Por: Carlos
Yusti
Armando Reverón
no es actual, no está de moda. Tampoco es el publicitado pintor
que sucumbió a sus demonios en aras de su obra. ¿Y a qué
se deben semejantes argumentaciones?
En realidad la pregunta
no es sencilla, al menos para un individuo que tiene una profunda
admiración por el trabajo pictórico de Reverón.
Por otra parte la vida del pintor, sometida a todas las mistificaciones
posibles, parece fluir en una dirección y su obra en otra;
en muchas oportunidades su vida proporciona los complementos metafóricos
de su estética. Todas estas contradicciones en vez de acercarnos
a la obra de Reverón nos aleja.
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La
cueva.
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La actualidad de Reverón
ha estado precedida por una leyenda existencial, si se quiere algo
fabricada, y que en muchos aspectos, a pesar de la buena intención,
estereotipa al pintor, relegándole al ser un personaje inusual
y sorprendente de la plástica nacional. Las películas
sobre su proceso creador, los ensayos críticos, o ensalzadores
de su obra, se sustentan siempre con su vida, accidentada, saturada
de paisaje natural, luz y sanatorio para enfermos mentales. Este subrayado
sobre la vida de Reverón no es gratuito y busca, con premeditada
alevosía, ofrecer pruebas sobre lo que es un artista genuino,
puro, que arrojó por la borda toda la parafernalia de la vida
común para enfrentar los derroteros del arte con todas sus
dificultades, sus magias y sus ritos a saber.
La actualidad de Reverón
es un símbolo se esgrime desde las altas esferas de la cultura
oficial para vender que el país ha tenido su pintor paradigmático.
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Desnudo.
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La segunda actualidad
de Reverán, quizá menos artificial, está en la
manera moderna y relajada como Reverón experimentó el
oficio de pintor. En primera instancia como pintor se desentendió
del mundillo perverso de salones, galerías y museos para aislarse
en las playas de Macuto, sin importarle otra cosa que su pintura y
su modelo. Esta actitud moderna de Reverón lo convierte en
una metáfora de infinitas lecturas.
El escenario social y
político donde Reverón desarrolló su producción
estética no existe. Nunca sus apologistas hacen referencia
sobre cuáles fueron las posturas éticas y morales de
Reverón con respecto a la tiranía gomecista. Para ellos
estas nimiedades históricas son secundarias e impiden apreciar
en su justa dimensión al artista puro. El encierro de Reverón
en castillete es en sí su ética su posición filosófica
ante la vida. En cambio lo que siempre se anuncia, con reiteración
morbosa, es su manera ritualista de pintar, su temporada de infierno
en el psiquiátrico, su extravagante manera de vivir entre la
fantasía y la miseria, reafirmando con esto que un artista
auténtico está por encima de los vaivenes mundanos y
las urgencias históricas.
Toda la mitificación
que ha padecido la vida y la obra de Reverón no son producto
del azar y responden a un plan, premeditado o no, por darle espesor
universal, por presentarlo como un pintor con rango al que se puede
equiparar con un Gauguin o Picasso. Y aquí entramos en la división
de su estética: azul, rosa y sepia. Cada etapa se explica por
el empleo de un determinado color. Luego vienen los epítetos
cargados de una admiración rebuscada que ya no nos conmueve.
Es así como Reverón pasa a ser el mago de la luz, el
alucinado de Macuto, el ilusionista de la playa, el muñequero
de pumbá y otros clisés que venden un Reverón
comestible y de fácil manejo masivo.
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Autorretrato.
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En un futuro esta actualidad
forzada de la que goza Reverón quizás redimensione los
valores estéticos de su obra más modestos e interesantes.
Reverón por supuesto que es un mago, pero de esos magos que
en vez de sacar del sombrero un conejo sacan un pájaro, de
esos magos que dejan ver las costuras de sus trucos.
Cuando Reverón
deje de publicitarse como nuestro pintor más genuino gracias
a su vida y no por su obra, tal vez podamos entender/apreciar el destino
de un hombre que asumió el arte de pintar con más pasión,
locura y obstinación que genio; que supo, por otra parte, tener
a la pintura como un acto estético de ilimitadas posibilidades
donde el juego, la construcción de objetos inútiles
y la elaboración de muñecas de trapo formaban parte
de un pathos en función de la creación plástica
constante, al margen de ese verso del arte donde todo estilo, toda
estética, tiene su fecha respectiva, su valoración lugar
común. La actualidad de Reverón a futuro es inequívoca
pese a sus apologistas presentes, pero su vida interesará menos
que su obra artística, obra sin trucos y que resume en algunas
pinceladas, de valor incalculable, la tenacidad sensible de un hombre
tratando de conquistar la magia de la creación artística,
siempre escurridiza y cambiante, sin valor alguno en el mercado del
arte.
Han querido convertir a
Reverón en un mito potable del arte y la cultura, pero el mito
se les escapa. Reverón no era un genio iluminado, aunque en
sus pinturas hubiese mucha luz impresionista, mucho menos fue un loco
que tuvo en la pintura su mejor terapia. Si hay que ser justos con
Reverón habrá que aseverar que fue un hombre que trató
de hacerse con una técnica, con un estilo muy personal. Su
vida accesorio es sólo eso. Su trabajo pictórico le
dará en todos los tiempos la actualidad necesaria para recordarnos
que el arte se hace por encima de toda política cultural.