Desde Chile: Gonzalo 
          León
          
        Antes que se marchara 
          a Nueva York, vi una vez solamente a Carlos Bogni -Boñi para 
          los amigos. Me llevó hasta su casa un periodista que hoy pesa 
          el doble de kilos, y se encuentra esperando, junto a su esposa, su primer 
          hijo. Al llegar a la casa ubicada en el centro de Santiago de Chile, 
          me di cuenta que todos los que estaban ahí se peleaban por ver 
          un video. En realidad a mí nunca me ha gustado sentarme y ver 
          videos con tipos que escasamente conozco. Así que le dije a mi 
          amigo, quien en ese momento se encontraba hablando con Boñi, 
          que yo me iba. Pero mi amigo se dio vuelta y replicó al instante:
        	-Espera un poco 
          -titubeó entonces y luego tímidamente agregó-: 
          Boñi, él es León.
        	Boñi me miró 
          como diciendo ¿y éste tipo quién cresta es? Un idiota 
          seguramente. Y enseguida repuso con su mejor sonrisa:
        	-Hola.
        	-Hola -repliqué, 
          para al instante volver a la carga con mi amigo-: ¿En cuánto 
          rato más nos vamos?
        	Estaba aburrido. 
          Pese a que gran cantidad de gente me había dicho que Carlos Bogni 
          era el artista más innovador de Chile, y que hasta el mismísimo 
          Arturo Duclós le copiaba, a mí en un primer momento no 
          me pareció gran cosa. O sea, no era el artista que todos me habían 
          dicho. Por lo demás, por esa época a mí me encantaba 
          Duclós y no estaba dispuesto a aceptar que, por ejemplo, las 
          viñetas que colocaba en sus cuadros eran ideas de esa persona.
        	Pasado un rato, 
          nos marchamos de aquella casa, y una sensación de alivio me embargó.
        	-Bien idiota tu 
          amigo -recuerdo que dije.
        	-León, a 
          veces parece que no sabes lo que dices. Boñi es un gran tipo.
        	No quise seguir 
          discutiendo. Sólo me enteré gracias al pintor Hugo Cárdenas 
          que el tal Boñi se había marchado a Nueva York. Pero 
          a los 40 años dudo que le pueda ir bien. Está muy viejo. 
          ¡Cachai! A los 30 pasa, pero a los 40...
        	Mientras tanto yo 
          también emigré de Santiago. Y me instalé en el 
          departamento de mi mami para poder lograr escribir un libro de narrativa 
          que salió publicado en 1999. La sonrisa perfecta se llamó, 
          y en la portada aparece Marcel Duchamp, en una foto sacada de la película 
          Los sueños que el dinero no puede comprar. Estuve dos 
          años y medio en Viña del Mar y regresé a Chile 
          (Chile, sí; porque durante mi ausencia comprobé que efectivamente 
          Santiago es Chile) a finales de 1998.
        	Durante todo 1999 
          el pintor Hugo Cárdenas no dejó de repetirme lo mal que 
          le estaba yendo a-ese-Boñi-que-no-significaba-nada-para-mí 
          en Nueva York.
        	-Mira, en arte no 
          creo que esté trabajando. Se fue y se tiene que mantener, y para 
          eso tiene que trabajar como loco. Trabaja como loco, le va mal y más 
          encima anda enemistado con todos sus amigos. Así es este Boñi.
        	Pero Cárdenas 
          no cesaba de enviarle encomiendas a Nueva York, con recortes, con regalos, 
          con Chile adentro. Y a finales de 1999 se empezó a comunicar 
          con él a través de un medio mucho más barato: el 
          mail. 
        Y aquí entré 
          yo. Como estaba trabajando en una novela, en ésta, le envié 
          un fragmento escrito a modo de cuento realista que trataba sobre la 
          desilusión amorosa del mismo Cárdenas. Y le gustó, 
          y empezamos a escribirnos periódicamente, aunque debo reconocer 
          que algunos de sus correos eran muy extraños, como ése 
          que envió cuando estuvo de cumpleaños. Decía algo 
          así como: Muchachos, felicítenme, me compré 
          una bici blanca. Me la traen la próxima semana.
        Hasta aquí uno 
          podría pensar que estamos frente a un artista derrotado. Y un 
          artista derrotado es aquel que abandona su trabajo artístico. 
          Yo creía que Boñi era un artista derrotado, pero una encomienda 
          recibida un 14 de julio, día de la Conmemoración de la 
          Toma de la Bastilla, me hizo cambiar de opinión. Era un sobre 
          amarillo (aún lo tengo) y adentro venían unas hojas impresas 
          con lo que estaba haciendo: Lugares Comunes o Commonplaces. Sólo 
          en ese momento me di cuenta que Boñi no era un artista derrotado; 
          Boñi era y es un artista que trabaja. Y me dio rabia. Porque 
          por sólo una de sus obras, una niñita bien sería 
          catalogada acá como la nueva estrella del Arte Chileno. Pero, 
          claro, como Boñi está en Nueva York hay que juzgarlo con 
          el siguiente parámetro: Si expone en el Momart, es exitoso. Y 
          con este parámetro no se dan cuenta de que Boñi está 
          compitiendo -si en arte se puede competir- en el medio más exigente 
          del mundo. Se fue y lo está intentando. Si fracasa y no llega 
          a exponer en el Momart individualmente, bien, porque lo intentó, 
          porque está in progress. Porque es un artista. Aunque 
          para muchos esta palabra ha perdido todo el sentido. Artista hoy es 
          hasta un animador de televisión o un imitador de un personaje 
          realmente importante o hasta yo cuando aparecí en un videoclip.
        Muchos creen que lo 
          más importante en el arte es ser exitoso. Porque el éxito 
          te da dinero y fama. Pero ¿en la actualidad quiénes son famosos? 
          Yo lo podría contestar con un ejemplo en el ámbito literario. 
          En Chile -que a todo esto se muere, Boñi-, se hace literatura 
          para que sea consumida y, como resulta obvio esa literatura al ser consumida, 
          como decía el poeta Oscar Hahn, se consume: se tira a 
          la basura como un lata de conservas sin ya nada adentro. En el caso 
          Boñi (ojo que no soy ningún experto), su arte está 
          lejos de consumirse, y quizá esto conspire para su éxito 
          o reconocimiento. 
        Recuerdo hace tiempo 
          una visita que hizo el escritor chileno -avecindado en Barcelona- Mauricio 
          Wacquez. Fernández de Castro (una distribuidora de libros extranjeros) 
          organizó una tertulia en una librería, y me invitaron 
          a mí y a otros escritores por supuesto (yo era el menos importante, 
          casi invisible diría yo) como a Armando Uribe y a Gonzalo Contreras. 
          La cita era al mediodía y yo llegué a la hora pese a estar 
          con resaca, pero Wacquez no aparecía por ninguna parte. Hasta 
          que lo hizo, y al primero que saludó fue a Armando Uribe, quien 
          con un bastón descansaba en la única silla de madera de 
          la librería.
        -Monseñor -fue 
          lo que le dijo cuando lo saludó, y el inalterable Uribe sonrió 
          y luego le dio la mano.
        Al escribir estas líneas, 
          me da la sensación de que si viera a Carlos Bogni lo saludaría 
          con el mismo epíteto: Monseñor. Extraña la comparación, 
          pero me surgió al recordar a Armando Uribe viviendo en París 
          su exilio y enseguida a Boñi el suyo. A Uribe su religiosidad 
          tan extrema, que una vez lo escuché preguntar en serio a un tipo 
          si había muchas flores en el cementerio. Esto a propósito 
          del Día de Todos los Santos o de Todos los Muertos. Y a Boñi 
          exponiendo en el Hispanic Center a propósito de una Muestra de 
          Arte Religioso, y citando el evangelio en una de las obras que aquí 
          se presentan: 	
         
           
            "La zorra tiene 
              su cueva
            Los pájaros 
              tienen sus nidos
            Mas, el hijo del 
              hombre
            No tiene dónde 
              apoyar su cabeza." 
          
        
        La zorra, o mejor 
          La Maldita Zorra, la galería de Boñi, su hogar, en donde 
          exponía allá por 1990, con la presencia de sus amigos: 
          Carlos Altamirano, Manuel Torres y los poetas Gonzalo Muñoz y 
          Roberto Merino. Y aquella noche en que quedó efectivamente la 
          zorra en La Maldita...
        Muchos dicen que Carlos 
          Bogni se cansó de luchar y por eso se largó de 
          Chile. Se cansó de que un simple trabajo de taxidermista pasara 
          por arte de vanguardia cuando en otros países eso ya no ES nada. 
          De hecho el trabajo del austriaco Herman Nitsch no es tanto de vanguardia 
          porque pinte con sangre de animales, sino porque registra en video la 
          cacería misma y la expone junto con sus pinturas en las galerías. 
          Quizá por eso fue que un grupo de Greenpeace no lo dejó 
          exponer en Praga hace algunos meses. Quizá ésta era la 
          misma reacción que Boñi provocaba en ciertos circuitos 
          artísticos locales. · 
         
        1 Escrito 
          especialmente para el catálogo de la exposición Commonplaces 
          o Lugares Comunes, celebrada por primera vez en el Consulado de Chile 
          en Nueva York.
        2 Artista 
          conceptual chileno. Junto a Bororo, Benmayor y otros, son los artistas 
          más cotizados en la escena local chilena.
        3 Pintor 
          underground.
        4 Autor 
          de Toda la luz del mediodía y director de editoriales 
          en España, como Minotauro.
        5 Ensayista 
          y poeta de la generación de los 60 en Chile. El año 2000 
          fue postulado al Premio Nacional de Literatura.