AMOR DE POBRE, SOLAMENTE TE PUEDO DAR;
AMOR DE POBRE, CON ORGULLO Y HUMILDAD .
Cheo Morales H.
Frankfurt a.M.- Alemania.
Mientras las melodías que emanaban de las radios, la mayoría de plástico, made in Taiwan, iban desgranando las románticas estrofas, las que iban relatando la brumosa vida en color rosa. Muchas penas comenzaban a evaporarse y a fundirse con los sueños de romances que nunca se concretizaban o, que terminaban a los nueve meses, en una sala de maternidad.
Desde lo más alto de las colinas del viejo puerto se van desgranando las melodías más tristes que se hayan compuesto; también las hay alegres, las que hacen sonreír a medio mundo. Los viejos sueñan con un mundo ya ido, el que se despidió con los últimos vapores, los que dejaron de traficar por el Estrecho de Magallanes; luego el Canal de Panamá trajo otras melodías, aquellas de ritmo afro caribeñas, las que color y sonido pusieron a las vidas de los habitantes hijos de la Independencia, que nunca ha sido tal.
Desde las casitas descolgadas de los cerros, manchadas por la bruma húmeda de la cordillera de la costa e inundada por los aromas de los bosquecillos de pinos y eucaliptos, va bajando día y noche una canción cadenciosa que atraviesa las murallas de latón zinc, bajando por las callejuelas empedradas y los terraplenes, hasta confundirse con la música estridente que emana de los garitos del placer y la vida sentenciada desde tiempos inmemorables, mejor dicho desde que atracó el primer velero portando marineros sedientos de aventuras.
Entre tanto barullo, gentes de los puertos, las emigraciones rurales, los conventos e iglesias llenas de plegarias y de intenciones abrumadoras, los escolares (lolas y lolos), etc., se va tejiendo toda la trama, la que permite que entre los quejidos de los viejos cascos de barcos surtidos en la bahía y la que se desprende de los somieres de alambre y catres de tres patas, se va formando toda una apología del dolor, la que hace crecer como una costra en los sentidos un rechazo hacia las penas y alegrías, que como el vapor de las teteras, lo va inundando todo. Llega el momento en que la vida misma comienza a ser vista y sentida al ritmo de las estrofas de un cante cargado de sensibilidad pagana y ardiente. La vida cambia de colores según la letra de los boleros y otros cantes; muchos varones, de los conocidos como recios, después de las jornadas laborales se van a las parroquias del placer, las que con sus tonos van enganchando a los hombres hasta hacerles perder la memoria de los tiempos presentes. El alcohol, el tabaco y las ninfas, hacen aturdir hasta al más insensible. Algunos aferrados a la niebla del placer nocturno, balanceándose como viejas barcas en temporales idílicos, se van confundiendo hasta quedar en nada, en un charco de pesadillas y de cuentos que son realidad por mientras dura la pasión del cuerpo ajeno. Las sirenas del nuevo día hacen salir del estupor soporiento a los machos cabríos, los que regresan a los cerros con los bolsillos cargados de boletas, de cuya recaudación se beneficia el fisco. Las sirenas, las que viven en las penumbras de un mundo trufado, se quedan empapadas en los sudores ajenos y con las malas conciencias haciéndoles añicos sus entrañas, de mujer acostumbradas a parturir críos de quien sabe quien. Y así la vida continúa, entre las melodías canturreadas por galanes inalcanzables, los que a cada minuto del día y las tinieblas van pregonando una vida machacona en sin sabores. Muchos ayudan para que el "cuento del tío" sea toda una realidad, y para que la vida, la que se desliza como agua entre las línea de la mano, haciendo aumentar esa pobreza crónica con la que ya no pueden ni las luchas de clases ya históricas, se convierte en el limbo de los mortales de paso por este Edén, con nombre propio y muy justificado, y con himnos cuyas letras podrían así como: ámame, ámame mucho, como si fuera esta la última noche., o simplemente, mama, que es lo que quiere el negro.
Mientras en los salones elegantes, los señores bailan al son de la música viva, y con la mujer propia (la de turno), y en los susurros y entremeses se van barajando los más escabrosos negocios y se preparan los arreos de las concubinas que han de ser, a la postre, las amantes secretarias y damas de compañía en los atravesados caminos de la explotación. En los cuartos de pobres, dignos y de pura mala suerte, el ritmo de músicas "cebolleras" campea y rivaliza con el amor de carne y hueso, reviven y al compás cuentan los entresijos de la desfortuna, las penas y alegrías, rivalidades, amores felices y otros malditos que matan. Mientras la radios y tocacintas van desgranando los compases de la pasión y muerte, la vida continúa deslizándose por los enredos de la miseria y la opulencia. Mientras esto ocurre, como en el trasfondo de una pieza de teatro, ópera tragicómica, en algunas almas se va formando una capa de melancolía que perdura hasta el último suspiro de una vejez prematura marcada por las notas de una vieja guitarra lastimera. En otras se va anidando el rencor, el por no haberse cumplido al pie de la letra lo que el pregonero iba entonando. Sea como sea, las melodías que provienen desde el fondo de la razón se van incrustando en nuestros sentidos marcándonos para siempre, por las horas y los tiempos, hasta nuestro desenlace final.
Recorriendo la memoria, prodigio de los tiempos, recuerdo las sombras de una mujer, de esas muchas, que se juegan la vida en la rueda de lo cotidiano y que sueñan con mandarse a mudar en don nadie diga: mira, ésa es la que conocí un día tal y cual.
De mirada agresiva, cabellos de color tristeza y de una delgadez misteriosa, mientras se desplazaba por espacios que asemejan recuerdos, me miró como agredida en su más íntimo, me dijo: si tocas ese bolero, me voy. Cerré con cuidado el tocacintas y me quedé con la melodía en un vilo viajando entre el oído y la garganta, con un nudo invisible que me hizo regresar a la humareda de mis años mozos, aquellos en que se bailaba cuerpo a cuerpo, en donde la respiración y los sueños se fundían en un solo pensamiento, ese que nace en el subconsciente dormido, el que despierta entre los latidos de un corazón cansado de vivir la pena infinita de semejantes que tratan de traspasar la barrera del olvido. Por otra parte, continúo escuchando mis boleros y tangos preferidos antes que la memoria me traicione y olvide el génesis de las cosas más naturales, el dolor, las penas y alegrías. La cuestión es que, querámoslo, o no, de esta vida nos marcharemos, los unos al ritmo de Chopin, y los otros, así no más, al son de melodías cantadas a coros por quienes tienen la vida ya perdida entre tantas notas angustiosas, las que nos han preparado el camino para que nos marchemos con el pensamiento dispuesto a regresar, para escuchar los latidos de esas melodías que nos invitan a quedarnos para siempre!
Agradecemos a Browing por sus fotos de Valparaíso.
Más fotos de Valparaíso: http://www.geocities.com/Augusta/7602/