Por
Antonieta Villamil
En el ejercicio
de volar encadenada, el ejercicio de volar con los brazos huesudos
y raspados, acaso por el viento que añora la súbita quietud. El
ejercicio de permanecer atónita y desmoronada para que el halcón
venga a sembrar en mí su pico que recorre las alturas.
Halcón, toma
un pedacito
de mi ojo.
Llévatelo a donde la suma de frescas células se haga pelito de ala. Sólo esa
sensación en el ejercicio de volar encadenada. A vuelo de pelo.
Atenuada con esta música que hipnotiza las culebras, mi cuerpo deletrea
un precipicio de ausencias. Se desvanece la tarde en disonantes
notas y las lanzas de minutos se precipitan, alas de secas plumas
en pies de andrajosos pasos que saltan anonadados entre los minados
campos.
En la lúcida ociosidad divago y mi cuerpo es la culebra que se hipnotiza en
los brazos de esta música de palmas contra cuerdas desgarradas.
Que la música de estas ondas serenas, venga a mi vaso y me empape.
Venga a mi vena y la hinche.
Que mi pié
rompa la piedra.
Mi paso dé al camino su encrucijada y su meta. Desde la misma entraña de la
savia que me revierte la mirada hacia adentro, me nazca. Que mi
mano atesore la luna con sus candilejas y sus tormentosas bocas
en cráter. Y a tono de luna baile, como si su tierra muerta se me
sentara en las manos.
La noche se desmorone en las altas piedras de la duna que es mi mano y baje
el desierto a mis ojos para que lo revierta, lluvia de mirada intensa.
Conmigo baile el coyote de niebla y bailen los árboles corroídos
por la misma sed que nos aguanta.
Por dónde vaya
bailando las
huellas queden,
inquieto niño
de dos años.
Que vaya enhuellando tu cuerpo, oh tierra, con caricia tejida de tamarindo y
palma. Vaya enhuellando tu piel con afán de abeja. Con picazón de
avispa. Con cincel de pluma en vuelo. Enhuellándote con el tacto
nochebundo de un cenzontle alucinado. Tierra, de ti enhuellándome
en los visos de la gema que imagino en tu memoria.
Cuando la luna se asome por el huequito en el árbol, salgan en desbandada todas
sus raíces secas, que beban hasta ahogarse, enmohezcan y se hagan
tierra. Los huesos del alba se siembren en la hojalata sanguinolenta
de la noche y que los ojos nos brillen incendios en el bosque. A
las dunas de mi mano suba el hueso de la lengua a francotirar una
lluvia de sílabas escabrosas. Que la laja labrada en mis manos lea
caminos de barro. Degüelle mis pasos lerdos. Aloje mis cantos pétreos.
Que el conjuro
ruede fértil y
siembre árboles
de página en mis
manos de alcanfor.
Después de los conjuros, mi cuerpo guirnalda colgada, en el cuello de un gitano
morenoclaro, mapalee las tamboras, pie contra arena, los guainos,
palmas contra caderas, las congas, cabeza de bailaor y flamenco
palmoteo en el talle de la noche. Que la tinta se dispare, orgasmo
enflautado de almizcle.
¡Que me enhuelle
la vida en su
andrógino animal!
Conjuro para la lúcida ociosidad es uno de los poemas pertenecientes al libro "Los
Acantilados del Sueño" de Antonieta Villamil, que
ganó el Premio de Poesía "Gastón Baquero 2001", otorgado
en la ciudad de Madrid, España, por la editorial Verbum. El libro
será publicado por Verbum y será presentado en la Casa de América
en mayo de 2002. Para comunicarte con Antonieta Villamil, escribe
a moradalsur@prodigy.net
o visita su casa virtual.
Casa Virtual de Antonieta Villamil: http://pages.prodigy.net/moradalsur