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Panorámica del lugar
Una fábrica de poesía: La Carnicería Punk, de Diego Ramírez*
por Carolina Benavente Morales
cbenavem@gmail.com
En el centro de Santiago de Chile existe un rincón al que estoy orgullosa de haber pertenecido durante parte del 2007 y el 2008: La Carnicería Punk. Allí funciona Moda y Pueblo, que es a la vez la micro-editorial bastante reconocida en el rubro y el taller literario para escritores nóveles de donde surgen los libros principales de su catálogo. Pero al comenzar hablando de La Carnicería Punk, quiero girar la vista hacia el lugar sin el cual Moda y Pueblo no existiría o, al menos, no de la misma forma. Una cueva de Alí Babá plagada de versos y visuales en las paredes y las estanterías, collages metafóricos extraídos de periódicos, un altar protector de vírgenes y santos sincréticos, fetiches líricos enfrascados que posan sobre un peluche rosado delante de un neón, algunas flores y juguetes de plástico para la imaginación, unos esténciles de Arthur Rimbaud y otros retratos de poetas que te miran mientras escribes o que tú miras con cara de interrogación: Virginia Woolf y Julio Cortázar, Frida Kahlo y Kurt Cobain, Diamela Eltit, Mario Benedetti, Perlongher, David Bowie, Yoko Ono, el Che, Allen Ginsberg, Simone de Beauvoir, Gabriela Mistral y muchos más, junto a algunos libros, fotocopias, parlantes musicales y revistas para recortar.
Así llamada porque funciona en la pequeña ex carnicería de un conjunto de blocs y porque su fundamento es que para sobrevivir en un mundo sin futuro debes practicar la poesía en todas sus formas, texturas, sonidos, olores, colores y sabores, La Carnicería Punk es el micro-espacio cultural independiente creado por Diego Ramírez el año 2007 para hacer converger todas las facetas de la poesía expandida de hoy. Expandida porque se dibuja en un espacio donde las palabras relucen sin restricciones temáticas ni formales, enlazándose a otros registros estéticos y productivos para completar y encarnar las actitudes definitorias de lo poético. Pues la poesía, para este periodista y escritor tangencial a la “novísima” generación de poetas chilenos, no es tan sólo un conjunto de textos más o menos emotivos, sino una manera de ser y de vivir la vida. Algo que trasciende el habla lírica porque conecta la mano o la boca que derrama el sentir con un conjunto inestable pero siempre singular de experiencias y deseos cristalizados en rasgos, gestos, poses, acciones y comportamientos. Y porque dentro del desierto social y cultural que en este caso es Chile, Alí Babá es un suave pero valiente guerrillero para quien la revolución con más efecto es la revolución del afecto.
La escritura como lugar de encuentro tanto imaginario como físico consigo mismo y con el otro distingue el proyecto multiforme de Diego Ramírez de otros similares. Normalmente, por ejemplo, una pequeña editorial de las que hoy día proliferan busca o recibe textos ya escritos, los modifica un poco, los imprime y se encarga de difundirlos y venderlos, aprovechando el facilitamiento y el abaratamiento en las técnicas y costos, haciendo circular escrituras alternativas, experimentando con formatos y soportes inéditos de publicación y generando nuevos nichos de negocios en la industria del libro mediante una gestión independiente de los recursos. Pero a través de Moda y Pueblo y La Carnicería Punk, el editor cumple con la misión de alumbrar la poesía desde el principio hasta el final, al echar a andar una cadena completa de producción a-serial que incluye diálogos didácticos, ejercicios de escritura creativa y críticas culturales en el taller; edición de los poemarios en el cruce de la narrativa, la crónica, el ensayo y la lírica misma; lecturas, tocatas, muestras, paseos, fiestas e intervenciones urbanas y no urbanas para conectar y consolidar lazos en el grupo y con el entorno; confección artesanal de los libros con páginas fotocopiadas, corcheteadas y unidas mediante tapas hechas en una diversidad de atrayentes formatos visuales; y lanzamiento de los mismos mediante eventos planificados en el lugar y realizados allí mismo o en recintos amigos.
Escenario del segundo aniversario de La Canicería Punk, año 2009.
Este modo de operar se asemeja bastante al observado por José Luis Brea a propósito de las artes visuales hoy, las que estarían dejando de ser tomadas como simples vehículos de expresión para afirmarse más nítidamente en su estatuto práctico1. Es por ello que propongo considerar Moda y Pueblo y La Carnicería Punk como prácticas abocadas al arte específico que se efectúa en la esfera verbal y cuyas mayores potencialidades se aperciben mejor, a mi juicio, desde el punto de vista de la transformación socioestética directa, contextual, relacional y estructural históricamente ansiada y explorada por las vanguardias. Por un lado, en cuanto traslucen una responsabilidad asumida frente al capitalismo cultural, ya que hoy, de acuerdo con Brea, “el artista como productor es a) un generador de narrativas de reconocimiento mutuo; b) un inductor de situaciones intensificadas de encuentro y socialización de experiencias; c) un productor de mediaciones para su intercambio en la esfera pública”2. Por otro lado, porque en su cuestionamiento estructural y post-estructural de lo común, la experimentación tiende a trascender lo netamente estético para cuestionarse todas las fases y desfases del proceso productivo como instancia de autonomía a la vez paralela e intersticial al sistema, perfilándose así la iniciativa multiforme de Diego Ramírez, según la concepción de Reinaldo Laddaga, en su condición de práctica “emergente”3.
Así, mucho más que una pequeña editorial independiente, Moda y Pueblo es el corazón de una industria singular emplazada en La Carnicería Punk, la que a su vez opera como una verdadera fábrica de poesía que actualiza, politiza y latinoamericaniza su paradigmático referente warholiano. De hecho, en América Latina existen o han existido iniciativas semejantes que han influido en el proyecto de Diego Ramírez, como es el caso en la Argentina poscrisis del ya extinto espacio artístico-literario Belleza y Felicidad y de su hermana la editorial Eloísa Cartonera, recientemente convertida en cooperativa y conocida por adquirirle el cartón a los vendedores en la vía pública, así como por su colorinche estética popular cumbiera. Pero mientras esta última busca hoy día solventarse mediante el cultivo de una huerta, entre otras alternativas, el proyecto de Diego Ramírez mantiene su foco puesto en la poesía, financiándose muy parcialmente con la módica cuota de los talleres y el bajo precio de venta de las publicaciones. Ambas pueden considerarse paradigmáticas en cuanto a la actual pretensión de transformar nuestras coordenadas civilizatorias occidentales y capitalistas mediante la creación de instituciones operantes desde el margen, con diferentes articulaciones a sectores minoritarios y a organizaciones de vocación pública en el mainstream nacional e internacional. Pero la argentina lo realiza en un sentido social extensivo y colectivamente gestionado, mientras que la chilena en un sentido cultural intensivo y de gestión más bien individual que admite, no obstante, modulaciones artísticas colectivas, como indagando la posibilidad de una posmodernidad otra en la zona simbólica altamente estratégica que ha sido la poesía para Chile desde inicios del Siglo XX.
Por lo anterior, la iniciativa de Diego Ramírez nos sitúa ante un horizonte peculiar de problemas que no remiten exclusivamente al libro de poesía como soporte, vehículo, objeto, recurso o mercancía, sino al papel mismo de la poesía como vector aglutinante de una diversidad de sujetos en resistencia desde y dentro de coordenadas concretas de existencia. Sujetos principalmente adolescentes en el sentido de dolor y juventud, pero en cualquier caso sujetos dolientes que cargan consigo las marginaciones, laceraciones y amputaciones de la acelerada y fragmentaria modernización global neoliberal, el régimen altamente competitivo de libre mercado y la incompleta y estancada transición a la democracia. Sujetos para quienes “el ritual máximo es cortarnos con papel las yemas de los dedos, pintarnos debajo de los ojos como soldados y no quejarnos, porque la sangre seca cuesta limpiarla y eso nos gusta, porque luego no habrá forma de que nos reconozcan”4 y que “a veces tenemos que perdonar a dios por hacernos enfermos, por hacernos débiles, por las bromas crueles y por dejarnos aquí tan solos, siendo un chiste para los demás”5. Pero también sujetos, en fin, que hemos sido cariñosamente orquestados e incitados por el artista, maestro, escritor, periodista, productor y autogestor Diego Ramírez en su cueva de Alí Babá para que de texto en texto, de chat en chat y de fiesta en fiesta contrapongamos a la invalidante fractura chilena la prodigiosa factura de un poema.
Santiago, 24 de diciembre de 2012
Los invitados Markos Quisbert, Eugenia Prado, Ana Rüsche y Alan Mills junto a los talleristas Gonzalo David, Leonardo Quezada, Francisco Villarreal, Lucas Ríos, Solange González y Carolina Benavente y el profesor Diego Ramírez. 2008.
Notas
* Versión original publicada en Dancing Queen, 5 años de la Carnicería Punk, editado por Diego Ramírez (Santiago: Moda y Pueblo, 2012), y leída en el lanzamiento de esta publicación en la Fundación Salvador Allende el jueves 27 de septiembre de 2012. Este artículo está asociado al proyecto Fondecyt Chile N° 1101018. Inv. Responsable: Ana Pizarro. Co-Inv.: Carolina Benavente. IDEA, U. de Santiago de Chile.
1. José Luis Brea. El tercer umbral. Estatuto de las prácticas artísticas en la era del capitalismo cultural. Murcia: CENDEAC, 2004. Se puede leer íntegra su versión electrónica en: http://www.joseluisbrea.net/ediciones_cc/3rU.pdf.
2. Ídem, p. 164.
3. Reinaldo Laddaga. Estética de la emergencia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2006. Este libro puede leerse online en: http://publicaciones.fba.unlp.edu.ar/wp-content/uploads/2012/08/Laddaga-Reinaldo-Estetica-De-La-Emergencia.pdf.
4. Francisco Villareal. “Cráter”. Juro que no tengo un arma. Santiago: Moda y Pueblo, 2009. SP.
5. Leonardo Quezada. “Cruces que cargar”. Adolescentes insoportables. Santiago: Moda y Pueblo, 2009. SP.
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