Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 3
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 33.
12 de Septiembre al
12 de Octubre de 2001.

   
GOBERNANTES TAUMATURGOS.
(PARADOJAS DE LAS DICTADURAS EN AMERICA LATINA)  (SIGLOS XIX Y XX).

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

INGREDIENTES INICIALES.

Existe una bibliografía importante sobre el asunto de las dictaduras en América Latina; desde todas las perspectivas y enfoques imaginables2. Los sociólogos, politólogos, historiadores, y críticos literarios han escrito trabajos, libros, ensayos, y tratados realmente valiosos, sobre un enigma que la mayor parte de nosotros todavía no acaba de comprender en toda su abrumadora magnitud: las dictaduras latinoamericanas. La riqueza de los tratamientos posibles se debe en gran medida, a la complejidad del tema, pero más que nada, a la enorme sensibilidad que despierta en virtud de sus múltiples aristas políticas, ideológicas, culturales, históricas, y, por qué no decirlo, hasta aquellas relacionadas con los problemas y discusiones sobre la civilización. Por lo tanto, el lector habrá podido darse cuenta de que nos estamos curando en salud, para indicarle que el trabajo que tiene en sus manos, es uno más de los esfuerzos por arrojar un poco de luz  sobre la particular historia de América Latina, durante los últimos doscientos años, con un énfasis sobresaliente sobre las dictaduras y lo que han significado en nuestro crecimiento como pueblos civilizados y creativos.

Lo que haremos será describir y analizar la peculiar dinámica de las dictaduras latinoamericanas. Ese será nuestro principio metodológico mínimo y máximo al mismo tiempo. Mínimo porque nos facilitará la descripción, máximo porque nos permitirá exponer la naturaleza excepcional de la dictadura en la historia latinoamericana reciente. Pero de inmediato, hagamos una aclaración útil para las posibles expectativas que se esté planteando el lector: veremos a la dictadura como un universo, no tanto como la  panoplia de un lunático en el poder, sino como la creación de un conjunto social y cultural que tiene sus explicaciones. Estas son las que constituyen el verdadero reto, puesto que resulta muy fácil reconstruir el itinerario del dictador, posponiendo la importancia tangible de su creación: la dictadura.

LOS PROBLEMAS DE TEORÍA Y MÉTODO.

Proponemos que las dictaduras latinoamericanas sean analizadas como totalidades, universos sociales constituidos a partir de sus propias dinámicas, y de la configuración de sus  códigos consolidados de valores, creencias y rituales. Hablamos de una galería, entendida ésta como el conjunto de los retratos, es decir los dictadores y el retablo de sus prolongaciones, legitimador del orden de cosas que han diseñado en un momento histórico y lugar muy precisos.

Taumaturgos, porque la experiencia cultural y política de los dictadores latinoamericanos está signada con la impronta de un culto particular por la magia. Su ejercicio se torna el detonante de un amplio abanico de rituales, con el cual se goza el dictador, más todos los que lo rodean y participan con él, en la fiesta y el carnaval propiciatorios de la incertidumbre del mañana como práctica de la magia en el presente. El dictador es un adivino.

Sugerimos entonces una periodización que atienda a las fuerzas culturales y sociales hegemónicas:

1. La dictadura civilizadora (1825-1880). El Doctor Gaspar Rodríguez de Francia del Paraguay (1811-1840).

2. La dictadura progresista (1880-1914). El General Tomás Guardia de Costa Rica (1870-1882).

3. La dictadura nacionalista (1914-1961). El General Juan Domingo Perón de Argentina (1947-1955).

4. La dictadura anti-comunista (1961-1985). El General Augusto Pinochet de (1973-1987).

5. La dictadura del proletariado (1961-1991). El Comandante Fidel Castro de Cuba (1959-1991).

Cada uno de estos períodos ofrece una enorme gama de posibilidades de estudio y análisis, así como de protagonistas y escenarios. Por lo tanto, en virtud de esa riqueza, nosotros tomaremos un par de ejemplos, para sustanciar el argumento que esbozamos en las líneas iniciales de esta sección.  Procedamos entonces, dejando para otro momento el resto de nuestra propuesta.

LA DICTADURA CIVILIZADORA (1825-1880). EL DR. GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA DEL PARAGUAY (1814-1840).

En el proceso de construcción de patrones y normas de civilización, la burguesía ha sido muy cuidadosa de que las herramientas utilizadas no caigan en las manos equivocadas. Para ello, desde la segunda parte del siglo XVI, elaboró y diseñó las teorías y los instrumentos que requirió para darle sentido a su noción del estado, del gobierno, de la cultura (léase religión e ideología) y la sociedad en general. Porque si en algo ha sido coherente, es con los sujetos y los proyectos que emplea para que su ideal de sociedad tenga sentido.

Uno de estos grandes y brillantes demiurgos de la burguesía, de las clases dominantes en América Latina, fue precisamente el Dr. Francia. Se habrán escrito una gran cantidad de libros, artículos, ensayos, panfletos y otros documentos sobre el hombre, pero cada vez lo conocemos menos. Estas discordancias son el producto de que estamos al frente de un político de grandes vuelos, en una sociedad que está experimentando todos los traumas de una situación transicional. Sin embargo, aclaremos algo que al mismo tiempo puede ser de utilidad para el resto de este trabajo. El Dr. Francia fue un dictador excepcional, pero al fin y al cabo fue un dictador. Con ésto queremos indicar que las dictaduras en América Latina presentan una serie de factores comunes, indiferentemente del signo político con que hayan venido al mundo. Puede conducir a un error de apreciación importante, tratar de entenderlas a partir de sí mismas, sin considerar la atmósfera ideológica o la génesis político-social que las hizo posibles. No hablamos de trasfondo histórico, o de contexto a secas, porque estos ingredientes han sido muy manoseados para desviar la atención hacia los elementos más abstractos que explican nuestra vocación totalitaria.

Si revisamos rápidamente la lista de novelas de estatura artística que se han concentrado en el dictador como excusa estética, nos encontraremos con la noticia nada sorprendente de que escritores de la talla de Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Arturo Uslar Pietri y Rafael Arévalo Martínez, en algún momento de sus vidas artísticas dedicaron minutos valiosos a reflexionar sobre esa figura decisiva en la historia de América Latina. Porque sin ella se vuelve más compleja nuestra comprensión de la identidad latinoamericana.

El Dr. Francia se hace cargo de la dirección de un país en el cual, prácticamente todo está por hacerse. Como sucede con el resto de América Latina. En el siglo XIX podría argumentarse, sin temor a ser excesivo, se establecen los fundamentos de la modernidad latinoamericana, incierta, sinuosa y errática, pero modernidad al fin. En el siglo XX a duras penas alcanzamos a vislumbrar el impacto de tal modernización. En el Paraguay de principios del siglo XIX, el Dr. Francia fue de esos políticos visionarios y especialmente dotados  para "saber leer en el signo de los tiempos".

Con frecuencia hemos asumido que las dictaduras latinoamericanas están sustentadas en la brutalidad y la ignominia de un psicópata que se hizo con el poder y que, por azares de la fortuna, o por la sabiduría infalible del terror, logra deshacerse de todos sus oponentes o de todas las posibilidades de que alguien acabe con él.  Este enfoque no es totalmente cierto. Al menos en algunas ocasiones, los dictadores en América Latina también se han permitido cierto grado de sutileza y elegancia, para llamar consenso lo que es el ejercicio del control sobre una oposición tirante y no siempre certera o consecuente con sus críticas al régimen, sea éste del signo que sea.

En tal caso, si alguien supo manipular la oposición, atemperar las críticas, y poner blasones a sus contrincantes, ese fue precisamente el Dr. Francia. Logró aglutinar con mucha habilidad a grupos sociales muy diferentes, cuyo peso específico en el desarrollo económico del Paraguay podía tener impactos diferenciales también sobre los distintos proyectos políticos que generaría el proceso de independencia. Rara vez se ha enfatizado con suficiente fuerza el enorme caudal de posibilidades que trajo consigo aquel proceso, y pocas veces hemos valorizado con suficiente responsabilidad los caminos que pudieron haberse tomado y no se hizo.

El Dr. Francia tuvo la precocidad de ubicarse entre lo más radical de la herencia de la Revolución Francesa, el pensamiento y la práctica jacobinos, y el nuevo escenario socio-económico levantado a su vez por la Revolución Industrial. Para el caso de América Latina la situación es particularmente compleja, porque en el momento en que el Dr. Francia está haciéndose cargo de su país, la inserción de las nuevas naciones en el mercado mundial desató una serie de fuerzas políticas e ideológicas, que en ese preciso momento muy pocas personas alcanzaban a comprender en todas sus dimensiones y consecuencias. Las opciones para desarrollar un enfoque más o menos racional de tal coyuntura son pocas y modestas, a pesar de la gran fuerza y penetración que tuvo el pensamiento ilustrado en América Latina, sobre todo en regiones como América del Sur y el Caribe mayor, es decir Cuba.

El proyecto dictatorial del Dr. Francia, con perfiles de clase no muy bien definidos, se forja dentro del viejo criterio del "gobernante ilustrado" y por eso se ejerce desde una perspectiva profundamente personalista. La Ilustración produce una teoría política en la que se notan dos pilares esenciales si queremos entender al mismo tiempo la teoría del estado y las intuiciones erráticas y deformadas sobre la concepción de la nación que alcanza a desarrollar la burguesía francesa, antes que el derrumbe de la monarquía se lo lleve todo consigo. Uno de esos pilares es la nueva noción de "el príncipe", portadora de fuertes resonancias no sólo maquiavélicas, sino también y por encima de todo hobbesianas, que nos permite entender con cierta profundidad las transformaciones que se producen en el gobierno español de la era de los Borbones. No perdamos de vista que si la Ilustración se apoya sobre Maquiavelo y Hobbes, lo hace porque una relectura de Platón, a través de los ojos de Rousseau, hizo posible también imaginar, y éste es el otro pilar al que queríamos referirnos, una nueva concepción de la vieja idea de la utopía como vehículo articulador de pensamiento social. En realidad a Platón lo redescubren los pensadores ilustrados, no los padres de la Iglesia, o los utopistas marginales de la Edad Media temprana. Es ineludible el fuerte aroma neoplatónico que tienen Las Confesiones de Rousseau, por ejemplo. O la viscosa propensión totalitaria que tienen los ensayos de Joseph de Maistre,  verdadero descubridor del YO moderno dirá Cioram., inspirados en la remanida noción platónica del gobernante filósofo, tan bien sistematizada por los ilustrados.

 Sin embargo, a pesar de todas nuestras elucubraciones, debemos reconocer que la figura del Dr. Francia sigue produciéndoles a los historiadores paraguayos sobre todo, una considerable montaña de problemas y de preguntas sin respuestas. Contra el telón de fondo del pensamiento ilustrado, tal y como lo hemos caraterizado rápidamente líneas atrás,  el Dr. Francia no deja de ser ese dictador repleto de contradicciones escandalosas, en un medio que no estaba en capacidad de reflexionar sobre ellas o de encontrales sentido.

Durante la primera parte del siglo XIX  la región del Río de la Plata se encuentra sacudida por desacuerdos comerciales, políticos, sociales e ideológicos de gran factura, y cualquier intento, de cualquiera de las naciones que se nutrían de las aguas de ese bello río, por salirse del control que ejercía el capital inglés en la zona, podía ser considerado como una declaración de guerra.  El Supremo Dictador, como le gustaba a Francia que lo llamaran, para sobrevivir en un escenario tan conflictivo,  parece haber sido inspirado por una brillante intuición, se le ocurrió seguir muy de cerca las enseñanzas que los jesuitas desde el temprano siglo XVIII le habían dado a la población paraguaya. Nos referimos a la gran capacidad de los religiosos para la autarquía, es decir, para el autoabastecimiento agrícola y artesanal, tanto así que durante la segunda parte de aquel siglo, los jesuitas fueron perseguidos por las autoridades españolas y expulsados de América, en virtud de su talento para la independencia económica.

Tal lección no le pasó desapercibida al Dictador Francia y con el afán de amacizar la independencia de su país, arrinconó a la gran burguesía comercial paraguaya y a sus burócratas, muy ligados al puerto de Buenos Aires y al empresario inglés. Configuró una curiosa alianza entre pequeños terratenientes y mediana burguesía, despojó a la Iglesia de sus propiedades y finalmente estranguló al gran comercio exterior, y marginó a las comunidades indígenas  para impedirles su acceso a la tierra.

Este temprano y radical movimiento de defensa de la independencia del Paraguay ha sido llamado de muchas formas, y en él se ha buscado un ejemplo de lo que podría haber sido la "dictadura del proletariado", o al menos la dictadura de los más pobres sobre los más ricos. Un nacionalismo tan precoz ha desconcertado a los historiadores y a los analistas en general, que quisieran entender cómo, al fin y al cabo, un proyecto así terminó siendo no más que otro intento utópico por salvar el imparable proceso de inserción al mercado mundial de estos países.

La irreal pretensión de Francia de generalizar a todo el páis, lo que había funcionado en las haciendas y misiones jesuitas del Paraná del siglo XVIII, tuvo al Paraguay fuera por un buen tiempo de los circuitos comerciales internacionales. Y el bloqueo a la formación de fortunas, impidió que el desarrollo tecnológico que tenía lugar en el  mundo industrializado, en Inglaterra para ser más preciso, beneficiara, aunque fuera de manera colateral, a los posibles capitalistas paraguayos, para no llamarlos burguesía, en tanto que este concepto puede sonar demasiado ambicioso en este momento de la historia de esa nación rioplatense.

Si es cierto o no que Francia con su dictadura logró resolver el problema de la ausencia de liderazgo de una burguesía paraguaya, consistente y lúcida políticamente, nos parece que es traer al tapete un tópico que todavía problematiza a los historiadores paraguayos. Que sean ellos quienes lo resuelvan. No obstante, para el resto de los latinoamericanos, la dictadura de Francia, por más que la llamemos "dictadura nacional revolucionaria" , o "republica campesina", o cualquier otro término anacrónico e inútil, no pasa de ser la típica fantasía paternalista de un señor feudal frustrado, que quiso administrar todo un país como su hacienda personal. Se esgrime como argumento para explicar su honradez financiera que no dejó fortuna, y que ni siquiera en vísperas de su muerte cobró los últimos sueldos como Presidente vitalicio de su país. Pero no debemos olvidar que ya para esta época, los jesuitas han sido expulsados del Paraguay, los indígenas no tienen un peso específico en el abanico de fuerzas sociales heredado por la Colonia, y que entonces es más factible una alianza entre pequeños campesinos y mediana burguesía contra el gran capital comercial y usurario que integran a la oligarquía exportadora de esa nación, con el beneplácito de la Iglesia. Concebir este proyecto como una "república de los pobres" nos parece exagerado, por decir lo menos. En alguna medida es tratar de buscar en el pasado las justificaciones históricas de los desmanes totalitarios del presente. Bien lo señalaba Martí cuando hablaba del "Paraguay lúgubre del Dr. Francia", una expresión que alguna historiografía marxista ha considerado muy rococó y que, con gran atrevimiento, ha querido descalificar al mismo Martí, por haber osado llamar lúgubres y anodinos a los desplantes jacobinos del  Dr.  Francia en Paraguay. Entre el enfoque sectario e historiográficamente displicente de Carlos Rafael Rodríguez y el del prócer cubano, nos quedamos con el de este último, porque está sustentado en una feroz defensa de la libertad y sobre todo en un desarrollado sentido de la modernidad capitalista, aquella que el mismo Marx, con su virulento etnocentrismo, defendía a capa y espada, para que los "pueblos sin historia" tuvieran acceso a la civilización.   

La dictadura de Francia es más bien reaccionaria, si continuamos con la lógica del razonamiento marxista, porque su concepción pequeño campesina y pequeño burguesa de la economía paraguaya, no permitió una inserción cabal de ese país en la dinámica mercantil internacional. Entre el criterio de administración económica de corte feudal que maneja Francia, paternalista y personalista, es decir principesco por excelencia, y el imperialista que promete la dominación británica de la región del Plata,  se encuentra el fortalecimiento de la idea de la nación-estado tan cara al príncipe, a los hobbesianos y a los jacobinos. Francia optó por esta última y con ello excepcionalizó su experimento político, uno que más bien llevó hasta sus últimas consecuencias la herencia colonial, antes que poner a su país en el medio de las corrientes más vigorosas de modernización que cruzaban la época en todas direcciones. Después de muerto Francia, algunos quisieron continuar con su sueño, pero el sistema mundial tenía otros planes para pueblos como el  paraguayo: la inesquivable inserción en el mercado capitalista internacional. A veces le torcemos tanto la mano a nuestras historias nacionales que acabamos por ver en ellas lo que nos dicen los manuales. Algo similar sucede también en la historia particular de Costa Rica, un tema que pasamos de inmediato a discutir.

 LA DICTADURA PROGRESISTA (1880-1914). EL GENERAL TOMÁS GUARDIA DE COSTA RICA (1870-1882).

Para el costarricense de nuestros días, sobre todo para el nacido después de los años cuarenta, la pesadilla de una Costa Rica gobernada por un dictador le resulta inimaginable. Tal cosa sólo es posible en los otros países centroamericanos, en Nicaragua particularmente, pero también en El Salvador, en Guatemala, en Honduras...

Después de la corta guerra civil de 1948, algunos historiadores costarricenses se propusieron una interpretación revisada de la historia de Costa Rica, con la cual sostenían, sobre todo los que tenían simpatías con el grupo triunfador: los liberacionistas, que con dicho acontecimiento se había venido encima una nueva era de progreso sin precedentes. Se llegó al extremo de hablar de "revolución del 48" , con la más absoluta indiferencia por el peso que en determinadas circunstancias pueden tener las palabras.

Ese nuevo tratamiento de la historia, por llamarlo de alguna forma, introdujo en la mentalidad del costarricense, a través de la educación y de otros medios como la televisión y la radio, la idea de que Costa Rica no tenía nada en común con la historia del resto de América Central. Se pensaba seriamente que el costarricense no era centroamericano. Y se elaboraron los más sofisticados argumentos para explicar tal excepcionalidad. Tanto así que se ha caído en distorsiones históricas tan abultadas que a veces resultan ridículas: como sostener que en Costa Rica la población ha sido fundamentalmente blanca, que en este país no se han dado conflictos sociales importantes, que el aislamiento y la pobreza generalizada crearon un régimen social igualitario donde todos eran propietarios y casi no existían jerarquías sociales. Estos mitos fueron fortalecidos después de la refriega militar de 1948, junto a otros que se les añadieron para sostener que el costarricense traía en las venas el espíritu democrático, del trabajo, del pacificismo y otras especies que los hacían sustancialmente diferentes no sólo al resto de los centroamericanos sino de los latinoamericanos.

Sin embargo, investigaciones hechas por historiadores más críticos y sensibles, educados en universidades extranjeras después de los años setenta, lograron introducir una severa crítica a la vieja forma de escribir historia en Costa Rica. Sin embargo, los antiguos mitos permanecen y siguen reproduciéndose de una manera ahora más bien peligrosa, puesto que hoy somos conscientes de la gran mentira que se le ha querido vender al costarricense y que sin embargo éste, por comodidad o por desidia,  no quiere abandonar. 

Con eso en mente, no olvidemos que la democracia costarricense si acaso tiene cincuenta años. No ha estado con nosotros desde el Neolítico como pretenden hacernos creer algunos políticos nacionales, ganadores de Premios Nobel y demás  charadas. Costa Rica es un país que tiene en su haber dictadores y dictaduras de mucha importancia, y también tuvo en su momento, un ejército que jugó un papel decisivo para enfrentar al invasor extranjero cuando fue necesario. También es un país en el que las poblaciones negra, indígena, china, libanesa, judía, italiana y española fueron pilares vertebrales para la configuración de la nacionalidad y las distintas concepciones de Estado y nación que se han manejado desde la Independencia en 1821. Sin profundizar en lo inserta que está la historia de Costa Rica en el desarrollo y el crecimiento de los otros pueblos de América Central. Con algunos de nuestros libros hemos demostrado eso ampliamente.

Pero los costarricenses, como el resto de los centroamericanos, de los caribeños y de los latinoamericanos también tenemos una fuerte propensión totalitaria. La abolición del ejército en Costa Rica en 1949 fue algo así como ejecutar a un muerto, puesto que la institución venía en problemas desde finales del siglo anterior y entró en un proceso de decadencia sostenido desde 1917. Sin embargo, con el importante apoyo de los otros ejércitos centroamericanos, el nuestro tuvo un momento capital cuando los filibusteros gringos en 1856 quisieron adueñarse de la región para convertirla en un  centro de abastecimiento de esclavos. Estas son historias que no deben olvidarse, cuando se quiere hablar de la pureza del espíritu democrático del costarricense.

Dictadores como Braulio Carrillo (1838-1842), Tomás Guardia (1870-1882), Federico Tinoco (1914-1917), o José Figueres (1949-1953) son figuras centrales en la historia política de Costa Rica, sin mencionar la larga y tortuosa historia de golpes de estado, intrigas palaciegas y desafueros constitucionales que caracterizan a la misma desde 1821. Entre 1824 y 1871 la cantidad de constituciones que tuvo este país es asombrosa. Que conste que no estamos insistiendo en el claro perfil dictatorial que tienen los gobiernos de Ricardo Jiménez, León Cortés, Rafael Angel Calderón Guardia, Teodoro Picado y otros que no tuvieron o no les dieron la oportunidad de desplegar todo su potencial autoritario. Eso indica, como en el resto de América Latina, una enorme inestabilidad, inconsistencia y confusión políticas que ni el mejor panfleto para atrapar turistas ilusos puede ocultar. La supuesta excepcionalidad del costarricense y de su cultura política no es más que un artículo turístico. Lo ha sido desde 1848, cuando la oligarquía cafetalera se decidió a promover las bondades de Costa Rica para recibir al inversionista extranjero. 

Pero se le debe en gran parte a un dictador como Tomás Guardia, el despegue de la modernización capitalista en Costa Rica; una modernización que reposó casi totalmente sobre la construcción del ferrocarril al Atlántico, con capital extranjero, y que dejó a este país tan comprometido que todavía en 1970 se les adeudaba dinero del mismo a los empresarios ingleses y norteamericanos que lo concluyeron en 1891.

El dictador llegó al poder mediante un golpe de estado en 1869, y a partir de entonces logró aglutinar detrás de sí a un sector importante y modernista de la oligarquía cafetalera costarricense, que creía urgente abrir del todo la economía de este país a los circuitos internacionales del capital. Desde que el café se convirtió en el principal producto de exportación en 1832, algunos sostienen que desde 1828, Costa Rica se había ido abriendo espacio en el mercado inglés principalmente, pero, volcada sobre el Pacífico, la costarricense, era una economía que exportaba todavía un producto muy caro, a través de una ruta tortuosa y larga, controlada principalmente por empresarios ingleses y norteamericanos.

Un grupo notable de cafetaleros costarricenses se oponía al traslado del peso de las exportaciones del Pacífico al Atlántico, y menos consideraba conveniente construir un ferrocarril hacia ese sector, sobre todo en virtud del enorme costo humano y material que tal proyecto iba a suponer. Pero además los cafetaleros conservadores temían perder el monopolio de las carretas que hacían el viaje desde el interior hacia el puerto de Puntarenas en el Pacífico. El ferrocarril y la modernización portuaria que significaba trasladarse al Atlántico, implicaba entre otras cosas, un grado razonable de diversificación agrícola (con la llegada posterior de la producción bananera), y mejorías teconológicas que dejaban por fuera las viejas prácticas de tratamiento del grano desarrolladas hasta ese momento por los conservadores. Se llegó a la conclusión de que, la única forma de sacarlos del poder era por la fuerza. Y así se hizo.

Pero el dictador Guardia fue Presidente de la República una sola vez (1872-1876). Las dos presidencias que lo sucedieron (Aniceto Esquivel y Vicente Herrera) , fueron manipuladas ampliamente por él, y profundizaron las consecuencias de muchos de los errores y de los aciertos del Dictador. Porque bien se puede sostener con un márgen mínimo de equivocación que Guardia y sus sucesores fueron responsables de haber endeudado al país de una manera colosal. Los cambios que trajo consigo el ferrocarril fueron de tal magnitud que su historia está estrechamente entrelazada con la del movimiento obrero, la de la producción bananera, los inicios de la electrificación de Costa Rica, la deuda externa, la deformación del sector exportador, y todo ello en función de una vaga y errática idea del progreso, así como de que la modernización implicaría a la larga una rígida dependencia del vaivén de los mercados internacionales. Esta situación no ha cambiado gran cosa hasta nuestros días.

Con la herencia de don Tomás Guardia a su haber la oligarquía agro-exportadora de Costa Rica, le regaló en 1884 el diez por ciento de las mejores tierras de este país, al monopolio bananero de la United Fruit Company fundado por el empresario norteamericano Minor C. Keith en 1899 y quien llegó a ser en la práctica amo y señor de los destinos de Centro América. El conjunto de leyes liberales que se introdujeron entre 1882 y 1890 en Costa Rica aceleraron vertiginosamente el proceso de inserción capitalista y convirtieron a la nación cafetalera en una de las más progresistas de América Central.  

Los préstamos adquiridos con banqueros ingleses en los años de 1871 y 1872, harán que la dictadura de Guardia sea recordada siempre por los costarricenses debido en gran parte a la forma oscura y distorsionada en que fueron asignados esos dineros. De una deuda en metálico de 800, 000 libras esterlinas, Costa Rica tuvo que reconocer finalmente una deuda nominal de más de tres millones de libras. ¿Qué pasó con el resto del dinero? ¡Sólo Dios sabrá! Porque, a pesar de las serias investigaciones que algunos historiadores costarricenses hemos hecho en archivos británicos, alemanes y norteamericanos, nos ha sido imposible precisar debidamente lo que sucedió con ese dinero.

Lo que podemos decir a ciencia cierta es que el ferrocarril terminó en manos de empresarios extranjeros, quienes al final controlaron en realidad el sector exportador de Costa Rica, casi hasta la guerra civil de 1948, cuando algunos ajustes se introdujeron para fiscalizar su gestión en el país centroamericano. La obra magna del dictador Guardia, quien con frecuencia se veía en problemas y conflictos con otros dictadores centroamericanos, modificó el paisaje agrícola de Costa Rica, e hizo posible que la población trabajadora extranjera contratada para concluirlo, en condiciones horribles realmente, llegara a jugar un destacado papel en las etapas iniciales de la historia del movimiento obrero de esta nación. Una apertura tan violenta al mercado mundial de la economía costarricense, como la que facilitó la dictadura, llegó a ser una herencia irreversible en el desarrollo posterior de Costa Rica. La influencia constitucional de Guardia todavía se siente en 1949, puesto que la constitución que se aprobó este año está inspirada en la de 1871, creación del dictador.

De tal manera que la noción de progreso que utiliza Guardia, como la de civilización del dictador Francia, es paradójica, porque originalmente pensadas para cumplir con un propósito, terminan produciéndo el efecto contrario. Dicha textura lógica genera un tipo de ideología que, como en el caso de Costa Rica, sirvió todas las aspiraciones políticas y clasistas de los sectores dominantes en este país. Tanto así que, en realidad, la guarra civil de 1949 no fue más que un modesto giro en la trayectoria que la economía y la sociedad costarricenses traían desde 1870. Como puede verse, la impronta del dictador, penetró la historia de Costa Rica durante casi ochenta años.

CONCLUSIONES PRELIMINARES.

En las dictaduras de Francia en Paraguay y de Guardia en Costa Rica se nota un ingrediente comùn, y es su obsesión por lo que ellos entendían como "civilización" y "progreso". Sin embargo, ninguno de los dos tuvo nunca claro còmo llevar a cabo realmente el objetivo al que aspiraban. Estaba claro que el  ambiente econòmico internacional, manipulado por las potencias capitalistas mas importantes del momento, iba a condicionarles sus posibilidades. Sin embargo, la lección que nos dejan es que en los dos casos, se trataba de dictadores que iban a imponerles a sus respectivos paìses cuotas de sufrimiento y sacrificio inigualables para mantener y promover un confuso sentimiento de identidad nacional, y , al mismo tiempo una clara trayectoria de los sueños imaginados por las burguesìas criollas. 

1 Historiador costarricense (1952). Premio (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país. Ha escrito varios libros sobre historia económica de América Central y del Caribe. Es un regular colaborador de varias revistas del continente, como CASA DE LAS AMÉRICAS (Cuba), EXÉGESIS (Puerto Rico), CUADERNOS AMERICANOS (México) y REVISTA DE HISTORIA (Costa Rica).

2 Entre otros se pueden consultar LABASTIDA MARTÍN DEL CAMPO, Julio (Compilador).  DICTADURAS Y DICTADORES (México: Siglo XXI eds. 1986), y RAMA, Angel. LOS DICTADORES LATINOAMERICANOS (México: Fondo de Cultura Económica. 1976).

 

Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr

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