Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.
Es increíble pero cierto, que casi un quinto de la humanidad, la misma que conduce por las pistas de alta velocidad, que se dedica a los negocios, que habita entre nosotros, que puede ser el vecino, la vieja de al lado, la chica de la para del ómnibus, el vendedor ambulante, el contador de chistes y de historietas en cualquier parte del planeta, un chino que camina bordeando la Gran Muralla, un negro africano bebiendo Coca Cola, un árabe a lomos de camellos atravesando el desierto leyendo en el firmamento la ruta para no morir de olvido e inanición, un mongol en busca de las huellas del Profeta, un quechua del Alto Perú mascando coca para comunicarse con los espíritus de la nueva conquista, un indio amazónico envenenador de flechas y ennegrecido por el humo de los incendios, un latino de Nueva York que se comunica por Móvil con los suyos, sean de Puerto Rico, Méjico o Centro América, y un largo etcétera .
Millones de estos no saben leer ni escribir. De los cinco mil millones de seres que nos apretujamos en este mundo, cuyos radares husmean por los agujeros negros de nuestra galaxia, mil millones no conocen signos de escritura para comunicarse entre si.
Por entre la velocidad del isdn transcurre silenciosamente el cadencioso ritmo de los alfabetos visibles e invisibles, sonoros y de colores, telepáticos y antojadizos.
Nadie los ve ni tampoco los siente, ni menos los presiente, pero están ahí, aquí y en todas partes; es una masa amorfa que vive como cualquier mortal en una mudez gráfica impresionante. Deambulan con una precises espeluznaste; los he visto vagabundos conscientes y a otros de cuello y corbata luciendo en los bolsillos más visibles un arco iris de lápices, lapiceras y estilográficas que duermen el sueño de la inactividad, prestos para hacer trazos sobre cualquier papel como cualquier otro.
Algunos no aprendieron "por ser burros", otros por ser pobres solemnes, muchos por falta de escuelas, los más por tradición y algunos por orgullo; pero que las mujeres sean las que más engruesen las estadísticas del analfabetismo ya es otra historia. En el mundo musulmán, por ejemplo, es una deshonra que una mujer llegue a descubrir las ciencias del saber. El escribir y leer les está vedado ya que el Sabio y Todopoderoso legó esta sabiduría a quienes se lo merecen por ser la imagen de Él. Y si una mujer insiste, entonces le quitaran esta mala costumbre e, incluso, herejía, a azotes. Y morirá emparedada sin saber leer ni escribir junto al largo mil millón que deambula por las calzadas sin saber qué diablos dicen los diarios, pasquines ni los avisos de la fortuna, para morir un día sin enterarse de nada después de haber vivido por instinto.
HA LLEGADO UNA CARTA,
¿PARA QUIÉN?
Las cartas, sean estas de amor, de amistad o, simplemente, las cuentas del teléfono, el agua y cuanta cobranza existe y otras comunicaciones -inclusive las del Pentágono- ya no las trae el correo, ese hombre o mujer cargando una pesada cartera de cuero, a pies, en bicicleta o motorizado. Ahora, simplemente, nos llegan a través del hilo del teléfono.
¡Qué maravilla! Claro que no todo el mundo tiene acceso a esta red, pese a los adelantos en las telecomunicaciones. ¡Pero si la red de televisión por cable ya está cruzando el globo terráqueo de norte a sur y de este a oeste! Si hasta por las calles que aun no disponen de pavimento cobijan redes de fibra de vidrio que transportan millones de datos por segundos. Pero así y todo, seguimos recibiendo correspondencia escrita sobre papel, envuelta en sobres y franqueadas para regocijo de coleccionistas y empleados postales. En realidad ya no es mucha la gente que escribe; antiguamente, recuerdo, que todo el mundo se escribía, por lo menos una vez al año. Pero ahora, con esto del teléfono todos prefieren hablar, escucharse y sentirse lo más cerca posible.
Con esto de la electrónica las oficinas de correos se van transformando en sucursales bancarias y en un indefinido objeto de ir y venir; pero el correo de nuestros abuelos y padres está pasando a la historia. A todos les gusta recibir una carta, de un amigo, de la novia y/o de cualquier ser conocido; y a mi también me gusta que me escriban. Claro, cada vez recibo menos correspondencia ya que los que antes lo hacían ahora se dedican a otros hobbies. Mi madre me escribía por lo menos una vez al mes; pero ahora ya no lo hace. Nos comunicamos de otras maneras, con los sentimientos y percibo sus mensajes a través de las ondas del recuerdo y la nostalgia. Tampoco me escribe mi hermano; no es que no esté entre la materia, simplemente ya no me escribe porque que no tiene más que contarme. Se le acabó el hilo, como se dice!
Pero entre tanto tedio y descomunicación una amiga de Valparaíso de vez en cuando me escribe. Mujer amable, ya angustiada de que las cosas no cambien para bien me cuenta de todo un poco. Sus cartas son un salpicadero de noticias variopintas, y como en los tiempos de antes, me sigue escribiendo en hojitas de cuaderno y con el lápiz de pasta que inventó la fábrica alemana Faber, hace ya varias décadas.
Entre noticias de su nueva creencia me relata un mundo que parece sacado de la ficción, si lo comparamos con la realidad actual y las observamos con la óptica de la sociedades en la que vivo, Europa.
Comienza comentándome de las inclemencias del tiempo y de lo cara que está la vida; luego me dice que las nietas están creciendo con mucha rapidez y que la ropa y los zapatos les quedan chicos, que tiene que hacer maravillas para que vayan a la escuela, etc.. después me cuenta que fulana de tal no tiene zapatos, que le van a cortar el agua y la luz, que otra pierde sus dientes, no de mucho comer, sino por falta de proteínas y exceso de golosinas, que otra se ha quedado embarazada del novio que nunca va a casar, y que no desea el tal hijo por venir, pero la seguridad social y las leyes en el país más desarrollado de Latinoamérica prohiben el aborto (y el divorcio no existe), y para hacerse un aborto, en una clínica clandestina, hay que tener medio millón de pesos.
¡Hay qué cartas!
Hay otro amigo, quien vende libros de segunda, tercera e infinita mano, en un plaza del Puerto principal; este no me cuenta de miserias materiales sino que en cada carta, que son unas cinco al año, me escribe de la política cotidiana y la lucha de clases, también de lo buenas que están las minas (plantado en un borde de la plaza controla con la vista la marcha de los autobuses, a las mujeres - viejas y jóvenes -, a los homosexuales, a los rateros, a los pordioseros, a las "patines", a los que trafican, etc..), bueno, y me inventa una aventura amorosa que seguramente él no más se cree. Lo bonito de este amigo, que fuera de informarme de las noticias que no traen los periódicos, es que es un escritor popular, de esos que primero escriben para si mismo, pero que con el tiempo son "descubiertos" en las barras de los bares y llegan a publicar imprimiendo en máquinas de "roneo" para un selecto público, o círculo cerrado.
También desde el Puerto me escribe el Pedro "Lobo". Este amigo, politiquero y angustiado de profesión me escribe del rearme ideológico, político y orgánico de los trabajadores del Puerto. En muchas cosas le van bien, pero también es un cesante crónico, un mártir más del desmontaje industrial de la zona. Sus cartas, que vienen escritas siempre en hojas cuadriculadas, son larguísimas, verdaderos resúmenes de documentos inacabados. Este amigo también escribe. Es un poeta y escribe para sus amigos, para las mujeres de los bares porteños. Una vez conocimos juntos a una de nombre Patricia (rubia teñida, opulenta de senos, alegre y muy dueña de si misma), se enamoró perdidamente de ella. Le escribió poemas de amor, de amistad y de cosas que no se pueden decir, así no más. Ahora mi amigo está triste, ya no me escribe, se le murió su viejo. Está solo con su vieja y está angustiado y tiene miedo a escribir.
De todas maneras le voy a seguir escribiendo y algún día le voy a visitar en la cumbre de un cerro entre el Puerto de sus amores y la parte alta de Viña del Mar.
De tanta gente que escribía durante la vida, pasión y muerte de la larga noche de los cuchillos largos del antiguo régimen, ya no lo hace. Ha sido una generación que ha colgado la pluma y vive de los recuerdos, de lo que le cuentan personalmente y de la pesadilla de una sociedad que avanza a pasos de gigante a la era del mutismo!
¡Ha llegado una carta!.. ¿De quien es?
¡No me lo puedo creer!
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Frankfurt a.M. / Alemaia Junio 2000
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