Desde México,
Jorge Solís Arenazas.
De acuerdo con Nicanor
Parra, la poesía es aquello que está en movimiento;
todo lo demás es prosa. Esta frase es tanto retórica
como significante y conceptual. La poesía está comprendida
de binomios, en el más sencillo de los casos; siempre avanza
con acuerdo a sus propias fisuras, productos de múltiples enfrentamientos,
directos e indirectos, que en su terreno se viven. Herida y parto
son las llaves del acontecer poético: lo móvil; lo estático.
La poesía
se compone de diversidad y de unidad, de diferencia, oposición,
crítica interna. De ahí su esplendor y paralelamente
su decadencia. Actividad heterogénea, la poesía es capaz
de adquirir dinámicas atomizadas. Es capaz de neutralizarse
al tomar sólo una de sus opciones, cancelándose en la
homogeneidad.
La forma concreta
en que tal multiplicidad poética debe ser afrontada es una
cuestión crucial, por ende. Así, una de las cardinales
interrogaciones para comprender lo que, a guisa de objeto, los historiadores
llaman "poesía contemporánea", dentro del arte de igual
adjetivación, es ésta. Hemos sido testigos de ello.
Por lo menos desde la crisis del romanticismo esta pregunta se proyecta
como un hongo expansivo e ineludible. La reflexión estética,
dentro de los hangares de la filosofía, la sociología
y la historia del arte, hasta la hermenéutica se han planteado
esto, cada vez de forma más abierta y sistemática.
Empero, aún
hay que enfrentarse a una verbena enorme de problemas, inherentes
o adyacentes. Por esta razón, la poesía actual sigue
en estado de definición, y se trata entonces del movimiento
que señala Parra. Pero al mismo tiempo, va conservando ciertos
pilares, rasgos que se tornan generales paulatinamente hasta llegar
a ser condiciones estrictas de la poesía.
De estos problemas,
hay uno en particular que ha sido el más grave vericueto de
la actividad poética: la opción por el lenguaje. Es
ésta otra de las cuestiones que se han intensificado con la
apertura del tiempo y el crecimiento intrínseco de la poesía.
Algunos giros se pierden, otros empiezan a fusionarse, otros tantos
se mantienen, se generalizan, etcétera. La poesía está,
aquí, ante su talón de Aquiles, pero a la vez frente
a la melena, sin corte alguno, de Sansón.
Esquemáticamente
puede decirse que la crítica por un lenguaje estéril,
homogéneo, que renuncia a la diversidad propia de la poesía,
tiene ya mucho tiempo. De forma próxima podemos nombrar a la
Europa del siglo pasado y a las vanguardias. De éstas, es Tristán
Tzara quien logra la más alta compenetración entre lenguaje,
juego, búsqueda, crítica, experimentación, apropiación,
etcétera, formando una nueva unidad poética, bajo el
sello del dadaísmo. Latinoamérica también ha
tenido ejemplos grandiosos: Vicente Huidobro, César
Vallejo, Germán Liszt, Pablo Neruda, Lezama Lima, Girondo,
Nicolás Guillén, el propio Parra, entre otros.
El caso es que
de una u otra forma, todas estas vanguardias, o simples búsquedas
y creaciones de nuevas opciones por el lenguaje, no logran responder
cabalmente a varias de las agudas respuestas de la realidad actual.
En efecto, de todos ellos, además de muchos otros, se pueden
conservar diferentes cuestiones, todas ellas actuales aún,
válidas, complejas y, en cierto modo, suficientes. De ninguna
forma se puede renunciar a la capacidad evocativa del lenguaje de
Neruda; a la musicalidad y el ritmo, siempre lúdico, en Huidobro;
a la profusión de significados, variedad de lenguaje, construcción
impecable de estilo en Vallejo, ni al compromiso con la búsqueda
histórica y la crítica social en Guillén, etcétera.
La cuestión
es otra. ¿Tienen lugar, en la creación poética, los
giros que en el lenguaje se han producido a partir del discurso de
la mercadotecnia y la publicidad; de las nomenclaturas musicales o
científicas; de los conceptos y las categorías de otras
disciplinas; los elementos gráficos, visuales; las citas bibliográficas,
textuales, etcétera?
El caso del discurso
político es un ejemplo ilustrativo. Antes de noviembre de 1989,
cuando aún el "mundo socialista" no experimentaba su derrumbe,
e incluso a pesar de su inminente e inocultable crisis, la poesía
tomó, en variadas ocasiones, conceptos del discurso político
socialista, pensó con sus categorías y creó con
sus formas. Ulteriormente, ya más allá del derrumbe
de 1989-1991, la poesía no ha encontrado aún la unidad
y la cohesión para formular un nuevo lenguaje político.
Un problema análogo viven la ciencia y la filosofía
políticas, al no tener sus categorías en un estado tan
compacto, sin restar las diferencias y su diversidad.
Lo único
seguro, que de suyo se comprende, es que las relaciones entre la poesía
y los otros tipos determinados de lenguaje no son definitivas. La
discusión en torno a la poesía visual es muestra fehaciente
de lo mismo. Por una parte, las transformaciones que ocurran en el
lenguaje en general, no enriquecen necesariamente a la creación
poética, antes bien pueden limitarla. O puede ocurrir justamente
todo lo contrario.
Este problema
sirve para comprender la valía múltiple de la propuesta
estética mayor que hoy está ante nuestros ojos, ante
la situación real de América Latina: los poemurales,
cultivados por el poeta mexicano, nacido en Chiapas, Roberto López
Moreno.
Es necesario puntualizar
brevemente tal propuesta.
El poemural, o
"mural literario" no es simplemente un proceso de integración
de diversos lenguajes al lenguaje general que elige la poesía.
Se trata de una concepción de la cultura en América
Latina y, en consecuencia, una forma específica de concebir
el movimiento poético de la palabra. Más adelante se
explicará un poco esto, ahora es el momento
de que las miradas acudan nuevamente al problema introductorio: la
elección por el lenguaje.
Este es un problema
que constituye el nervio más sensible del problema. Las palabras
no pueden ser reducidas a llanos conductos transmisores de
la idea, ya significante de por sí, desde el momento mismo
que el hombre no puede pensar siquiera sin palabras. Así, a
cada palabra incluida en la creación poética le subyace
una serie de ejercicios paralelos, anteriores algunos. Por citar sólo
un caso, las palabras, el discurso, se incardinan en múltiples
relaciones de poder. Sus posibilidades son amplias, pasan por ser
operativas y funcionales con respecto a él, o bien se convierten
en las herramientas primeras de su crítica.
Las palabras también
pueden ser neutralizadas al anular ciertas cargas significativas.
Es frecuente el ejercicio de reiterar una palabra hasta trivializarla.
En todo este panorama,
los poemurales dan una respuesta completa, móvil. El poemural
es un espacio que tiene la capacidad de albergar todos los lenguajes
posibles, reafirmando sus significados, neutralizando otros tantos,
re-semantizando algunos más. Es un espacio en donde se convocan
los más áridos tratamientos lingüísticos,
así como los más lúdicos experimentos a través
de la palabra; ahí tienen lugar la cita textual; el lenguaje
religioso; la exploración por las formas discursivas ejercidas
desde el texto político, histórico, sociológico;
la arquitectónica categorial, con su babel de conceptos, de
la filosofía, con todas sus particularidades; las interjecciones;
las notaciones del solfeo; la nomenclatura coreográfica; los
silogismos y neologismos; los elementos visuales y plásticos;
la prosa en general; algunas frases, refranes y dichos que son producto
espontáneo de la sabiduría popular, que mantienen una
naturaleza y tradición orales; datos históricos; onomatopeyas;
la numeración, en sus distintas maneras: romana, árabe,
egipcia, maya, etcétera; las fórmulas químicas,
matemáticas; la simbología en general; los esquemas
científicos sociales o naturales, y por supuesto, todas las
formas posibles de metro y verso, desde el rigor del soneto hasta
la libertad de las formas legadas por las vanguardias, como la hermeticidad
en Lezama, considerando a éste como uno de las venas del paroxismo
vanguardista en América Latina.
Esta pluralidad
por la elección del lenguaje, empero, tiene elementos suficientes
para no ser una burda y ecléctica congregación de formas
de lenguaje dispersas. Así toma la relación con la palabra
el poemural, esto es, de forma multidireccional y dinámica.
Este dinamismo es, fundamentalmente, un estilo plural, que convoca
a una serie inmensurable de estilos. Sus proporciones, entonces, abarcan
más campos que los esperados; sus dilemas y aporías
son, por esto mismo, más férreos y complejos.
En primer lugar,
esta pluralidad de lenguajes debe entenderse desde el punto de vista
de su ordenación, desde sus estructuras angulares hasta sus
detalles más globales. Un ejemplo será más claro
al respecto.
El poemural Morada
del Colibrí, del mismo Roberto López Moreno, inicia
con un septeto conformado por versos de Vallejo, Neruda, Huidobro
y Sabines. Su ordenación es la de la apertura, la del introito
para destacar lo que le interesa: su concepción del arte y
la producción cultural en América Latina. Este septeto
constituye, a su vez, un reto a la lectura, una forma críptica
que precisa desentrañarse y sólo puede hacerse a partir
de un elemento: la de-construcción de los campos semánticos
y semiológicos, por el lector.
Posteriormente,
se encuentran citas de Lezama Lima, o bien una quirúrgica descomposición
de ciertas palabras.
En la ruta
del sol está tu casa, Chupamirto,
la casa,
en la ruta del Sol
del los
del ols
del osl
del slo
del lso
y después
de suma varia
a la
izquierda del sol está tu sitio,
ahí
habrá que deshacerse el vuelo inútil de los
ángeles,
alas
que no sirven como tus alas
alas
que no vuelan como tus alas,
alas
que no alas como tus alas.
(...)
Después de
este fragmento, que representa, por sí, un manejo del ritmo
análogo al que se encuentra en Altazor, aun cuando sus
especificidades obliguen a tratarlos de forma separada, independiente,
se encuentran algunos elementos que hacen pensar en un salto del poeta
por diversos modos de manejo estructural de la célula del poema:
la palabra. Por ejemplo, usa onomatopeyas para destacar el vuelo del
Colibrí, que representa el andar complejo de la formación
histórica de la cultura artística en el Sur, en América.
bizzzz ss
zummmm ssss ss
zummmm brrrrr
Este
colibrí lo traje de Huixtla.
México-Tenochtitlán
1325.Huitzillin.
Huitzilopochtli, el fundador,
nace
de un manojo de plumas de Colibrí
atado
al vientre de su madre Coatlicue,
debajo
de su enagua de culebras.
El diseñó
el destino sobre un lago
"ahí
donde el sauce blanco, la rana blanca, el pez blanco"
trenzando
un nudo estremecido del cielo
con la
tierra,
desde
entonces, los que nacemos
en esta
inmensa casa
somos
un manojo de alas vibrando
en la
izquierdez del pecho.
Tzintzuntzi
Tzintzuntzi
Se ve, de forma diáfana,
en este fragmento, cómo, además de las citadas onomatopeyas
del vuelo y el canto del ave, se usan datos históricos y formas
históricas particulares para otorgar nuevo sentido, nuevos
símbolos, desde donde empieza a surgir una nueva hermenéutica
del desarrollo y el acontecer históricos de la América
Latina.
El siguiente cuarteto
de este poema lo constituye una cita de la letra de una canción
del proceso revolucionario de Nicaragua, y el FSLN, que da testimonio
de la sutilidad silvestre del colibrí, de cómo puede
transmutar su suave vuelo hacia una férrea actitud de crítica
y rebeldía.
Y para cerrar
estos breves fragmentos del poemural elegido, hay que destacar que
lo que iniciaba como un septeto se repite más adelante, con
una ordenación en cinco versos, de forma distinta y con una
función también distinta, a la vez que sirviendo de
nudo y nexo al poema, en donde salva su unidad y cohesión particular.
Pareciera una obra sinfónica, en donde se retoma, ya en el
último movimiento, un tema principal del primero, ejecutándolo
ahora con variaciones, como punto de equilibrio y puente entre todo
el cuerpo sinfónico, hacia el final, en algo análogo
a un crescendo....
En efecto, la
obra de López Moreno es correlativa a la ordenación
musical no sólo por el ritmo ni por la notación musical,
el solfeo o las letras de canciones populares, que tienen cabida en
la forma múltiple del poemural, sino por su estructuración
y su variedad de elementos, su orquestación, valdría
decir.
Para observar una
pieza más, sólo hay que observar el final de Morada
del colibrí, cuya variación ahora se dirige al dato
histórico, a la cita textual, y a la prosa.
En 1577 el
doctor Francisco Hernández, después de su visita a América
describió al Colibrí de la siguiente manera: "Es
avecilla pequeñísima, adornada de pluemas de variados
colores, con las que, atejidas y combinadas entre sí con suma
delicadeza, y unidas con gran habilidad reproducen los artífices
indios las figuras de sus dioses y toda suerte de cosas con un exacto
parecido". En esta enorme morada nuestra, las cosas se parecen
a su vuelo. Todos somos nuestra casa y de esta vocación estamos
hechos.
Bien, ya después
de este fragmentario y somero ejemplo pueden señalarse un par
de cosas más.
La ordenación
plural de formas y estilos en una misma pieza poética abre
diferentes reflexiones. En primer lugar, la pregunta en torno a la
validez del lenguaje. ¿Qué hace a un lenguaje válido
dentro de un poema?, ¿es válido incluir en una creación
poética elementos discursivos paralelos, e incluso contradictorios,
a la literatura? Y por último, ¿cómo salvar la unidad
poética a pesar de estos múltiples lenguajes?
La validez del
lenguaje corresponde a todo un proceso de legitimación. No
hay lenguaje que, de forma a priori, sea válido o inválido,
sino que a partir de su elaboración, de su apropiación
en la obra poética, alcanza la validez y la legitimidad. El
lenguaje es comunicación. La condición primaria del
lenguaje es el mantener una tarea comunicativa., por obvia consecuencia.
Y así, la palabra, en su significación, mantiene los
tres elementos elementales que logran comunicación: designación,
emotividad y capacidad simbólica. Algo de esto trata Paz en
El arco y la lira
Pero ocurre que
aunque las palabras designen objetos permanentes (una puerta es una
puerta), también opera transformaciones (ningún estímulo
emotivo es susceptible de idéntica repetición), y en
cuanto a su capacidad simbólica se refiere, hay que señalar
que es su condición más maleable.
Esto es necesario
anotarlo porque es la base general mediante la cual operan los procesos
de legitimación, de validación del lenguaje dentro del
poema.
Considerando que
las palabras se insertan en múltiples relaciones de poder,
y tomando en cuenta ésta, su triple condición, hay que
insistir en que cuando se elige un lenguaje determinado para la creación
poética, se está asumiendo una postura dentro de las
relaciones de poder. De acuerdo con Foucault, el poder genera sus
discursos, se ejerce, no necesariamente de forma negativa, y es multidireccional.
La pregunta es la siguiente, ¿cómo se logra legitimar el poder?
La respuesta es ambigua, pero, paradójicamente, exacta: a partir
de las palabras. El poder genera saber, y esto sólo es posible
a condición del lenguaje. Al mismo tiempo, el poder requiere
cierto saber acumulado, y para esto otorga significado a ciertas
palabras.
Ahora bien, esta
concepción tiene el riesgo permanente de sustentar concepciones
maniqueístas. La forma de evitarlo es observando, grosso
modo, cómo ocurre la legitimación de un enunciado
fundamental dentro del poemural.
El lenguaje que
el poemural se apropia es legítimo por cuanto le da un orden
lógico unitario y plural. Esto es, no se trata de una congregación
híbrida, perdida en faces oscuras sin sostén ni cuerpo
alguno. Al apropiarse de cierto lenguaje, se tiene en cuenta su primer
elemento intencional, que abre su proceso de validación: el
marco de la crítica frente al ejercicio de poder. Si esto
es necesario ante la actual situación de América Latinas
y demás países periféricos, también presenta
el riesgo de tornar la creación en llana propaganda y sustentar
un maniqueísmo antes advertido.
Los poemurales
logran trascender esto. No se trata de una simple crítica,
sino de un imperativo ético: optar por el desarrollo de
la vida humana; la ética de la liberación lo ha
formulado de la siguiente manera: el criterio de la producción,
reproducción y desarrollo de la vida de cada sujeto ético
en comunidad.
Pero esto no es suficiente
para la apropiación de un lenguaje en el seno poético.
Falta ejercer cierta comunicación, basado esto en las tres
condiciones del lenguaje antes indicadas. El poemural cumple con cada
una de ellas: por su capacidad dialéctica de síntesis
y re-semantización; por su plástica evocación
de imágenes, figuras, formas, etcétera; y por su capacidad
de retomar las formas de los distintos mundos de la vida, teniendo
en consideración los elementos coloquiales y los giros populares
del lenguaje. Además, es un lenguaje que representa, como en
toda poesía.
Del cumplimiento de
estas tres funciones lingüísticas, se abre otro proceso:
el de la construcción del consenso. Se trata aquí, ciertamente,
de un diálogo. Toda poesía tiene interlocutor. Si la
poesía es dinámica, requiere ejercicios del lector que
significan forma activa de apropiación; no una simple lectura
sino una recreación. Toma, entonces, la forma de un diálogo,
que se da desde la forma consensual del lenguaje.
De esta última
forma se cumple la condición básica de toda legitimidad:
el criterio material de producción, reproducción y desarrollo
de la vida humana, por un lado, y su capacidad consensual, por otro,
que surge, primeramente, como capacidad comunicante y dialógica,
por cuanto hace confluir activamente todos estos lenguajes, a guisa
de diálogo, y exige, por parte de la interlocución,
un ejercicio activo.
Es válido,
por otra parte, utilizar todo tipo de lenguaje hacia la creación.
Esto tiene dos consideraciones obvias: primero, la elección
al momento de crear, con acuerdo a la capacidad significativa de todo
lenguaje; después, la facultad de comunicación que ejerza
en el interlocutor. No se trata, en este último punto, de dar
un lenguaje claro y directo, necesariamente. La forma de hacer integrado
al lector, dentro de un poema, es exigirle deconstrucción,
investigación, apropiación, búsqueda. Un lenguaje
claro, es inútil para esta tarea: no exige nada al lector.
Ahora bien, cuando
se elige un lenguaje por lo que se desee formar como contenido de
la significación no se está eligiendo algo definitivo.
Hay siempre una tarea de apropiación mayor, más rigurosa
y, por lo mismo, entrañadora de peligros más profusos.
Cuando el poemural
convoca a lenguajes plurales está abriendo su cuerpo hacia
el riesgo de permanecer en una dispersión atenuante. La única
manera de salvar esto es la unidad de la significación y de
replanteamientos conceptuales a partir de cada uno de los lenguajes.
Un ejemplo. El lenguaje
comercial de la publicidad carece de legitimidad por cuanto es impuesto
y excluye la posibilidad de cualquier consenso. Además, llevan
la fundamental tarea de cumplir con los cánones del fetichismo
en la mercancía. Luego entonces, se trata de una función
alienante que impide uno de los criterios básicos de toda legitimidad:
el desarrollo de la vida.
Pero el poeta López
Moreno ha logrado integrar este lenguaje de forma analéctica,
crítica y con un juego peculiar. Se trata de su poema breve
Dístico, en donde deconstruye las funciones alienantes
de la propaganda del Brandy "Presidente & co.", al decir:
Presidentes
Presidentes
¿Cuántas
vidas bebes?
Creo que es diáfana
la situación aquí indicada.
Pero hay que señalar
otro problema final. Los circuitos de una comunicación totalizada,
y totalizante, siempre producen una dinámica de subsunción
y de neutralización, de suerte tal que un ejercicio alterativo
es integrado a una lógica intrasistémica y pierde, así,
sus capacidades críticas.
Entonces, los
poemurales deberán mantener su rigor dentro del riesgo, integrando
formas cada vez más novedosas de experimentación lingüística.
Deberán, además, encontrar su forma clara de apropiación.
Todo esto debe de llevar el elemento dinámico que hasta ahora
han sabido reservarse. De otra forma se diluirán en su propio
movimiento y caerán, ineluctablemente, en el baúl polvoriento
de los palimpsestos.
Quizá,
a guisa de colofón, los poemurales deberán blasonarse
con la paráfrasis del apotegma de Nietzeche, y decir: ¡Volveos
danza! He aquí la nueva tabla, hermanos, que coloco por encima
de vosotros.....