LA ALDEA
GLOBAL
BILBAO
ROMPE CON EL CONFINAMIENTO EN QUESADA DEL MEJOR ZABALETA
Por: Cristina
Camargo Ibargaray
Rafael Zabaleta
Sala de exposiciones de
la BBK. Bilbao
C/ Gran Vía, 32
Hasta el 16 de abril
Desde
que a su muerte los herederos del pintor jienense Rafael Zabaleta Fuentes
(Quesada , 1907-1960) cedieran, por expreso deseo de éste, el
grueso de su producción pictórica al Ayuntamiento de su
localidad natal, las obras -114 oleos, 11 acuarelas y más de
500 dibujos- no habían salido de allí.
Ahora, cuando se acaba de cumplir el
40 aniversario de su muerte y se retoma el proyecto de construcción
de un nuevo museo que remplace al que desde hace también 40 años
contiene en Quesada el legado de Zabaleta, las autoridades han decidido
saltarse la cláusula que condicionaba la cesión a la prohibición
de que las obras fuesen prestadas, y 33 de ellas -24 oleos, 3 acuarelas
y 6 dibujos- colgarán hasta el 23 de abril de las paredes de
la bilbaína sala de exposiciones de la BBK.
Se trata de un acontecimiento artístico
de gran importancia en cuanto a que contribuye a la difusión
de la obra de uno de los artistas más representativos del siglo
XX en España. Y aunque son muchos los museos y las colecciones
particulares que atesoran entre sus fondos muestras de la genialidad
de este embajador de la Andalucía rural, la colección
del Museo Zabaleta añade al indiscutible valor individual de
cada pieza el interés de contemplar la evolución que experimentó
este artista a lo largo de su trayectoria.
El rastro del paso del tiempo, y con
él el de las influencias, los amigos, pero sobre todo el del
crecimiento de Zabaleta hasta su transformación en un pintor
capaz de aportar elementos inéditos al caleidoscópico,
en cuanto a repetitivo, panorama artístico de la posguerra española,
también se percibe en la exposición de la BBK, que, calificada
de "antológica" por el director del Museo Zabaleta,
José Luis Chicharro, recoge el desarrollo creativo del artista.
Consumado
dibujante, entrenado en retratar escenas de la vida cotidiana de su
Quesada natal -Retrato de dos niñas, 1933-, su paso por
la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando supone
la apertura de su obra a la realidad artística circundante y
el abrazo de los lenguajes que adoptaba la vanguardia: surrealismo,
fauvismo, cubismo... Zabaleta, que nunca abandonará del todo
su pueblo, proyecta la ansiedad de su descubrimiento sobre los mismos
paisajes y rostros sobre los que desgastó sus primeros lápices;
y de lo local, del pueblo, surgen obras que se inscriben en la vanguardia
más universal. A través de fríos contrastes cromáticos
y formas curvilíneas, envuelve las obras de esta etapa en una
atmósfera sobrenatural: cuerpos traslúcidos, ojos pétreos,
cielos amenazando tormenta, figuras redondeadas como ángeles
terrenales y sexuados en Familia de titiriteros, 1934; Tres
mujeres desnudas, 1934; Dos mujeres sentadas, 1935...
Tras la borrachera estudiantil, Zabaleta
se detiene en el paisaje manteniéndose fiel a sus colores y formas,
dejándole esta vez que se exprese a través de otros cauces
quizás menos artificiales que los anteriores. Entonces, los campos
quesadeños hablan de las estaciones, de sus dictados, del esfuerzo
de sus campesinos; y las plazas, de la crudeza de los inviernos y del
júbilo de las romerías: Paisaje del cortijo en Fique
del pintor, 1940; Jardín de Quesada en invierno, 1944...
Arrastrado
por la corriente del expresionismo en la que profundizará hasta
su muerte, Zabaleta se acerca con cautela al terreno abonado de los
rostros, traicionados por la transparencia de la mirada. Los campesinos
se convierten en cómplices de su individualidad que los interpreta
enjutos, cenicientos, mimetizados con el paisaje serrano, escépticos
ante su mirada, con la suya apaciguada por lo gregario de la tarea.
Familia de pastores en Belerda, 1946; Segadores, 1947...
La exaltación de este expresionismo
llegará los últimos años de la mano de una paleta
exultante, entretenida en acentuar los rasgos que personalizarían
sus composiciones atribuyéndoselas al instante: simetría,
frontalidad, patrones fisonómicos como el óvalo de los
ojos, la recta de las pestañas o la medialuna en el rostro en
Familia campesina, 1957; La vieja y la niña, 1957,
El sátiro, 1958; Las tres gracias, 1958...
Un código plástico con
el que trata de comunicar su sincera y personalísima visión
del mundo, que logra contener en una pequeña aldea en las estribaciones
de la Sierra de Cazorla