Por: Eugenia
Prado
Como una artista más que desaparece
en el obituario,
con una sensación a disgusto
-y a veces tan propia-
de sentir que la vida se adelgaza entre
los dedos,
que todo lo que seas capaz de construir
es imperfecto,
que de todas formas los errores no sirven,
y que te hace falta demasiado para salir
ilesos.
Sensación siniestra que preocupa
a los que te bordean y
destruye esta corporalidad indefinida de los cuerpos.
Escapar de las posibilidades de proyectos,
y desbocadamente avanzar,
simulado animal enfermo,
dejándolo todo,
simplemente porque sí,
en una forma de habitar
que escapa a cualquier simulación
posible,
como si con pensarlo me excluyera
de las formas de este mundo,
imposible encontrar el origen de una
naturaleza propia,
quizás el caos propio de la infancia
que nunca permitió la redención.
Casi una santa, me ha dicho otro personaje,
atrapado en las redes de esta creación
maléfica,
todo lo opuesto,
cuando atrapado e inconcluso,
tientas a una posible primera vez,
la idea sutil de esa primera y única
vez,
que situara ante nosotros cualquier origen,
imágenes construidas a través
de
la imposición de un imaginario que no encaja,
y que condena,
persigue.
Atrapada,
me veo enfrentada
a modelos cada vez más desventajosos,
mujeres que rendidas al menoscabo,
el horizonte perdido
frente a cualquier objetivo,
cuidan de niños creciendo felices,
redes de imágenes que consolidan
el simulacro
de gente que se ama,
que se odia,
percibiendo como una nueva herida
se abre en otra intimidad,
El día en que todo esté
como corresponde,
es en ese día,
que seremos felices, amor,
solucionaremos desde el objetivo,
y la palabra BABY me atrapa de inmediato,
BABY, BABY FOR EVER,
criatura de otro espacio,
entrometida en ideas aún menos
elaboradas,
precaria,
detenida
y en una red poco gratificante,
me siento mal,
como si fuese un problema personal,
pero desde la evolución de los
conceptos,
los entramados se construyen entre más
de uno,
y si eso no concuerda,
los mismos desaparecen.
Ni agresividad
ni exceso de ternura,
simplemente un modo de habitar antes
valorado,
desde la magia mentirosa de un primer
encuentro.
Recuerdo a Marilyn Mason y una frase
hermosa;
cuando era pequeño tuve tanto
miedo que
el demonio se apoderara de mí, que ahora,
adulto tengo aún más miedo
de que el
consumo y la estupidez se apoderen de mí.
Y la pregunta inmediata,
¿no es acaso el miedo, lo que mueve
la realidad de todas las cosas?
¿No es simplemente el miedo,
a la desventaja lo que nos destruye,
intuyendo en la propia debilidad que
nunca será posible,
habitarse de este modo,
como si escapar fuese posible en
nuevas construcciones?
Una bestia habita de algún modo,
humanamente imposible dentro de mí,
adoptando en su amalgamada nutrición
la globalidad de mis ideas,
y ni siquiera es por enrollar madejas
de hilo innecesario;
son los hilos de memoria,
de recorridos expuestos,
hilos de una tela firme y de ideas atrapadas,
porque respondemos a los actos desde
aquella forma,
y no es que inventemos ilusiones para
no crecer.
Para no creer es que inventaríamos
un cielo
otro.
Lo importante es lo objetivo,
un pragmatismo infalible que nos complete
en
la totalidad de objetivos ajenos
motivados por una fuerza reactiva,
sueños imposibles de criatura
enferma y de perdida razón,
por una vulnerable forma de entablarse.
Huir es lo único que me objetiva
en esta raza masculina
de hombres.
Exasperada;
huir de aquellos que
misteriosamente
se presentan
ante mí como
pares.
Eugenia Prado (Santiago, 1962). Es escritora y diseñadora. Ha
publicado tres libros: El Cofre (Ediciones Caja Negra), Cierta
femenina oscuridad (Cuarto Propio) y Lóbulo (Cuarto
Propio). En 1998 obtuvo la beca del Fondo del Libro para trabajar en
Hembros. Este texto no forma parte de este trabajo, sino de uno
actual y nuevo.