Por Paul
Cavalié, Lima, Perú.
GORRO
SUGERIDO
Con motivo de los festejos
por los 450 años de la creación de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, el elenco de ballet de esa casa de estudios, que
dirige Vera Stastny preparó especialmente para esta ocasión,
"Rojísimo sobre Blanco", obra concebida y puesta en escena
por el maestro costarricense Rogelio López, quien es a su vez
director de la Compañía de Danza de la Universidad de
Costa Rica. "Rojísimo ..." representa, pues, el primer
fruto de un proyecto de interrelación emprendido por ambas universidades.
TEXTO
La obra nos alcanza,
desde los territorios de la danza, la visión sentimental del
coreógrafo "tico", vinculado al Perú desde hace muchos
años y con varias visitas y estancias entre nosotros, algunas
bastante prolongadas. "Rojísimo ..." es un esfuerzo de
López por plasmar en escena los referentes de su personalísima
visión del país, y, lo que es más riesgoso aun:
hacerlo involucrando a los bailarines sanmarquinos con sus propias vivencias,
frustraciones y dudas. No ha sido entonces la sola elaboración
de un simple guión, para ponerlos a bailar porque sí.
Previamente, los participantes tuvieron que asumir el sufrible pero
necesario camino de mirarse para adentro, intentando re-descubrirse,
confrontando sus sueños y proyectos personales con el entorno
circundante; El director desplegó sus esfuerzos motivándolos
en esa búsqueda, para que cada uno desde su propio centro personal,
intente conocer su ubicación y distancia respecto de la particular
noción de país, de nación, de patria, que todos
tenemos.
El
formato versátil -si vale el término- que emplea López
resulta funcional para el desplazamiento de un elenco de 16 personas:
cercano a veces al teatro-teatro, otras al teatro-danza e incluso al
despliegue propio de la ópera-rock; el coreógrafo luce
su oficio compositivo para saber ocupar todo el escenario, distribuyendo
la acción en diversos planos y con distintas intensidades, imprimiéndole
dinámica al montaje.
De otro lado, siempre
nos despertará curiosidad - más allá de la que
es propia del espectador- saber con qué ojos nos miran, cómo
nos ven en nuestra condición de peruanos, qué nos puede
distinguir. De allí también la tentación por evaluar
los referentes que López asoma en su obra como sus claves, por
más personalísimas que ellas puedan ser.
Desde un inicio se vislumbra
la metáfora. Mientras, en fila, ingresan lentamente los bailarines,
una voz en off nos recuerda que cuando el ser humano no halla
una explicación convincente de su entorno, no le queda otra que
convertirse en un "creador de ficciones". Esta primera clave nos refrescaría
esa condición (¿fatal?) que los historiadores y sociólogos
más lúcidos del país suelen anotar: la ausencia
de un proyecto común, la convivencia de muchas nacionalidades
desarticuladas todas ellas y los problemas de inserción de sus
habitantes en una pretendida única "gran sociedad peruana". Al
parecer, tal situación se advierte con facilidad por ojos ajenos.
Escuchamos "El Plebeyo"
de Pinglo Alva y ya nos empezamos a acomodar, dicho sea de paso con
una coreografía muy bien esquematizada: sobria, puntual, marcando
lo suficiente con la expresividad de los cuerpos. Simpático el
pasaje "danzado" con décimas de Nicomedes Santa Cruz que se escuchan
en off y los bailarines con su vestuario blanco y cintas rojiblancas.
Mejor aun luce la secuencia con música de "Cardó o
ceniza", de Chabuca Granda: muy buena exhibición de lo que
es la síntesis de una danza: su núcleo apreciado en dos
o tres movimientos vitales. Graciosa la alusión al mestizaje
urbano con música "chicha" de fondo y la muestra de los índices
al aire al bailar, verdadero icono de dicho baile popular.
Cuestión
aparte son las cuñas más "teatrales", escénicamente
hablando, que el director plantea en ciertos momentos de "Rojísimo
...", y que conllevan un riesgo en la medida que es mayor también
la exigencia de claridad de la "información" por parte del espectador
para poder identificar personajes y en todo caso, contextos. Hay, en
ese sentido, al menos dos presencias recurrentes a lo largo de la obra
-una mujer ataviada con traje blanco y otra, de rojo, cuyas presencias
se acentúan o diluyen sin que nos quede clara la intención
del director. Tratándose de un elenco básicamente joven,
López apeló a elementos lúdicos que impregnaron
frescura, y cierto tono testimonial de los bailarines. Por ejemplo,
los breves parlamentos recitados a modo de letanía y como testimonio
de confusión ("Me dijeron, me enseñaron las cosas equivocadamente")
o de extravío ("Ya no sé cómo me llamó").
En mi opinión, tales momentos, aun cuando explícitos,
lucieron más adecuados que aquellos en los que se juega a recitar
lecturas (al coro de "¿qué pasa, qué pasa, qué
está pasando?"), los cuales, por incidir en lo denotativo,
arriesgan el ritmo fluido que tiene la obra en su conjunto.
El final de "Rojísimo
..." ahonda en la metáfora: significativamente se conforma
una bandera peruana que, entrelazada, circula de mano en mano por todos;
por ratos también la bandera cobija a todos. Aparecemos, pues,
en la visión de Rogelio López, como un mosaico. Un modelo
para armar. Las piezas sueltas bajo un mismo espacio geográfico.
En eso coincido. ¿Consiguió López entonces, desde mi visión,
re-presentarnos en su muestra? Entonces sí.