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Reseña libro Extremos del Volumen de Valeria Radrigán y Tania Orellana
Por Valentina Montero
Fotografía de Jorge Villa para CENTEX Valparaíso
Hace menos de un mes estuve en Barcelona. Aproveché una invitación de último momento a España para volver a la que fue mi ciudad por casi una década y que dejé hace sólo un año exacto (debido a la orden de arraigo de Conicyt). Estando ahí, por supuesto visité amigos, me apertreché de algunos libros, turrones, chocolates, y también rescaté algunas cosas que había dejado en mi antiguo departamento, hoy ocupado por una amiga. Me traje el theremin -construido por mí misma- unas fotos, libros y mi pesa. Sí, una pesa. De esas digitales, de vidrio opaco, de aspecto futurista, aséptico, clínico. Redoble de tambores, trompeta en sordina, nota en falso. Sí. Confieso: fui de esas personas que se pesa con frecuencia. A veces a diario, dependiendo del nivel de culpa asociado a los festines del paladar a los que soy asidua. La gula como pecado recurrente, entre otros menos confesables. Dejé mi linda balanza made in China por descuido, pero no volví a comprar otra en Chile por tacaña, o mejor dicho por pobre, básicamente. Así, pasé exactamente un año sin pesarme… Y como la comezón en mi cintura que provoca un pantalón apretado delataba, en efecto engordé. 1 kilo. 1 kilo por mes, sospecho; casi como las embarazadas. Pero el vástago que incubé no era más que ese sentimiento de frustración que acompaña cada exceso y el enfado por la desidia, por “dejarse estar”. Adoro esa expresión. ‘Let it be’ no sirve en este caso como traducción.
Justo en el avión empecé a leer el libro Extremos del Volumen. Y la imagen de mi balanza, ese aparato aséptico, infalible, exacto, limpio, viajando en mi maleta, en la bodega del avión se me presentó entonces como un alien, un infiltrado, un espía, un inquisidor. Cómo no? Si hasta la lectura de este libro , no se me había ocurrido reparar en que cada vez que me subía somnolienta, semidesnuda, descalza a su fría superficie, estaba interpretando una coreografía muy poco original, repetida en miles de hogares, desde hace décadas, y que constituye el movimiento de un engranaje más (minúsculo, ridículo quizás, pero útil) de una maquinaria biopolítica de producción de subjetividad, aceitada por el mercado y que soporta y perpetúa una ideología específica omnipresente, y, de forma aún más amplia, una visión de mundo, de la que se supone soy crítica.
Desde la teoría marxista, el psicoanálisis y la filosofía pos-estructuralista comprendemos que el poder no se ejerce sólo por la coacción a través de la violencia física directa, o la imposición de leyes, sino que su eficiencia opera sobre todo a nivel sutil, íntimo, micropolítico…
Será en esa escala en que el cuerpo, nuestros cuerpos se vuelven territorio en disputa y conflicto. Y más aún si somos mujeres. Pues históricamente la mujer es cuerpo, territorio, la macetita donde el papá pone la semilla; mientras el hombre es mente, espíritu, semillita…
Es en este contexto en que junto con mi pesa, están silenciosos y presentes otros hilos del patriarcado: el sostén pushup, las fajas, los calzones con “poto” (ese no lo uso eh), los zapatos de taco alto aguja (esos sólo en alguna fiesta de matrimonio), o esos de plataformas frankenstenianas según la última moda… (imposible para mis tobillos), prótesis cotidianas de disciplinamiento corporal que hemos naturalizado como antes lo era el corsé, que provocaba desmayos y ahogos. Tecnologías corporales, tecnologías de género, tecnologías de racialización también. Pero a diferencia de una pata de palo, un brazo ortopédico, estas pequeñas prótesis blandas (como las llaman las autoras en el libro para referirse a breteles, almohadillas, telas elasticadas), indispensables en cualquier guardarropa femenino, no vienen a suplir una discapacidad corporal específica, sino nuestra incesante lucha por entrar en un canon que no escogimos, -blanqueo poscolonial- imaginario “ideal” “fantástico” “irreal” y por tanto inalcanzable-, aceptando muchas veces la auto-tortura en pos del “verse bien” antes que “sentirse bien”. Diferimos el placer en la mirada de un otro panóptico, que ve a través de los ojos anónimos de la calle, del reflejo fantasmagórico de las vitrinas, del fulgor incandescente de nuestras pantallas de silicio.
“Para ser bella hay que ver estrellas”, decía un viejo refrán. Pero ni siquiera es así. Más bien el mandato es para ser “correcta” “normal” y por tanto aceptada hay que ver estrellas. Si no me depilo las piernas (por lo menos en Chile) no sólo pierdo “likes” del ciudadano a pie, sino que además me expongo a recibir el bullying, la burla, de –como decía una amiga- tanto “roto opinante”. Al respecto, Tania y Valeria dedican un interesante apartado del libro a analizar los virulentos comentarios de los habituales trolls de las redes sociales respecto a personas obesas que bailan en youtube; y constatar casi los mismos niveles de odio en los comentarios sobre mujeres delgadísimas. La vigilancia y el castigo que bien analizó Foucault no sólo opera en los ámbitos institucionales (escuela, cárcel, psiquiátrico) sino en nuestros propios espacios de circulación cotidiana (física o virtual), y lo que es peor, frente a nuestros propios espejos o balanzas digitales.
Imagen: Serie LOOP, #proyectoregistros de Valeria Radrigán y Francisco Jorquera
Pero no somos únicas responsables de esto.
Los discursos biomédicos hegemónicos inscriben la categoría de “normalidad” como una forma de estandarizar los cuerpos, los cuales conjugados con los patrones de belleza –heredados de ciertos países del norte, hoy representados en diferencias de clase social y su correlato racial en países como los nuestros, establecen así una patologización y/o marginación de las diferencias. Y lo más inquietante es que no hablamos de la patologización o rechazo de unas “minorías diferentes”, sino de aquellos cuerpos que simplemente se distancien más del modelo ideal. O sea, casi todos. O sea, todos como seres en falta, incompletos… La culpa original, el “pecado de la manzana”, devino en culpa por comerse la grasa saturada, el carbohidrato…
El libro de Valeria y Tania intenta desentrañar las distintas estrategias que han ido construyendo estos patrones de conducta para la alienación de la subjetividades individuales en relación a nuestros cuerpos. Con la voluntad de desnaturalizar y desmitificar las nociones tradicionales asociadas a la obesidad y la anorexia y -atendiendo a conceptos que pueden parecer triviales: “la gordura o la flacura”- el análisis de las investigadoras delata los sistemas de pensamiento que subyacen bajo los conceptos de “normalidad”, “salud”, “felicidad” con que se pretenden legitimar las convenciones que han construido una sociedad mayoritariamente lipofóbica. Una sociedad que le teme a la gordura, como si se tratase de la sombra amenazante que deja y convoca el pecado de la gula y de la pereza, en una paradójica relación entre consumo exacerbado e improductividad, que actualiza códigos éticos católicos y protestantes; pero que al mismo tiempo rechaza cualquier cuerpo que se salga de una norma, cualquier “otro” en relación a un ideal blanco, eurocéntrado, burgués, heteronormado. Y su esfuerzo argumental exhaustivo, basado en textos teóricos (de la psicología, sociología, filosofía, teoría de medios), revisión de programas de televisión del tipo reality, análisis de blogs, encuestas, entrevistas, mesas de trabajo, van deconstruyendo los estereotipos y presunciones que tienden a conjugar los binomios delgadez/belleza; gordura/fealdad; gordura/enfermedad; delgadez/control en función de la operatividad que esto representa para la industria alimentaria, farmacéutica, de vestuario y el mercado del fitness.
Pero el libro no sólo se queda en la constatación y disección quirúrgica de las formas de operar del sistema mediante el discurso médico, la publicidad y la moda, sino que además nos muestra que no todo está perdido o tan perdido. Que, con la posibilidad de los medios de comunicación contemporáneos, particularmente con internet como plataforma, se han ido robusteciendo y popularizando distintos movimientos “activistas corporales” que desde la desobediencia estética y mediante el humor, la ironía y la parodia intentan sacudirse las predeterminaciones impuestas por una sociedad molecular y reticularmente disciplinada. Sacudirse la sumisión de los cuerpos a patrones establecidos como verdades esenciales; sacudirse la normalización de las existencias, y la institución unívoca del cuerpo en tanto cuerpo útil articulado básicamente como instrumento de producción económica.
Este libro, en suma, es una herramienta necesaria, indispensable para pensar y pensarnos como individuos en sociedad.
Fotografía de Jorge Villa para CENTEX Valparaíso
PRÓXIMAMENTE:
Presentación libro "EXTREMOS DEL VOLUMEN: Poderes y medialidades en torno a la obesidad y la anorexia",
de Valeria Radrigán y Tania Orellana
GAM Santiago, JUEVES 30 DE MARZO A LAS 19:30 HRS
ENTRADA LIBERADA
WWW.EXTREMOSDELVOLUMEN.CL