Desde Chile: Gonzalo
León
Es muy feo -aunque no de mal gusto-
hacer epitafios a gente que merezca reconocimiento; pienso que, si uno
tiene algo bueno que decirle a alguien destacado, es mejor hacerlo en
vida. Pero el mundo o lo que te rodea -tal como dijo Oscar Wilde, el
más grande dandy- va muy rápido y muere joven; aunque
siguiendo con la paráfrasis del escritor irlandés "no
se conserva bello". Todo pasa de moda muy rápido, pero todo
al final se desecha y se transforma en basura. Mauricio Wacquez era
un dandy, y murió a los 60 años. Aunque no es una edad
en la que se le pueda considerar "como joven", sí vivió
rápido y hasta hace unos nueve años -cuando lo conocí-
era una persona muy bella.
En 1991, trabajaba en
la revista Apsi. Por esos años hacía uno que otro comentario
de libros. Pero no a cualquier tipo de libros, pues todos sin excepción
pertenecían a Anagrama, Tusquets o Circe, las editoriales que
distribuía en Chile "Fernández de Castro", cuya
dueña es la señora del Premio Cervantes Jorge Edwards.
Fue precisamente ella la que me dijo un día:
-No sé si lo
conoces, pero la próxima semana viene Mauricio Wacquez, un escritor
chileno, que reside en España. ¿Lo ubicas? ¿No? El que escribió
Toda la luz del mediodía... Excesos... La generación
del 60... Antonio Skármeta, Carlos Olivárez, Ariel Dorfman,
Juan-Agustín Palazuelos...
-No lo ubico -le contesté
con franqueza.
-Bueno, él viene
a Chile y te lo podría contactar por si quieres entrevistarlo
o algo.
-Lo voy a pensar -le
dije, y luego con varios libros Anagrama en la mano, me marché
sin ninguna intención de entrevistar a ese tal Vásquez,
como le decía yo.
Ese día no volví
a la revista. Era verano, y prefería tomarme unas cervezas en
el departamento de Juan Pablo Donoso -quien años después
reemplazaría en la Coordinación Editorial de Apsi al poeta
Roberto Merino. Lo primero que hice al llegar fue dejar los libros sobre
una mesa y preguntarle:
-¿Conoces a un escritor
chileno, un tal Mauricio Vásquez?
Donoso sonrió
y me dijo: "¿No será Wacquez?" Agité afirmativamente
mi cabeza, y luego desapareció y volvió con un libro en
la mano. Era un libro ajado, con páginas amarillentas como dientes
de vagabundo, y su portada era azul. Se llamaba Toda la luz del mediodía
y estaba firmado por Mauricio Wacquez.
-¿Y cómo es?
-le pregunté.
-Total.
Lo comencé a
hojear y mascullé: "Lo podríamos entrevistar."
-Difícil. Ese
tipo vive en España.
-Viene la próxima
semana.
Los ojos de mi amigo
se iluminaron, y en el acto se ofreció para sacar las fotos.
-¿Pero Donoso, tú
no eres fotógrafo?
-No importa. Con tal
de conocer a este tipo hago de fotógrafo, de lo que tú
querai.
-¿O sea que eres un
poquito fan de Mauricio Vásquez?
-Wacquez.
Nos tomamos las cervezas,
me llevé el libro de Wacquez y a los dos días telefoneé
a "Fernández de Castro" para decir que quería
entrevistar a Mauricio Wacquez. Me leí Toda la luz del mediodía,
un libro, narrativa, que comienza con un tipo sobre un escritorio tratando
de hacer una novela. El narrador es algo así como un filósofo.
Y también recopilé un poco de información para
la entrevista. Wacquez junto al líder de la generación
de los 60 Juan-Agustín Palazuelos (Según el orden del
tiempo) solían ir a Isla Negra para ver a Neruda, pero lo
que realmente hacían era drogarse en la playa y nada de visitas
a Neruda. Mauricio Wacquez, homosexual, vivía al límite,
tal como diría su otro libro, Excesos. Pero también
Wacquez junto al intelectual Luis Oyarzún solía deambular
por las noches los alrededores de la calle Matías Cousiño,
en el centro de Santiago, en busca de aventuras sexuales. Una especie
de Lemebel adelantado.
La entrevista al final
fue en la casa de la hermana de Wacquez, en Providencia. Juan Pablo
Donoso y yo llegamos a la hora. Donoso con la cámara fotográfica
Zenit -propiedad de su hermana- y yo con una grabadora inmensa y vieja
-propiedad de la revista. La tarde anterior habíamos hablado
por teléfono y me había causado una muy buena impresión.
Mauricio Wacquez era un tipo simpático que derrochaba ironía.
Entramos a la casa y
Mauricio Wacquez nos dio la mano con auténtico afecto. Wacquez
era un tipo extremadamente elegante; usaba un bastón que acomodaba
como la situación lo ameritara. A su lado, el hijo de Jorge Edwards
observaba inquisitivo.
-Antes que nada -dijo-,
¿algo para beber?
-Cerveza -contestamos
los dos al unísono.
-No prefieren mejor
un buen vino.
-Ya.
Hay que aclarar que
por esos años Donoso y yo éramos unos pendejos que no
superábamos los 22 años cada uno.
La botella de un espléndido
vino blanco llegó y junto con él la entrevista comenzó.
A medida que trascurría la entrevista, tanto Donoso como yo nos
íbamos poniendo más y más alegres, hasta que tuve
que dar vuelta el cassette; de improviso llegó la otra botella
de blanco, Donoso se puso a sacar fotos, todas malas, y nos emborrachamos
de lo lindo. Lo único que recuerdo de ese final fue un beso en
la mejilla y una invitación para ir a la librería Altamira
(en el Drugstore), en donde habría una especie de tertulia.
No sé cómo,
pero llegué al mediodía de aquel sábado. Tenía
una cara espantosa. En el local estaban escritores-escritores
como Armando Uribe y Gonzalo Contreras. Cerca de las doce y media llegó
Wacquez y lo primero que hizo fue saludar a Uribe, quien se encontraba
muy compuesto en una silla de la librería. A él fue a
quien primero le dirigió la palabra:
-Monseñor -le
dijo y luego lo abrazó. Pero Uribe guardó la compostura.
Luego Wacquez saludó
a los demás hasta llegar a mí y señalar con ironía:
"Veo que llegaste." Se dio vuelta, le volvió a decir
algo a Armando Uribe, enseguida se volvió hacia mí y me
dijo: "Me gustaría ver esa entrevista."
Y lo más raro
de todo fue que lo dijo con un tono, como desconfiando de que alguna
vez aquella entrevista saliera a la luz. Y tuvo razón, pues nunca
vio ninguna luz; pues intentamos venderla a dos medios, a la Revista
de Libros y al suplemento de Literatura y Libros. A la Revista de Libros
le interesó pero para más adelante, o sea nunca, y el
suplemento Literatura y Libros nos ofreció 13 mil pesos de la
época. No aceptamos. Y cuando por fin quise pasársela
al Apsi, me dijeron que me pagarían en grabadoras. Me negué
y luego la entrevista se extravió y ayer Maurico Wacquez murió
antes de cumplir los 61 años. Ora pro nobis, es lo único
que resta decir en estos casos.