OSCAR WILDE (1854-1900) O LA IMPORTANCIA DE SER DISTINTO.
Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge
"It often happened that when we thought we were experimenting on others we were really experimenting on ourselves".
OSCAR WILDE.
UNA VIDA.
Siempre que he podido, lo he hecho: provocar en mis estudiantes el más profundo y sentido respeto por la dulce y generosa figura de Oscar Wilde (1854-1900), ese noble escritor irlandés que cometió el mayor pecado de su vida: quiso ser distinto, diferente, y hacérselo ver a los demás. Pero resulta que en la civilización burguesa, en la del capitalismo victoriano, el más feroz ejemplo de lo que son los contrastes y las violentas paradojas de un sistema económico donde no tiene cabida la diferencia, atreverse a predicarlo era simplemente demencial.
Nacido de una buena familia irlandesa de Dublín, Wilde se destacó notablemente por su pericia en los estudios clásicos, en centros universitarios dublineses como el Trinity College, e ingleses del calibre del Magdalen College, Oxford. Con un gusto exquisito por las ropas de lujo, la perfumería, las flores, los tapices, los sombreros y los vinos de correcta factura, Wilde siempre llamó la atención por su atrevida forma de vestirse (alguna vez entre la corrección de los fracs negros y los bombines de altura de sus colegas, se le ocurrió usar una indumentaria de color rosa), pero sobre todo por su agudo sentido del humor y el respeto distante y suspicaz por los convencionalismos de la rígida sociedad inglesa, que giraba en torno a la disciplina totalitaria de la reina Victoria (1837-1901).
Cuando estuvo en los Estados Unidos en 1882, impartiendo conferencias, cenas y amistades, Wilde pudo darse cuenta de que la fuerza industrial del proceso de expansión capitalista que tenía lugar en ese país después del cierre de la guerra civil (1861-1865), iría a producir poetas de la fuerza y el calor humanos de un Walt Whitman, por quien tenía un amor y una admiración indiscutibles. En esa ocasión pudo percatarse de la gentileza del pueblo norteamericano, y de las torpezas y desaciertos de su gobierno con relación a la cuestión social, que pronto, en 1884, estallaría en una de las convulsiones sociales más importantes de fines del siglo XIX. Su hermoso ensayo The Soul of Man under Socialism (1891) (El alma del hombre en el socialismo) así nos lo revela. Claro, lúcido y de una escritura milagrosa, no sólo es una de las piezas fundamentales del pensamiento político independiente, sino también de la correcta apreciación de los problemas sociales, sin caer en la mojigatería de un moralismo reformista huérfano de realidad. Sorprendentemente, es un ensayo que Borges con tino llamó "justo" .
Ese año de 1891 también publicó The Picture of Dorian Gray (El retrato de Dorian Gray), su única novela, pero al mismo tiempo uno de los documentos esenciales para comprender su ideario estético, su visión de la vida y sobre todo de las personas. Aunque pareciera haber sido escrita con mucha ansiedad, es decir, con prisa, puesto que en algunos trechos el exceso de diálogos dificultan su comprensión, la obra ha pasado a ser uno de los instrumentos más valiosos para nuestro estudio de los principios estéticos que regían el quehacer artístico del período victoriano.
Pero Wilde será recordado más que nada, por sus preciosas obras de teatro, verdaderas joyas dramáticas, cargadas de un diálogo chispeante, agudo y a veces cínico, que las identifica con el nombre de su autor de forma indebatible. Lady Windermere´s Fan (El abanico de Lady Windermere) (1892), A Woman of No Importance (Una Mujer sin Importancia) (1893), An Indeal Husband (El Marido Ideal) (1895) y The Importance of Being Earnest (La importancia de llamarse Ernesto) (1895). Hubo momentos en que su autor se dio el lujo de tener hasta tres de estas piezas siendo representadas en Londres simultáneamente. La buena fortuna, el prestigio, el poder de su opinión en cuestiones artísticas y literarias, las fiestas, las cenas y ciertas licencias sexuales, le dieron a Wilde la estampa de un gurú en un medio intelectual más bien conservador e hipócrita.
Porque si hemos de mencionar a los pre-rafaelistas por ejemplo, o a muchas de las grandes mujeres novelistas de la Inglaterra victoriana, cuya conflictiva relación con el medio las llevó al suicidio o a la drogadicción, uno no puede dejar de pensar en que, al menos por un rato, a Wilde le fue bien. Se había casado en 1884 con un bella y talentosa mujer, que le daría dos hijos. Pero el principio del colapso se veía venir en 1895, cuando el Marqués de Queensberry decidió que la relación homosexual que el escritor mantenía con su hijo, Lord Alfred Douglas, Bosie, se había vuelto intolerable. Wilde quiso defenderse acusándo al Marqués por difamación, puesto que creía que le sería imposible encontrar testigos que testificaran sobre sus inclinaciones sexuales, pero se equivocó. Nuestro poeta terminaría condenado a dos años de trabajos forzados en las cárceles de Reading y Pentoville, de donde saldría prácticamente destruido para morir de repente en París en noviembre de 1900. Tres años de andanzas por Italia y Francia, y una violenta ruptura con su examante marcaron la etapa final de su vida, sin mencionar que su esposa, Constanza, muriera por una operación mal hecha en la columna, y sus hijos nunca más volieran a verlo. Llevar el apellido Wilde llegó a ser una maldición para los familiares de Oscar, a quien solo recientemente se ha reinvindicado como uno de los más grandes escritores ingleses de la segunda parte del siglo XIX.
Se ha sostenido que The Ballad of Reading Gaol (La Balada de la Cárcel de Reading) y De Profundis, escritas en prisión, bien pueden considerarse sus dos grandes obras maestras, puesto que en ellas está reunido todo el dolor, la amargura, la frustración y sin embargo, la esperanza, de un poeta que siempre creyó y amó a los hombres, con la profundidad de quien siempre supo que no se podía confiar en ellos.
Wilde siempre será recordado por cuentos maravillosos como The Happy Prince (El Príncipe Feliz), The Canterville Ghost (El Fantasma de Canterville) y una serie de ensayos que reflejan la plena coherencia con que quiso vivir su vida, al establecer una armonía perfecta pero suicida entre lo que decía y lo que hacía. Son esas coherencia y armonía las que precisamente lo llevaron a la cárcel primero, y luego a la muerte en la más absoluta y desamparada soledad. Con Wilde se trata del sacrificio que un hombre asume con total conciencia, por su forma de ver, pensar y sentir la existencia. Y es sobre ese proyecto de vida del que algo detallaremos a continuación.
UNA ESTÉTICA, UN IDEAL.
El reinado de Victoria puede ser considerado, junto al de Isabel I (1558-1603), uno de los períodos más progresistas de la historia británica. Se trata de una época en la que el espectacular desarrollo material y el crecimiento imperial de Inglaterra no coinciden necesariamente con el bienestar del resto de la población o con el despliegue, plástico y fluido, de las libertades sociales y políticas de la gente. Si por algo hay que recordar a Victoria es por su gran presencia como soberana de una nación que había hecho la primera revolución industrial, pero que ya se preparaba para que otros pueblos le arrebataran el primer puesto en el desarrollo capitalista. Esa madeja de contradicciones hicieron del siglo XIX inglés un mural rico y variopinto de fuerzas culturales, políticas y sociales tan distintas y conflictivas como las que encontramos en el Renacimiento italiano de los siglos XV y XVI o en la ilustración francesa del siglo XVIII. Particular atractivo tiene la segunda parte del siglo de Victoria, como han llamado algunos autores al dicinueve en Inglaterra, en virtud del florecimiento de las letras y las artes, pero también porque en ellas participarán de manera muy activa las mujeres y los trabajadores.
En este caso, el de Wilde, el decadentismo burgués no es meramente una pose. La sensibilidad del poeta está bien articulada a una propuesta estética que también tiene resonancia de y desde el escenario en que se produce. Puede resultar difícil comprender a Wilde sin Ruskin, Pater, Huysmans o Sade. Porque la gravitación de figuras como Shakespeare o las hermanas Brönte son la sumatoria de un conjunto de postulados que definen una propuesta artística de larga data y longeva premonición estética; ahí están Joyce, Shaw y Orwell para probarlo.
De tal manera que a Wilde hay que asirlo desde el decadentismo burgués, pasando por un romanticismo rancio y fecundo como lo es el inglés, hasta el programa de rebeldía e inconsecuencia de los pre-rafaelistas, del calibre de Dante Gabriel Rossetti o William Morris. Así, el sarcasmo cínico y agudo de Wilde entierra sus raíces en lo más profundo de la historia literaria inglesa, hasta encontrarnos con precursores de la talla de Jonathan Swift, el creador de Gulliver.
Pero Wilde vive el arte como un drama, como un proyecto de vida al cual hay que sacrificarle absolutamente todo, excepto la vida misma. En esta aparente tautología está la respuesta para la tragedia que sacudió la trayectoria artística y vital de Wilde. Su homosexualidad aparente o reprimida es una nota sin diapasón, pues en realidad su agonía es la de aquel que lleva hasta sus últimas consecuencias no tanto sus virtudes, sino esencialmente sus pecados, que se tornan al final en la verdadera circunstancia que posibilita la autoinmolación. Para Wilde este era en realidad el acto de mayor resonancia artística de su corta vida.
Ahora, junto a la asunción de la existencia como tragedia, está el problema de la tolerancia. ¿Quién podría jamás entender el arte y las acciones de Wilde sin su lucha por la tolerancia? Si el romanticismo es una reacción contra la excesiva racionalidad de la ilustración, que a la larga resultó tan intolerante como su mismo alter ego cultural, puede concluirse sin temor a error que la obra de Wilde es toda una plataforma para hacer que el romanticismo realmente tuviera sentido práctico, y no fuera sólo el conjunto de ideales de jóvenes alocados con delirios por cambiar el mundo.
Las cartas de Wilde a Bosie son en ese sentido más bien, un programa para la frágil y volátil aproximación erótica del poeta a la existencia y a la vida cotidiana, un asunto que en La Balada de la Cárcel de Reading y en De Profundis completará de manera dolorosa pero insuperable. Sería así hasta el final, ya que el poeta creía ciertamente en las posibilidades de vivir la vida según nuestro mejor entender, sin que nadie pretendiera diseñarnosla para satisfacer los caprichos de una moral convencional, ritualista y preterida. Su lucha contra estas convenciones lo llevaron incluso a verse involucrado en el affaire Dreyfus, que tanto y con tanta profundidad afectó a la sociedad francesa. Lo que prueba que su pensamiento y sus acciones tuvieron esa simetría suicida, tan ajena a la hipocresía de la buena burguesía victoriana.
Estaba visto que la maquinaria de la civilización burguesa, para la cual la tolerancia no es precisamente uno de sus postulados centrales, lo dejaría expresarse ahí hasta donde no atentara contra sus creencias más caras y ancestrales. Acusarlo de sodomía y enviarlo a prisión por dos años para silenciarlo fue lo más fácil de toda esta historia. Lo más difícil era impedir que su ejemplo se repitiera, cosa que los poetas y artistas que le sucedieron han probado imposible. El ejemplo de Wilde seguirá diáfano y pujante siempre que una persona termine aniquilada por ser distinta.
UNA CONCLUSIÓN.
En verdad creemos que son pocos los críticos o los historiadores de la literatura que han sobre enfatizado la homosexualidad de Wilde. Ese es un asunto que no merece una gran dosis de discusión o de pensamiento. Tampoco creemos que la rigidez y los laberintos de hipocresía de la era victoriana merezcan una gran cantidad de preocupaciones de nuestra parte. Sin embargo, lo que sí está en discusión y merece toda nuestra angustia es que, a partir del caso de Wilde, la intolerancia adquirió una nueva frescura, más vigorosa y abrasadora cuando estuvieron de por medio el derecho a la vida privada y las opciones que hacen las personas para expresar sus emociones y sus ideas libremente.
En Oscar Wilde, el sistema de civilización burguesa no sólo condenó, mutiló y aniquiló al homosexual, sino también y principalemente al artista, al intelectual, al hombre de ideas. La burguesía nunca ha tolerado la excepcionalidad, y cuando ésta se expresa con la soltura y plasticidad con que lo hicieran Wilde, y otros como él, todo el aparato represivo de que es capaz se pone en acción para impedir que situaciones similares se produzcan, puesto que lo está en juego, no es su falso y frígido sentido de la moral, sino al fin de cuentas la forma en que el poder está organizado, cómo se ejerce y por quién.
A la larga la moralidad, la tiene sin cuidado. Pero a la burguesía le resulta inaceptable que el arte, las ideas y las emociones se pongan al servicio de la diferencia, la distinción y la excepcionalidad. Hombres como Wilde, quien aún después de cumplir su sentencia siguió creyendo en la fertilidad de la libertad, cuando parece que en parte por su intervención, el affaire Dreyfus aceleró su resolución en favor del inocente, condenado a cadena perpetua por un crimen de espionaje que no cometió, son el tipo de elementos que el sistema buscará callar a cualquier costo. En estos casos, los fascismos terminan por ser más honestos, si recordamos que Mussolini decía con toda claridad, que al cerebro de Gramsci había que silenciarlo de una manera o de otra. Al final lo haría, con toda la frialdad despiadada de quien ve amenazada su visión del mundo y sobre todo, sus posesiones materiales. Wilde fue uno de esos descartados por un orden de cosas que fomenta la tolerancia hasta el punto en que no se fracture el ejercicio del poder de quienes deciden cómo se vive y cómo se muere. A Oscar le escogerían hasta el sitio en que moriría.
1 Catedrático de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional de Costa Rica. Premio 1998 de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica.
2 "Siempre sucede que cuando creemos que estamos experimentando con los demás, en realidad estamos experimentando con nosotros mismos". The Picture of Dorian Gray and Other Writings. (New York. Bantam Books. 1986) P. 53.
3 Otras inquisiciones (Buenos Aires: EMECÉ. 1989) Pp. 131-135.
4 En un libro nuestro, pronto a publicarse, titulado La fantasía del poder. Mujeres, imperios y civilización, abordamos estos asuntos con un poco más de profundidad.
5Cartas a Lord Alfred Douglas. (Barcelona: Tusquets. 1997).
6 MAGUIRE, J. Robert. "Oscar Wilde and the Dreyfus Affaire". VICTORIAN STUDIES. (Indiana University. 1998. ) Vol. 41. No.1. Varias páginas.
7 Idem. Loc.Cit.