Clemente
Padín, Montevideo, Uruguay
DESPUÉS
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Elías
Adasme
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En tanto el "network" es un subsistema
del sistema "arte" es natural que intervenga, aunque no lo quiera, de
los sucesos del mundo y, a la vez, que sea intervenido por los demás
sistemas y por las ideologías de nuestra época. También
es sabido que cualquier cambio o alteración en cualquiera de
los sistemas altera y transforma a los demás, incluyendo al sistema
global, claro está.
En esta disyuntiva nace, sin duda, la situación de crisis del
artista moderno que le obliga a replantear y redefinir su rol. Esto
significa exponer la legitimidad de su ser, de su existencia, de su
"cosidad" (recuerdos a Sartre!), su "yo", en el marco del conflicto
provocado por el vaciamiento de los pilares, sobre todo, racionalistas,
que sostenían nuestro mundo: la idea de progreso indefinido,
el discurso globalizador que lo explicaba todo, la confianza ciega en
la ciencia y la técnica, etc., se cuestiona, nada menos, que
la universalidad de la razón y la historia.
La zona de seguridad en la que nos hemos
movido (la "zona de arte") se evapora, vacilan las ideas, los grandes
"relatos" y concepciones del mundo, las utopías, ya no hay respuestas
seguras: el error es consubstancial a la verdad. La linealidad del tiempo,
en progreso y sucesivo y la profundidad del espacio, bases de la modernidad,
parámetros de la ubicuidad, entran en crisis irreversible. Investigar
las causas socio-económicas de esta situación nos llevaría
muy lejos del tema propuesto. Según F. Jameson, el posmodernismo
(tal el nombre del nuevo "malestar en la cultura") correlaciona "la
aparición de nuevos rasgos formales en la cultura con la emergencia
de un nuevo tipo de vida social y un nuevo orden económico" correspondiendo
a la "sociedad de los medios de comunicación o del espectáculo
o del capitalismo multinacional". Esta emergencia se traduce en la aparición
permanente de medios y en el constante desarrollo y aplicaciones técnico-científicas.
El hombre, entre otras cosas, intentará controlar estas continuas
transformaciones a través del "nombrar" cada instancia a partir
de aquellos descubrimientos. Así, p.e., vivimos una "era espacial",
"atómica", "cibernética", etc. A nivel de nuestra práctica
artística tenemos desde el "mail art" o "arte correo", el "correspondance
art", el "stamp art", el "rubberstamp", el "Neoism", el "Plagiarism",
el "art strike" hasta el actual "network". Pero, en razón de
que los cambios son constantes y como cada nombre controla sólo
una innovación, el recurso entra, también, en crisis y
pronto nos rodea el vacía semántico y la confusión
subsecuente.
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Crackerjack
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Al derrumbarse la temporalidad, los
arraigos, los sentidos de pertenencia y los proyectos utópicos
aparece el desencanto y la indiferencia como manifestaciones evidentes
por la pérdida de identidad, Aquel "yo" autocentrado en inconmovibles
idearios se tambalea y cae en el pluralismo posmoderno. Si todo es arte,
nada es arte. El artista modernista sostenido por el robusto sistema
de las "Bellas Artes" también vacila y cae en el relativismo
y ecleticismo artístico: no es que desaparezcan los géneros,
cada forma es un género. Para explicar lo universal ahora hay
que apelar a lo peculiar, sin descartar que el error o la nota fuera
de contexto o la imagen inconciliable con el tema forman parte indisoluble
de su expresión.
Así el arte llamado "político", contestatario y transgresor
de normas "ya establecidas" (y, por ello, vanguardista) que responde
a proyectos de futuro y basado en la autorrealización del "yo",
de estirpe modernista por definición, entra en crisis ya que,
la constante novedad que altera los canales y códigos, le hace
perder su poder de crítica, cayendo en el conformismo y deviniendo
"stablishment". Al desaparecer el vanguardismo, cualquier corriente
estética, tanto del pasado como del presente, se validan existencialmente.
Las diferencias se anulan y todo cae en la co-existencia, en el "vale
todo", concluyendo en lo que Lipovetsky ha llamado "lógica del
vacío", en donde el mensaje en sí mismo vale más
que lo que trasmite. La pre-eminencia de los medios se hace, entonces,
para cualquier sensibilidad modernista, intolerable y el "cambio de
paradigma" como le llama Kuhn, se padece como drama definitivo y terminal.
En tanto latinoamericanos, nacidos en países tangenciales y dependientes,
en lo que apenas ha anclado el modernismo, expuestos a todas las modas
que nos llegan del mundo desarrollado, nos vemos constantemente asediados
por la aparición de tendencias que, como ya vimos, pretenden
adecuar, en los países centrales, el arte a los nuevos descubrimientos
y avances técnico-científicos, con el agravante de que,
apenas las asumimos, ya aparecen nuevas propuestas que hacen risibles
y perimidos nuestros ultimísimos productos. No podemos competir
en donde los nuevos productos exhiben sus extraordinarias posibilidades
de comunicación, inalcanzables para nosotros. Ni tampoco cambiar
su lógica de consumo, apenas adaptar sus normas o reglas de aquel
uso a nuestras peculiaridades. Peculiaridades que pasan por la violenta
realidad que asola Latinoamérica, la "Pobre", corroída
por constantes y/o permanentes crisis económicas y políticas,
con abultadísimas deudas externas con organismos financieros
internacionales, con un nivel de "pobreza crítica" que hace que
millones y millones de personas no tengan de qué vivir ni dónde
morir.
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Postal
- Clemente Padín
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También, apenas, podemos incidir
o ampliar las propuestas artísticas originales actuando sobre
el carácter auxiliar del producto, allí en donde la obra
exhibe sus contradicciones nacidas de la índole, siempre conflictivas,
de las relaciones de producción, en las que fue creada. Un solo
ejemplo paradigmático: del ideal "El arte es la definición
del arte" del primer conceptualismo (Joseph Kosuth), nacido en los países
metropolitanos al realista "Arte es lo que niega radicalmente este modo
de vida y dice: hagamos algo por cambiarla" de los artistas de "Tucumán
Arde", de un país dependiente como la Argentina.
Pero no todo es negativo en el ideario posmodernista: la fragmentación
de valores que promueve coincide con la apreciación de que el
valor de las obras y de las corrientes artísticas dependen de
su funcionalidad social. Es decir, no hay obra "bellas" o "feas" sino
adecuadas a la transmisión de sus mensajes, quedando en manos
del fruidor la concreción del valor de la obra de acuerdo a su
"banco de datos", es decir, de acuerdo a su repertorio de vivencias
y conocimiento personales. La "diversidad posmodernista" nos lleva de
la mano a la ruptura de cualquier forma de exclusivismo institucional
y expuso al "network" a las incidencias del entorno social y a las perspectivas
siempre novedosas que nos brindando las restantes disciplinas humanas.
También hay que destacar la desjerarquización de las culturas:
ni "altas" o "bajas" sino culturas a secas, igualmente respetables todas
ellas, en cuanto tales. Asimismo, tal vez, el énfasis en el medio
en detrimento del contenido tenga su expresión en el estímulo
del pensamiento y no en la imposición de conocimientos exclusivamente.
Idem, el dejar en manos del espectador la concreción definitiva
de la obra, consecuencia extrema del desconstruccionismo derridiano,
ya que lo que importa es la elevación del nivel de la conciencia
del fruidor frente al posible conocimiento de la realidad en que vive
(siempre tan difícil de caracterizar conceptualmente). Algunos
sostienen que el posmodernismo es la "cultura del comentario" en el
sentido de la multiplicidad de ensayos y comunicaciones escritas que
responden a la "simultaneidad de lo diverso" que permitiría justificar
y conciliar las tesis más opuestas. Pero, recordemos, la verdad
nace de las diferencias, de lo diverso. La simultaneidad ha hecho renacer,
también, al montaje en tanto medio expresivo que puede reunir,
en un particular espacio y/o tiempo, las ideas y realidades más
disimiles. Idem la recuperación de lo deshechable, el reciclaje,
tan emparentado a la ecología y la preservación de los
bienes naturales, etc.
Por último, la afirmación posmodernista de que "la historia
ha dejado de existir" no puede dejarnos inmunes a la reflexión.
Sin duda, es una afirmación temeraria e incomprensible sino se
"lee" con aquella otra que sostiene que sólo es historia lo trasmitido
por los "mass media". Es decir, sólo sucede y es historia lo
que llega al conocimiento de la masa a través de los medios,
sobre todo, la TV pero, también, la radio y la prensa escrita.
En otras palabras, el monopolio de la historia le corresponde a sus
difusores. Si bien la "historia" no nace del magma electrónico,
es de tal manera manipulada y deformada que finalmente se metamorfea
en algo muy diferente a los hechos realmente ocurridos aunque sólo
así, éstos, podrían inscribirse en el discurso
de lo real y acceder al presente histórico. Los medios, entonces,
más que transmisores e intermediarios de la historia, son sus
productores. Y nosotros sabemos en carne propia la eficacia de los productos
de comunicación en tanto difusores de ideología. La ideología
que transmitirán será la que legitime el poder estatuido,
el cual no en vano es el propietario de aquellos medios.
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Deisler
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El "network" no podía estar ajeno
a esta situación. A sus obvias limitaciones debidas al canal
que determinan el tamaño, peso, alcance y/o demora en la recepción,
el costo, etc., y a los diversos canales de los que se vale tales como
el servicio postal, el telefax, la telemática, "internet", etc.
(que pueden "sumarse" a la obra a través de sus "ruidos" e interferencias
propias de su índole tecnológica), hay que agregar las
reglas tácitas impuestas por la tradición cultural conceptualista
(matriz generosa del arte correo y del "network") con sus marcas anti-consumista
y anti-comercial ("money and mail art don´t mix", "el dinero y el arte
correo no se mezclan"). Se trata de mantener al arte en el área
del uso, en su irrestricta función social y no en el área
del cambio, lo que inmediatamente lo volcaría al mercado y a
la búsqueda de ganancias o lucro en función mercantil,
al margen o no de su función social.
Precisamente, mucha de la fuerza del "network" reside en esas normas
por las todos los "networkers" están pagando un alto precio,
primero por el costo en dinero de los servicios postales y el acceso
a "internet", implícito en la propuesta, irrecuperable y, segundo,
porque al excluirse del mercado, peligran quedar fuera del canon artebellístico
de su país.
Sin embargo, el esfuerzo vale: señala una oposición tajante
al reordenamiento compulsivo que el neoliberalismo económico
viene imponiendo a todos, tabla rasa de valores, sentimientos y motivaciones
acordes con lo humano. No en vano Eliot nos alertó sobre las
consecuencias de perder la capacidad de emocionarnos y no en vano, Faulkner,
insistía en que "prevaleciéramos" pese a todo.
La absorción anunciada del "networking" por el sistema, no nos
apartará de nuestro propósito pero, previendo ese avatar,
no inverosímil a la luz de experiencias pasadas, esta discusión
en torno al rol del "networker" no sólo asume carácter
ideológico sino que se transforma en mecanismo de composición
y recomposición del "network" en vista de aquellos sucesos posibles
y, sobre todo, en razón de la indetenible institucionalización,
incluyendo el control y optimización de las "nets" en vista de
su nueva función. Ni siquiera el "cambio de frente" propuesto
por Crackerjack Kid, al intentar desmaterializar el "network" con su
propuesta "metanet" (la presencia impresente a través de las
ondas espaciales) podría con esta ley de hierro del sistema.
Nada le es ajeno y nada se le escapa que no lo ponga a su servicio,
incluyendo los sueños.
Si bajo el modernismo el desafío era impedir el holocausto nuclear
en una línea ascendente de progreso y bonhomía universal,
bajo el posmodernismo el desafío parece ser la tolerancia ante
la multiplicidad de enfoques y puntos de vistas como, también,
el respeto por las peculiaridades del otro en un clima de pluralismo
cultural y étnico y religioso y sexual y social y económico
y político y, por último, la satisfacción de las
legítimas exigencias de todos a una existencia digna, en un marco
de respeto y justicia irrenunciables.
Ponencia
presentada al Congreso Descentralizado del "Network".
Clemente Padín: C. Correo Central 1211,
11000 Montevideo - URUGUAY
Para ESCANER CULTUTRAL, Abril de 2000.