Desde Chile: Gonzalo León
Cuando se habla de excesos ya
sea para denominar a la típica borrachera o a la consabida drogadicción,
o como diría la letra de la última canción de nuestro
inolvidable Cristóbal cuando sabes que estás entre la cirrosis
y la sobredosis..., no se tiene en cuenta antiguos excesos, más
verdaderos, como los que cometió el ya mítico -pero injustamente
desconocido- indio Collipán, cuando era jugador de la Primera División
del club de fútbol Lord Cochrane, en Concepción. Un duro,
como los de Norman Mailer, en el trhiller Los tipos duros no bailan.
Antes de contar sus excesos
es necesario aclarar que éstos no guardan relación alguna
con excesos por así decirlo más intelectuales. Me refiero
a que él no quería observar o presenciar, como Burroghs o
como Juan-Agustín Palazuelos (nuestro William Burroghs), algunos
ámbitos que sin droga o alcohol le eran imposibles de alcanzar;
ni tampoco deseaba aprovecharse de ellos para construir futuras obras de
arte.
Collipán era un
simple puntero derecho, un win como se les decía antiguamente, que
fue llevado de Rangers de Talca a Huachipato y de ahí al club Lord
Cochrane. Esta última transferencia fue hecha a finales de los años
50 sobre la base de consejos tales como:
-Indio, en Concepción,
vas a tener mucho más oportunidades que en la usina.
-Bueno -respondía
el hábil Collipán-, pero ¿hay algo de dinero?
-Desde luego que no, pero
yo me comprometo a conseguirte comida a buen precio o gratis; o quién
sabe un buen trabajo, no para ti, pero sí para tu esposa.
Jorge Dinamarca -comerciante
avecindado en Viña del Mar- fue el encargado en su calidad de dirigente
de conversar con el indio y llevarlo al Lord Cochrane.
Últimamente, el mismo
Dinamarca ha sido víctima de sus propios excesos, que lo han llevado
a permanentes arritmias cardíacas, poniendo de esta manera en jaque
su vida.
Pero volvamos a nuestro
tema. Hoy se cuenta casi con escándalo que en el Entrenegros, Marcelo
Salas y Miguel Piñera se colocan frente a una inmensa línea
de cocaína, y se lo esnifan todo. Si esto fuera cierto y no afirmo
que lo sea, estaríamos ante el nacimiento de nuestro propio Maradona.
A propósito, hace
poco vi al "empobrecido" Diego Maradona junto al mafioso de Copolla, llegando
a Cuba para su ¿rehabilitación?. Veíamos la tele con
mi hermano, y quedamos pasmados al ver lo deteriorado que está Diego,
y es más, el aspecto de retrasado mental en que lo ha convertido
la droga.
-Yo creo que los dos van
a rehabilitarse -dijo mi hermano con candidez.
-¿Tú crees? -le
respondí.
En Chile, conozco amigos -pintores
y fotógrafos, casi todos- que han estado metidos en la droga. En
la misma cocaína, muchos, demasiados quizá; pero también
en algunas drogas mucho más duras, inyectables como la ketamina
(un tranquilizante para gatos, pero muy usado por los yonkis, en Estados
Unidos y Europa, especialmente).
Sin embargo, todos los que conozco
han salido de la droga, o al menos se han cambiado de vicio: entra alcohol,
sale cocaína (o la keta), dice el locutor del estadio de la vida.
También recuerdo
a escritores chilenos como Mauricio Wacquez y Juan-Agustín Palazuelos,
quienes so pretexto de ir a visitar a Pablo Neruda a Isla Negra, se inyectaban
no sé qué cosa frente al precioso horizonte de aquel balneario.
Tiempo después, Wacquez escribiría un libro llamado Excesos
y se marcharía de Chile, en tanto que Palazuelos moriría
de un coma diabético a los 33 años.
Pero nada, ni Maradona ni Wacquez
ni menos aquellos amigos pintores se comparan con los excesos que cometía
el indio Collipán. Basta sólo un ejemplo.
Lord Cochrane había obtenido
el segundo lugar de la Primera División Sur y, como premio, la directiva
del club decidió llevar a todo el plantel a presenciar el partido
preparatorio para el Mundial del 62 entre Hungría (el del gran Puskas
y compañía) y Chile.
"Recuerdo que en esa época,
Concepción -nos cuenta el ex dirigente Jorge Dinamarca- era uno
de los pocos lugares que contaba con taxibuses, así que el club
arrendó uno y nos fuimos a Santiago bien aperados. Llevábamos
varias garrafas de vino, unos buenos kilos de pollo, doce o quince sandías
y una bolsa de papel con cincuenta huevos duros."
Todo iba bien hasta que en Rengo,
el indio Collipán, quien ya se había bebido una garrafa entera
de vino y se había comido un medio pollo, infló la bolsa
de papel de los huevos, la hizo explotar y, con toda la atención
del taxibús, gritó:
-No hay más huevos duros.
Jorge Dinamarca miró
extrañado al indio Collipán, y sólo ahí se
dio cuenta de que la bolsa de papel en ningún momento se había
separado del indio, por lo que él había acabado con todos
los huevos.
-¡Te comiste todos los
huevos! -exclamó.
-Sí -contestó
el indio con aplomo-, y quiero más. De lo contrario, me bajo aquí
mismo.
-¡¿Tú solo...?!
El indio Collipán por
esa época tenía 26 años y era un hombre de pocas palabras.
Buen jugador de fútbol pero de pocas palabras, por lo que sólo
se remitió a agitar la cabeza como esperando a que alguien reaccionara
rápidamente.
"Y como el indio era el emblema
del equipo -continúa explicándonos Jorge Dinamarca, de ya
70 años-, algo así como el Zamorano de la selección,
compramos unos huevos y le pedimos a una amable señora de
Rengo que los cociera."
Y fue sólo gracias a
ello que el indio siguió viaje hasta Santiago. "Llegamos de noche,
el indio venía muerto, pero al otro día igual fue a ver el
partido, eso sí que durmió todo el segundo tiempo."
De vuelta a Concepción,
y siguiendo su tónica, el indio Collipán pidió más
huevos duros y se los consiguieron. El grupo estaba consciente de que estaba
presente ante un DURO de a de veras. Sus excesos llegaban a lo suprahumano,
y eso había que respetarlo.
Tiempo después, Collipán
se convertiría en un pequeño empresario (compraría
un quiosco y luego dos), dejaría el fútbol, como asimismo
su afición por los huevos duros.
Se había convertido en
padre y luego -durante su mayor prosperidad- en abuelo; y los abuelos como
todos saben son lo menos duro que hay, por lo que eso y una rebelde enfermedad
le han impedido comer aquéllo que él tanto disfrutaba.
-Pobre indio -sentenció
finalmente Jorge Dinamarca, quien lo vio hace unos años-, si lo
vieras ahora a los 60 años... Para mí resulta tan triste.
-Meneó la cabeza y continuó con melancolía-: Ya no
es el mismo de antes.