Por: Javier Rey de Sola
Enigma nº 1: Pérez
A Pérez -muchos lo vieron- le cachetearon a las siete de la tarde del domingo conforme se dirigía al baile de la pérgola. Llevaba su traje marrón de día de fiesta, un clavel en la solapa y el pelo negro engominado sobre su cara ancha que incluía una sonrisa de perdonavidas. Pérez -lo observaron-, al recibir el bofetón, sacó velozmente la mano izquierda del bolsillo, donde jugueteaba con un manojo de catorce llaves, y se dispuso a devolver el golpe. Pero -y aquí también concuerdan los testigos- se contuvo extrañamente, recuperó el ademán y, luciendo de nuevo su sonrisa, siguió andando como si en vez de la afrenta hubiera recibido el saludo de un amigo.
En el baile se comportó de la forma acostumbrada: sacó a bailar a unas y desdeñó a otras; invitó a limonada y la consumió él mismo; bromeó con sus muchos conocidos. Nadie se explicaba la reacción de Pérez, considerado con justicia un bravucón e incapaz de soportar el mínimo desaire. El motivo e identidad del agresor, ante la personalidad del agredido y su respuesta, quedaron inicialmente en un segundo plano, y sólo la necesidad de explicar de manera satisfactoria lo ocurrido movió a pesquisas ulteriores. Sin embargo, ni una persona fue capaz de presentar de aquél una descripción, aunque somera, ni decir si habló o insultó a Pérez, o se limitó a pegarle.
Era impensable preguntarle al propio Pérez, así que la imaginación encontró campo abonado. Un hombre de experiencia dijo en francés que había que buscar a la mujer, queriendo señalar que había de por medio un asunto de faldas y un marido ofendido. Se encontró a esta explicación un número casi infinito de variantes. Otro se inclinó por una apuesta, que habría ganado Pérez, y hubo quien apuntó la posibilidad de que se hubiera malinterpretado el episodio, tomándose por bofetada lo que posíblemente era otra cosa. Todos descartaron -hechos posteriores dieron fe- que Pérez se hubiera desfondado.
Durante un tiempo se habló de aquel domingo en que Pérez fue cacheteado yendo al baile.
Enigma nº 2: De tal palo
-Lo tuyo no es normal, Julio José.
-¡Pero si me gusta...! -dice el hombrón dando una patada al suelo.
-Te guste o no, esto tiene que acabar -responde con firmeza su madre, una mujer todavía joven-. ¡Vete a tu habitación!
Julio José desaparece, bamboleando los hombros. La madre se sienta en un sillón y ojea una revista. Al poco suena el teléfono y ella alarga el brazo.
-Sí, sí... Ya se lo dije... Qué pesadez... ¡Pues claro!
Cuelga.
Permanece un rato distraída con la revista y luego se oye el timbre de la puerta de la calle. La mujer deja la revista y se levanta.
-No la dejan a una estar tranquila -va murmurando-. Y para colmo, Fermina con la tarde libre.
Regresa con una mujer de su misma edad.
-Pero qué sorpresa, Clara, pero qué alegría me da verte. Y qué requeteguapísima estás.
-Ya ves, hija -se despoja del abrigo de pieles y lo arroja a una silla-. ¡Jesús, qué calor tienes aquí! -se sienta y se abanica con la mano-. No estás haciendo nada, ¿no?
-Qué va, hija. Estoy sola con Julio José. Me tiene más preocupada...
-No me digas que lo ha vuelto a hacer.
-Sí, hija, sí. Ya no sé qué decirle. No me hace caso.
-Yo de ti lo metería en un colegio.
-Es muy mayor, no creo que lo admitieran en ningún sitio.
-¿Y qué dice su padre?
-¿Alberto? -lanza un bufido-. Alberto no pisa en casa. Sólo viene a dormir, y cuando le hablo me dice que la culpa en el fondo la tengo yo, que lo he mimado.
-Hija, ¿sabes lo que te digo?: que en esto ha salido a Alberto.
-Clara, ¿qué barbaridad estás diciendo?
-Mira, Cristina, si te quieres hacer la tonta...
-Clara, somos amigas desde hace mucho tiempo, pero no te consiento que hables de ese modo.
-Como quieras -se mira las uñas-, pero así no arreglas nada.
El hijo asoma su cabezota por la puerta.
-¡Julio José -le grita su madre-, vuelve inmediatamente a tu habitación!