Desde Argentina,
Daniel Noseda
A
veces uno no sabe lo que es. Mejor dicho, no encuentra el término
que la Real Academia nos tiene destinado. Algo que permita definirnos
con una sola palabra. A pesar de lo rico que pueden ser los idiomas,
suele ocurrir que los términos no existen, o si están
, fueron eliminados en algún momento por ser considerados
"malas palabras".
O todavía no
está inventado, y uno agarra algunos trozos de sílabas
y vocales y lo hace, o toma otro término y lo deforma, en
fin, hay un abanico de posibilidades. Caso contrario se puede morirse
sin saber lo que era.
La existencia, el Ser, puede transformarse en una ironía.
Siendo el Ser el que se expresa, no consigue definirse. Sin posibilidad
de expresar en el último suspiro, "yo
soy..." y diseminar nuestro espíritu por el universo tranquilos
por tener en claro, qué calificativo figura en la etiqueta
conque venimos al mundo. Algunos tienen suerte pero otros no.
Gerónimo
el Bosco (Bramante), pintor que allá en los años mil
y tantos deslumbró y escandalizó a varios con sus
pinturas, no sabía por ejemplo, que era un surrealista.
Nadie lo avivó, nadie le dijo. Se fue el pobre de este mundo
sin saber que era, ya que
ese termino fue inventado unos siglos mas adelante. A Frida Kahlo
(México), pintora y esposa de Diego Rivera, dueña
de un fuerte temperamento, apasionada
hasta el punto de enamorarse de María Félix, ( y yo
también lo hubiese hecho de haber sido mujer y no me hubiese
importado que me llamasen lesbiana).
Bueno el caso es que Frida casi se nos va sin saber. Pero suerte
que en el mundo uno se hace de amigos y uno de ellos la sacó
de la ignorancia y le dijo: "Frida, tu eres surrealista" y la interiorizó
de las andanzas que los fundadores del movimiento artístico
surrealista estaban realizando del otro lado del charco de la mano
de tipos como Salvador Dalí. Muchachos traviesos que le pintaron
un lindo par de bigotes a la Gioconda. A pesar de la irreverencia
nadie entendió que lo que querían significar era que
la belleza de la Gioconda es relativa. Y a ese grupo de artistas
ya no les decía
nada.
Exigían y aspiraban a crear otro arte. Miguel Angel, si la
tuvo clara desde un principio, era escultor. Su vida era esculpir
y para poder pagar los bloques de mármol debía obtener
ingresos. Aprovechando la oferta del material que había en
Carrara
aceptó la oferta del Papa León no se cuantos de trabajar
para él.
Pero el Papa no quería que esculpiera sino que le pintase
la Capilla que estaba construyendo, como hobby entre guerra y guerra
ya que en ese entonces, los Papas
iban a la guerra, no como ahora que salen por el mundo a visitar
el rebaño y terminan siendo árbitros en cuestiones
limítrofes entre países o le paran la pelota
a algún dictador que quiere reconquistar islas perdidas en
los mares australes.
Y Miguelito, no supo que hacer, porque el Papa no le dejaba ni un
minuto libre para esculpir, se entiende. Estaba ansioso para que
le terminase su Capilla, no sea
que alguna esquirla o tajo le dejara trunca la visión del
coloso terminado.
Y Miguel que quería esculpir, se dijo: ¿Qué hago?
Como no podía dejarlo al Papa con el trabajo empezado, terminó
adoptando una solución de compromiso y concluyó
en forma magistral, haciendo escultura con las pinturas de la cúpula
de la Capilla Sixtina. Para la curia y el mundo, Miguel Angel Buonarrotti
fue un pintor que hacía también esculturas, sin embargo
el sabía y yo también, que era al revés.
Si el ser no encuentra
una definición, un término que exprese lo que es,
es bueno que se lo plantee. Si no encuentra términos, no
importa. Se puede tomar un trozo de arcilla, piedra, pincel o dibujar
con algún programa en una PC, e inundar el espacio con nuestra
sencillez, sinceridad y humildad y entre los trazos, colores o material
creado aflore una imagen de si mismo y poder decir simplemente:
"Yo soy eso que está ahí, un artista"
Daniel Noseda
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