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UNA VISITA A LA CARTO: ELOISA CARTONERA,
EL COLECTIVO Y LA CATÁSTROFE
Por Carolina Benavente Morales
Una vez, discutiendo con una curadora danesa sobre la etiqueta "arte latinoamericano",
le dije que solo me interesaba la segunda parte, "latinoamericano".
Si lo que hago es o no arte no me preocupa, sí que sea latinoamericano.
Javier Barilaro
I
En este inicio de milenio en que el Apocalipsis parece estar a la vuelta de la esquina, cada uno de nosotros desarrolla estrategias para sobrevivir en la intemperie y el arte, último reducto de la vida, se convierte en un medio de sanación individual y colectiva. Las emociones robadas por los dispositivos de control se liberan fugitivas en múltiples formatos estéticos. Pero en el desierto de los sentidos y del propio sentido, el arte mismo se convierte en moneda de cambio para el tráfico emocional, complaciente codificación del deseo extraviado en los laberintos de la uniformidad. Como expresión de un sentir acorralado y empujado a pensarse a sí mismo, este tipo conocido de arte europeo de la modernidad se objetiviza y con ello gana espesor, pero en el mismo proceso se convierte en un bien susceptible de ser estereotipado y consagrado por el canon y la transacción comercial. Afortunadamente, el arte nunca será uno solo porque el sentir es un lobo hambriento atravesando la estepa y su presa siempre lo estará esperando en un recóndito lugar.
Hoy en día proliferan las búsquedas que apuntan a romper el espejismo estético en que nos tienen sumidos las instituciones hegemónicas: arte relacional, arte in situ, performance en sus diversas manifestaciones, son parte de un intento por recuperar un sentir que logre desplegarse inagotable en su singularidad y en su potencia. Estas experimentaciones abren brechas en el zoológico de las artes donde nos encontramos apresados, pero en su mayor parte no escapan de allí porque, debido a un eurocentrismo inconsciente pero complaciente, siguen condicionadas por formatos que disocian la vida de la obra, siendo regidos por una lógica expositiva reforzada por el imperativo representacional de los medios masivos de comunicación. Por eso, a mi entender, los mayores quiebres con la institución-arte se llevan a cabo en una esfera no propiamente artística, sino más bien artístico-cultural, pues desde esta esfera puede atribuirse el Apocalipsis a un proyecto civilizacional específico, del cual participamos sin estar del todo enmarcados por él.
Debido a que involucra una intensa fricción de Occidente con el resto de los pueblos de la Tierra, el espacio criollo es el lugar donde mayormente afloran estas exploraciones, las que se presentan ya no tan sólo como fugas estéticas desconstructoras, sino como inéditas germinaciones de modos de convivencia en que los escombros de Occidente se reciclan, mezclándose a otros a la vez olvidados y marginados. Este espacio criollo desborda América Latina y el Caribe, pero nuestro continente constituye sin duda su zona de mayor densidad histórica y vivacidad. Dentro de mi interés por perfilar y actualizar sus relieves, presento una crónica de mi reciente visita a la Eloísa Cartonera, editorial argentina creada el año 2003, en la efervescencia sociocultural posterior a la crisis del Corralito. Esta iniciativa cartonera es ya bastante conocida, pero en las líneas que siguen espero sugerir un modo diferente de aproximación. Estoy convencida de que, en medio de la inmensa catástrofe que ha asolado a Chile en los últimos días, esta experiencia puede resultar inspiradora.
El local de Eloísa Cartonera en La Boca
II
Me acerco a la Eloisa Cartonera un viernes por la tarde, finalizando una agitada semana laboral que me tuvo investigando en Buenos Aires un tema bastante diferente: la condición estelar de la cantante y actriz Libertad Lamarque. Muy lejos de las luminarias mediáticas, pero emitiendo destellos de espejito hecho trizas en un basural, la Cartonería me llama a conocerla y no sigo dilatando mi visita al lugar. Además, queda muy cerca del Museo del Cine, donde estuve haciendo mis indagaciones sobre la Lamarque. La calle Aristóbulo del Valle debiera conducirme en línea recta hacia la Cartonería, pero el camino se encuentra interrumpido por dos hitos que no alcanzan a figurar en el mapa del Subte: un trabajo de repavimentación y, más adelante, el mismísimo estadio de La Bombonera. Zigzagueando en el taxi de un viejito que avanza a velocidad de tortuga, llego finalmente al Nº666 de Aristóbulo del Valle, esquina con Antonio Zolezzi. Estamos en pleno barrio de La Boca y es verano. El agua por unos días ha cesado de caer y el calor pega las ropas a la piel.
Eloisa Cartonera se inicia como proyecto editorial el año 2003, por iniciativa del escritor Washington Cucurto, seudónimo de Santiago Vega, y del artista visual Javier Barilaro. Ellos unieron fuerzas en un contexto de gran agitación social, marcado por los devastadores efectos de la crisis del Corralito en el año 2001. De allí que en un texto que ya es referente obligado, Andrea Giunta haya denominado "poscrisis" a este escenario de las artes convulsionadas por el fracaso neoliberal en el país vecino. Es entonces cuando, a medida que los cartoneros se multiplican por las calles, Cucurto y Barilaro tienen la idea de crear una editorial fabricando libros con páginas fotocopiadas y tapas de cartón compradas a los cartoneros, para apoyarlos, pintándolas después. La historia es relatada en varias páginas web: a ellos se une la escritora Fernanda Laguna, escritora, artista y gestora de la editorial y galería de arte Belleza y Felicidad, y les propone crear una instancia similar, llamada No Hay Cuchillo Sin Rosas, que pasa a funcionar como sede de Eloísa Cartonera y lugar de exposiciones artísticas. Entonces se suman nuevos colaboradores, los títulos de literatura latinoamericana se multiplican, con el paso del tiempo se crea una cooperativa y, más adelante, surge el sueño de levantar una huerta.
Conociendo estos antecedentes y esperando encontrarme con Cucurto, de quien soy fan debido a su obra literaria, llego a la Cartonería alrededor de las seis de la tarde. Recientemente estuvieron de mudanza y a una cuadra de la nueva sede de No Hay Cuchillos Sin Rosas se alcanza a divisar una punta de la Bombonera, mientras algunos niños se refrescan y juegan con un chorro de agua en la calle. La Carto está llena de gente y al principio no entiendo nada, encuentro que está lleno de chilenos y no sé si son todos de la cooperativa o qué, pero poco a poco se me aclara la película. Todo el mundo me recibe con mucha amabilidad, sobre todo un chileno, Alejandro Miranda, que me mete conversa y me ayuda a entender un poco lo que pasa alrededor. Él es de Valparaíso, llegó a Buenos Aires con lo puesto y es parte de la cooperativa desde hace dos años, junto a otras dos personas que se encuentran ahí, Miriam y Leo. El resto son visitas igual que yo. Converso con una chica, también chilena, y ella me cuenta que el grupo forma parte del Peace Boat o Barco de la Paz, una organización no gubernamental japonesa centrada en promover la paz, el desarrollo justo y sostenible y el respeto al medio ambiente y los derechos humanos mediante diferentes acciones y programas educativos, de cooperación y concientización. En este momento el barco está recalando en Buenos Aires y los activistas, que tienen diferentes nacionalidades, se encuentran recortando, dibujando y pintando móviles de cartón. Hago lo mismo con un esqueletito inspirado en una artesanía mexicana de latón que tengo colgando en mi casa, a 1.600 km del lugar.
Entre medio tomo algunas fotos, realizo entrevistas breves en video y observo el lugar, atiborrado de cosas en un espacio más bien pequeño. En el techo, los móviles preciosos de palmeras, corazones o leones colgando de unos cables atravesados en distintas direcciones. Sobre las paredes, diferentes afiches, pinturas e inscripciones: los retratos del Che y de Evo Morales; el enorme mural de Bienvenida a Boca; el retrato de Miriam, alias La Osa. Amontonadas al fondo, grandes resmas de papel y atados de cartón, detrás de la máquina cortadora y de la imprenta. Adelante, tres mesas de madera de altura y tamaño desigual donde se arman las publicaciones. Y entrando a mano derecha, las estanterías repletas de colorinches libros cartoneros realizados con "material inédito y/o desaparecido, border, de vanguardia y de culto", resplandecientes joyitas de literatura latinoamericana que incluyen desde el propio Cucurto hasta Lihn o Millán, pasando por Quiroga y Lamborghini. Los niños del sector no dejan de entrar y salir, miran, hacen preguntas, ayudan, revolotean todo el tiempo a nuestro alrededor.
Mientras dibujo mi esqueleto sobre el cartón, pienso que estoy en el paraíso de la creatividad. ¿Qué me importa que la factura sea grosera? ¿Qué me importa si no vale un peso y no requiere de veinte mil explicaciones para gustar? El arte más sencillo puede emocionar y, aunque el objeto requiere ser mínimamente reconocible, lo que está aquí en juego excede cualquier codificación, pues tiene que ver con las relaciones entre personas de una micro-comunidad de supervivientes. Y también con el don de una obra que, como testimonio de mi afecto, dejaré colgando en el techo del lugar.
Los colectivos artísticos no son una novedad y todos implican formas de ayuda mutua en medio de la adversidad. Pero yo misma he sido colectivera hace un tiempo atrás y noto el contraste con Eloísa Cartonera. Fue en el colectivo Conmoción, que funcionó del año 1999 hasta el 2006, tiempo durante el cual exploramos diferentes alternativas de consolidación. Nos constituimos el año 2000 en una organización comunitaria, Amigos de la Galería de Arte Enrico Bucci, que estuvo vigente hasta el año 2008. Cuando el proyecto se disolvió, algunos quedaron con ganas de formar una corporación, otros crearon sus empresas de diseño y gestión y yo dejé de soñar con la idea de formar una cooperativa. Para eso tal vez habríamos tenido que enfrentar una catástrofe social similar a la argentina, más palpable todavía que la que día a día carcome nuestras mentes y nuestros corazones. La idea de la cooperativa nunca fraguó, entre otras, porque en el contexto chileno parecía ser algo totalmente obsoleto e inadaptado a los programas de gestión empresarial que comenzaron a difundirse en la época, diferentes de la autogestión no lucrativa que implica una cooperativa como Eloísa Cartonera. Recuerdo que una vez mencioné la idea en un encuentro de gestión cultural, aludiendo a un cuarto sector social, pero la gente se me quedó mirando raro y se pasó rápidamente a otro tema. De hecho, ahora que recuerdo mejor, creo que fue en una reunión de un grupo de cultura que apoyaba la campaña de Michelle Bachelet. Algunos de los participantes eran bastante importantes, pero después de las elecciones nunca más se nos volvió a convocar.
A mi lado las chicas del Peace Boat siguen pintando y ya se han puesto a ordenar sus cosas para regresar al muelle. Comienzo a recortar el cartón esquelético y mientras tanto pienso en todos los apoyos que se ha ganado la Carto, convirtiéndose en un referente con muchas réplicas regionales, incluyendo la Animita Cartonera chilena, debido no sólo a su proyecto artístico-literario, sino sobre todo a su orientación social. En una pausa, la Miriam me cuenta que era cartonera, que jamás leía y que ahora se le había abierto un mundo distinto. El activismo social en Chile quedó desacreditado entre los artistas después de la recuperación democrática y yo misma me oponía a forzar una labor de concientización. ¿Por qué me llama la atención la Eloísa Cartonera? Porque me parece ser algo menos forzado y más real, un magma indiferenciado de cartoneros-artistas y artistas-cartoneros surgido en una sociedad que se desestratificó de repente, reinstalándose un continuo fluir de la creación que, a través de esta cooperativa, se prolonga en el tiempo hasta el día de hoy. Y esto se debe a que tiene sustento laboral, como dice la presentación de la web cartonera:
Pero lo mejor que nos pasó [...] fue convertirnos en cooperativa. Al principio nos costó despertarnos, darnos cuenta. Antes, todos nosotros estábamos dormidos...
Con el cooperativismo aprendimos que el trabajo es lo mejor que nos puede pasar. Convertimos el trabajo en parte de nuestra vida, y nunca una obligación, algo desagradable; convertimos al trabajo en un sueño, en nuestro proyecto.
Aprendimos a confiar en el otro, a ser mejores compañeros, a esforzarnos por un objetivo común, por algo más que nuestro propio ombligo. Conocimos muchas cosas, ente tantas otras nuestro tierno corazón, aleteando, como un murciélago moribundo que no logra escapar por la ventana...
¡Qué el trabajo sea una alegría fue nuestro mayor descubrimiento!
El cooperativismo nos mostró La Fuerza. Así, aprendimos todo lo que sabemos.
Y ahora somos más...
Ya se hace tarde y van a cerrar el local. Prometo volver al día siguiente para terminar de recortar el esqueleto y pintarlo. Los mosquitos comienzan a atacar, pero pronto nos alejamos del río con Alejandro para ir a una función de cine gratuita en el estacionamiento de una universidad donde vemos "La teta asustada". No he conocido a mi ídolo Cucurto, pero he comprado cuatro libros suyos por veinte pesos, unos cinco dólares, y, después de todo, mi contacto con él ya ha pasado a ser secundario. Para mí, ahora cada miembro de la Eloísa Cartonera es una estrella en el firmamento de la cultura criolla. Tengo ansias de regresar a ese lugar.
Miriam, Ale, Carolina, Leo
III
Buenos Aires tiene un rostro distinto después del Corralito. Toda la efervescencia poscrisis en realidad ya tuvo lugar hace tiempo, piquetes, ollas comunes, tomas, meetings, cacerolazos, asambleas, todo eso pasó a la historia, pero algo quedó del vendaval y, al menos para la generación que lo vivió más intensamente, que es la mía, ya nada será igual. Porque tal vez se trató de un paréntesis de asociatividad y apertura en un tiempo de individuos enroscados sobre sí mismos, pero sigue quedando la memoria y la presencia marginal de iniciativas que aprovecharon la debacle para formar inmensos socavones en la rígida estructura sociocultural. Así como los chilenos no somos los ingleses de Sudamérica, los argentinos no se limitan a ser descendientes de italianos. Además, día a día crece la inmigración regional en el país y el fenotipo europeo se desperfila cada vez más, además de transformarse la cultura nacional.
Miriam y Ale me han avisado que el día sábado tienen una actividad con niños en un parque, realizada con el apoyo del gobierno de la ciudad, y que sólo estarán en la Carto entre las dos y las cuatro de la tarde. Busco unos libros en la librería Madres de la Plaza de Mayo, llamo a Chile para no repetir títulos y como algo rápido en Avenida de Mayo. Llego a las tres a la cartonería y todavía creo que en una hora terminaré de recortar y pintar mi esqueleto, para después acompañar a los chiquillos a la actividad. Un par de señores miran los estantes llenos de libros con mucha atención. Y entonces ocurre el prodigio: "¡ahí viene el Cucu!", "¡mira che, llegó el Cucu!", escucho decir, y Washington "El Negro" Cucurto hace su ingreso al lugar. Saluda a los presentes y se pone a conversar con los señores que revisan las publicaciones en el muro. Uno de ellos es David Sheinin, scholar canadiense que está haciendo una historia del box argentino, y el otro es nada menos que Sergio Víctor Palma, campeón mundial de box argentino en categoría supergallo que defendió seis veces su título en los años 1980. David lo llevó a conocer la Carto y el Cucu, emocionado, no lo puede creer. En este minuto, es como si no existiera, pero les tomo algunas fotos y hago grabaciones de las explicaciones que los cartoneros les dan a los ilustres visitantes sobre el funcionamiento de la cooperativa.
Los chiquillos deben partir a la actividad en el parque, pero ahora yo prefiero quedarme y Cucurto nos invita a compartir unos vasos de roncola. Nos sentamos y la conversación es muy agradable. Antes de irse, la Miriam me ha ayudado a recortar el esqueleto y ya he comenzado a pintarlo, primero que nada lo debo blanquear para que luego resalten los colores. Son técnicas cartoneras de crear y me afano en que mi trabajo quede bien hecho mientras los escucho charlar de box, política y literatura. Sergio es un hombre bastante instruido y esto me sorprende pues no se ajusta a la imagen que tengo de los boxeadores, pero en general los argentinos son bastante más instruidos que los chilenos y en mis conversaciones con los taxistas una vez más lo pude comprobar. Además, leo después en una página web dedicada a él que, tras alejarse del box, ha sido poeta, músico, periodista, comentarista y conferencista. El campeón tiene un ojo enchuecado y ocupa un bastón debido a una hemiplejia: gajes del oficio. Se pregunta en un momento cómo, siendo tan pequeño, pudo pelear sin miedo con un boxeador mucho más grande que él. David contra Goliat. Y yo para adentro me pregunto cómo puede seguir existiendo la Carto tan pequeñita en medio de la intemperie. Sergio Víctor Palma y David Sheinin se van prometiendo regresar y, aunque lo hemos pasado re bien, me alegro por tener la oportunidad de conversar un poco más con el alma de la Cartonería, a quien ya imagino escribiendo bellos poemas inspirados en el campeón de box.
Sergio Víctor Palma y Washington Cucurto
Washington "El Negro" Cucurto es un hombre de treintaiseis años alto, fornido, de tez oscura y pelo chuzo, un argentino entre zambo y mulato con el cual en la calle daría susto encontrarse, como nos dice riéndose, pero que derrocha dulzura en su conversación. En su literatura se expone a sí mismo y a su mundo con un orgullo y una crudeza llenos de candor y simpatía. Él muestra una faz escondida de Argentina, las vivencias de una cultura popular donde los argentinos bailan cumbia con novias dominicanas y paraguayas en el barrio de Constitución. Su vida-obra es cosa de negros, o sea, de la chusma invisible cuya aparición social en el siglo XX tuvo lugar a través del peronismo y que recién hoy, cuando estamos más abiertos a valorar la diversidad heredada del colonialismo y la esclavitud, traspasa el nivel de la agitación sociopolítica para llevar a cabo un asedio cultural.
Más allá del clasismo, pero entregándole fundamentos en cada país del continente, aquí es cuestión de racismo. Estimo necesario empujar los mecanismos de la mezcla y la fragmentación hacia nuevos umbrales. Desde el rock cumbianchero hasta la cumbia villera y el reggaetón, pasando por la electrocumbia, esto es lo que está ocurriendo en todas partes: un enlazamiento de sonidos tropicales filtrados por las tecnologías del rock, un revoltijo de musicalidades indias, negras y europeas en el inacabable proceso de construir una cultura criolla. En este revoltijo, la vida-obra de Cucurto me llama la atención porque él no es rockero ni clasemediero, sino que viene de la chusma y es genuinamente cumbianchero. Recuerdo que con un librero de Corrientes discutimos sobre él. El librero me dijo que no le gustaba porque no lo entendía y ni siquiera retrataba la realidad argentina con fidelidad, a lo cual le respondí que eso no era cierto, pues en la mañana lo primero que se me dijo al salir de la estación Constitución, cuando me dirigía al Museo del Cine, fue: "¿bailás cumbia?". Así fue, mi historia es 100% real y la tomé como otro signo de una Verdad.
Cucurto me pide que le ayude a blanquear las tapas de unos libros que necesita encuadernar y acepto enseguida, dejando de lado mi esqueleto por un rato. Entonces el poeta se abre un poco más. Me cuenta que es autodidacta y que conoció la literatura por un compañero de trabajo cuando era gondolero (reponedor) en un supermercado. Es ahí cuando se puso a escribir y conoció a otros autores de su generación: Fabián Casas, Gabriela Bejerman, Cecilia Pavón, Francisco Garamona, entre otros. Desde entonces han pasado algunos años y hoy, aunque se avergüence en reconocerlo, ha llegado a ser un autor de culto. Poeta y narrador, sus libros son éxito de ventas y hace crónicas deportivas nada menos que para ESPN, sin olvidar sus raíces ni sus sueños. La primera vez que lo leí fue bastante después de la efervescencia poscrisis, en marzo 2007, en casa del poeta chileno Galo Ghigliotto y el poema que cayó en mis manos fue "La Cartonerita". Quedé impactada, pues yo también había escrito un cuento cartonero hacía algunos años atrás, pero mi comparación llega hasta ahí porque la poética cucurtiana es un portento tropical del que he cogido el fruto más sabroso para regocijo de los lectores, una gema criolla de palabras que se llama "Lluvia de estrellas":
Idalinas, Justinas, Miguelinas,
Carolinas, Karinas, Cilicias y Ferisbundas
Clarisas, Clementinas, ¡Arielinas!
Marielqui, Marielbi, Marilyn Sunildas
Maripili, Mandalia, Mariola, Mariolga,
Yulis, Yulisas, Sunilditas,
Chechés, Casianas, Ignacias,
Janiras, Zenaidas, Yunisleidi.
Macorinas, Miraflorinas, arequipeñas
maguaneras, itacurubienses, coqueñas,
risas, llantos, ruegos, alegres alegrías,
risas, rosas, flamboyanes, flanes,
pitaháyas, sancochos y sandias,
chipaguazús, añaretás, yasiterés,
curepís, mombayés, porá limbós.
Ya me estoy convirtiendo en experta blanqueadora cartonera y seguimos conversando con mi predilecto autor latinoamericano, quien ahora me pregunta por lo que hago yo en la vida. Ya sabía que hacía estudios culturales, le cuento ahora que soy caribeñista y me dice "¡aaah!", le cuento luego que más precisamente me considero neo-criollista y me dice "¡oooh!". Estoy contenta porque lo he dejado admirado, ya que no sabía que existían esas áreas de estudio, pero lo que más contenta me tiene es sentir que hay afinidad, conexión y entendimiento sin necesidad de muchas explicaciones. Se terminan las tapitas de cartón y regreso a mi esqueleto. Ale y Miriam entre medio ya han regresado y nos cuentan que les fue de las mil maravillas, aunque no vendieron ningún ejemplar. Comienza a anochecer y el Cucu accede a que le haga preguntas que no tengo preparadas para nada. Mientras responde, los zancudos nos devoran y me da risa imaginar cómo se verá moviéndose todo el rato para espantarlos delante de la cámara. Nos tomamos un par de fotos con un nene precioso al que le puso "El Galán de La Boca", mientras yo poso con el Cucu de trapo confeccionado por su mujer, y luego se va. Quedan flotando en la Cartonería sus últimas palabras: "¡Qué tarde mágica che, esta tarde ha sido mágica!".
Galán de la Boca, Cucurto, Carolina, Cucu de trapo
Ya tengo pensando cómo pintar mi artefacto cartonero: un lado negro con toques de colores cálidos, el otro lado rosado con toques azules y verdes. Mientras esparzo el acrílico, recuerdo que un día un compañero de la Conmoción me dijo que nuestro colectivo se caía porque no lográbamos desarrollar una estética distintiva, aunque yo creo que la había y que estaba dada por lo sucio, lo precario y lo inconcluso de nuestras creaciones: dibujos, fanzines, collages, videos, poemas, muestras y shows colectivos sin mayor afán de profesionalismo, pero con mucho de ensayo y error, es decir, de experimentación, sobre un trasfondo estético plegado, quebrado y balbuceante. Pero sí creo que nos faltó identificarla mejor y hacerla resaltar, cosa que no se pudo hacer porque siempre estuvo presente la tentación, una y otra vez traicionada por la fuerza de las costumbres y por una irresistible vocación al fracaso, de participar de una escena artística oficial. Es la clase de tentación que quedó suspendida en la poscrisis argentina, cuando acompañando la pobreza floreció en las artes una estética popular.
Esta estética, que intento plasmar en el móvil que ya estoy terminando, es colorinche, chillona como anuncio de recital cumbianchero. Es una estética entre pop y popular porque alude al artificio urbano del fluor y del neón tanto como a la exuberancia tropical. No tiene en principio nada que ver con el tradicional colorido en tornos de grises de las obras visuales chilenas, como tampoco tiene nada que ver con las argentinas. Esta estética visual, al igual que la poética cumbianchera y barroca de Cucurto, más bien forma a través de los migrantes un cordón umbilical que reconecta a Argentina con el suelo criollo, mostrándonos el rostro más amable y gozoso de la barbarie. Así como su artífice literario es Cucurto, en la visualidad el responsable es Javier Barilaro, quien ya no participa en la Cartonera. Él más bien ha seguido el rumbo de las artes visuales, aunque sigue dedicándose a los libros por medio de las portadas que diseña para editorial Mansalva, un proyecto compartido con Francisco Garamona. Colores chillones y letras recortadas, lo mismo que en una coqueta polerita de la Carto que hizo la mujer del Cucu y que adquiero por treinta pesitos.
Ya es de noche, al fin he terminado el esqueleto y a los niños les gusta mucho. Les explico que se trata de una obra de factura chilena inspirada en artesanía mexicana y hecha con materiales argentinos, es un móvil Bicentenario porque los tres países están de fiesta este año. El Ale se ha quedado conmigo para cerrar y me acompaña a tomar un colectivo que me lleva directo al otro lado de la ciudad. Le pregunto si a veces carretea con el Cucu y la Miriam y me responde que no mucho, ya que los ve todos los días durante un buen rato. Me pregunto entonces si la clave del éxito de una cooperativa puede estar en este tipo de distancia entre los asociados. Es sábado y en dos días más estaré de vuelta en Santiago. Durante esos días y muchos más permanezco con la sensación de una tarea pendiente: una tapa que blanquear, un móvil que recortar, un papel al cual echarle pegamento, un cartón usado que colorear con líquidos fluorescentes.
Esqueletos
IV
El Apocalipsis parece inminente y al mismo tiempo no termina nunca de llegar. Se pospone indefinidamente pero a veces sobrevienen catástrofes que remecen y quebrantan los cimientos del edificio occidental. Al día siguiente de mi partida de Buenos Aires, hubo lluvias tan intensas que la ciudad quedó inundada y once días después, en Santiago, a las 3:34 h de la mañana, yo escribía las líneas iniciales de un primer texto sobre la Carto deseando haber quedado atrapada por esa inundación porteña, cuando comenzó a temblar. Como todos saben, tuvo lugar uno de los terremotos más fuertes de la historia de Chile y después de eso nada ha quedado en su lugar. Ciudades enteras al sur de Santiago cayeron demolidas por la fuerza de la tierra y del mar. En mi casa sólo se cayeron los libreros y yo sobreviví al desastre, pero a los pocos días tuve un remezón emocional que dejó mi corazón hecho trizas.
Las catástrofes pueden ser de cualquier tipo, naturales o sociales, pero siempre la debacle será humana. Cuando todo se desarticula es el momento de salir de nuestra guarida para sentir el silbido del viento enredándose a nuestro pelaje y olfatear. ¿Cómo viviremos en Chile la catástrofe actual? ¿Qué tipo de experiencias estéticas germinarán entre las ruinas? ¿Cómo esto se vinculará a nuestras prácticas sociales? No estoy en condiciones de anticipar nada de esto, pero en este texto he querido mostrar una posibilidad.
Video de registro "Washington Cucurto: Entrevista Cartonera" (junio 2010)
Videoentrevista atolondrada a Washington Cucurto grabada en el local de la cooperativa editorial Eloísa Cartonera, No Hay Cuchillo Sin Rosas, en Buenos Aires, Argentina, el 13 de febrero de 2010 y registro de actividades y conversaciones en la editorial los dìas 12 y 13 de febrero del mismo año.
Video semicasero-semipro 10'24'' min. Reparto: Washington Cucurto, Alejandro Miranda, Miriam Merlo, David Sheinin, Sergio Víctor Palma, Carolina Benavente y niños del barrio La Boca. Realización: Carolina Benavente. Segunda cámara: Alejandro Miranda. Música créditos: Kumbia Queers, "Kumbia Zombie". Agradecimientos: Alejandro Miranda, Poldi Sosa, Periódico El Ciudadano. Editado como parte del proyecto Fondecyt Nº1101018 año 2010. Investigadora responsable: Ana Pizarro. Co-investigadora: Carolina Benavente. Ayudante: Francisco Villarreal. Con Licencia Reconocimiento - No Comercial - Sin Derivadas 2.0 Chile de Creative Commons: Carolina Benavente Morales, Santiago de Chile, junio 2010.
Tiene algunas fallas técnicas y de edición, pero casi lo pierdo todo y logré recuperarlo, así es que preferí no seguir manipulándolo. Espero que lo disfruten.
Link: http://www.youtube.com/watch?v=X7DY02ffwsA