"Los
sueños, hijos de la sombra y la fantasía, nunca son presagio de
los dioses".
PETRONIO
PARA
EMPEZAR
La lista de asuntos que vamos a tratar de desplegar aquí,
no es ni con mucho exhaustiva, pero con ella intentamos al menos,
traer al tapete algunos de los motivos de reflexión más embrollados
que el lector promedio pueda imaginarse. Se trata de que, en el
momento mismo en que uno aspira a mantenerse relativamente bien
informado, la masa de datos, publicaciones y nuevas fuentes de
conocimiento ha llegado a tales niveles, que es prácticamente
imposible para un ser humano de edad mediana, sostener un ritmo
razonable de actualización y por lo tanto, uno opta por la reflexión
casi simultánea con los documentos que recibe. Es decir, conforme
la información vaya llegando es conveniente criticarla y compartirla
de inmediato. Para los que somos profesores, esta labor se nos
facilita enormemente al participar al estudiante con nuestras
inquietudes y preocupaciones. De tal manera que, en esta ocasión
haremos algo parecido con los lectores que tengan la paciencia
y la gentileza de seguirnos hasta el final. Lo que estamos diciendo
es que este capítulo es eminentemente didáctico, y con él tenemos
la intención de hacer llegar al lector que todavía lo ignora,
algunos aspectos de esencial importancia para comprender algunos
de los nuevos esquemas ideológicos que el pensamiento conservador
ha sido capaz de elaborar, para atender sus nuevos requerimientos
culturales, de cara al siglo XXI.
DISCUSIÓN
I.
Nuestro
trabajo tratará sobre la "utopía neoliberal" y la nueva
noción de mercado que la Globalización, como proceso de gran alcance
del capitalismo superdesarrollado, ha puesto en marcha desde el
momento en que, los sectores dominantes del mercado mundial se
percataron de que el contenido de las palabras está en relación
directa con la realidad que éstas quieren retratar. Nunca como
ahora ha sido tan cierto aquello de que las palabras son verdaderas
instrumentos al servicio de los intereses de los hombres en sociedad.
Y es que, desde la segunda parte del siglo XVIII la noción de
mercado se volvió un asunto de la más urgente importancia, para
los analistas y los teóricos de la economía capitalista. Era imposible
que fuera de otra manera, pues en pleno despegue de la Revolución
Industrial, los hombres empezaron a reflexionar sobre las tremendas
transformaciones que la misma estaba trayendo a la luz ante sus
propios ojos. El mercado en el que Adam Smith (1723-1790), David
Ricardo (1772-1823), o el mismo Karl Marx (1818-1883) estaban
pensando, todavía está muy sujeto a las discusiones sobre el espacio
y sus expresiones geográficas específicas. En el caso del último
autor, y en particular de su socio intelectual Friedrich Engels
(1820-1895) , el concepto de mercado viene a ser elaborado desde
de los descubrimientos hechos por los romanos (de la época imperial)
respecto a la plasticidad del espacio, pasando por los anuncios
que hacen las geografías alemana y francesa con relación al determinismo
del ambiente sobre la dinámica económico-social que construyen
los hombres en el tiempo. De otra forma no podría entenderse que
algunos científicos en esos países hablaran de "pueblos sin
historia" al referirse a la América Latina, Afrecha o Asia.
Y menos aún, que hombres como Lenin (1870-1924) hablaran de "exportación
de capital" para explicar la expansión imperialista, cuando
en realidad el capital no se exporta, sino que cambia de lugar
si tenemos en cuenta que los espacios abiertos por el capitalismo
en su proceso de internacionalización irían a estar sujetos a
la misma dinámica o, mejor dicho, al mismo proceso de acumulación
a escala mundial, sólo que en escenarios distintos 2.
DISCUSIÓN
II.
El
sueño del mercado perfecto, del mercado tan esencialmente armonioso
que fuera imposible la intervención humana, no es nuevo. No les
pertenece al menos a los ideólogos delirantes y gratuitos que
le han salido al proceso de Globalización; en particular de los
últimos diez años. Ya en los primeros y rudimentarios textos de
los fisiócratas franceses (siglos XVII y XVIII) se encuentran
los primeros trazos de lo que sería una idea que luego, con Adam
Smith, y sobre todo al despegar la Revolución Industrial, alcanzaría
niveles de abstracción pocas veces visto desde que Aristóteles
hablara de economía por primera vez en la Grecia de la Antigüedad3
.
Lo
que a la mayor parte de la gente le cuesta entender es que la
noción de mercado perfecto es enteramente burguesa. Ni los esclavistas,
ni los señores feudales, ni la aristocracia o la nobleza teorizaron
nunca sobre la noción de mercado. No por razones estrictamente
sociales o políticas, sino antes que nada por motivos básicamente
económicos e ideológicos. Pero por encima de todo, históricos.
La burguesía se dio cuenta con la Revolución Francesa que reemplazando
el viejo régimen de producción, se podían obtener diferentes expresiones
políticas y sociales del viejo problema que heredara el feudalismo
temprano: la ideología tiene fuerza providencial. Y la idea del
mercado perfecto en realidad ha sido providencial para el pensamiento
burgués de los últimos doscientos años.
DISCUSIÓN
III.
Durante
ese tiempo, todo el pensamiento económico burgués ha girado en
torno a la mejor forma de idear instrumentos, teorías y métodos
para comprender, controlar y vaticinar sobre el mercado. Es prácticamente
imposible entender a la ciencia económica liberal-burguesa de
estos dos últimos siglos, sin pensar en que la utopía del mercado
perfecto ha sido la columna vertebral de sus explicaciones sobre
el arte del buen gobierno, sobre los pronósticos hechos a los
humanistas acerca de la posibilidad de un mundo mejor, y a los
hombres y mujeres de la calle respecto a la felicidad y el goce
que posibilita el consumo indiscriminado de bienes y servicios.
La
utopía del mercado perfecto encontró salidas y explicaciones para
legitimar los desmanes de la Revolución Industrial, así como de
los desplantes imperialistas desplegados con la totalizadora expansión
capitalista de los últimos cien años. Es curioso, pero detrás
de toda formulación imperial utilizada por los países capitalistas
centrales, desde que sus burguesías tomaron conciencia de la utilidad
de explotar el trabajo ajeno a escala mundial, ha estado siempre
una noción del mercado perfecto que hace posible justificar toda
acción emprendida a favor de la consolidación del ideario de la
mercancía. Este es sólo un instrumento para explicar por qué
la burguesía se aferra hoy más que nunca a una concepción del
mercado perfecto que tiene dimensiones políticas, técnicas y humanísticas
decisivas para entender el presente. Desde esta perspectiva, la
sobre vivencia del mercado como elemento-agente esencial, en la
dinámica del quehacer cotidiano de una burguesía que ya comprendió
la innecesaria presencia del componente nacional en sus afanes
por controlar las riquezas del planeta, viene a ser un pre-requisito
ineludible en la nueva agenda político-cultural de los grupos
dominantes de la economía mundial.
DISCUSIÓN
IV.
La
noción de mercado perfecto supone entonces, en el contexto de
la Globalización, que la democracia puede ser autoritaria. La
paradoja es sólo aparente, pues el capitalismo es un sistema económico
cuyos fundamentos radican en el totalitarismo. La civilización
burguesa es inabordable si no explicamos cómo la democracia que
propone gira en torno a la categoría de mercancía que esté utilizando
en un determinado momento. Por eso la democracia burguesa es totalitaria,
porque resulta impensable cualquier otro sistema político que
no se sustente sobre el predominio de la mercancía.
Ahora
bien, si la producción y consumo de mercancías, la distribución
de las mismas, y la forma como controlan nuestras vidas, son los
parámetros articuladores del discurso cultural de la burguesía
(no necesariamente democrática, sino profundamente aristocrática),
resulta baladí cualquier discusión sobre el mercado perfecto.
Pues la realidad es la mercancía diría David Ricardo.
Pero
precisamente, la gran discusión de Marx con él, se orienta en
la dirección de que la realidad es precisamente algo diferente4.
La realidad no es una mercancía, y puede ser entre otras cosas,
sobre todo la relación que sostienen los hombres entre sí para
producir esas mercancías, y no precisamente la realidad que posibilita
tal producción. Ahí estuvo durante años la discusión sobre si
era posible que el socialismo superara el funcionamiento de la
ley del valor-trabajo. El socialismo real pudo haber hecho abstracción
de la realidad capitalista (de la cultura burguesa), pero no necesariamente
debe haber modificado el mecanismo fundamental de la misma: la
producción de mercancías. La revolución socialista sólo alcanzó
a reemplazar una metafísica por otra5,
y quiso explicar (teorizar) sobre el mercado sin haber remontado
ni siquiera a la noción misma de mercancía.
En
ese sentido, el capitalismo fue más efectivo: mantuvo intacta
la relación metafísica mercancía-mercado, y fortaleció considerablemente
sus expresiones instrumentales: hizo saltar en pedazos el concepto
de mercado nacional, y redujo la democracia a las posibilidades
individuales de los hombres para producir tales mercancías. Es
decir, nutrió a los hombres con una nueva articulación de viejos
factores: la burguesía es más democrática en el tanto haga posible
que tal democracia esté únicamente orientada hacia la producción
de mercancías. Este tratamiento totalitario es nuevo, porque la
antigua doble moral burguesa con dificultades hubiera reconocido
que sus prácticas democráticas sólo tenían esa orientación. El
nazismo nunca fue aceptado como la expresión superior de la moral
(esencialmente necrófila) de la burguesía. Y fue el capitalismo
a ultranza el que hizo posible al nazismo.
Hoy,
la burguesía se ha tornado más cínica, porque sus motivaciones
democráticas están más en armonía con la aspiración fundamental
del capitalismo: producir mercancías para que sean unos pocos
los que puedan pagar por ellas. El elitismo consumista de la Globalización
tiene como norte entonces la democratización del sistema productivo,
a cambio de que la mercancía sea el eje en torno al cual giren
las aspiraciones básicas de los hombres, es decir, hay que crear
posibilidades de adquisición de mercancías, aunque la realidad
indique lo contrario. De esta manera, otra vez, una nueva metafísica
sustituye a la anterior. El gran juego de la Globalización es
manipular las posibilidades, aunque no las realidades. Por eso
los intelectuales de la burguesía han resucitado a Hegel, y no
a Hume. Se han apurado a enterrar a Marx y a resucitar a Ricardo.
DISCUSIÓN
V.
Este
juego de entierros y resurrecciones hace la labor del humanista
más ingrata que nunca, puesto que si en algún momento su agenda
estaba repleta de denuncias, lamentos y contra-propuestas a la
labor que intelectualmente realizaba la burguesía en el poder,
con la caída del socialismo real, tal agenda se evapora y viene
a ser reemplazada por un listado de cabos sueltos, perplejidades
y frustraciones que ni la misma burguesía todavía alcanza a comprender.
Es decir, a ella incluso el suicidio de alguna izquierda la tomó
por sorpresa. El problema está en que si insistimos en analizar
la crisis del socialismo real como un mero hecho histórico, estaremos
cometiendo el mismo error que es posible cuando se estudia cualquier
proceso verdaderamente revolucionario: sea Francia (1789); Rusia
(1917); México (1910); o Nicaragua (1979). El socialismo real
nace y se desarrolla en estado crítico, porque al ser un experimento
dialéctico de los aspectos más negativos del capitalismo, dejó
intacta la aspiración fundamental de todas las burguesías históricamente
registrables: la producción de mercancías debe ser perfectamente
coherente con las expresiones totalitarias del régimen político
que alcance a establecer: llámese monarquía parlamentaria, república,
o democracia popular6. En
estos casos, el pegote indescifrable es el Estado.
Ninguna
revolución puede ser analizada como un mero hecho histórico. Y
lo que sucedió en Europa central y oriental (entre 1989 y 1991)
no es una cadena inconsecuente de meros hechos inconexos, aislados,
sin relación posible entre sí. Precisamente ahí, en la comprensión
de lo contrario, debería residir toda explicación razonable de
lo que tuvo lugar. El humanista de nuestro tiempo se quedó con
las manos vacías porque se las quieren llenar de acontecimientos
7, y le niegan
las explicaciones. El mismo no puede construirlas, porque ignora
las respuestas. Si se le dice que fue entre esos años que el socialismo
se desplomó, se le está escamoteando toda la explicación de lo
que venía sucediendo (en Rusia por ejemplo) desde el momento
mismo en que Lenin sube al poder en 1917, cuando se dedica ferozmente
a perseguir toda expresión de disidencia. La Perestroika es el
epílogo, no el prólogo de un proceso que tomó setenta años madurar.
Y se puede jugar con la lógica sosteniendo que Gorbachov y su
gente sólo estaban retomando lo que quedó inconcluso en 1924.
Si así fue, el socialismo real comprende entonces una etapa indistinta
en el desarrollo institucional del Estado burgués. Fue su caricatura.
Y lo que hace la Perestroika es abolir la caricatura para abrirle
paso a la realidad.
DISCUSIÓN
VI.
Pero
el escenario es grave, es problemático, porque ahora la burguesía
está relativamente equipada para enfrentar cualquier propuesta
que discuta su hegemonía. Aunque a veces no lo hace tan bien como
se esperaría, debido a las dificultades que tiene el pensamiento
burgués para armonizar la realidad con la teoría. Es más triste
la situación cuando alguna izquierda ya reconoció sin discusión
ni contra-argumento su derrota. En estos momentos, una teoría
del mercado perfecto no pareciera muy novedosa desde su perspectiva
instrumental, pero sí lo es por el lado de la reformulación de
los paradigmas. Me temo, en consecuencia que si el pensamiento
sistemático de la izquierda entró en crisis, exactamente lo mismo
le ha sucedido al pensamiento burgués. Este ha tenido que adaptarse,
ha tenido que evolucionar para encontrar nuevas respuestas a la
situación en que lo ha dejado la temporal retirada del humanismo
radical. Si colapsa la noción de la dictadura del proletariado,
hace colapso también la noción de dictadura burguesa, pero ésta
viene a ser sustituida por un nuevo tinglado de factores, entre
ellos, el mercado perfecto, que hoy se ha vuelto más real que
nunca. El mismo supone, antes que nada, la abolición del estado
(decimonónico), la transformación de la textura de la noción de
frontera, que cada día se torna más cristalina respecto a las
verdaderas aspiraciones imperialistas del capitalismo (para poder
sobrevivir históricamente); y por encima de todo la formación
de un tipo de ser humano que no se atreva a criticar el entorno,
que se limite a reproducirlo, que sea efectivo, eficiente, en
la reintegración constante de la realidad burguesa. Esa es precisamente
la pretensión seminal de la Globalización como proceso, y no como
simple acontecimiento.
DISCUSIÓN
VII.
Por
otro lado, si la Globalización no es un acontecimiento, si constituye
la fase superior del "mega capitalismo" (un proceso
que viene desplegándose desde la Guerra de Corea-1950/1953), al
pensamiento burgués más lúcido (mencionemos a P. Kennedy, A. Toffler,
S. Huntington y otros), le resulta perfectamente digestible sostener
que el futuro de la Humanidad será una sociedad sin fronteras,
sin estados, con hombres y mujeres tan eficaces que ni siquiera
piensan, porque el perímetro establecido por el mercado perfecto
será tan plástico que las nuevas civilizaciones habrán logrado
lo que buscan desde el despegue de la Revolución Industrial: un
ser humano perfectamente feliz, sólo por el hecho de que puede
consumir lo que se le antoje sin pensar en nada ni en nadie más.
Se habrá conquistado el individualismo perfecto y absoluto. Para
las pitonisas de cierta historiografía fascista, la Revolución
Industrial fue una desgracia, porque introdujo una aberración
en el desarrollo de la Humanidad: la aparición del movimiento
obrero, y con él de la solidaridad. Siempre que ésta se expandió
y se sistematizó demasiado, apareció el Estado, aparecieron las
masas, emergieron grupos humanos racialmente inaceptables y finalmente,
la más absoluta y total de todas las imperfecciones sociales imaginables:
el socialismo.
Ahora
bien, si Utopía significa "sin lugar", el sueño de la
burguesía de un mercado perfecto es esencialmente utópico en el
tanto en cuanto su necrofilia supone que sólo un grupo muy limitado
de consumidores "heredará la tierra". Y se trata de
una utopía necrófila porque para que tal mercado exista habrá
que eliminar a las dos terceras partes de la población del planeta.
Son los fundamentos básicos de la utopía nazi también. Los mismos
que han regido las acciones de la burguesía desde que la expansión
internacional de los mercados (allá por el siglo XVI) le hicieron
ver, comprender y sistematizar la idea de que sólo el individuo
que consume tiene derecho al estatuto de ser humano. El indio
americano no lo era, porque ignoraba la existencia del mercado.
Cuando empieza su adquisición de chucherías industriales, empieza
a ser persona. Y si se esfuerza ganándose un salario tal vez,
sólo tal vez, alcanzará a ser humano. Algo similar harán los Estados
Unidos con sus negros: la liberación de la esclavitud (durante
y después de la Guerra Civil-1861/1865), significó fundamentalmente
convertir a la población negra en asalariados, para que participaran
activamente en el proceso de acumulación que tanto necesitaban
los estados industriales del Norte articular al mercado mundial.
En estos casos el mercado es perfecto para el explotador, no para
el explotado. Para el primero éste es una persona sólo a partir
del momento en que se pueda cuantificar su nivel de articulación
al mercado, su poder de compra. Cuando es mínimo es menos persona.
Al final del día, es el consumo el que legitima nuestra existencia
sobre este planeta 8.
DISCUSIÓN
VIII.
Pero
todavía hay algunos elementos más que completan la tragedia de
lo que realmente significa la necrofilia de la utopía del mercado
perfecto. Hasta un serio intelectual de izquierdas como Adam Schaff
dijo alguna vez que más temprano que tarde la categoría económica
salario desaparecería para bien de la Humanidad9.
Hoy como entonces, una afirmación así sigue significando que la
urgencia es que desaparezca la clase trabajadora. Son las urgencias
de los teóricos de la eficiencia, que siguen creyendo que la única
forma de descargar los costos del capital, es mediante una reducción
drástica del costo de reproducción de los asalariados. Schaff
nunca teorizó sobre la metamorfosis del salario. Pero sí lo hicieron
los técnicos e intelectuales de la burguesía. Para ellos el salario
es un instrumento generador de consumo, y en ese tanto será muy
difícil que la burguesía estruje su acariciado sueño del mercado
perfecto. Sin embargo, para ella sí es notablemente factible la
conversión del salario en un medio de pago del desgaste de la
fuerza de trabajo. Hoy, como nunca, es esto cierto: porque las
distintas formas en que en nuestros días se expresa tal desgaste,
obligan a la burguesía a crear una cantidad proporcional de medios
para extraerle al trabajador lo que le paga. Se da el lujo incluso
de pagarle por su "derecho a la pereza"10.
Los "tigres de la nueva industria" asiática han introducido
el subsidio al ocio de sus trabajadores. Se les paga por un ocio
socialmente necesario, cuando la burguesía sabe que es socialmente
necesaria también la existencia y prolongación de la categoría
salario, a pesar de las modificaciones que se le hayan aplicado
a su naturaleza social, aunque no así a su naturaleza económica.
La burguesía siempre supo que el salario nunca le perteneció realmente
al trabajador.
DISCUSIÓN
IX.
De
cualquier manera ya Rudolf Bahro lo había pronosticado hace un
tiempo: sería en el socialismo real donde se pondría en evidencia
la naturaleza exacta de la explotación asalariada y no en el capitalismo
superdesarrollado11. Esta
aparente extraña paradoja es el resultado de las lecciones mal
aprendidas a raíz de las frustraciones ocasionadas por revoluciones
burguesas inconclusas: en Rusia, en China, en Vietnam, en Cuba,
en Nicaragua...12. Eventualmente
el estalinismo sustituyó al bonapartismo cuando éste ya no encontró
soluciones en la esfera de la economía política, para problemas
que sólo la teoría del valor-trabajo podía explicar. En el socialismo
la política reemplazó a la economía. Y la ideología lo hizo con
la sociología. Finalmente el plan hizo lo suyo con el socialismo
como proyecto. En la noche del 9 de noviembre de 1989 es al Plan
al que destruyen los jóvenes alemanes, cuando a fuerza de martillo
se traen abajo al siniestro muro de Berlín. En este caso, la Historia
abolió al Plan. A partir de entonces, Alemania se ha vuelto a
hacer cargo de su propia historia, pues durante mucho tiempo estuvo
hipotecada en manos de un aparato que jamás creyó en el ser humano,
una aspiración muy apreciada por la utopía burguesa del mercado
perfecto. Esa noche rodó por los suelos la ecuación apocalíptica
soñada por todos los apologistas del totalitarismo: a un mercado
perfecto le debe ser consecuente un plan perfecto.
DISCUSIÓN
X.
Cierta
sabiduría oriental gusta decir que "donde hay un orden perfecto,
no hay amor"; de tal manera que, para que halle un perfecto
amor debe haber cierto desorden. Este es un epigrama que recoge
con regular precisión los más recónditos anhelos de algunos obsesivos
cultivadores neoliberales de la idea del mercado perfecto. Este,
para que sea la pieza maestra del capitalismo posindustrial, debe
seguir de cerca aquel principio que Marx llamaba de "la anarquía
de la producción", donde no es posible ninguna participación
de algo ni siquiera semejante al Estado, o a cualquier maquinaria
de características estatales. Se trata entonces de que, entre
más amor halla por el mercado, menos orden será capaz de introducir
el Estado o sus engendros. La estrategia de la Globalización llevó
este asunto a extremos insospechados, porque ahora el perfil del
mercado ya no lo definen ni siquiera los bancos (como alguna vez
sucedió con la economía norteamericana, por ejemplo, entre los
años de 1950 y 1975), cuando terminaron como los administradores
de los fondos de la fatal alianza entre industria militar y poder
político en los Estados Unidos. Una alianza que parece haberse
deshecho de Kennedy en su debido momento.
El
énfasis terminó entonces por desplazarse de la estructura financiera
de grandes proporciones, aún vigente, hacia las manos del pequeño
ahorrante de la calle. Esto lo comprendieron muy bien los empresarios
japoneses de última generación, al darse cuenta de que en los
Estados Unidos, cuando a Reagan y a Bush (1980-1992) se les ocurrió
que la única manera de salvar la economía de ese país era desmantelando
el sistema de pensiones, la educación y la salud públicas, iniciaron
un proceso de inversiones masivas en esos sectores y hoy lo tiene
totalmente acaparado. De centavo en centavo el pequeño ahorrante
estadounidense les está dando a los japoneses unos seis billones
de dólares anuales13.
En
estas circunstancias, el amor por el desorden viene a ser vindicativo
de la conducta económica de una burguesía que dejó de creer hace
rato en las bondades del orden que trajo consigo el Estado Benefactor.
Pero se trata de un desorden que impreca a las cosas no a las
personas. Estas no cuentan, a no ser como consumidores de inercias.
Por eso es que hoy el consumo es más que nunca en la historia
de la Civilización burguesa, un factor decisivo para comprender
mejor el desarrollo vertiginoso hacia una concepción necrofilita
de las relaciones de la producción. La manía por el consumo de
lo inerte hace a los hombres y mujeres de hoy aparecer como sujetos
en un permanente estado de suspensión: la creatividad de la tecnología
está al servicio del inmovilismo.
Al
consumidor de la posmodernidad se le hace consumir desde su casa,
se le lleva el conocimiento, el gusto, los placeres, lo que debe
pensar, lo que debe sentir, y hasta el sexo que debe tener. La
civilización de la "realidad virtual" es aquella que
le ha robado a los individuos hasta sus aspiraciones y sueños
más secretamente esperados. Basta con encender la pantalla de
una computadora para que todos los logros de la civilización se
acomoden a las cuatro paredes de su casa. En este caso, el "factor
caos" como supuesto sustituto del orden paralizante en sociedades
estatizadas, abre paso a la presencia de un mercado cada vez más
uniforme en el consumo de chatarras. De esta manera, la burguesía
habla hoy orgullosa de haber introducido un régimen democrático
que funciona por la fuerza de la convicción, y no de la represión.
Es la sistematización del consenso de los cementerios.
Hoy,
más que nunca los hombres y mujeres que piensan y sienten verdaderamente,
en concordancia con lo que sucede en la realidad de sus vidas
cotidianas, deberían tomar conciencia de que se les está robando
precisamente esa cotidianidad. Ya no es posible vivir los sueños
en su misma calidad de sueños. Pues cuando éstos son transmitidos
por un computador, a los sujetos del presente histórico se les
está merodeando la imaginación.
La
burguesía posmoderna, la que predica el "factor caos"
como eje fundamental de sus esfuerzos para reinstalar el utópico
reinado del mercado perfecto, sabe a ciencia cierta que tal perfección
sólo es factible en la medida en que recupere el desorden, la
anarquía de la producción de mercancías. Es ahora, más que nunca,
cuando la burguesía disfruta de haberse deshecho no sólo de sus
propias aberraciones estatistas, sino también de las que quiso
construir el socialismo.
El
hombre y la mujer críticos del siglo que viene, deberán tener
bien claro que ahora la lucha para los humanistas será no tanto
(como en el pasado: por cierto tipo de reivindicaciones socio-políticas)
sino sobre todo porque no nos roben la imaginación. Los delirios
de los psicoanalistas, y de algunos pensadores herederos de la
Escuela de Francfort, no recibieron la atención que merecían.
Por eso valdría la pena volver a leerlos. Porque ellos ya nos
lo venían anunciando: la perfección del mercado es la utopía de
un pensamiento burgués esencialmente diseñado para servir a la
idea de la muerte. A eso aspira la Globalización: a transformar
la idea de la vida en algo repugnante. Y cuando tal burguesía
confunde el desorden con el amor, se trata de un desorden regido
por los criterios de un campo de concentración: usted puede hacer
todo lo que quiera, pues tarde o temprano terminará en un horno
de cremación. Los nazis acompañaban tales exterminios con música
culta, como una forma de hacerse creer a ellos mismos que la única
salida para las necedades de la civilización era la muerte. Un
campo de concentración era la perfecta versión del desorden equilibrado
por el infalible funcionamiento de un pequeño mercado diseñado
al servicio del consumo, y nada más que por el consumo, puesto
que el objetivo básico era la supervivencia. En definitiva, la
Globalización no es más que la disciplina de un campo de concentración
aplicada con saña particular a los pueblos del Tercer Mundo, y
a los pobres de los Países Ricos. En estos casos, hay que morirse
de hambre oyendo música culta.
UN
BALANCE FINAL.
La
burguesía, el fascismo, el Nazismo, toda forma de expresión totalitaria
también tiene derecho a soñar, me decía un estudiante recientemente.
Ese estudiante no sabe que por su reflexión me he sentado a escribir
este artículo. Cuando un hombre joven como éste, sano, inteligente,
le dice a un viejo como yo semejante cosa, uno se prepara para
un siglo XXI donde el amor por la vida será sustituido por una
vida sin amor. La peor tragedia que le puede acontecer a un ser
humano es que sus sueños se hagan realidad, decía alguien por
ahí. En el ejemplo de los nazis eso es cierto. Y lo fue para el
resto de la Humanidad. Ahora bien, ¿se trata entonces de que la
idea del mercado perfecto es sólo un sueño de economistas alocados,
que esperan la llegada de un sistema tan libre que el desorden
más bien parecerá una virtud?
El
"factor caos" es un concepto surgido en los campos de
concentración. Dicho factor hace su aparición cuando ya no queda
nada del principio de solidaridad. Pero hoy, el "factor caos"
forma parte de la utopía neoliberal: la configuración de un mercado
tan perfecto que el desorden llegue a ser más bien una condición
de su reproducción. En estas situaciones, el grupo humano tiende
a jerarquizar las funciones, con el solo propósito de garantizar
la supervivencia. Por eso se puede decir que hoy la burguesía
está más asustada que nunca de perder su hegemonía histórica.
Jerarquiza para evitarse la desagregación de un proyecto socio-económico
que se parece mucho al que alguna vez se soñó en el mundo socialista.
Su aparente éxito histórico contra éste, se ha convertido más
bien en una pesadilla, porque ahora la burguesía ha perdido lo
poco de fe en la vida que le quedaba: combatir al socialismo real
al menos le daba sentido de legitimación histórica a sus luchas.
Hoy ni eso le queda ya. De aquí que los sueños de la burguesía
en el presente, sean más necrófilos que nunca. Y en este sentido,
mi estudiante tiene toda la razón.
Citas
1
Historiador costarricense. Colaborador permanente de ESCÁNER CULTURAL.
2
FOURSOV, André "Communism,Capitalism, and the Bells of History".
REVIEW. THE FERNAND BRAUDEL CENTER. (Vol. XIX. No.2, Spring 1996)
Pp.103-130.
3
FINLEY, Mosses. LA ECONOMÍA DE LA ANTIGÜEDAD (México : FCE. 1973)
Capítulo 1. Páginas 15-41.
4
OLLMAN, Berthell. ALIENACIÓN. MARX Y SU CONCEPCIÓN DEL HOMBRE
EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA (Buenos Aires : Amorrortu. 1973) Páginas
230-237.
5
HOBSBAWM, Eric. HISTORIA DEL SIGLO XX. (Barcelona : Crítica. 1996)
Páginas 11-26.
6
FURET, Francois. EL PASADO DE UNA ILUSIÓN. ENSAYO SOBRE LA IDEA
COMUNISTA EN EL SIGLO XX (México : FCE.1996) Páginas 10 y ss.
7
PAGÉS, Pelai. INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA. EPISTEMOLOGÍA, TEORÍA
Y PROBLEMAS DE MÉTODO EN LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS. (Barcelona :
Barcanova. 1983) Páginas 260-268.
8
HINKELAMMERT, Franz. CULTURA DE LA ESPERANZA Y SOCIEDAD SIN EXCLUSIÓN
(San José :DEI.1995) Página 296.
9
SCHAFF, Adam. MI SIGLO XX. CARTAS ESCRITAS A MÍ MISMO (Madrid
: Editorial Sistema. 1993) Página 89 y ss.
10
GLICKMAN, Norman y WOODWARD, Douglas P. LOS NUEVOS COMPETIDORES.
LOS INVERSORES EXTRANJEROS CAMBIAN LA ECONOMÍA NORTEAMERICANA.
(Barcelona : Gedisa. 1994) Páginas 35-51.
11
BAHRO, Rudolf. THE ALTERNATIVE OF EASTERN EUROPE (Londres : Verso
Press. 1978) Tercera Parte. Capítulo 10. Páginas 253-304.
12
HOBSBAWM, Eric. Op.Cit. Capítulo XIII. Páginas 372-399.
13
GLICKMAN, Norman y WOODWARD, Douglas. Op. Loc.Cit.