Santiago de Chile Agosto 2001.
Muchas
cosas, se me pasan por la cabeza en este momento; mas, no
puedo precisar con exactitud, lo que me inquieta. Debe ser
la cesantía, que me tiene paralizado, en este cubo
de hielo, congelado, no se hasta cuando; Invernando, en la
maraña del sistema capitalista.
¿Realmente
despertaré antes del fin?, ¿O la máquina
me arrastrará con ella ?
Al
gran choque final, que se viene encima; de ése, no
se tiene vuelta. Quizás, sea esto lo que me preocupa,
sabiendo que nada puedo hacer para evitarlo. Ahora, intento
escribir unas lineas para un cuento, o lo que sea. La radio
suena de fondo, y yo me suelto, y me quedo. Las ganas no me
faltan y sigo en la lucha.
Un
cigarrillo se quema, en el viejo cenicero de cobre, mientras
me apuro, para dar la última fumada. Hoy es domingo
y todo está tranquilo, ideal para crear algo interesante
en el papel ; es buscar y poder encontrar la inspiración,
en el exilio de mi estudio, donde el tiempo no pasa, sino
que se queda capturado, en el instante, entre el antes y el
después .
La
primavera asoma por la ventana, entre las cortinas, en ésta
tarde de Agosto y me cuelgo de su fuerza, para intentar un
ataque al papel.
Otro
cigarrillo en el cenicero.
El
matrimonio es como el demonio
Resuena
un chiste en la radio y me saca fuera otra vez.
Me
levanto apagarla mejor. Ya estoy de vuelta con mi tercer cigarrillo.
El
hombre, caminaba con paso ligero y apretado, por el frío
de la noche. Unas casas violáceas aparecían
en su camino, eran viejas y pobres; frías, como la
lluvia, que lo empapaba por entero.
Humberto
Gómez, presentía el miedo en sus zapatos, cuando
doblaba por esa esquina del barrio de Ñuñoa.
Eran las cuatro diez de la mañana y la noche agonizaba,
junto con sus fuerzas y el dinero que tenía para el
mes.
No
podía ser, otra vez se había gastado el sueldo
en una noche.
¡que
estúpido, lo he vuelto hacer !
Humberto,
avanzaba rápida y precipitadamente por la calle mojada
y barrosa, con su olor a noche, alcohol y otras yerbas; cargando
a cuestas, con su conciencia y soledad. Caminaba rápido,
tropezando entre los charcos, pero no quería correr,
deseaba estar tranquilo, para aparentar seguridad a quien
lo viera.
Una
niebla, húmeda y fría, invadía sus pensamientos
y su monólogo inquisitivo, no dejaba en paz su conciencia,
pero por sobre todo, estaba seguro, que corría peligro.
Algo le decía, que ese lugar y ese momento no le eran
ajenos, en su memoria disipada; que alguna vez estuvo, como
si las cosas volvieran a pasar. Llegó a pensar, que
estaba soñando, pero el agua se le metía por
los zapatos y sus pies empapados se congelaban.
¡Debo
llegar rápido!, ¡antes que suceda!
¡lo
del sueño!, ¡ahora me acuerdo!
El
recuerdo venía a su memoria; era el mismo lugar, de
noche torrencial, con sus matices violeta azulado que le angustiaban.
El olor a miedo húmedo y frío que se respiraba
y esas casas bajitas de madera pobre, le recordaban la pesadilla.
Era todo igual, el deseo de huir, el deseo de despertar.
Una
madre y un niño, pasean por el parque, abajo en la
calle, el día esta lleno de luz y me inspira. Las palomas
revolotean, alrededor de las migajas de pan, que el pequeño
les lanzaba al viento, corriendo entre las flores.
El
silencio del estudio, me invita a seguir...
Los
pies de Humberto, estaban entumecidos y la lluvia se había
calmado por un momento. Un agudo dolor, se incrustó
en su pierna derecha, que se dejaba ver, entre los rasgados
pantalones a la altura del muslo. La herida era profunda y
sangraba mucho, pero las aguas, diluían su rojizo tinte,
transformándolo en tierra de sombra; para llegar a
juntarse con los charcos de la calle.
Humberto,
recordaba esas púas afiladas, que lo emboscaban nuevamente.
Todo se repetía inalterablemente, casi podía
oler, las sábanas revueltas de su cama.
¡Es
la pesadilla! , no es real, solo estoy dormido.
Esa
voz, que salía de la oscuridad, lo sorprendió.
Giró sobresaltado hacia ella, y vio al hombre pequeño
y grueso, de rostro redondo y mirada fría como la noche,
su nariz achatada se confundía con su boca y los labios
gruesos y oscuros delineaban un basto bigote. Estaba parado
frente a él, con la mirada fija en sus ojos. Tenía
puesto un viejo manto de Castilla negro, de esos que se usaban
antiguamente en el campo, impenetrables a la lluvia; le llegaba
más abajo de las rodillas y sus piernas estaban entreabiertas
y metidas en el barro; como si fuera una planta o un árbol
del lugar. Su parada interpérrita, se transformaba
en una barrera que debía sortear, o sucumbiría,
ante las sombras de la noche torrencial.
El
aire se hace pesado y abriré la ventana....
Una
tibia brisa lava mi rostro silencioso, coqueteando con mi
pelo y revolotea por mis pestañas. Se mete en mi cabeza
despejando mi mente. Inspiro profundamente, como queriendo
capturar, esta energía maravillosa, que llega por mi
ventana. Vuelvo a inspirar con más fuerzas, abriendo
mis brazos en cruz y miro al horizonte de tonos anaranjados,
que se dibuja frente a mí.
Un
grupo de Aromos florecidos me saludan, cimbrándose
en el viento de la tarde. Puedo disfrutar este momento en
plenitud ; el sol, ya ha avanzado bastante, en su largo camino
hacia el mar. La tarde cae, para dar paso al crepúsculo
y los edificios han perdido sus sus tonos de luz , convirtiéndose
en oscuros monigotes, plantados en el concreto de esta ciudad.
La cordillera, emerge encendida, con sus hielos enrojecidos,
como brasas ardientes y se impone majestuosa, ante la mirada
de algunos de nosotros y los demás ciudadanos, que
corren allá abajo, en la planicie de cemento. Las luces
de la ciudad, comienzan a encenderce tímidamente y
el día se recuesta perezoso, en su lecho de noche joven,
en esta región de los andes. Un par de horas han corrido,
desde que estoy aquí, intentando algo en el papel.
Las
ganas no me faltan y sigo en la lucha...
Humberto
Gómez, se acercaba lentamente, al extraño personaje.
Sus pies empapados, lo hacían resbalar dentro de sus
zapatos y perdía el equilibrio, hundiéndose
en el fango. La lluvia se hacía aún más
intensa, mientras intentaba sacar de su bolsillo, una trasnochada
cajetilla de cigarros. Su brazo se extendió, ofreciendo
con cautela, el húmedo y maltratado cigarrillo al desconocido.
El
extraño estiró la mano, pequeña y rechoncha,
sin moverse, sus ojos negros destellaban en la oscura noche
y atravesaban la mirada de Humberto. Por los costados, se
dibujaban presurosas, las siluetas entre las sombras; a unos
dos o tres metros, salían de los arbustos y matorrales.
¡Es
el sueño otra vez! , quisiera estar fuera.
¡
Pero como escapo al destino!
Ya
estaban encima ; casi a un metro, para cazarlo, como una presa
anunciada y esperada. Hernán, dio un salto y gritó
al extraño personaje, avanzando hacia adelante, con
todo lo que tenia.
¡No!,
¡a mi No!, ¡ yo no soy hermano!
Sus
piernas respondieron y se movían con gran velocidad
y desesperación. Era la fuga a la libertad, a la vida
y un grito le salió de alma, mientras corría
desesperado.
¡auxilio,
socorro , ayuda !
Había
avanzado un par de cuadras, en su carrera de pánico,
cuando recién decidió mirar atrás, para
ver a sus perseguidores; ya no estaban, podía estar
más tranquilo. Caminaba rápido y jadeante, desesperado
por llegar a casa. El paisaje era inhóspito y extraño;
estaba en un lugar miserable y pobre de la ciudad.
¿como
he llegado hasta aquí?, ¿en que momento?
¡Ni
siquiera se como salir! , ¡pero estoy a salvo! , ¡eso
es lo que importa¡
Humberto,
había triunfado y un aire de seguridad lo invadía.
Hasta se había olvidado del frío, del agua,
de la herida en la pierna; se sentía mejor y con mas
ánimo. Caminaba con prisa, pero alerta a las cosas
que se movían en la noche. Observó, que las
siluetas seguían en las esquinas, en todas las esquinas,
de esa villa miseria, estaban esos seres azules, entre los
arbustos y los matorrales.
¡estoy
encerrado, en este sueño maloliente!
¿como
escapar al destino?
Ahí
estará otra vez, ese pequeño personaje, enterrado
en el barro y esas sombras que vienen por mi.
¿o
tal vez no?
¡yo
no puedo saberlo!, ¡ no les di tiempo para nada!
El
montón de calles calcadas, no terminaban nunca, todo
seguía igual, menos él y la lluvia, que se habían
calmado. Ya casi no llovía y decidió volver
a correr una vez más, pero ahora estaba consciente
de su carrera, porque ésta lo llevaría al cambio,
a su mundo, su ambiente, su vida, que tampoco estaba muy tranquila,
muy parecida; la angustia, el deseo de escapar, de despertar
a un mundo nuevo. Era, como si la vida le mostrara la otra
cara, llena de miseria, frío y soledad; seres que vagaban
por la nada, sin destino, en la oscuridad de sus vidas. Esa
cara que no veía, en su rutina de pequeño burgués
irresponsable, ahogado en el consumismo y prisionero de sus
pasiones, era la misma, era la suya.
Humberto
comenzó a correr, cada vez más rápido.
La calle era de barro y pantanosa, se inclinaba hacia abajo,
en un pronunciado declive, como si estuviera bajando un cerro
costero. Cada vez, tomaba más velocidad en su carrera
y casi perdía el control, ante los pequeños
pasajes, que se le cruzaban intempestivamente. Las esquinas
oscuras y sus casas bajitas, de madera vieja mojada ; con
sus cercas pequeñas de trazos irregulares, eran lavadas
por la lluvia torrencial. Los árboles negros, que se
cimbraban en el viento, oscurecían con sus sombras,
aún más la fangosa calle.
Ya
no estaba calmado. Empezaba a sucumbir al cansancio y al laberinto,
que no podía resolver. Una choza vieja de madera, se
veía a unos cincuenta metros; la puerta estaba abierta
y una luz ocre de una vela que agonizaba, iluminaba la entrada.
Humberto Gómez, corrió hacia ella, sin saber
porqué; sus piernas volaban entre la bruma violeta,
para llegar aquella puerta, que lo esperaba. Sabía,
que ahí estaba la respuesta, la salida; el final.
Su
entrada fue abrupta y sorprendente, allí estaba la
mujer, de aire aristocrático y distinguido, con su
piel hermosa y clara como la leche. Una bata roja de seda,
cubría su cuerpo desnudo, que se encontraba de perfil
y su brazos se levantaban, apuntando a su pecho. Entre las
manos, delgadas y transparentes, aprisionaba con fuerza un
puñal de plata, que destellaba en la escena, como la
luz que debía activar el cambio.
Humberto
dio un grito de muerte; que le rompió el pecho y el
corazón.
El
desesperado grito, retumbó en su cuarto maloliente.
Humberto, se incorporó aterrorizado, cubriendo con
las manos, su rostro bañado en sudor y una lágrima
de tristeza corrió por su mejilla.
Él,
ya no quiere dormir más esta noche.
Creo
que esta bien por ahora...
Un
cigarrillo se quema, en el viejo cenicero de cobre, mientras
me apuro, para dar la última fumada. La noche se ha
instalado a sus anchas y me invita a recorrerla; no se que
hacer, lo pensaré un poco.
Fin.
Biografía : Autodidacta, amante del arte y la literatura,
diplomado en arte con mención pintura y dibujo en la Universidad
católica de Santiago de Chile, Artista plástico,Técnico en
comercio exterior, Programador y Oficinista por 13 años, Cesante
de profesión hace 3 años, tiempo que he dedicado con pasión
a la pintura, la poesía y las letras en general.