Discografía
BANDA PEQUEÑO VICIO
Por: Marcelo Olivares Keyer
I OPERETA: PEQUEÑO VICIO
La Banda Pequeño Vicio fue algo más que la feliz coincidencia de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección, fue la conjunción de las artes escénicas, encarnadas en el actor y coreógrafo Titín Moraga, y el rock, encarnado en el guitarrista Juan Ramón Saavedra, quien pese a su juventud había pasado por la legendaria banda de rock pesado Arena Movediza. Se asociaron para una opereta pergeñada por Moraga en 1986 llamada Opereta Pequeño Vicio, título al parecer entresacado de algún texto del controvertido escritor japonés Yukio Mishima. De la base de músicos reclutados para el montaje, resultó el afortunado sexteto que constituiría la alineación “histórica” de esta excelente banda: Titín Moraga (voz), Juan R. Saavedra (guitarra), Iván Delgado (saxo), Andrés Bobe (teclados y guitarra), Luciano Rojas (bajo) y Cristian Araya (batería). Para mediados de 1987 ya tenían unas cuantas canciones a su haber, y en agosto entraron a los Estudios Horizonte para grabar su primer álbum, el que estaría listo a final de año, de modo que a partir del verano de 1988, ya como banda hecha y derecha, comenzaron a rodar por los boliches santiaguinos. Recuerdo particularmente una presentación en enero en un improvisado escenario montado en un sitio eriazo, como parte del Festival Off Bellavista, en la que –a mí y a mi patota- nos volaron la cabeza, y no sólo por la potencia de sus guitarras, la atmósfera provocada por el sonido del saxo, la pantalla gigante exhibiendo video arte detrás de la banda, o la cantidad de vino que nos habíamos tomado. Era algo más simple y complejo a la vez: estábamos presenciando algo nuevo.
Cuando al otro día, cerca de la hora de almuerzo y bebiendo cerveza para conjurar la resaca, nos reunimos en nuestro templo por allá por Tobalaba y Departamental, todos teníamos la misma pregunta en la punta de la lengua.
- ¿Qué fue eso?
Para entender nuestro trance se hace necesario aclarar que en nuestra tribu, con quienes editábamos el fanzine “Ene-A”, la banda incidental de nuestros días –y sobre todo de nuestras noches- la aportaba el grupo Sumo, cuyos caséts Divididos Por La Felicidad y Llegando Los Monos giraban sin parar mientras nos aventurábamos por el lado salvaje de los caminos del Arte. Por eso, el mayor elogio que podíamos proferir respecto de estos sorprendentes Pequeño Vicio era el de:
- Se parecen a Sumo.
Y comenzamos a perseguirlos allá donde tocasen, a pesar de lo complicado que era salir de La Florida por la noche en pos de los lugares en los que la vanguardia tejía su legado. Pero valía la pena, porque entrar a ver a Pequeño Vicio era sumergirse en una nave multimedia, abrir los poros –de la piel y de la mente- y dejarse atravesar por esa telaraña al mismo tiempo agresiva y elegante, rockera y teatral, gótica y sudaca, que estos seis talentosos muchachos supieron construir.
RENZO TEFLÓN Y LOS DUENDES
“Al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre”
Federico García Lorca
Por: Marcelo Olivares Keyer
I INTRODUCCIÓN
La movida musical ochentera en América del Sur no sólo produjo una decena –o menos- de excelentes bandas, junto a un centenar de improvisadas y desechables agrupaciones para el olvido, dadas las evidentes potencialidades comerciales que la aclimatación de laNew Wave en nuestras tierras conllevaba desde la aparición de Virus, Lobao, Barao Vermelho y la Banda Metro en el inicio de la década. Eso sin contar a los que venían de los setenta, quienes, aunque ya treintones, eran lo suficientemente jóvenes como para entusiasmarse y dejarse llevar un rato por los raros peinados nuevos. También hubo una suerte de “clase media”, compuesta de unas cuantas bandas que si bien no remecieron cimiento alguno ni movilizaron tanta gente como para juntar suculentos ahorros para los días de vacas flacas, demostraron tener discurso propio y la suficiente claridad u osadía como para saber que no bastaba con imitar a The Police y/o The Clash, ir a la tele y así, tan fácilmente, dárselas de rockeros. Quizás el número de grupos que alcanza esta categoría también se acerca a la decena, y las hubo en toda la región, desde el Brasil hasta Chile (pienso en Kid Abelha e os Abóboras Selvagens, Don Cornelio y la Zona, Banda Pequeño Vicio, y unas pocas más), y sus canciones, que sobrevivieron dormidas en los pocos caséts cuyas cajas no se quebraron y cuyas cintas no se arrugaron, hoy, gracias al bienvenido traspaso de soportes hacia lo digital y de ahí a internet, se pueden escuchar sin fruncir el ceño e inclusive con cierta cuota de admiración o mejor dicho de complicidad.
No es sorprendente que a la música producida en Uruguay le haya costado irradiar más allá del Plata; semiocultos entre dos países de dimensiones colosales, los músicos y melómanos uruguayos conocen bien las dos caras de esa moneda: Pueden libar en primera fila de dos focos culturales peso pesado, pero al mismo tiempo lo creado en la pequeña república oriental rara vez resuena en los demás países del barrio. Fuera de la época del tango, por cierto, en la que varios orientales se encaramaron al panteón de la edad dorada, sólo Los Iracundos llenaron teatros en toda América.
II MARCO TEÓRICO
En 1985, alguien en Montevideo tuvo la buena idea de lanzar al mercado un long play (vinilo de larga duración) que incluyese canciones de casi todas las bandas emergentes en el país. El disco, una inteligente manera de afrontar la realidad en un mercado pequeño, se llamó Graffitti, y resultó tan bueno que no sólo se vendió en la otra orilla del estuario y dio para una segunda versión, sino que llegó –por ejemplo- hasta un par de disquerías de Santiago de Chile, en donde, junto a los codiciados discos de The Cure, Sumo o Los Prisioneros, no desentonaba para nada. Sin ir más lejos, fue en la disquería Fusión –a donde íbamos, dada la escases de circulante de la época, a mirar discos (y no es chiste)- en donde no sólo lo pude mirar, también me dejaron escucharlo y yo, de puro tonto (o de puro pobre) no lo compré.
En Uruguay el disco al parecer fue un batatazo; su esperable eclecticismo permite tomarle el pulso a la variedad dentro de la unidad. Entre tantas formas de sentirse post punk, desde la más grave y gótica hasta la más festiva y liviana, la canción que saltó a las radios, y ahí se quedó hasta la saturación, fue una titulada Himno de los Conductores Imprudentes, más conocida como la “canción del puré”, obra y gracia del grupo Los Tontos.
Como suele suceder, la canción de marras no era la mejor de esta banda de tan poco glamoroso nombre, pero su letra desquiciada y su estribillo hinchapelotas sirvieron para que Los Tontos adquiriesen fuerza propia y – aprovechando la ola de los quince minutos de fama- darse el lujo de grabar dos álbumes (Los Tontos, 1986, y Tontos al Natural, 1987); el segundo más cargado al ska estilo Madness y con menos matices que el primero. Y no sólo eso, también tuvieron su propio programa de televisión, “La Cueva del Rock”, en el que presentaban bandas en vivo, y –cruzando la pampa y la cordillera- tocaron una noche de invierno de ese 1987 en el Teatro Providencia de Santiago de Chile junto a los locales Valija Diplomática. Esta vez, a mis veinte años de edad, si que no lo dudé: junté las monedas, crucé la ciudad, y los vi.
Era un típico trío new wave a lo Police: un bajista vocalista (Renzo “Teflón” Guridi), un guitarrista piola (Fernando “Calvin” Rodríguez), y un baterista, (Leonardo “Trevor Podargo” Baroncini) quien, dicen, tenía que andar disfrazado porque era oficialmente baterista de Los Estómagos, la otra banda que la rompía en el Uruguay. Es difícil creer que nadie se haya dado cuenta de esta doble militancia del baterista, pero la historia suena divertida, como lo suenan todas las canciones de Los Tontos, quienes no fueron los únicos en considerar las letras de canción como un propicio terreno para la joda (en España hubo varios grupos con vocación humorística, pienso en este momento, por ejemplo, en los Ilegales, la excelente banda asturiana liderada por el cáustico Jorge Martínez), pero a diferencia de lo que hacían desde Buenos Aires grupos como Los Twist, con su propuesta de fiesta permanente, parodia y vodevil, en las letras de Los Tontos, y en la manera de cantar de Renzo Teflón, predomina un aire de crispación y de historieta, el relato de un hombre solitario e irritado, cual Johnny Rotten clase B.
I Congreso Chileno de Estudios en Música Popular
¿Qué hay de popular en la música popular?
Santiago de Chile, 9, 10 y 11 de junio de 2011
Asociación Chilena de Estudios en Música Popular
Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Alberto Hurtado
[Más informaciones: http://www.congresos.asempch.cl]
LOS DIEZ AÑOS DEL GRUPO CANGREJO SERÁN CELEBRADOS CON LA EDICIÓN DE DOS DISCOS
Por: Alex Standen
CANGREJO es una agrupación que nace en 1992 con la idea de generar un espacio para la experimentación musical y poética, en la búsqueda de nuevos universos sonoros y formales.
Hasta mediados de 1994 el grupo se dedica exclusivamente a la creación de material musical y poético, producto de sesiones de improvisación colectiva, no comprometidas necesariamente con ningún estilo en particular.
Desde 1994 hasta 1996, se muestra el fruto de este primer período con obras de largo aliento y multimediales, que buscaban conducir al auditor-espectador por un "viaje" de emociones y conceptos.
VIOLETA PARRA, CHILENA
Por : Yto Aranda
Este es un artículo de emergencia, cuando nuestro columnista falla, bueno, hago una pequeña investigación de algún tema que siempre he tenido latente. Con la ayuda de la Fundación Violeta Parra, que tiene su sitio web en http://www.violetaparra.scd.cl, haremos un breve recuerdo de lo que fue nuestra querida Violeta.