesía. Esto por muchas razones que yo no puedo
desentrañar. Pero es algo macabro. No es necesario morir con
Villón ahorcado, estar encerrado con Sade o terminar en la
locura con Nietzsche. Al escritor moderno lo laceran ignorándolo.
Incluso puedo asegurar que la poesía sólo es leída
por críticos y escritores, y esto siendo bastante optimistas.
Además, muchos creadores se malogran, a veces ni siquiera pueden
publicar en vida. Esto es una persecución indirecta de la sociedad
contra el nervio vivo de sus letras. El escritor no sólo debe
protestar contra la censura, sino también contra esta situación.
Entre sus demandas deberían estar la exigencia a que todas
las cadenas televisivas le dediquen espacio al fomento a una lectura
verdadera, sustancial y no trivial, y especialmente al fomento a la
creación de bibliotecas, desarrollo de las ya existentes y
generación de nuevas editoriales jóvenes e independientes.
JSA.- Bien,
muchas gracias. ¿Algo para concluir?
GUM.- Sólo
agradecer la entrevista y agradecerle a todos los lectores que tienen
una paciencia épica. Son ellos encarnaciones modernas de Ulises
en la búsqueda de letras y piedras...