Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Carlos Yusti

 

Escepticismo en el taller literario

Carlos YUSTI

El poeta Reynaldo Pérez Só

 

“El país existe por sus poetas. Son los únicos héroes silenciosos de la lengua, la sensibilidad, la cultura. Mientras una tierra no los tenga, la nación es un trozo de carne que se pudre en la intemperie de los políticos y las matanzas. Veamos la historia”.

Reynaldo Pérez Só

 

Aunque siempre he tenido para mi que eso de escribir no es cuestión de talleres literarios, sino de mucha lectura no reniego de los talleres literarios ya que pueden convertirse en un buen intento para que los participantes se acerquen bastante a esa magia de la lectura y a las dificultades para trabajar con el lenguaje a la hora de escribir.

En otros países les denominan talleres de escritura creativa e incluso existen cátedras universitarias abocadas en especifico a la escritura creativa. El escritor Hanif Kureishi ha dicho que asistir a las cátedras de escritura creativa no sirven para nada y  que cada asistente lo que necesita hacer es “leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años”. Y por supuesto  escribir mucho y arrojar a la papelera bastante también. Los participantes buscan en estas cátedras entender (y dominar) los procesos de la creación literaria, ese casi imperceptible mecanismo de la creatividad construyendo un universo con las palabras.

 


 

Un santo patrono llamado Cabrujas

 

José Ignacio Cabrujas    

 

Carlos Yusti

Cuando uno es joven y lector comete muchas insensateces. Una de ellas puede ser leer teatro. Otra es merodear por una escuela de teatro no para ver obras, sino a las actrices y empaparse un poco de ese limón que es la vida bohemia y que actores/actrices saben exprimir como nadie. De insensatez en insensatez me encontré de pronto metido en un grupo de teatro amateur. No actuaba, no cantaba y mucho menos bailaba, pero había leído mucho teatro y algunas libros de teoría teatral y eso fue suficiente. Como era lógico (de anteojito hubiese escrito Cabrujas) yo seguía detrás de las actrices sin éxito. Lo bueno de esta etapa fue descubrir a José Ignacio Cabrujas.

En uno de esos desplantes retóricos que Ibsen Martinez acostumbra, escribió: “La ignorancia y la beatería provincianas, de la mano de la improbidad intelectual de nuestra peor “crítica cultural” amateur, han querido, de un tiempo a esta parte, hacer de José Ignacio Cabrujas una voz de la tribu: un oráculo, un santo patrono. Nada más risible a mis ojos. Nada más descaminador, creo yo”.

 

ELOGIO DEL LIBRO DIFÍCIL

Carlos Yusti

"Es difícil que en el mundo haya mercancía más singular que los libros. Son impresos, vendidos, encuadernados, reseñados y a veces hasta escritos por gente que no los entiende"

 Lichtenberg.

 

Un amigo poeta (además gran lector) me comentó que no existían libros difíciles, sino lectores acomplejadamente complicados. No obstante, hay libros que uno como lector voraz no ha podido pasar de ese lindero de la primera página. Las razones nunca son claras, pero lo extraño es que en el estante de muchas bibliotecas (de conocidos y amigos) no existe un tramo en exclusiva para "Libros difíciles de leer".

Lo raro y patético es que el libro difícil viene precedido por el barniz de clásico imprescindible y por una fama cimentada por eruditos; además es infaltable en la lista de libros que cualquiera debería llevar a una isla desierta, a veces forma parte del canon particular de un escritor famoso. Otra característica del libro difícil es que su autor es un paradigma de la literatura universal. No haber leído determinado libro difícil, si uno se pretende escritor, es pasar por un ignorante con ínfulas.

 

 

Leer en el barrio

Carlos Yusti

 

El barrio de mi adolescencia ha cambiado mucho y no me refiero al aspecto físico, sino al espiritual. El barrio de mis días juveniles tenía el alfabeto de ingenuidad escrito en el alma. Por supuesto que tenía sus monstruos de rigor, pero la gente enfrentaba todo eso con una dignidad de punta en blanco. Hoy todo los valores más elementales se han ido por el caño. Mi profesora de geografía económica insistía con una frase: “Lo único que no cambia es el cambio”, con semejante galimatías lo que pretendía era que recordáramos que el cambio posee una leyes inalterables/inapelables, que todo variaba menos esas leyes que regían al cambio. El Barrio cambió, pero sigue intacto en mi memoria y volver a sus calles es transitarlo de nuevo en el recuerdo sin nostalgia y con esa mínimo empuje de lo efímero.

 

EL ARTE, LA TRAMPA Y LA RATONERA

 

Carlos Yusti

 

El arte en la actualidad atraviesa un momento estelar y no precisamente por las constelaciones de genios que pululan en su ambiente, sino por la caótica catarsis de mal gusto, sicaterismo estético, improvisación llamada con rimbombancia como performance, arte efímero, instalación, arte conceptual y la falta elemental del dominio plástico (dibujo, composición, etc.).

Todo esto conjugado ha empujado al arte actual a una calleja sin salida, a una especie de agujero de crisis que sin duda dará frutos artísticos menos fraudulentos y algo más duraderos.

 

 

 

 

Anotaciones de un ilustrador primerizo

Carlos Yusti

El grupo literario Los Animales Krakers fue algo así como la resaca de los grupos literario antológico que se desarrollaron en el país(Venezuela). Es decir, ya los grupos literarios de manifiesto y cosa formaban parte de las hemerotecas y las tesis de grado en letras de algunas universidades. No obstante en la ciudad de Valencia (eran los mediados de los años 70)  aparte de los Krakers dos grupos más hacían vida literaria en los periódicos de la ciudad. Eran grupos más apegados a la tradición y la alta misión social y política de la literatura. Uno era el grupo Talión en el que participaba activamente el poeta Luis Alberto Ángulo y el otro era el grupo era La Braga conformado (o en el que participaban) Dixon Ramírez, José Angel Contin, Orlando Chirinos, Gustavo Montiel, Gloria Berroteran, Ulises Rivero, Tomasa Ochoa, Pedro Marcano, Javier Brizuela, Luis Cedeño, Edgar Cadet, Rafael Gallardo y Ramón Elias Pérez. Nunca hubo acercamiento con estos grupos, pero nos los leíamos recíprocamente. Como no teníamos acceso a los periódicos ni a las revistas literarias editadas por la Universidad de Carabobo (Poesía y Zona Tórrida) decidimos editar nuestra propia publicación.

 

 

Albert Camus, el filósofo transparente

Carlos Yusti

 

En el barrio de mis andanzas adolescentes mi amigo Juan Aponte  era un nietzscheano de piel oscura y racista. Por mi lado yo leía en si no a Jean Paul Sartre y a Albert Camus. Juan me decía que leyera filósofos de verdad y no propagandistas partidista con labia seudofilosófica. Como es lógico le hice poco caso a Juan, aunque también leí a Nietzsche y al final me atrapó Camus.

 

Carlos Yusti

Uno de mi libros predilectos, y que llevo siempre en mis mudanzas/andanzas domésticas, es el “Índice del Libros prohibidos”. El ejemplar que poseo está en latín y fue un obsequio de mi amigo y profesor de castellano y literatura Humberto Gonzáles. Lo tengo entre mis libros preferidos por la sencilla razón de ser una advertencia de la estupidez humana, de su razonamiento intolerante y de ese espíritu de censura que emana siempre de cualquier estamento de poder sea religioso o político.

 Esa idea de que algunos libros son peligrosos y pueden torcer la mente de los individuos siempre ha parecido un chiste pésimo, pero que algunos se toman con una irracional vehemencia provocando no sólo la quema de algunos libros, sino la persecución, el boicot (y a veces) el asesinato de los autores de ichos libros.

Hace algunos años en Alemania se desató la polémica debido a que una editorial había decidido reimprimir Mi lucha, ese exaltado manifiesto que mezcla resentimiento, algunas ideas y brochazos autobiográficos escrito por Adolf Hitler y que se encuentra prohibido en el país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

No obstante el libro que inspiró de manera contundente al nazismo no ese, sino una obra clásica escrita por Tácito titulada «Sobre el origen y territorio de los germanos», conocido también como Germania. Con menos de treinta páginas el libro no es un tratado político, sino étnicogeográfico escrito a finales siglo I. Cornelio Tácito (Cornelius Tacitus) (c. 55–120) aparte de su cargos políticos fue un historiador.

Los nazis encontraron en la obra un respaldo a sus motivaciones y a esa creencia de la superioridad de la raza y al parecer fragmentos del texto fueron utilizados para avalar la leyes raciales y segregacionistas de Núrenberg. Himmler estaba subyugado con el escrito y  en 1943  comisionó una patrulla especial las SS para que se trasladaran hasta Italia y obtuvieran el más antiguo manuscrito que se conserva del libro de Tácito, el Codex Aesinas.

 

Sicosis para leer

ARTE, LADRILLO Y MERCADO

Carlos Yusti

   Un elefante en la India que pinta cuadros y los vende por miles de rupias es noticia que recorre el mundo. También lo es lo que hizo una señora, Cecilia Giménez, en un pueblo español al intentar restaurar un pequeño mural que representa el rostro espinado de cristo. Dicho Ecce Homo fue realizado por Elías García Martínez, artista valenciano del siglo XIX que fue profesor de la Escuela de Arte de Zaragoza. La señora ante el deterioro (y la desidia, tanto de la iglesia como de la municipalidad) quiso devolverle la belleza a ese rostro agitado de dolor y carcomido por el goteo implacable del tiempo. Buscó un pincel y algunos tubos de colores y se entregó a su faena de restauración. Al finalizar del rostro adolorido de Cristo sólo quedó una máscara del día de brujas un tanto pavorosa. Si se compara el Ecce homo de la doñita con las pinturas rupestres prehistóricas hay que convenir que nuestros antepasados Neardenthales, que pintaron esos hermosos Bisontes en algunas cavernas del mundo, eran unos artistas y que la querida señora que se improvisó como restauradora no lo es. No obstante la señora Giménez realizó su primera individual para sorpresas de quienes la criticaron a favor o en contra.

   Estas dos noticias tienen en común esa minimización que se hace del arte. Tanto los dueños del elefante pintor como la señora Giménez ven el arte como una actividad dominguera que cualquiera sin el más mínimo talento, o sin un poco destreza y escuela, pueden llevar a cabo. Esto puede servir para abrir la ventana del arte actual en la cual un hervidero de hombres y mujeres (que se hacen llamar artistas) han encontrado en el arte efímero, en el performance, en las instalaciones y en los ready-made (término que se podría traducir como arte encontrado, o mejor como objeto encontrado, en francés objet trouvé; en inglés, found art o ready-made), su trinchera ideal para canalizar su falta de talento, su impericia para el dibujo y la escultura tradicional; en suma para darle rienda a su falta de idoneidad artística y a su definitiva ignorancia plástica con ínfulas.

   Que algunos estafadores del arte coticen en altos precios sus obras no dice mucho de la calidad de su trabajo, o del alcance plástico de obras en las cuales priva más la improvisación y el afán de figurar. Estos creadores han encontrado en los mercachifles del arte a los voceros perfectos para que curadores, críticos y demás bicho de uña, que viven a expensas del arte, sustenten sus obras artísticas dudosas con una palabrería pomposa y una filosofía de quincallería corta y pega, que ni Paulo Coelho, ofreciendo argumentos para explicarla y convertirla en algo trascendente. Todo esto a la postre parece una charada bien orquestada como aquel primer ready-made de Duchamp (un urinario masculino) que envió como una burla grotesca a un reputado salón de arte.

 

Rayuela: Instrucciones para salir ileso

 

 

Todo lector de Rayuela percibe de inmediato el acaudalado bagaje de lecturas que forma el andamio intelectual con cuya ayuda Cortázar levanta su novela. Esas lecturas aparecen a lo largo del libro a veces como puntos de apoyo sobre los cuales hace palanca la obra, otras, simplemente como nervaduras invisibles o semivisibles que alimentan o sostienen sus páginas”.

Jaime Alazraki (Prólogo a Rayuela, reedición Biblioteca Ayacucho)

 

Carlos Yusti

En esa montaña rusa (que es la experiencia lectora/leída) con sus movimientos de serenidad y de vértigo hay libros ( y autores) que te persiguen toda la vida aunque uno no se encuentre huyendo de manera abierta y declarada; libros que forman parte de tu arsenal espiritual, de tu trinchera para resguardarte de la artillería sostenida de la deshumanización y la estupidez que a diario te bombardea.

Rayuela, esa novela que escribió Julio Cortázar como un exorcismo y un recorrido de iluminación zen (el título pensado por el escritor para la novela en principio fue Mandala), especie de viaje místico hacia ese abismo personal del ser. Dicho así la trama de una novela que es dosenuna parece simple, pero zambullirse en sus páginas y personajes, más que en una trama especifica en sí, puede resultar resbaladizo para no utilizar la palabra peligroso. Su lectura te dejas marcas y moretones, nadie sale indemne de su lectura.

En mi biblioteca hay varias versiones, desperdigadas aquí y allá como pétalos de una flor exótica y cambiante. La razones para esta obsesión rauyuelesca la ignoro, pero he logrado contabilizar alrededor de 15 ediciones en español de países distintos, y sin duda incluiré la última edición en homenaje a sus 50 años. Novela que no envejece y la cual en el momento de su publicación resultó experimental y un tanto vanguardista, pero hoy su propuesta de los dos novelas en una resulta una especie de fuego/juego de artificio con esa subrayada petulancia tan argentinosa.

Lo que importa de Rayuela no es tanto su estuche (o sus pretensiones de puzzle que buscar hacer participe al lector), sino esa forma especial con los cuales Cortázar amasó a sus personajes; personaje, que al igual que en esas grandes novelas etiquetas como clásica adquieren vida autónoma, relegando a su autor al papel de secretario de esas pasiones tan humanas que de alguna manera se traspapelan con las pasiones de los lectores. Personajes que son vitrinas, espejos y ventanos donde el lector se pierde de manera irremediable.


 

MADRES LITERARIAS
Como es lógico a la memoria de mi madre


Carlos Yusti


Madre hay una sola, pero madres literarias hay en cantidad y no tan santas e inmaculadas como nuestras madres reales. Las madres literarias suelen ser un tanto excesivas y esto quizá cautiva en muchos lectores.

La madre por antonomasia está en la novela La madre de Máximo Gorki. Cuando se milita en un partido, de lo que antaño se llamaba de izquierdas, no leer esa novela era casi una traición a los ideales del partido. La novela cuenta, a grandes rasgos, el nacimiento de conciencia revolucionario de Pelagia (conocida como la madre), cuyo hijo Pavel es dirigente de la fábrica donde trabaja. Hoy sin duda la novela tiene los aditamentos del maniqueísmo más burdo, pero leerla en plena efervescencia juvenil y contestataria produce un deslumbramiento como pocos.

Otra madre a tomar en cuenta es Úrsula Iguarán, la mítica matrona que con su esposo José Arcadio Buendía, funda el iluminado y mágico Macondo de García Márquez. En la novela cien años de soledad se le describe como; “Activa, menuda, severa, aquella mujer de nervios inquebrantables, a quien en ningún momento de su vida se la oyó cantar, parecía estar en todas partes desde el amanecer hasta muy entrada la noche, siempre perseguida por el suave susurro de sus pollerines de olán. Gracias a ella, los pisos de tierra golpeada, los muros de barro sin encalar, los rústicos muebles de madera construidos por ellos mismos estaban siempre limpios, y los viejos arcones donde se guardaba la ropa exhalaban un tibio olor de albahaca”.


El Boom de memoria

Carlos Yusti

   Uno como lector/escritor es producto más de los libros que recuerda que de los escritos. También el auténtico lector no es otra cosa que un reincidente y obstinado relector. Por eso a veces en esas relecturas los libros que guarda la memoria sufren reveses sustanciales. No obstante no creo que la culpa sea de un autor o un libro determinado. El libro que leímos en la niñez (o la adolescencia)  sigue intacto y en realidad el que ha cambiado es uno como lector y ser humano; uno ha perdido ese brillo de asombro en la mirada, ha extraviado ese espíritu de intrepidez que se traspapela con los personajes, en fin ha ido envejecido y el tiempo, que es como un viento imperceptible que todo lo desgasta, ha desdibujado esa dosis necesaria de inocencia para dejarse ganar por la ficción más disparatada, para dejarse llevar de la mano por una historia donde la imaginación hace todo posible, palpable y verificable.

   Cincuenta años del Boom literario. Se dice como si nada y entonces uno hojea en la memoria, o en ese cuaderno ajado del alma, y comprueba que los fragmentos y esquirlas de esa explosión lingüística e imaginativa de alguna manera nos ha causado heridas profundas y duraderas. Ya André Breton lo postuló con certera puntería: “Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.”

   La palabra Boom no significa nada, pero en las comiquitas dibujaba es el sonido de una explosión y eso ocurrió con mucha metáfora en la literatura latinoamericana.  La explosión se inició en los años 60, no obstante su onda expansiva me alcanzó cuando estudiaba bachillerato. La primera novela que leí a duras penas fue “Rayuela” de Julio Cortázar. No tenía la cultura suficiente para encarar un libro profundo, fastuoso y jodidamente bien escrito, sin mencionar su experimentalismo y su juego de espejos de dos libros en uno.


Escritor entrecomillas

Nabokov y el buen lector de novelas

Carlos Yusti

 

La travesía lectora varia de un lector a otro y en ella participan el azar (al leer un determinado libro y no otro) y ese falso provecho que algunos buscan sacarle a los libros ( hacerse de una cultura, mejorar un poco ese vocabulario barriobajero, investigar para la tesina de grado y demás idioteces por el estilo). Leer por el simple placer de hacerlo es una aventura de la cual rara vez se sale ileso.

El escritor ruso Vladimir Nabokov relata que en cierta universidad de provincia, donde impartía un “largo cursillo” sobre novelas clásicas, realizó una encuesta para definir lo que sería un buen lector. La encuesta contenía diez definiciones (por ejemplo: debe pertenecer a un club de lectura, debe identificarse con el héroe o la heroína, debe haber visto la novela en película, debe ser un autor embrionario, debe tener imaginación, etc.) y los alumnos debían seleccionar cuatro que combinadas proporcionaría lo que sería un buen lector. Cuenta que la mayoría de los estudiantes se inclinaron por la armazón emocional, la acción y el aspecto socioeconómico o histórico.  Nabokov concluía que un buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario y cierto sentido artístico.

En la adolescencia uno vive como en una especie de encrucijada vital, de zona muerta en la que hay un sin fin de personas tratando de planificar tus pasos en la vida. Seguir los preceptos de los padres (estudiar para hacerse de una carrera utilitaria como médico, abogado y tener una base para un futuro siempre borroso e incierto) o torcer ese camino prefijado y devenir en escarabajo, en ese sentido metafórico y artístico en lo que se convierte el personaje del relato la metamorfosis de ese manoseado cuento de Kafka. Un artista en cualquier familia siempre resulta un bicho extraño que es mejor que permanezca aislado en su cuarto.

Capote en su nicho de perfección

Carlos Yusti

Releyendo a Truman Capote estos días, con el regocijo de diciembre en los huesos, encuentro que la perfección literaria tiene un mecanismo de gran delicadeza y si se quiere un tanto insólito, especie de filigrana que muchas veces pasa inadvertida. La relectura del libro Música para camaleones me enfrenta de nuevo con el mejor Capote; creativo, audaz y que decide darle otra vuelta de tuerca a lo literario e intentar descubrir el latir de la realidad, o esa música inesperada que tiene la vida en sus distintos escenarios, registros y facetas.

El libro no es de cuentos, ni de crónicas, ni de entrevistas y mucho menos un guión de cine, pero Capote los mezcla con una maestría imperceptible, con una desenvuelta carga de inteligencia y humor para descubrirnos un universo cotidiano que entre sus pliegues esconde una excelente porción de ficción y que Capote deja al descubierto con sobrio y trabajado estilo.

Cuando Capote escribió el libro gran parte de su etapa como escritor estrella estaba quemada. Su adicción a las drogas y al alcohol habían desgastado su espíritu creativo y se sentía en una especie de foso, de recuento e introspección.