Santiago de Chile. 
Revista Virtual.  
Año 2 
Escáner Cultural. El mundo del Arte. 
Número 16. 
12 de Abril
al 12  de Mayo  
de 2000. 

 
 

TROTSKY (1879-1940),
EL PROFETA RECOBRADO

Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge

EL HOMBRE
 
TROTSKYEste próximo mes de agosto se cumplen sesenta años del asesinato de Lev Davidovitch Bronstein (1879-1940), mejor conocido como León Trotsky. El asesino, Ramón Mercader: un oscuro agente estalinista terminó sus días en la vieja Unión Soviética, no de una forma tan heroica como esperaba, pero sí más bien aislado y no bien visto por los mismos rusos.

Junto a Lenin (1870-1924), Trotsky está entre los grandes revolucionarios de este siglo. Un hombre tan lúcido y enérgico como para fundar uno de los ejércitos más poderosos de Europa, capaz de hacer frente a una guerra civil en la que se buscaba reinstalar el poder zarista, y a varios ejércitos invasores extranjeros que pretendían apoyar a los saboteadores internos. Forjadores, soñadores y arquitectos del proyecto soviético, entre 1905 y 1924, los dos revolucionarios dieron la vida por devolverle a los explotados y oprimidos de la tierra el derecho a imaginar un futuro mejor.
 
El recuerdo de Trotsky es relevante en este momento, porque muchas de sus predicciones y sus análisis se cumplieron con exactitud casi profética cincuenta años después de su muerte. Sus críticas al régimen estalinista, que le costaron la vida precisamente, fueron desgranando una por una las predicciones de Trotsky sobre el futuro que le esperaba a la vieja idea del socialismo en un solo país, que era el tipo de socialismo en el que creían Stalin, y el equipo de burócratas y asesinos que lo acompañaron hasta el final de sus días en 1953.
 
Hoy, cuando muchos sostienen que el socialismo ya hizo aguas, y debe ser un sueño que se olvida con indiferencia, los travestis de las antiguas izquierdas, que se transmutaron con una facilidad asombrosa, quieren decirnos que es mejor estar al calor de las burguesías globalizadas y embrutecidas por su propia sed de poder y riqueza, que al lado de los desheredados de este planeta. La elección establece nuestra capacidad de soñar. Y Trotsky fue un soñador, como Lenin, y muchos otros después de ellos, quienes creyeron en la posibilidad de torcerle el brazo a la historia y poner en manos de los pueblos la capacidad para modificarla.
 
Sus estudios históricos sobre la revolución rusa, su teoría de la revolución permanente, sus escritos militares, su agudo análisis del fascismo; los trabajos sobre arte y literatura que nos dejó, los profundos ensayos sobre China, España e Inglaterra, así como la efectiva participación práctica en las grandes decisiones políticas y culturales de su país y del mundo, hacen de este apasionado revolucionario ruso, uno de los pilares de la cultura del siglo XX, a pesar de que historiadores del calibre de Eric Hobsbawm, él mismo un estalinista resentido y frustrado, al escribir la historia de este siglo trágico, lo hayan ignorado por sus feroces críticas a los partidos comunistas de inspiración soviética.
 
La muerte de Trotsky tiene especial significado en este momento, porque por encima de muchas otras cosas, el revolucionario ruso era esencialmente un marxista convencido. Capaz de desenvolverse en varias lenguas extranjeras, recibió en Suiza, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos, una educación universalista que, aunada a la pasión y profundidad de la cultura rusa, le permitió convertir al marxismo, ese heredero maravilloso de la tradiciones intelectuales del Renacimiento y la Ilustración, en el más efectivo instrumento para comprender, interpretar y transformar la realidad política y social de la vieja Rusia zarista.
 
En Trotsky, el marxismo encontró un intérprete sabio, hábil y profundo; pero también, un revolucionario con un desarrollado sentido de la práctica. Su obra completa publicada, sin contar los materiales que se encuentran depositados en varias bibliotecas de los Estados Unidos, asciende a unos 44 volúmenes. Pero su teoría de la revolución permanente y la fundación de la IV Internacional en 1938 pueden ser considerados dos de sus más decisivos legados a la historia del siglo XX.
 
Con la teoría de la revolución permanente, Trotsky quería probarnos que la única forma de salvar al socialismo como idea y como práctica era mediante la revolución mundial. Junto a ello, sostenía que la clase trabajadora, cada vez que había intentado contribuir con la burguesía en la conquista de sus particulares objetivos políticos, había terminado traicionada. Así sucedió con la revolución francesa. Por lo tanto, ellos, los trabajadores, eran los únicos que podían llevar a cabo la revolución socialista, sin quedarse atascados en el proyecto burgués. De aquí sus grandes diferencias y controversias teóricas y políticas con Lenin. Sin embargo, la revolución bolchevique le dio la razón. Es que, con la muerte de Lenin en 1924, ya se veía venir el desplome de lo más noble de la herencia bolchevique. Stalin casi acabó con toda la generación que hizo la revolución. Ante la invasión nazi se encontró con que no tenía generales para enfrentarla, pues había asesinado un número importante de ellos, entre 1929 y 1937. Esto sin contar los 20 millones de campesinos que perdieron la vida en el proceso de colectivización forzada de la producción agrícola. A todo ello habría que agregar los otros 20 millones de rusos que se cobró la segunda guerra mundial.
 
A lo largo de su enfrentamiento con el régimen estalinista, desde la fundación de la Oposición de Izquierda en Rusia en 1923, pasando por su expulsión del partido en 1927 y su deportación en 1929, hasta su asesinato en 1940 en México, Trotsky no escatimó ningún esfuerzo para criticar y destruir al tirano, el que, sin ningún miramiento, prácticamente acabó con toda la familia de aquél: sus hijos, sus esposas y sus nietos.
 
La herencia intelectual, política y revolucionaria de Trotsky ha sido rescatada no sólo por sus partidarios en todo el mundo, sino también en foros académicos, revistas, conferencias y simposios donde se discute la mejor forma de enfrentar la globalización y la mundialización del capital. Resulta que muchos de los instrumentos desarrollados por Trotsky para estudiar el imperialismo por ejemplo, han sido revitalizados y puestos al día con la renovación del marxismo que se suscita en nuestros días, después de que la última recesión que se iniciara en Asia, pusiera en evidencia que los viejos problemas del capitalismo siguen vigentes, a pesar de que pitonisas como Fukuyama insistan en que la historia ya se acabó.
 
Recordar el sesenta aniversario de la muerte de Trotsky lleva como intención central llamar la atención del lector sobre el hecho cierto de que el marxismo, hoy más que nunca, sigue vigoroso y potente para explicar y eventualmente cambiar el mundo en que vivimos. Es una lástima que sólo en Costa Rica, algunos insisten en que esto no es así.
Si usted desea comunicarse con Rodrigo Quesada Monge puede hacerlo a: histuna@sol.racsa.co.cr
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