LA HISTORIA ES UN LARGO OMBLIGO QUE SE AMPUTA PARA NACER
LA HISTORIA ES UN LARGO OMBLIGO QUE SE AMPUTA PARA NACER
(De mis alas azules, vuela el campanario)
Desde Nueva York, Silvia Banfield
El pequeño silencio de la historia, quizás se esté meciendo en la blanca, hirsuta barba del Tío Ho, en algún arrozal de Vietnam. En la sombra imperfecta, se puede arrodillar un imperio y bautizarse el sueño legítimo, transparente de la libertad. La noche le dio sangre a la vida, un lobo arrojó sus colmillos bajo la panza de un helicóptero sobre la tupida selva. Allí volaba el agente naranja, en su polvo letal, ciego, mortal, de largas madrugadas y amaneceres. La historia no es un reloj dormido. Hace 30 años, Saigón dejó correr la última estela de miedo en el aire, el racimo humano se voló en su pavor. Sí, estamos viendo la única filmación final, en la señal suspendida, el que se cae de sus propios miedos, y en el recuerdo todo el asombro de lo que ya no será. El país se quedará para siempre en la espalda vencida, otros nunca saldrán con vida (58 mil), locos, mutilados, algunos temblarán de por vida, odiarán a su madre, drogados vagarán por hospitales, saltarán de los balcones, asesinarán, y el stablishment crujirá en un millón de pedazos y cada partícula se incrustará en el corazón de la nación. Restos de mutilados, sin ojos, ni piernas, colgantes de sus sillas, monosilábicos, parapléjicos, acuñaron el miedo, el horror, en su humanidad vencida. Dios salía de sus gargantas, pero no fue suficiente.
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