Santiago de Chile.
Revista Virtual. 
Año 2
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 19.
12 de Julio al
12 de Agosto de 2000.

OJO POR OJO,
DIENTE POR DIENTE!

Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.

Rupert GarciaEl Grito de Rebeide1975.

Ya en el génesis, según nos relatan los estudiosos de la teocracia más antigua de la Historia, existía el hecho de tomarse el derecho a usurpar la vida de los semejantes.

La cuestión comenzó ya con Caín, quien en un juicio sumarísimo, al parecer el motivo fue la envidia o, tal vez, ya en aquellas épocas existiría lo que más tarde los romanos denominaron como el "derecho de propiedad"; la cuestión es que el tal hermano, más malo que el natre decidió tomarse la justicia por su misma mano. Claro, esto no asentó nada de bien a los únicos habitantes de por entonces, y decidieron expulsarlo por asesino. A su vez, el juez de Abel fue ajusticiado por otro semejante, que seguramente también era familiar o ya pariente suyo. Y desde entonces el derecho a matar a cuanto se sale de la raya es ya una cuestión legal y muy constitucional.

Han existido hasta nuestros días formas y maneras de llevar adelante la justicia para eliminar gentes, que a veces parecen castigos más severos de los que condujeron a jueces y testigos a la condena tal; o sea, que al parecer por la forma de "tomar revancha" la justicia no solamente se exagera, sino que la justicia se convierte en injusticia por su brutalidad.

Obra de Jose Tola.

Se comenzó matando gentes a pedradas, a apaleos, a golpes de espadas, por hambre y sed, mediante poderosos venenos, más tarde vino la horca, la guillotina, el fusilamiento, la silla eléctrica, inyecciones letales, inhalación de gases venenosos, el linchamiento, que está volviendo de moda, especialmente en los países en donde la justicia más sorda y ciega es. Hasta los países, que dicen ser los más democráticos del planeta, practican la pena de muerte como una mera cuestión rutinaria.

No olvidemos que la crucifixión se ha llevado a la otra vida a millones de seres. El Nazareno no fue el primero ni el último en ser venteado con los brazos en cruz en una agonía para escarmiento de judíos guerrilleros o, simplemente, cuatreros. En la vía Apia, los romanos crucificaron a unos 50 mil esclavos seguidores del caudillo Espartaco.

No tan solo se ajusticia al "traidor a la patria", también al que mata a otro; a veces con claras evidencias de culpabilidad y otras tantas a así no más, por si acaso.

Durante la última década, en los Estados Unidos, por ejemplo se ha comprobado que un 12% de los que han sido ajusticiados eran inocentes, no tan solamente de caras, sino que además de remate. Después que el clamor se eleva para pedir justicia por el injustamente ajusticiado, las autoridades alguaciles se lavan las manos, tal como lo hizo Poncius Pilatus. Y como si esto fuera poco, terminan encogiéndose de hombro, como si nada, y que luego venga el siguiente, ya que voluntad para exterminar en tiempos de paz no escasea.

Muerte de Isaac.

Recuerdo que en la década de los sesenta, allá en mi Chile, allá en Nahuelbuta, un peón de todo, analfabeto, bruto como el solo, alcohólico, ¿y qué más?, en un arranque de locura mató a hachazos a su conviviente (o compañera como me gusta decir aun) y a cada uno de sus hijos, que eran como tres o cuatro. Después se arrancó a los cerros y por esos lado anduvo hasta que los "pacos" a caballo lo pillaron y a puro rebencazo, como si de un animal de tratara, lo encerraron en una cárcel junto a buenos y a malos, hasta que un día el juez lo llamó a su presencia. Comenzó ha hacerle preguntas que el pobre asesino ni se acordaba y, además, el juez y sus alguaciles se dirigían al hombre peón en un lenguaje que parecía más idioma de gringos. Por mientas duró el juicio, que cuando el candidato a culpable es pobre todo parece una eternidad y nadie se entera de nada, el cuasi convicto comenzó a aprender el arte de la lectura y escritura, comenzó a conocer modales y a conocer el mundo que le rodeaba después de haberlo habitado como un fantasma o equivocadamente. La cuestión es que cuando el juez lo sentenció a la pena de muerte el Chacal, como lo bautizó la prensa amarilla, era otro hombre, hasta había cambiado de porte y color de piel a fuerza de comer mejor y de bañarse cada mañana.

Así es que cuando escuchó la sentencia pensó que eso le cabría a otro pero no a él. Había cambiado tanto, y en todo sentido, que el país entero se conmovió y de criminal pasó a santo. Los pueblos y hogares humildes lo subieron a los altares y todo se llenó a olor a cera y a flores de alelí. Todos se olvidaron de las víctimas. Ahora la víctima era él. El día en que la justicia le cobró la mano lo arrastraron por el patio de la cárcel (se negó a ir solo por su propio pié) y lo pusieron en un paredón en el mismo lugar en donde se sentaba durante los momentos en que lo sacaban de la celda y en donde leía casi a diario el "Clarín", que no traía otra cosa que decir cosas de él. Cinco fusileros a la voz de mando le dispararon al pecho. Y así terminó un ajusticiamiento injusto y macabro.

Cuando me acuerdo de este hecho saco a lucir otros ejemplos, más recientes, desde luego. Y volviendo a Norte América, cuando un negro, digamos de 14 años de edad, mata a un blanco, el juez lo condena a muerte, pese a ser aun un menor. Claro, todo a su hora, lo ponen primero en un pasillo, como en el Muro de los Lamentos, y allí esperará hasta que el juez lo encuentre ya bastante crecidito y dueño de sus actos, tal como está escrito en la Constitución del siglo dieciocho (1776) firmada allá en Filadelfia, entonces lo manda derechito a la silla eléctrica, depende, también puede ser a la cámara de gases, tal como hacinan los nazis, cobrándoselas a modus muy cristiano dos mil años más tarde a los judíos, o le pondrán en la vena un líquido mortal. A veces el asunto termina en cuestión de minutos, pero en la mayoría de los casos la agonía del sentenciado se hace eterna, tan larga que en vez de que los presentes respiren justicia les brota por los poros de sus conciencias la lástima y el arrepentimiento. Con el "cawboy" Reagan el por ciento de personas que estaban a favor de la pena de muerte era de un 80, menos mal que ahora ha ido descendiendo hasta estar ya en el alrededor del 60%. Pese a esto, la pena de muerte o el martirio de los convictos, sigue teniendo un enorme arrastre de seguidores, sedientos de sangre, de pan, circo y venganza "social".

En China, uno de los últimos países que quedan de los llamados "socialimos reales", la pena de muerte es una cuestión rutinaria. A los sospechosos y a los confesos de delitos contra el Estado, contra la "clase obrera y campesina", a los traficantes de todo, a los piratas aéreos y marítimos, a los que violan, etc., los pasean en camiones del ejército primero, luego los arrastran hasta un estadio atiborrado de fanáticos de la muerte, comparsas de la justicia, mirones y hasta enfermos mentales aúllan de fanatismo cuando las sogas se entrelazan en los cuellos de los condenados para escarmiento de masas populares; y si no es por horca, entonces policías vestidos de negro, como los verdugos de las películas de occidente, por detrás reparten balazos en las nucas en un festín de juegos pirotécnicos. En estos juegos justicieros se sacrifican hasta diez, o más, condenados en bien de la pureza del socialismo pos Mao y pre capitalista de libre mercado.

En los parlamentos de casi un cuarto de la humanidad se discute si se sigue aplicando o se quita la pena de muerte, mientras millones de seres, ya condenados de antemano, mueren y dejan este mundo para bien de los que continuamos viviendo, de cualquier manera e, inclusive a costas de la vida ajena.

5 de Mayo . GOYA

Cada vez que escucho o leo que un "confeso" va ser ajusticiado me pregunto si es que verdaderamente es la justicia quien lo ajusticia, o es la sociedad la que aplica su ley de: ¡ojo por ojo, diente por diente! Y si la sociedad, cualquiera que sea y de cualquier parte del globo fuese más equitativa, más equilibrada y verdaderamente humana en todos sus aspectos, ¿habría necesidad de "asesinar" a personas que han cometido delitos, impulsados por efectos mismos de la sociedad o para que marginales vivan en la violencia, como una necesidad de poder mantener activos sus elementos de persuasión sistemáticos? Elementos de barbarie sobreviven al paso de la civilización como prueba efectiva de que pese a todo el desarrollo seguimos siendo seres propensos a utilizar los métodos más violentos y justicieros, herencia de la barbarie y de un medievo aun omnipresente en nuestras actividades.

¿En una sociedad verdaderamente libre y democrática, es legitimo que se sigan utilizando la soga, el tiro en la nuca y otros métodos, para mejorar la calidad de nuestros actos?

 

© Derechos Reservados en exclusiva para la revista "Escáner Cultural"
Frankfurt a.M. / Alemaia Julio 2000
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