Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.
Aunque la tal Guerra Fría
terminó, según los entendidos en las relaciones Este Oeste,
con la caída del Muro de Berlín, la restauración capitalista
en China y Vietnam y la Perestroica soviética, delante de nuestras
propias narices, lejos de la pesada maquinaria comunista estalinista, la
que coletea disfrazada de mafia rusa, los latinoamericanos vivimos nuestra
propia guerra fría. El coloso Imperialista norteamericano se da
el lujo de elegir a sus víctimas, las que deben seguir soportando
el pesado telón de acero, que de Europa se trasladó a los
mares del Caribe. Aunque apenas son unos tantos kilómetros que separan
a Cuba de Miami, de todas maneras comunicarse de cualquier manera con tierra
firme es toda una aventura. Lo que no se puede hacer en barco de tonelaje
o en avión de línea hay que hacerlo en balsa. Y no es broma
tener que sortear a los cardúmenes de tiburones, los en sus panzas
no solamente almacenan toneladas de desperdicios del consumo enlatado,
sino que además, en sus depósitos albergan carne de la más
humana.
Como digo, atreverse a
cruzar las turbulentas aguas que hacen fronteras entre la dignidad y la
capital de todos los males imaginables, es una Odisea descabellada; pero
así y todo, miles de cubanos parten porfiadamente, pese a los partes
meteorológicos, hacia el paraíso del que vienen escuchando
desde que un tal batista huyó dejando entre el olor de la pólvora
los burdeles y casinos vacíos, la duda de una peligrosa libertad
de cartón piedra y un bienestar contradictorio. Y si desconfiamos
de las estadísticas del enemigo entonces saquemos nuestra propia
cuenta: unos treinta millones de hombres y mujeres que no encuentran trabajo
alguno, veinte millones de habitantes que no pueden acceder a la seguridad
social, cerca de diez millones de negros y blancos que viven arrimados
a los restos de la opulencia y hacinados en los cobertizos desbaratados,
herencia del desarrollismo y la decadencia del milagro americano de comienzos
del siglo veinte. Ahora bien, cuando escuchamos las noticias de que miles
de cubanos se las desean para atravesar el estrecho sea a nado o montados
en unas balsas de goma que no soportan el menor contacto de las dentelladas
de las furias de los mares antillanos, nos preguntamos a caso nuestros
amigos cubanos se han puestos mal del coco o, se han dejado hipnotizar
por algún encanto o canto de sirena, ya que echarse a la mar, así
como así no más, no tiene patas ni cabeza.
La vida en la Isla, me
imagino que debe ser monótona; y lo pienso así, ya que no
es lo mismo subirse a un tren y viajar toda la noche y por varios días
sin temor a caer al vacío, que tomar una guagua y después
de varios kilómetros frenar en seco, so pena de ser acusado de contra
revolucionario.
He escuchado por boca de turistas
alemanes o de cualquier parte, que los cubanos se están volviendo
lerdos, que el ritmo que las agencias del turismo pregonan se está
esfumando bajo el peso de la melancolía, el tedio y el aburrimiento
de las cosas repetidas hasta aprendérselas de memoria. Que el amor
libre se está trocando en amor en contante y sonante; y no pocas
son las mulatas que se pasean a hurtadillas por los malecones de La Habana
y otros puertos, para vender lo mejor que el socialismo puso, en su día,
en las vitrinas y espejos en donde se reflejaban los logros de la lucha
de clases y el internacionalismo. La falta de comida, que se antepone a
los principios de los planes quinquenales del partido único está
abriendo de par en par las puertas de los paladares. ¿Qué
está pasando con las cartillas de racionamiento?
Que el bloqueo comercial tiene
la culpa, tal como en Irak, que los habitantes de la Isla se estén
quedando sin los avances técnicos del mundo industrializado, es
verdad; entonces donde está la gracia del sistema de libre mercado,
si está cerrando sus propias fronteras? Me parece un mundo puestos
de cabeza, en donde el mercader vende a un reducido circulo de socios,
en cambio los hay que hacen manda para que un barco atestado de objetos
suntuosos atraque en sus costas, para ver el brillo del primer mundo.
O sea, que esto de tener que
convivir con un mundo que avanza por el espacio a dos velocidades, va a
tener funestas conclusiones.
Y una de estas apuestas
las hemos estado viendo casi a diario, y desde hace meses, por la televisión,
escuchándola en la radio y leyéndola en los periódicos
de todas las ideologías.
"Una noche oscura y fría,
una mujer, su hijo, del que ni siquiera tenía su custodia, por esas
leyes machistas de las que no escapa ni la última esperanza de socialismo,
su amante y un reducido séquito de acompañantes, quienes
encomendados a su religión y a los milagros del Vudú, a
la sangre de los gallos, a la sed de Coca Cola,
y a un montón de deseos
más, se echaron a la mar. Avanzaron por entre las nieblas, sin proa
enfrentaron el oleaje que les amenazaba con hacerles regresar al roquerío,
y echados a la suerte ni siquiera encontraron obstáculos que pudieran,
en el último minuto salvarles la vida. Así fue como el frágil
bote de goma se volcó. Uno tras otro los ocupantes se fue
perdiendo entre las corrientes de las profundidades oceánicas, uniéndose
a los miles de almas submarinas las que desde hace siglos navegan a la
deriva acariciando las quillas de las naves que cruzan en ambas direcciones.
Elián siguió navegando
solo agarrado a lo imposible; así flotó por algunos días
a la espera que los tiburones se hicieran cargo de él, o en el mejor
de los casos, pasara alguna embarcación con bandera de cualquier
país y le recogiera para contar la historia.
Y claro que la contó:
la contó a cuanto medio de comunicación existe: le maquillaron
cientos de veces, le pusieron las ropas más extravagantes, lo rodearon
de juguetes, las luces de los flasches le encandilaron. Posó para
cuantos se lo pidieron y con seis años de edad paso a la posteridad
como el "niño balsero", el sin madre, sin patria y el héroe
niño. Involuntariamente puso en Jacke y Mate al gobierno más
testarudo del planeta. Entregó a los sobrinos del Tío Sam
la fórmula para seguir atormentando a los orgullosos isleños,
ya no con bloqueos económicos ni con cercos militares, sino que
pegándoles en el orgullo propio y nacional. De la Noche a la mañana
las tibias relaciones que se crispan en Guantánamo y terminan cocinándose
en la Little Havana de Miami, en donde la gusanería anti castrista
vio en Elián al caballo de Troya en su lucha por restaurar la democracia
de los bancos de Manhattan, casi prometen una nueva guerra diplomática
por ambas partes. El millón de gusanos auto exiliados tomó
como rehén al nuevo Moisés (salvado de las aguas y del comunismo),
y se las prometió a sus
aliados, la mafia americano cubano, como revancha por los largos años
de destierro, después de promesas incumplidas.
El Número 2319 de la calle
North West Second Street, Miami, se convirtió en el cuartel general,
y su tío abuelo Lázaro González y prima Marisleysis,
del mismo apellido, se apoderaron del infante como una manera de salir
de sus ignoradas vivencias en tierras que pasan de todo cuanto no huela
a gringo y, desde, luego, hacer el negocio del siglo.
También me pregunto,
después de hacer un concienzudo análisis, si los cubanos,
quienes gozan de medicina, educación y cultura gratuita, todo a
costas del estado benefactor, y no de los contribuyentes en un paraíso
en donde no existen los impuestos para los que trabajan y producen bienes
de consumo o de insumos, así y todo sueñan con escaparse
al mundo de la libertad en donde el que tiene come y sobrevive el que puede
costearse la salud a precio de lujo, en donde va a ser despotricado por
ser negro, por ser latino, por ser pobre, por ser de todo y por no ser
nada, entonces qué es lo que buscan allí en donde nada han
perdido.
Hasta la fecha en que Elián
pisó la tierra "prometida" muchos cubanos siguen soñando
con abrirse paso a través del mar Caribe para ir a morir lejos sin
penas ni glorias.
Algo extraño, aun
no he leído en ninguna parte de que los cubanos huyan en dirección
de la República Dominicana o Haití, que está más
cerca de Miami, ya que lo que se trata es de huir de su país. Si
así fuese y de que tan mal se lo pasan en Cuba, entonces que más
daría encallar en cualquier costa de las innumerables islas de las
Antillas, ¿pero, porque tienen que ser los Estados Unidos?
¡Para mi es un enigma!
Mayo 2000
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