Desde Costa Rica, Rodrigo
Quesada Monge
PRESENTACIÓN.
En esta oportunidad trataremos un
tema muy delicado en la historia personal y artística de Wilde.
No nos atraen los detalles morbosos que rodearon el caso sino, en
esencia, las lecciones que podamos obtener de él. Sostenemos
que el juicio por sodomía que se le siguió al poeta
es uno de los ejemplos más cruciales de intolerancia, represión,
brutalidad y humillación que podamos hallar en la historia
reciente de la cultura burguesa, contra aquellos que se atreven a
pensar, sentir y actuar distinto.
Si la mentira es uno de los oficios
mejor pagados en Occidente, como sostuvieron alguna vez ciertos autores
de nuestros días1,
es con Óscar Wilde, su arte y su experiencia vital, donde podemos
tomar conciencia de la certeza de esta reflexión. La gran paradoja
en la tragedia de Wilde, para quien la felicidad no importaba un bledo,
sino el holocausto dionisiaco de los excesos del placer2,
es que siempre sostuvo que el arte era más verdadero que la
vida, que la rebelión y la desobediencia contra las mentiras
de la sociedad burguesa eran más reales que la supuesta "naturalidad"
en que ésta se apoyaba. Como los griegos de la antigüedad,
Wilde creía que quien busca los placeres con tanto ahínco
termina trágicamente. Y sin embargo, la hipocresía victoriana,
es decir burguesa, acabó destruyendo con sus mentiras las ilusiones
con las que Wilde quiso combatirla. Pero en el fracaso de Wilde está
su triunfo, porque se atrevió a soñar, se arriesgó
a pensar que era posible una vida más libre y auténtica,
sin las máscaras que nos obliga a usar una moralidad palaciega,
diseñada exclusivamente para que sirva los propósitos
de quienes detentan el poder económico, social, político
y cultural desde hace siglos. Cuando él se despojó de
su disfraz el mundo entero se le vino encima, como veremos más
adelante.
En esta oportunidad, entonces, hablaremos
de la "cuestión homosexual", no del "problema homosexual" como
algunos acostumbran hacer, porque no existe algo que pueda llamarse
así. A no ser que uno piense que un homosexual es un individuo
enfermo, sujeto potencial de terapia y que por lo tanto constituye
un problema para el buen funcionamiento de la sociedad.
Nuestro enfoque del tema tiene más
que ver con sus aristas políticas y culturales, que con los
asuntos de alcoba. No obstante, en el caso de Wilde ambas dimensiones
están ineludiblemente ligadas, de manera que muchas veces es
difícil separar los sueños que tiene el poeta con una
sociedad sin estado, de aquellos en los que es posible una sociedad
donde nos sea permitido amar a quien se nos antoje.
A pesar de todo, nosotros pondremos
el énfasis en ese aspecto en el que la homosexualidad surge
como una forma de rebeldía, para Wilde tan importante, y en
las implicaciones eventualmente revolucionarias que tal rebeldía
podría tener. Recordemos que Wilde no es ningún intelectual
burgués revolucionario por defecto, él es antes que
nada un intelectual bien acomodado, librepensador y con fuertes visos
de aristócrata rancio y conservador. Pero en este entramado
de contradicciones reside precisamente el interés de su caso,
puesto que, sin importar sus orígenes de clase, su homosexualidad
se tornó en una forma de desobediencia inaceptable para las
estructuras de poder que, primero lo ensalzaron, y luego lo aniquilaron.
En virtud de lo expuesto, abordaremos
el tema de este ensayo desde dos perspectivas básicas:
1.Óscar Wilde: homosexualidad
y rebeldía.
2.Óscar Wilde: homosexualidad
y revolución.
Procedamos entonces.
Óscar Wilde: homosexualidad
y rebeldía.
En vida Óscar Wilde fue un rebelde,
no un revolucionario. Formaba parte de esa intelectualidad europea
y americana que se aterrorizó con los excesos de un capitalismo
industrial que había puesto por encima de todo a la máquina
y su eficiencia, y que había decidido que era más importante
tener que ser. Este escenario hace que la figura de Wilde surja con
los contornos de uno de los teóricos más acabados del
"modernismo", según lo conciben los anglosajones, es decir
desde la perspectiva de lo que significaría el progreso en
los países latinos3.
En Francia hombres como Charles Baudelaire (1821-1867) encabezaban
todo un movimiento que veía en la "burguesía maquinista"
uno de los sujetos sociales más peligrosos que hubiera parido
el capitalismo occidental durante los últimos quinientos años.
De la misma forma pensaban Verlaine, Nerval, Rimbaud, el Conde de
Lautremont, Poe y Rubén Darío. Por eso algunos autores
sostienen que Wilde es simplemente un "epígono" del autor francés
en Inglaterra4.
Para Wilde, la idea romántica
de que el mundo objetivo es ficticio y de que la realidad es una creación
de la imaginación crítica a través de las distintas
expresiones artísticas que existen, tenía más
sentido que toda la cháchara moralizante que, por aquellos
días, quería poner el arte al servicio de intereses
políticos y culturales muy precisos5.
Se trata de la década de los noventas, no lo olvidemos, y en
el ambiente se sienten los signos militares que irían a barrer
Europa de cabo a rabo, con la primera gran guerra del siglo XX (1914-1918).
El progreso material y la competencia inter-imperialista son dos de
los ingredientes que uno debe de tomar en cuenta al ubicar a Wilde
en el momento histórico que está viviendo.
El anti-semitismo, las leyes anti-migratorias,
y la fiera preservación de la moral pública, no fueron
privilegio de los círculos dominantes en Alemania. En Inglaterra,
durante los años ochenta y noventa, lo mismo que en Francia,
se introducen legislaciones del mismo peso específico y con
las mismas aspiraciones6.
Hay que anotar que la enmienda por
la cual Wilde es condenado a trabajos forzados por dos años
procede de 1885. A este respecto existe una discusión que aún
no ha sido concluida satisfactoriamente, pues tiene que ver con el
dato de que Wilde no fue condenado por sodomía o "pedicatio"
(penetración anal), sino por "incitar a la sodomía",
esto es: la práctica del onanismo a cuatro manos y la felación
(es decir, corrupción y proxenetismo)7.
Si hubiera sido encontrado culpable de sodomía, bien podría
haber sido condenado a cadena perpetua.
Todavía en 1962 estas delicadezas
legales en el caso de Wilde y de la legislación británica
respecto a lo que se consideraba "indecencia pública"(o indecencia
mayor) podían ser esgrimidas en cualquier juicio por pederastia
o sodomía8.
Curiosamente la misma legislación establecía excepciones
con relación a la mujer, supuestamente porque la práctica
del lesbianismo no afectaba de manera directa los mecanismos de reproducción
tan caros a la burguesía9.
Ahora bien, aclaremos algunos puntos
para seguir adelante en nuestro análisis de las posibles implicaciones
políticas y culturales del juicio contra Wilde. Si nos ponemos
atentos con relación al trabajo artístico del poeta
nos daremos cuenta que la mayor parte de su trabajo se sustenta en
la simulación. Él tiene un gran interés en los
disfraces. Su teatro, su única novela conocida10,
algunos de sus ensayos y artículos, sus conferencias y sus
críticas, todos, casi sin excepción, tratan de las distintas
formas de "posar" que tienen los individuos en la sociedad contemporánea.
Él mismo es una creación de Óscar Wilde. Tanto
esmero artesanal por la mentira lo llevó a entrar en una controversia
con la Corona británica, pues ésta también tenía
su propio entramado de mentiras, y estaba dispuesta, a cualquier costo,
a probar que el suyo era el más eficaz, no sólo para
la convivencia social sino también para la perennidad del imperio.
No olvidemos que Wilde es irlandés.
El poeta quiso convertirse en el símbolo
de su tiempo y lo logró. Pero el costo fue muy elevado porque,
mientras su verdadera identidad sexual no fue revelada, el hombre
pudo jugar con los entretelones de la incertidumbre, las insinuaciones
y los excesos del "posseur" victoriano. Su dandysmo es la mascarada,
la ficción, el espejo, la cortina de humo con la que se protege
para impedir que se sepa quién es realmente.
Entre 1885 y 1895 toda la producción
intelectual y artística de Wilde está penetrada por
su homosexualidad, sólo que esta omnipresencia se queda en
la dimensión de las palabras, hasta el momento en que es obligado
a revelar su identidad sexual, y el hombre pasa entonces a una nueva
etapa en la que tal revelación se convierte en la mejor forma
de combatir lo absurdo de la legislación británica sobre
asuntos de alcoba entre caballeros. Pero los verdaderos alcances de
este dilema no fueron presenciados por Wilde. Aunque moriría
en 1900, en 1895, al entrar a la cárcel, ya estaba prácticamente
muerto.
Óscar Wilde paga cenas y regalos
carísimos a los chulitos de los barrios bajos de Londres, y
los invita a los centros de mayor prestigio social de la ciudad. Estos
actos de rebeldía no le serían perdonados. Como tampoco
lo serán sus constantes insinuaciones de homosexualidad, elegante
pero inútilmente presentadas como "amor socrático" ante
los jueces que lo mandarían a prisión. Para ellos, como
siempre en la historia de Occidente, los actos de rebeldía
son más peligrosos que las personas mismas, puesto que a éstas
se las puede eliminar de muchas formas, pero el aprendizaje que se
puede obtener de las acciones humanas es de un peligro incalculable,
debido a la posible propagación, hacia el resto de la sociedad,
y sus posibles efectos sobre las estructuras de poder establecidas.
Ignoramos si Wilde tenía plena
conciencia de esta situación, o si alguna vez se detuvo a pensar
en las verdaderas consecuencias de su comportamiento. Sus amigos más
cercanos sí la tuvieron, puesto que en contadas oportunidades
lo invitaron a dejar Inglaterra, cuando ya era evidente que tenía
perdido el juicio contra el padre de su amante, y de que lo que venía
después era una acusación que le haría la Corona
británica misma, por indecencia pública y actos homosexuales.
Pero para Wilde, hasta el momento en que su identidad sexual es revelada,
el juego de provocaciones, poses y mascaradas con la sociedad y los
convencionalismos victorianos tiene sobre todo dimensiones estéticas
y socio-culturales, y tenía poco que ver con la historia de
su sexualidad personal.
No vamos a discutir si Wilde se casó
porque creía que era posible postergar la asunción de
su verdadera identidad, para hacerse merecedor de su cuota de respeto,
como superficialmente sostienen algunos al argumentar que los homosexuales
sobresalen en las artes y las ciencias porque es la única forma
de ganarse un espacio dentro de la sociedad de las "personas normales"11.
Tampoco nos interesa gran cosa destacar cuándo fue detonada
su homosexualidad. Lo que sí es relevante de señalar
es que toda la actitud de Wilde, su visión del mundo, su apreciación
de la belleza, de las relaciones entre las personas, su concepción
del poder y de la cultura están marcados indefectiblemente
por la impronta de su homosexualidad. La tragedia reside en su negación
y en el castigo que la sociedad victoriana le inflige por ello.
Wilde mintió, manipuló
y distorsionó las palabras y los hechos para que sus acciones
aparecieran como respetables. Incluso llegó a negar su inclinaciones
sexuales12.
Hasta ese mismo instante actuó como un rebelde. No olvidemos
que la rebeldía está constituida por una cadena de acciones
sociales, políticas o culturales, que no siempre están
debidamente concertadas para producir resultados coherentes y articulados
en la sociedad de que se trate. Los actos de un rebelde pueden producir
cambios importantes, como bien pueden no generar cambio alguno. Y
por lo general un rebelde actúa solo, es portador de una fuerte
individualidad.
Hasta su caída en desgracia
la homosexualidad de Wilde es una expresión de su rebeldía,
contra la mediocridad, el patrioterismo, y la estupidez de que hacía
gala la burguesía victoriana. Los golpes que les propinaba
venían de ese ángulo, el que más les dolía:
la moralidad de la alcoba. El riesgo era demasiado alto, eso sí
lo sabía Wilde. Al fin y al cabo creyó que su talento
era suficiente para amortiguar el impacto del autosacrificio, y pretendió,
después de dejar la prisión, que era posible retomar
la vida ahí donde la había dejado. Pero, junto a ello,
él es también de los primeros intelectuales modernos
en intuir que la homosexualidad, su homosexualidad, el mundo al que
verdaderamente perteneció siempre, configuraba una cultura
aparte, con sus ritos, hábitos y costumbres. Casi como si perteneciera
a otra etnia. Esta toma de conciencia le costó su propia vida.
Pero preparó el ingreso de los homosexuales a la era moderna.
La burguesía victoriana tenía
claro, por otro lado, que sólo a través de sus acciones
podía castigar al criminal, no a éste mismo como abstracción
jurídica. Desde esta perspectiva no existe la homosexualidad
en teoría, existen actos homosexuales, y a Wilde se le condenó
por eso. Como indica con sobrada razón el historiador inglés
Rictor Norton: "La historia de la homosexualidad es esencialmente
la historia de la cultura homosexual. No es la historia de específicos
actos sexuales, ni tampoco debería ser la historia de las actitudes
particulares de la gente hacia la homosexualidad. La historia de la
homosexualidad está todavía muy influenciada por la
historia de la sexualidad, y necesita ser reubicada dentro de la historia
no sexual de la cultura y de las costumbres étnicas"13.
Al reflexionar sobre el caso de Wilde
nos encontramos con la particularidad de que la justicia británica
condena en él su "excentricidad", su inadaptación, el
hecho de que se salga de las normas y de que, a través de sus
actos, en la alcoba o en la calle, insulte, violente, agreda incluso,
la impoluta santidad de la norma. La homosexualidad es evaluada así,
entonces, desde la óptica de lo que se considera normal. Con
lo que se comete la injusticia (de importante contenido histórico)
de analizar la conducta homosexual a partir de la ausencia de heterosexualidad
que manifiestan sus actos sexuales.
En estos casos nunca se consultó
a las víctimas, como agrega Norton14.
Wilde formaba parte de esa comunidad homosexual de antiquísima
data, a pesar de lo que quieran argumentar algunos seudo-historiadores
que insisten en que la "homosexualidad" como concepto aparece hasta
el siglo XIX. Si partimos de la base de que las personas son anteriores
a los actos y los conceptos, nos daremos cuenta que la comunidad homosexual,
como tal comunidad, tiene una historia añejísima, que
se remonta, si se trata de fijar fechas, hasta el siglo XV.
Sin embargo, con Wilde, la burguesía
victoriana aplicó el principio de que había que penar
al acto, antes de que más personas quisieran practicarlo. Y
de esa forma se le enviaron señales a la comunidad homosexual
para que se controlara y se evitara situaciones similares. Fue así
como una importante cantidad de intelectuales británicos, debido
a sus inclinaciones sexuales, se decidió a dejar Inglaterra,
después del juicio. O tuvieron que volverse más discretos.
Esconderse, en otras palabras.
Con Wilde se aplicó públicamente
el castigo previsto para este tipo de "anormalidades". En el pasado
a los homosexuales se los colgaba en secreto. O se los dejaba morir
en la más absoluta soledad de sus celdas. Cuando Bentham escribió
su texto sobre los derechos de la comunidad homosexual británica
en 1785, este tipo de situaciones todavía se daban15. Pero
la lección que se pretendía dar a la sociedad civil
y sus eventuales amagos de rebeldía, iba en dirección
a que todo tipo de "excentricidades" serían penadas. La burguesía
victoriana no estaba dispuesta a soportar la desobediencia civil y
a dejar pasar sin castigo a quienes se salieran de la norma. Wilde
fue uno de ellos. Agravada su situación por su insolencia,
arrogancia y exhibicionismo. Pero el asunto no termina ahí
como veremos a continuación.
ÓSCAR WILDE:
HOMOSEXUALIDAD Y REVOLUCIÓN.
El sacrificio de Wilde dejó
un legado que sería recogido por sus amigos al principio, y
por todos sus seguidores después. Hay algo que algunos autores
han bautizado como "el culto a Wilde," con lo cual pretenden decirnos
que nuestra aproximación al poeta irlandés está
sesgada por la parcialidad, la subjetividad y la simpatía carente
de realismo. Dejemos bien claro un asunto: absolutamente nada es objetivo
en la cultura burguesa. Ni aun uno de los edificios teóricos
más sólidos construidos durante los últimos quinientos
años, el materialismo histórico de Marx y Engels, carece
de pasión, emotividad y parcialidad, puesto que fue diseñado
con el único propósito de darles a los pobres, a los
trabajadores del mundo, un instrumento de análisis lo suficientemente
poderoso para entender y tumbar el régimen burgués.
Con la injusticia que se le hizo a
Wilde no se puede ser objetivo. "El juicio más desgraciado
del siglo"16
como lo llama uno de los historiadores británicos de nuestros
días, pinta de cuerpo entero la codificación socio-cultural
elaborada por la burguesía victoriana para mantener a las personas
bajo su control. Por su altisonante despliegue de totalitarismo imperial,
a eso lo hemos llamado "canon victoriano" en otra parte17,
y con ello nos hemos referido a una de las construcciones ideológicas
mejor acabadas del siglo diecinueve, que prepara con profundidad la
llegada del veinte.
Es que fueron algunos de sus amigos
los que se encargaron, para bien o para mal, de difundir la herencia
estética, política y cultural de Wilde. Lord Alfred
Douglas, por ejemplo, quiso tanto proteger su imagen, su prestigio
personal, negando cualquier vínculo real con el poeta, que
su obsesiva labor de limpieza egocéntrica lo llevó a
extremos inimaginables (¡actitud tan parecida a la de su padre cuando
andaba a la caza de Óscar¡) contra otro de los amigos de alcoba
de Wilde, Robert Ross, su albacea literario. Entre la posición
oportunista de Douglas (Bosie) y la devoción a veces torpe
del último, uno se encuentra en el medio con un sinfín
de distintas interpretaciones posibles de la herencia que nos deja
el poeta.
"Por el bien de su alma, (Wilde) pudo
haber sido más honesto y confesar su sexualidad, en lugar de
atribuir improbables motivos al Rey David o Miguel Angel (en sus contactos
con muchachos jóvenes). Wilde debió decir que la ley
estaba mal y que su conducta era la misma de otros hombres (y mujeres)
que, en la privacidad de sus camas, en sí misma intachable,
era un asunto que moralmente no le incumbía a nadie"18.
Sin parar mientes en que nos resulta un poco forzado argumentar qué
pudo y qué no haber hecho o dicho Wilde en el preciso instante
en que era condenado, la posición de Epstein tiene dos aspectos
sobre los que vale la pena extendernos un poco.
En primer lugar, aunque la ley con
que se castiga a Wilde es de 1885, los actos de sodomía, como
se los llamaba antes (recordando a las ciudades bíblicas de
Sodoma y Gomorra), eran reprimidos con la muerte o la prisión
perpetua desde el siglo XVII en Inglaterra19.
A lo largo de tres siglos, puede notarse, la ley sólo cambió
en que, la sodomía antes de 1885, se castigaba de la forma
que indicamos si era ejercida públicamente. Después
de esa fecha, se incluyó también el castigo para su
práctica en privado. Entre otras cosas, a Wilde lo aplasta
finalmente, la agobiante lentitud con que camina la civilización
burguesa, en materia de derechos humanos e individuales por esta época.
Porque materialmente, a Inglaterra no la supera nadie. Entre civilización
material y civilización espiritual, el juicio de Wilde ejemplifica
la pobre armonía que existía entre ambas respecto a
las minorías de cualquier otro signo cultural.
Por otro lado, la descomunal hipocresía
con que los victorianos condenan y castigan a Wilde, puso en evidencia
también su escalofriante incapacidad para aceptar la identidad
de otros grupos humanos, con prácticas culturales, políticas
y sexuales distintas. La burguesía probó así
que también ejerce el totalitarismo, muchas veces de la manera
más brutal imaginable. Las masacres de homosexuales que hicieran
los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), tenían
antecedentes serios desde el siglo XVII en el resto de Europa20.
El juicio de Wilde entonces, puso
a la comunidad homosexual inglesa y europea en general, ante la tesitura
de organizarse y protegerse o morir. Aquí radica la herencia
revolucionaria de Wilde. Porque después de su muerte en 1900,
y con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), las distintas burguesías
europeas querían deshacerse del decadentismo de los noventa,
que tanto daño moral, cultural y político les había
ocasionado. De ahí el entusiasmo con que se recibiría
la guerra, pues se pensaba que tendría una especie de beneficio
reparador, al eliminar un importante sector del movimiento de los
trabajadores, de los intelectuales y de todo elemento subversivo que
pudiera encontrase en el enemigo. Eso la hizo una guerra típicamente
imperialista y de clases al viejo estilo de las predicciones de Marx.
Los años que se ubican entre
1900 y 1914 están señalados por lo que Hoare llama "el
culto a Wilde". El mentor, el héroe, el mártir de muchos
intelectuales y artistas, y de otros muchos hombres y mujeres imbuidos
por el "espíritu wildeano", logró su propósito
conforme avanzaban los años: el mito de su propia factura creció
en proporción a la profundidad de la crisis que azotó
al mundo burgués entre 1890 y 1914. Una sociedad que se desbarranca
en términos morales, decían los conservadores de la
época, tiende inevitablemente a encontrar refugio en los datos
cotidianos más banales y superfluos: la moda, los bailes, los
perfumes, las buenas comilonas y la caridad. Contra este telón
de fondo la figura de Wilde se asomaba insinuante, juguetona, porque
el tono que adquiría su cinismo, ahora que estaba muerto, se
expresaba con la ironía y el toque satírico del teatro
que se representaba entonces.
"Para la época de la Primera
Guerra Mundial, trece años después de su muerte y casi
veinte después de su desgracia, Wilde era una figura mítica:
para algunos un demonio, para otros un santo. Era una reputación
que Wilde mismo intencionalmente había establecido y fortalecido.
Como la primera figura cultural de la era moderna en inventarse a
sí mismo a través de los nuevos medios de comunicación,
Wilde creía en su propia publicidad (aunque filtrada por el
uso de su muy moderna ironía)"21.
Esa era la visión que tenía de sí, fortalecida,
promovida y protegida por un hombre como Robert Ross (a quien ya mencionamos),
y que se encargó en vida y después de muerto el amigo,
de llevar esta tarea hasta sus últimas consecuencias. Sus cenizas
ocuparían la tumba de Wilde en 1950.
Wilde decía en De Profundis:
"Yo era una encarnación del arte y la cultura de mi época:
esto lo sabía ya en los albores de mi mocedad, y forzado luego
a mis contemporáneos a reconocerlo. A pocos hombres les es
dado ocupar durante su vida igual posición, y a pocos les es
ratificada. Por lo general, es el historiador o el crítico
quienes, mucho tiempo después, lo ratifica, si es que llegan
a hacerlo, cuando quizás tanto el hombre como su época
ha desaparecido. Conmigo fue muy distinto. Yo mismo fui quien sentí
la altura de mi posición, y quien se la hizo sentir a los demás.
También Byron fue una encarnación, pero reflejaba la
pasión, y la fatiga de la pasión de su época.
Yo representaba algo más noble, más permanente, algo
de mayor importancia y más dilatada significación".22
Esta enorme y vigorosa conciencia de sí mismo es moderna, como
moderna es la claridad de objetivos y la precisión con que
está elaborada la agenda cultural para el nuevo siglo. También
se asoma esa triste paradoja de que nuestra conciencia no siempre
está a la altura de los problemas sobre los que estamos tan
claros. Teníamos conciencia de la amenaza nazi, y sin embargo
las soluciones propuestas chapalearon en un mar de pusilanimidad y
cobardía pocas veces visto. El mismo Wilde reflexiona sobre
ello: "Las grandes pasiones son para las grandes almas. Y los grandes
acontecimientos sólo pueden ser comprendidos por quienes se
hallan a su altura"23.
En la composición de una ópera
llamada Salomé, por Richard Strauss, y en la buena recepción
que tenía Ross en círculos políticos muy influyentes
de la Inglaterra de principios de siglo, muchos autores ven un primer
indicio del reconocimiento que empezaba a tener a Wilde, por parte
de algunos sectores sociales para los cuales, en el pasado, mencionar
su nombre era algo imperdonable. Los políticos, académicos
y editores que recibían a Ross sabían de su relación
con Wilde, así como de la que sostuvo el poeta con Lord Alfred
Douglas (Bosie). Pero éste, dispuesto a cualquier costo a limpiarse
de su imagen de pareja homosexual de Wilde, inició una cacería
académica y legal contra Ross, la cual lo dejó exhausto
y desprestigiado ante la opinión pública británica
de entonces. Su ferocidad por bloquear a Ross e impedirle publicar
los papeles póstumos de Wilde, sólo hacía recordar
la obsesión destructiva que su padre había manifestado
en los juicios que terminarían por aniquilar al poeta.
Que Wilde era el heraldo que anunciaba
una mayor claridad de nuestra parte entre la voluntad de poder y la
voluntad de placer, propias del siglo XX, era un hecho indiscutido.
Entre el logos y el eros de nuestra época se debatían
los nuevos movimientos artísticos (el post-impresionismo, el
cubismo y todos los ismos imaginables) por despegarse del magma reaccionario
y xenófobo, anti-semita y homofóbico de la era victoriana.
Después de muerto Wilde, mientras los ricos en Inglaterra se
divertían y se decían a sí mismos que lo único
que importaba era pasarla bien, los pobres en Rusia, en Alemania,
en Italia se agrupaban y se organizaban para ofrecerle al mundo nuevas
posibilidades políticas, sociales y culturales.
El siglo se abría para el imperio
británico repleto de problemas, en Africa, en Irlanda, con
las sufragistas, con las clases trabajadoras, y, sin embargo, los
ricos organizaban bailes en los cuales a veces no era suficiente una
orquesta, sino dos y hasta tres por noche. La aristocracia terminó
aniquilando a Wilde para hacerle ver que se había salido del
canasto, y que los cambios que traía consigo el siglo que se
avecinaba no significaban nada para ella. El comentario que hace el
juez Alfred Wills, al dictar sentencia, recoge siglos de prejuicios
e intolerancia, con el afán de dejar bien claro quién
tiene el poder:
"La gente que hace esta clase de cosas
no debe tener sentido de la vergüenza, y uno no espera tener
ninguna influencia sobre ellos. Este es el peor caso que he juzgado
nunca. Que usted, Taylor, tenga un burdel para hombres que ejercen
la prostitución, es indudable. Y que usted, Wilde, haya sido
el eje de un extenso círculo de corrupción de menores
de la peor calaña es también indudable"24.
Wilde sería condenado a dos
años de trabajos forzados por sodomía. De esta manera
la puritana Inglaterra victoriana castigaba al transgresor, aunque
nunca la Corona pudo probar que Wilde hubiera participado de una conspiración
para corromper a menores de edad, una de las cosas que pudiera inferirse
de esta conclusión.
CONCLUSIONES.
Cien años después de
la muerte de Wilde (que se cumplieron el año pasado), la comunidad
homosexual en el mundo recordó con tristeza que todavía
en un país como los Estados Unidos, diecinueve estados tienen
leyes "anti-sodomitas" (muy cercanas a las que aquí hemos mencionado
procedentes del siglo anterior). Sin embargo, el triunfo del poeta
es incuestionable, puesto que si abrimos Internet nos daremos cuenta
que hay cerca 160,000 páginas web dedicadas a su trabajo.
Los escritores, analistas y pensadores
de todos los signos políticos y académicos siguen debatiendo
si Wilde se involucró con Lord Alfred Douglas, se dejó
atrapar y condenar como un mecanismo auto-punitivo por su homosexualidad
reprimida y vergonzante. Debaten si Wilde ya lo era antes de casarse
o "llegó a serlo" después de su matrimonio, con una
mujer tan inocente que ni idea tenía sobre lo que significaba
la homosexualidad. Y discuten también si en realidad se sentía
cómodo con su sexualidad o intentaba esconderla lo mejor que
pudo, hasta el momento en que ya fue imposible seguir encerrado en
el closet.
Una cosa es cierta: Wilde, como bien
se percibe en su Retrato de Dorian Gray, difícilmente logró
esconder a cabalidad su homosexualidad. Sabía que tendría
problemas con las autoridades británicas si manifestaba estas
abiertamente, pero nadie medianamente culto durante el reinado de
victoria hubiera pasado desapercibidas las señales sobre su
sexualidad que el autor daba. Las fuerzas encontradas que se debaten
en la mayor parte de la literatura de Wilde sólo en parte perfilan
el supuesto conflicto que el autor pudiera haber tenido con sus preferencias
sexuales.
En El retrato de Dorian Gray, su única
novela (aunque se le ha atribuido también Teleny, considerada
la primera novela gay de los tiempos modernos) Wilde sostiene que
Dorian es quien él hubiera querido ser; el pintor Basil Halward
es su conciencia; y Lord Henry Wotton lo que la gente pensaba de él.
Nunca es posible en esta novela, encontrar relaciones sexuales "naturales"
entre los personajes. Es obvio que la intimidad sólo se da
entre varones. Las mujeres, incluso el trágico personaje femenino
de Sibyl Vane, son meros ingredientes decorativos, para agradar al
gusto promedio de los lectores de la época. Para Wilde, como
veremos en otro capítulo de este libro, las mujeres son superficiales
y casi siempre tontas. Junto al poco respeto que tiene por los sectores
populares de su tiempo, muy mal pintados en su novela por cierto,
y sus prejuicios anti-semitas, que también se asoman en la
obra25,
uno no debe dejar de recordar que la figura de Wilde seguirá
siendo un ejemplo de lo que la intolerancia y la estupidez en las
sociedades totalitarias son capaces de hacer. Sus contradicciones
eran la lógica consecuencia de un intelectual aburguesado que
oscilaba entre criticar a la aristocracia que terminó aplastándolo,
y amarla e imitarla lo más que pudiera, tanto así, que
su amor por su reina nunca lo abandonó hasta el último
de sus días.
Pero que Wilde asumió su homosexualidad
con todo lo que ella implicaba y que es inseparable de su obra, son
dos ingredientes esenciales para comprender al escritor rebelde que
le dejó una herencia revolucionaria al movimiento gay en el
siglo XX. Tal legado no se agota ahí, porque forma parte también
de la herencia revolucionaria de un siglo en el que los hombres se
esforzaron tremendamente por matarse unos a otros de la mejor manera
posible.
Con este capítulo sólo
hemos querido llamar la atención de nuestro lector hacia el
hecho de que, indistintamente de cuáles sean nuestras opciones
sexuales, políticas o culturales en general, nadie, absolutamente
nadie, tiene el derecho ni la autoridad de indicarnos cuáles
deban ser esas opciones para halagar el poder o cualquier expresión
totalitaria de la cultura. Es sintomático: en todo régimen
de fuerza, siempre se persigue a las minorías, y entre ellas,
especialmente a las más radicales, como los homosexuales. El
caso de Wilde es un ejemplo más de los niveles de brutalidad
a que puede llegar un régimen totalitario.
CITAS.
1 Por ejemplo
André Malaraux (1901-1976), Umberto Eco (1932- ), Mario Vargas
Llosa (1936- ) y Sergio Ramírez Mercado (1942- ).
2 Luis
Antonio de Villena. Oscar Wilde (Biografía) (Madrid: Biblioteca
Nueva. 1999). Pp.121 y siguientes. Barbara Belford. Oscar Wilde. A
Certain Genius (New York: Random House. 2000) Pp. 230 y siguientes.
3 "(...)
el modernismo hispanoamericano es, hasta cierto punto, un equivalente
del Parnaso y del simbolismo francés, de modo que no tiene
nada que ver con lo que en lengua inglesa se llama modernism. Este
último designa a los movimientos literarios y artísticos
que se inician en la segunda década del siglo XX; el modernism
de los críticos norteamericanos e ingleses no es sino lo que
en Francia y en los países hispánicos se llama vanguardia".
Octavio Paz. Los hijos del limo (Barcelona: Seix-Barral. 1989) P.128.
4 Edward
Bernstein. "Con ocasión de un juicio sensacional". En: Jean
Nicolas (Ed.). La cuestión homosexual. (México: Fontamara.
1995). Apéndices. P. 80.
5 Jason
Epstein. The Prophet. En: Archives. (nybooks. Com).
6 Michael
S. Foldy. The Trials of Oscar Wilde: Deviance, Morality, and Late-Victorian
Society.
(Yale
University Press. 1999). P.106.
7 Christopher
Craft. Another Kind of Love. Male Homosexual Desire in English Discourse.
1850-1920. (University of California Press. Los Angeles, London, Berkeley.
1994). Sobre todo los capítulos 1, 3 y 4.
8 Philip
Hoare. Oscar Wilde's Last Stand: Decadence, Conspiracy, and the Most
Outrageous Trial of the Century. (New York: Arcade. 1998) P. 213.
9 Richard
Ellmann. Oscar Wilde. (New York: Knopf. 1987). P. 235.
10 A Óscar
Wilde se le ha atribuido la redacción final de una de las supuestas
primeras novelas gay del siglo XIX. Nos referimos a Teleny (existe
una versión en español de Fontamara, México 1994).
Ahora bien, desde el momento en que no hay nada que lo confirme, nosotros
no la incluiremos como una de sus novelas, y seguimos compartiendo
el criterio de la mayor parte de la gente que sostiene que Wilde sólo
escribió una, El retrato de Dorian Gray.
11 Bernstein.
Op. Loc. Cit.
12 Epstein.
Op. Loc. Cit.
13 "Queer
history is essentially the history of queer culture. It is not the
history of specifc sexual acts, nor should it be a history of social
attitudes towards homosexuality. Queer history is still too much part
of the history of sexuality and needs to be resituated within the
history of non-sexual culture and ethnic customs". Rictor Norton (Ed.).
Some Fallacies of Social Constructionism. Updated 21 Dec.1999. http://www.infopt.demon.co.uk/extracts.htm.
14 Idem.
Loc. Cit.
15 Jeremy
Bentham. "Offences Against One's Self: Paederasty". En: Journal of
Homsexuality (1978: Vols.3-4). (La obra de Bentham fue publicada originalmente
en 1785).
16 Philip
Hoare. Op. Loc. Cit.
17 Rodrigo
Quesada Monge. La fantasía del poder. Mujeres, Imperios y Civilización
(EUNED. 2001. Por salir).
18 "For
the good of his soul he might as well have been truthful and declared
his sexuality. Rather than attribute unlikely motives to King David
and Michelangelo, Wilde might have said that the law was wrong and
that his behavior and that of countless men (and women) in the privacy
of their beds was, in itself, morally blameless and nobody's business
but their own". Jason Epstein. Op. Loc. Cit.
19 Rictor
Norton. Op. Loc. Cit.
20 James
Steakley. "Homosexuals and the Tirad Reich". En: The Body Politic.
(No. 11. January/February, 1974).
21 Philip
Hoare. Op.Loc.Cit.
22 Óscar
Wilde. De Profundis. (Barcelona: Edicomunicación. 1999) P.98.
23 Ibidem.
P. 166.
24 "People
who can do these things must be dead to all sense of shame, and one
cannot hope to produce any effect upon them. It is the worst case
I have ever tried. That you, Taylor, kept a kind of male brothel it
is impossible to doubt. And that you, Wilde, have been the centre
of a circle of extensive corruption of the most hideous kind among
young men, it is equally impossible to doubt". Barbara Belford. Óscar
Wilde. A Certain Genius. (New York: Random House. 2000) P. 263.
25 "Un
judío repugnante, con el chaleco más asombroso que he
visto en mi vida estaba colocado a la entrada, fumándose un
puro repugnante. Tenía rizos grasientos y un enorme diamante
resplandecía en el centro de su camisa sucia. ¿Tiene palco
mi Lord?, dijo cuando me vio, y se quitó el sombrero con un
aire de suntuoso servilismo. Había algo en él, Harry,
que me resultaba divertido. Era como un monstruo".
"A hideous
jew, in the most amazing waistcoat I ever beheld in my life, was standing
at the entrance, smoking a vile cigar. He had greasy ringlets, and
an enormous diamond blazed in the centre of a soiled shirt. Have a
box, my Lord? He said, when he saw me, and he took off his hat with
an air of gorgeous servility. There was something about him, Harry,
that amused me. He was such a monster". Óscar Wilde. The Picture
of Dorian Gray and Other Writings. (New York: Bantam Classics. 1982)
Pp. 44-45.
Rodrigo
Quesada Monge. OSCAR WILDE Y LA CUESTIÓN HOMOSEXUAL.