Por: José
Antonio de Ory
Nueva York, 11 de junio del 2001
Cayó
y sin un solo gemido
se
fue a galopar
a
las praderas del cielo
Dicen que en la mañana
del 22 de mayo de 1997 Raúl Gómez Jattin se tiró contra una buseta
en Cartagena de Indias. Tras años de ser un poeta minoritario, de
culto si acaso para unos pocos, la publicación en 1995 de la antología Poesía 1980-1989
había comenzado por
fin a rescatarlo y darlo a conocer como un gran poeta. Su muerte repentina
vino a incorporarlo definitivamente a un canon de la literatura colombiana
del que de manera clamorosa había sido excluido hasta entonces.
Hay en Colombia una cierta idolatría por
quien muere trágicamente, como si la muerte trágica no fuera, ¡ay!,
algo demasiado frecuente. Así que Gómez Jattin, como Silva un siglo
antes, pasó a ser de pronto respetado y hasta leído por gente a quien
nunca le habría agradado conocerlo. Y lo que mientras vivía producía
espanto, su afición a las drogas, su locura, su poesía transgresora,
pasaron a ser vistos con comprensión y hasta cierta fascinación. Ahora
su retrato cuelga en las paredes del bello patio de la Casa de Poesía
Silva de Bogotá y la Casa de la cultura de Cereté, casi su pueblo,
se llama "Raúl Gómez Jattin".
Raúl del Cristi Gómez
Jattin nació en Cartagena el 31 de mayo de 1945, pero vivió su infancia
en Cereté, en el valle del Río
Sinú, uno de esos macondos de la Costa colombiana en los que
la realidad supera a la ficción.
Soy un Dios en mi pueblo
y mi valle
no
porque me adoren Sino porque yo lo hago
porque me inclino ante
quien me regala
unas granadillas o una
sonrisa de su heredad
O porque voy donde sus habitantes
recios
a mendigar una moneda
o una camisa y me la dan
Llegó
a Bogotá en 1966 para estudiar Derecho en la Universidad Externado
de Colombia. Eran años de movimientos estudiantiles, de teatro progresista
y de atracción por la guerrilla. Mientras otros estudiantes amigos
se iban al monte, Raúl vivía dedicado en cuerpo y alma a dar vida
al grupo de teatro de la facultad, a montar obras de Eurípides, Aristófanes,
Ibsen, Lorca y a viajar por el país con su grupo de actores. En sus
ratos libres escribía poesía. No llegó a terminar la carrera, pero
la Universidad le dio el título honorífico de Doctor en Derecho en
reconocimiento a su trabajo por el teatro. De todos modos nunca ejerció
como abogado.
Porque
no soy no bueno de una manera conocida
Porque
no defendí al capital siendo abogado
porque amo los pájaros
y la lluvia y su intemperie
que me lava el alma
Los
amigos de entonces y de luego lo recuerdan como un gigantón de casi
dos metros, despeinado y a menudo descalzo, vehemente, que caminaba
resoplando por sus apartamentos bogotanos como un león encerrado,
amoroso y tierno, entrañable como un niño grande y capaz a la vez
de inmensos estallidos de cólera durante los que le daba por desnudarse,
por arrojar por la ventana lo que se le ponía a mano, por quemar cosas,
por gritar e insultar. Se acostumbraron a quererlo así, con esa locura
intermitente que arrastraba desde niño y que habría de convertir su
vida en un trasiego por cárceles y hospitales
Iba
camino de ser uno de los grandes dramaturgos colombianos. Pero no
aguantó el fracaso de uno de sus montajes en el Festival de Teatro
de Manizales y en 1971 se devolvió finalmente a Cereté, a vivir
de nuevo en la calle Cartagenita de su infancia. Montó todavía una
última pieza, Las muñecas que hace Juana no tienen ojos, basada
en un cuento de otro costeño genial, Álvaro Cepeda Samudio, y abandonó
finalmente el teatro para dedicarse a deambular, a tenderse en la
hamaca y a escribir poesía.
Aunque
seguiría volviendo de vez en cuando por Bogotá, su sitio estaba en
la Costa, ese territorio fantástico cuyo imaginario propio y tan diferente
al del interior revela la literatura del Tuerto López, Gabo, Cepeda
Samudio, Rojas Herazo, Marvel Moreno, Germán Espinosa, Roberto Burgos...
La poesía de Raúl, desbordante de negras, de mameyes y mangos, de
zamuros y babillas, de hamacas, de porro y vallenato, más que colombiana
es costeña.
Uno de sus amigos, Juan
Manuel Ponce, le publicó en 1980 su primer libro, Poemas. Una
edición de 500 ejemplares que repartió entre los demás. Están ahí
ya los temas recurrentes de su poesía, su tierra, su familia, los
amigos, los amantes, las aventuras de iniciación sexual. Pero sobre
todo el gran protagonista, el único en definitiva, de su obra, él
mismo, Raúl Gómez Jattin.
Yo tengo para ti mi buen
amigo
un corazón de mango del
Sinú
oloroso
genuino
amable y tierno
(mi resto es una llaga
una tierra de nadie
una pedrada
un abrir y cerrar de
ojos
en noche ajena
unas manos que asesinan
fantasmas)
Y un consejo
no te encuentres conmigo
William Ospina, otro
poeta colombiano, dice que "una de las obsesiones de Raúl Gómez Jattin
es su propio retrato. Cada vez que lo emprende no puede dejar de poner
en él, como paisaje de fondo, sus llanuras sinuanas, los frutos, los
animales, el calor de su tierra".
De
sí mismo y de su tierra están también repletos sus tres siguientes
libros, los que componen el Tríptico ceretano (1988), la cumbre
de su obra: Retratos (1980-1986), Amanecer en el valle del
Sinú (1983-86) y Del Amor (1982-87). Sus poemas son de
una sinceridad amarga y cruda que no huye, que se regocija incluso,
en los temas más escabrosos: las drogas, el sexo transgresor, la locura.
Alcanzan en ocasiones una belleza indescriptible,
Dibujo
tu perfil del faro a las murallas
Luz
de alucinación son tus ojos de hierro
El
mar salta en las piedras y mi alma se equivoca
El
sol se hunde en el agua y el agua es puro fuego
Eres
casi de sueño. Eres casi de piedra con el vaivén del tiempo
En Retratos están
la familia y los amigos. Son poemas de reivindicación y reproche,
de amor y odio, de homenaje y ajuste de cuentas con la gente que le
importa.
Es
Raúl Gómez Jattin todos sus amigos
Y es Raúl Gómez ninguno
cuando pasa
Cuando pasa son todos
Nadie
soy yo Nadie soy yo
Por
qué querrá esa gente mi persona
si
Raúl no es nadie Pienso yo
Si es mi vida una reunión
de ellos
que pasan por su centro
y se llevan mi dolor
Será porque los amo
Porque está repartido
en ellos mi corazón
Así vive en ellos Raúl
Gómez
Llorando riendo y en
veces sonriendo
siendo ellos y siendo
a veces también yo
A otro de los amigos
le hablaba en una carta de "un libro que da miedo. De verdad, da miedo.
He sido malvado, profundamente malvado. Mis pobres compañeros de vida,
los que me dieron la vida incluso, aparecen de gesto entero. Ay de
ellos. Ay de sus intimidades más sagradas. Ay, pero un ay poderoso.
Porque cuando canto pujo y cuando pujo lloro. Lloro y canto, pésele
a quien le pesare: yo canto y hiero. Comenzando por el indefenso Raúl.
Mi navaja de asesino -hachichino- corta filosa la carne ajena. Treinta
y dos poemas de sangre vertida (...), lujuria, indiferencia, ambición,
dinero torpe, amor, muerte, falsos poetas, traiciones, fracasos. Todo
eso está en Retratos, del nunca bien nombrado R.G.J. Me van a odiar,
amigo mío que tienes la dicha de conocerme: me van a odiar con razones.
Qué bien me siento."
Amanecer en el Valle
del Sinú es a la vez el más intimista
y personal y el más amargo de los libros del Tríptico.
Ya
para qué seguir siendo árbol
si el verano de dos años
me arrancó las hojas y las flores
Ya para qué seguir siendo árbol
si el viento no canta en mi follaje
si mis pájaros migraron a otros lugares
Ya para qué seguir siendo árbol
sin habitantes
a no ser esos ahorcados que penden
de mis ramas
como frutas podridas en otoño.
Los
poemas de Del amor son los de un erotismo pansexual que ni
se sabe transgresor ni quiere entender de límites o denominaciones.
Están ahí sus amores con mujeres imponentes y con hombres viriles,
sus escarceos de niño con empleadas domésticas rebosantes de lujuria,
las iniciaciones, compartidas con los amigos, con burros y gallinas.
Todo
ese sexo limpio y puro como el amor
entre
el mundo y sí mismo Ese culear con
todo
lo hermosamente penetrable Ese metérselo
hasta
a una mata de plátano Lo hace a uno
Gran culeador del universo
todo culeado
Recordando a Walt Whitman
Hasta que termina uno
por dárselo a otro varón
Por amor Uno que lo tiene
más chiquito que el palomo
Tras
verterse en esos libros, parecería como si casi no le quedara qué
contar de sí. En el siguiente, Hijos del tiempo (1989), los
protagonistas son otros, Micerino, Teseo, Medea, Homero, Penélope
y Odiseo, Antinoo, Godofredo de Bouillon, Scherezada, Li-Po, El rey
moro, Moctezuma, El cacique Zenú... Uno siente como si esos poemas
sin Raúl no fueran suyos. Pero ahí está ese estremecedor poema final
a su madre, Lola Jattin, que recupera la belleza y la fuerza
de los mejores del Tríptico.
Más
allá de la noche que titila en la infancia
Más allá incluso de mi primer recuerdo
Está Lola -mi madre- frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo -mi viejo-
No sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite
su fuerte vida la fuerza de la mía
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola -la muerta- aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros
cuando la brisa de la ciénaga le desarregla
y el pelo y ella se lo vuelve a peinar
con algo de pereza y placer concertados
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve
estoy oculto yo en el fluir de un tiempo
que me lleva muy lejos y que ahora presiento
Más allá de este verso que me mata en secreto
está la vejez -la muerte- el tiempo incansable
cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío
sean sólo un recuerdo solo: este verso
Huyendo, de nuevo, de
un Cereté que ya no aguantaba sus desvaríos, acabó
volviéndose en
1989 a Cartagena, a rondar sus calles y sus murallas. Esas
calles y esas murallas que como nadie había descrito el "Tuerto" Luis
Carlos López, ese gran poeta cartagenero al que Raúl tantísimo admiraba.
Suyos son los celebres versos que hoy son casi lema de la ciudad,
"Fuiste heroica en los años coloniales,/ cuando
tus hijos, águilas caudales,/ no eran una caterva de vencejos.//
Más
hoy, plena de rancio desaliño,/ bien puedes inspirar ese cariño/ que
uno les tiene a sus zapatos viejos..."
Y
a rondar también los burdeles de la calle de la Media Luna, a los
chaperos del Parque de la Marina y a los jíbaros que le vendían
la marihuana y los alucinógenos que acabaron destruyéndolo.
Del hongo stropharia
y su herida mortal
derivó mi alma una locura
alucinada
de entregarle a mis palabras
de siempre
todo el sentido decisivo
de la plena vida
(...)
De la interminable edad
adolescente
otorgada por la cannabis
sativa diré
un elogio diferente Su
mal es menos bello
pero hay imágenes en
mi escritura
que volvieron gracias
a su embrujo enfermizo
(...)
Voy de hospital en cárcel
en conocidos inhóspitos
como
ellos Almas con cara de hipodérmica
y
lecho de caridad Entregándole mi compañía
a cambio de un hueso
infame de alimento
Toda esa gran vida a
los alucinógenos debo
Su vida en Cartagena
es la de la persona en declive, la del desquilibrado, el diario de
un poeta seriamente enfermo. Un continuo entrar y salir de
la cárcel de San Diego y del hospital psiquiátrico de San Pablo. Ahí
escribió los poemas de su último libro, Esplendor de la mariposa,
una breve colección de poemas agrios y mediocres publicada en 1995.
Si
quieres saber de Raúl
que
habita estas prisiones
lee
estos duros versos
nacidos
de la desolación
Poemas
amargos
Poemas
simples y soñados
crecidos
como crece la hierba
entre
el pavimento de las calles
De vez en cuando
dictaba talleres de poesía en el Museo de Arte Moderno o en la Universidad,
y cuentan que estremecía oírlo leer sus poemas. Pero los cartageneros
se hartaron de verlo deambular alucinado, desnudo, mendicante, a menudo agresivo. Se convirtió en una parte
irritante y molesta del paisaje de Cartagena.
Hasta
que un día, cuando la cosa ya no daba para más, sus amigos cartageneros
lo convencieron para que fuera a Cuba a hacerse una cura de desintoxicación.
Estuvo unos meses internado en un hospital en La Habana, a principios
del 95. Volvió renovado, con dientes nuevos y aspecto saludable; y,
sobre todo, con unas ganas enormes de terminar de curarse, de dejar
las drogas, de poder viajar y dedicarse a su poesía.
Durante esos meses,
en La Habana y luego de vuelta en Cartagena, se metió de lleno a preparar
la edición de la antología que iba a publicarle la editorial Norma.
Repasó su obra, la corrigió, excluyó poemas demasiado comprometedores
("Ay de sus intimidades más sagradas") y eliminó versos. La
salida del libro finalmente lo exaltó y lo llenó de júbilo. Estaba
pendiente de cada reseña y de cada crítica, feliz por los comentarios
y los halagos que recibía y por ver su poesía reconocida por fin
(Cuanto diera porque
mis padres
gozaran de saberme querido
por lo que escribo
decía
en uno de sus poemas inéditos). Hubo sólo una aislada reseña negativa
con su obra y su persona, publicada en el suplemento dominical de
un importante periódico bogotano, que su sensibilidad arrolladora
de niño grande no supo asumir. De nada servía que tanta otra gente
hablara con fascinación de la antología o que lo hubieran aclamado
tras su lectura en el Festival Internacional de Poesía de Medellín:
como cuando dejó Bogotá y el teatro por la mala acogida que había
tenido uno de sus montajes, ese artículo lo obsesionó y lo hizo sentirse
inseguro de su obra. Hay quienes se preguntan si ello no tuvo que
ver con que volviera a recaer en su abismo de locura y drogas. El
mismo terminó por pedir que lo admitieran de nuevo, en régimen abierto,
en el hospital psiquiátrico con la esperanza de terminar de recuperarse.
Finalmente, el 22 de
mayo del 97, apareció muerto en la calle con un fuerte golpe en la
cabeza. La prensa publicó que se había suicidado tirándose contra
una buseta
y así ha quedado para la historia. Sus amigos sin embargo no lo creen.
Aseguran que la noche antes estaba bien, "se encontró con un amigo
en muy buenos términos y no había en él angustia, desesperación o
depresión profunda para llevarlo al suicidio". Nadie, además, vio
la buseta contra la que dicen
que se tiró. Hay quienes no creen siquiera que fuera un accidente
y piensan si no habría alguien que quiso librar a la ciudad de su
presencia incómoda.
Su cadáver fue conducido
a Cereté y recibido por un torrencial aguacero y por un pueblo,
que lo quería como uno de los suyos, volcado en la calle.
Tras
su muerte se han ido publicando en revistas y periódicos los poemas
de un nuevo libro que estaba preparando, Los poetas, amor mío,
y otros muchos que iba dejando a amigos y conocidos. En algunos está
el mejor Raúl, todavía gran poeta; otros, los peores, son de la misma
línea amarga y resentida del Esplendor.
En las clínicas mentales
lo peor son las monjas
mas violentas que agujas
hipodérmicas
que la fiebre y la locura
la
monja es una energúmena quieta.
En las clínicas mentales
cuando lloro
la monja casi ríe.
Podría decir que la monja
no es mala ni es buena
simplemente odia
todo lo que se mueve
todo lo que vive
todo lo que palpita
todo lo que no sea
su Dios muerto
Muchos se empeñaron
en catalogarlo al morir como poeta maldito o poeta loco. Hay también
entre los colombianos, quizá entre todo el mundo, un cierto culto
insano al malditismo, sobre todo cuando el maldito, como Silva, Barba
Jacob o Gonzalo Arango, no está ya para joderle a uno la vida
y hablarle de lo que no quiere que se le hable. Darío Jaramillo se
indigna: "Me enfurece que se venda la imagen pública de poeta loco.
La realidad es mas dura. Si se quiere, un loco que antes de enloquecerse
fue poeta: la locura no es un delirio creativo; la locura es triste.
Aquel pobre individuo que incendiaba cuartos de hotel o se desnudaba
donde no se usa o que agredía al amigo generoso, ese Raúl que deambuló
por Bogotá y Cartagena cerrándose puertas no era el mismo individuo
que compuso el Tríptico cereteano en intervalos de lucidez
y de decencia con él mismo y su mundo. (...) Lo siento, reivindicadores de la irracionalidad,
de la vida miserable de los creadores y de los poetas. Para escribir
poesía, y Gómez Jattin las requirió cuando escribió sus mejores poemas,
se necesita paciencia, disciplina, cierto orden, ciertas virtudes
antipoéticas, y una especial capacidad de resonancia, un sentido del
ritmo del lenguaje, una inimaginable habilidad para cometer torpezas
y otra imaginable insistencia en corregirlas, cierta visión oblicua,
pero coherente, del mundo. Asuntos que no pertenecen al mundo de la
locura, que más bien pudieran ser una vía para escaparse de ella,
la única que poseyó Raúl Gómez Jattin."
En
1983, cuando aún no era apenas conocido, el poeta nadaísta Jaime Jaramillo
Escobar le escribió en una carta el que sigue siendo el mejor homenaje
que se ha hecho a Raúl, "eres el viento, eres un potrillo, eres el
río que arrasa, no limitas con nada, no tienes cuñados en el cielo,
no tienes participación en la bolsa de valores, eres un bruto, eres
Atila, eres el mismísimo Adán, Dios en persona completamente loco
deshojando los bosques y tirando las hojas al aire, eres el ciclón,
la barriga pelada, el escándalo furioso, todo lo que yo no soy ni
hay aquí poeta que lo sea, eres el fauno, el unicornio, el centauro,
el volcán, eres el putas..."