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REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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“El baño turco” (1862).  Jean Auguste Dominique Ingres.
Óleo sobre tela, 108 x 108 cm.

 

El Orientalismo
Y la (posible) correspondencia con Latinoamérica

 

Muñozcoloma
munozcoloma@yahoo.com - www.munozcoloma.com.ar - http://munozcoloma.blogspot.com

 

La fiebre que he tenido estas noches no ha sido poca y yo en mi lecho no he hecho (para que me acusen de cacofónico) otra cosa que intentar dormir, pero el frío y las distancias de esta habitación me sofocan, y no es la estrechez sino la amplitud de ella, de hecho el techo (otra vez) no alcanzo a verlo y lo que veo no es más que otra mala jugada de mi imaginación.  Cuando logro dormir todo se me confunde, esta casa que dispersa la realidad normalmente, acentúa su efecto con mi fiebre, así que mis sueños, sin ser pesadillas se han tornado desagradables y desesperantes.

En uno de mis últimos intentos por dormir, las imágenes de un desierto pavoroso comienza a poblar como una escenografía cada uno de mis sueños, como si iniciase un viaje a un Oriente confeccionado con viejas ideas del mismo Oriente, como si todo fuera un simulacro o un doble de sí mismo.  De pronto me paseo por diferentes ciudades invisibles, las de Calvino, y recorro bajo un sol muy poco amable Dorotea, Despina, Ipazia, Zoe, Isidora, Eufemia y un par más que no pretendo recordar, pero lo peor estaba por venir, si las ciudades eran agobiantes los órdenes y estilos que conformaron los siguientes paisajes; el siguiente paisaje, debería señalar, ya que en uno sólo se agolparon una cantidad indeterminada de ellos, configurados por relatos borgianos los cuales terminaron por destrozar la leve tranquilidad que me quedaba, es así que en una bocanada de aire muy poco fresco poblaron mi cabeza textos con muy poca levedad y con aroma a desierto, como La busca de Averroes, Abenjacán el Bojarí muerto en su laberinto, El inmortal, Los dos reyes y los dos laberintos, La muralla y los libros, El tintorero enmarcado Hákin de Merv, Un doble de Mahoma, Ariosto y los Árabes, Ajedrez, Parábola del palacio, Las mil y una noches, La Cábala, El Budismo, La vindicación de la Cábala, La lotería de Babilonia, entre otros… pero lo peor fue La casa de Asterión, el mismo texto que presta sus despojos para este espacio, hacía todo insoportable, porque terminé soñando que me soñaba soñando, y eso para una mente tan débil como la mía es inaceptable.

Cuando intentaba salir de este viaje a las profundidades de las desesperación una luz violenta dispersó todo, fue tal su potencia que me cegó por un momento, estaba a los pies de mi cama, poco a poco comencé a ver nuevamente y pude distinguir una silueta humana que se recortaba del fondo de la habitación y que se acercaba lentamente hacia mí, sus pies (aunque no los veía) parecían que no tocaban el piso, que la figura levitaba.  Fue un momento de éxtasis.  Cuando logré incorporarme, pude distinguir con claridad un hombre que me mira con un gesto de tranquilidad, le consulto si es quien creo que es, mientras me arrodillo haciendo una genuflexión para orar.  Me dice: “No sea boludo”. Su respuesta le quita toda fantasía a la historia que me formaba en la cabeza (gracias a la fiebre, por cierto), me desconcierta su español arabizado tanto como la palabra tan de la Argentina (boludo).  Cuando le consulto por ella me responde que la aprendió de un amigo que era de por acá.  Yo le intento explicar que esta casa no se encuentra en ningún lugar específico, pero él insiste en situarla cerca del Río de la Plata… (yo no insisto y me quedo callado).

Luego de escucharlo hablar un buen rato logro identificarlo, no sin problemas.  Le consulto si no fue Daniel Barenboim de quien aprendió la palabra, él asienta con la cabeza mientras sonríe (seguramente utilizando mentalmente la palabrita).  No cabe duda, quien se encuentra frente a mí es el mismísimo Edward Said.  Como siempre en estas situaciones (que no han sido pocas) lo primero que le pregunto si es que tiene idea que falleció en el año 2003.  Si inmutarse me dice que a estas alturas y en esta casa eso tiene ninguna importancia, cuestión que me obliga a callar nuevamente (por la mala fama de la casa sobre todo).

 

      

Edward Said (Fotografía de Ruby Washington -1998 - The New York Times

 

Frente a mí se encuentra Said, uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, un exiliado permanente.  Un tipo, a lo menos raro.  Nacido en el Jerusalem dominado por los británicos, trasladado a El Cairo, de padre estadounidense, activista palestino (de los duros), árabe y anglicano a la vez, miembro del Consejo Nacional Palestino, hasta que Arafat prohíbe sus libros porque Said se opone al acuerdo de Oslo por considerarlo fraudulento.  Candidato al Premio Nobel de la Paz.  Amenazado de muerte por la línea ultraderechista israelí.  Alumno y docente de universidades como las de Princeton, Harvard, Yale, Columbia, Hopkins, entre otras.  Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en el 2002 junto a su amigo, el músico argentino-israelí, Daniel Barenboim por la orquesta que habían fundado, la West-East Divan Orchestra, que reúne cada verano a jóvenes músicos de Israel y de los países árabes.  Said es (o fue, para ser más preciso, entre nosotros) un hombre controversial, amado u odiado, jamás ignorado, que ha escrito una treintena de libros como “Cultura e imperialismo”, “La cuestión Palestina”, “El mundo, el texto y el crítico”, entre otros.  Y, por cierto, “Orientalismo” (1978) que es una pequeña lección sobre los prejuicios y las ideas erradas que Europa históricamente tuvo para con Oriente, una sumatoria de falsas definiciones romantizadas de una zona que está muy lejos de ser “una zona” geográfica en singular, y a la larga estas ideas terminarán siendo una justificación política y moral para ejercer el colonialismo en la región.

Cuando dejo de escribir y levanto mi cabeza me percato con horror, que él se encuentra sentado en la mesa mirando lo que hago, cuando le pregunto qué hace aún acá, me responde que él está seguro que escribiré algo sobre el Orientalismo y se va a quedar para ver si lo que tengo es una idea o una serie de ocurrencias solamente.  Yo bajo la vista y escribo, esperando que desaparezca y me deje con mi fiebre, mi letargo y mi casa vacía.  Al fin y al cabo mis ideas son mis ocurrencias.

 

Por poner algún subtítulo

Si bien el Orientalismo es una batería de imaginarios sobre Medio Oriente, Norte de África y Asia, que raya en lo exótico, en la aventura, y que demuestra, de una u otra manera, que los pueblos que habitan esas zonas tuvieron un pasado esplendoroso y que fueron incapaces de cuidar y/o mantener a raíz de su propia “idiosincrasia”  la cual no les permitió llevar a cabo esa labor.  A la larga, todos terminarán siendo esteriotipados y caricaturizados como seres de la barbarie, de la brutalidad, de la incivilización que obligará al europeo a “domesticarlos” por su propio bien.

Hoy en día es probable, sólo probable, vindicar la problemática planteada por Said y otros autores y llevarla al concierto Latinoamericano, donde, desde cierto punto de vista, también se generaron ideas de nosotros los “sudacas” caricaturizadas como el roto, el compadre, el zambo, el cholo, el huaso, el gaucho, etc. Y se han homogeneizado problemáticas que muchas veces son locales (cuando son reales).  Con estas narraciones realizadas en la mayoría de los casos por los mismos forjadores de los imaginarios nacionales, que con su acción maniataron a Latino América al encadenarla al sueño europeo y les dieron las prerrogativas a los del viejo continente o se arrogaron el “carácter” primer mundista para hablar con propiedad sobre nosotros, y lo más grave, muchas veces, por nosotros.  Luego vendría el país del norte a tomar posesión de los despojos que dejó Europa.

Es por eso que las líneas que viene a continuación, si bien se refieren al problema del Orientalismo se pueden leer perfectamente desde (y para) Latinoamérica, intercambiando, en un ejercicio lúdico, Inglaterra por Estados Unidos, Oriente por América Latina, subalterno por subalterno, etc.  Usted verá.  Las posibilidades son muchas (aunque el provecho puede ser poco).  Estas ideas, entre otras, terminarán por configurar las prácticas y procesos culturales de este lado del mundo, no sólo para configurar la visión que se tiene de él desde afuera, sino que a veces, configurará la visión que tenemos de nosotros mismos.

 

“La perla del mercader” (1884) – Alfredo Valenzuela Puelma.
Óleo sobre tela, 216 x 140 cm.

 

Las historias (narrativas de la nación) nacionales tienden a aspirar a lo europeo de una u otra manera, en el caso latinoamericano y la emergencia de los estados nacionales las elites que organizaron la historia de la nación, si bien buscaron desplazar al europeo fue sólo para ocupar su lugar y no como un latinoamericano, sino pretendiendo ser un “ciudadano” del viejo mundo (de la Europa hiperreal de Chakrabarty, por ejemplo), replicando sus prácticas y sus modos, por lo cual siguieron invisibilizando al “otro”, al que no se acercaba a su modelo (al “atrasado”) expropiándolo de su posibilidad de representación.  En el caso latinoamericano este “otro” representaba la barbarie, era el nativo que necesitaba ser incorporado al territorio de las letras, de la legalidad.  Esta invisibilización es lo que Foucault llama “violencia epistémica”, la cual es ejercida en contra del subalterno.  Entendiendo que el subalterno es subalterno“…en parte porque no puede ser representado adecuadamente por el saber académico (y la “teoría”)… porque ese saber es una práctica que produce activamente la subalternidad  (la produce en el acto mismo de representarla)” (Spivak en Beverley).

Esta idea surge porque la narrativa disciplinaria historiográfica proviene fundamentalmente desde Europa, la cual en este ámbito (y en otros) continúa justificando al sujeto soberano de todas las historias, en las cuales los “dominados” no tienen (tenemos) el poder de (auto)representación, haciendo que la definición de cada grupo humano o geografía esté definida desde Europa (en lo colonial, luego vendrá Estados Unidos), desde donde se toman las decisiones a partir de (pre)juicios y comparaciones donde los mismos narradores son los modelos a seguir, es decir, el Estado europeo moderno.  Incluso hasta hoy se puede apreciar en la disciplina de la historia esta idea, como Chakrabarty menciona: “El que Europa funcione como un referente silencioso en el conocimiento histórico mismo se vuelve obvio de una manera sumamente ordinaria.  Por lo menos hay dos síntomas cotidianos de la subalternidad de las historias no occidentales, tercermundistas.  Los historiadores del Tercer Mundo sienten una necesidad de referirse a las obras de historia europea; los historiadores de Europa no sienten la obligación de responder (…) los modelos del oficio del historiador siempre son, por lo menos, culturalmente europeos.  “Ellos” producen su obra en una relativa ignorancia de las historias no occidentales y esto no parece afectar la calidad de su trabajo.  Éste es un gesto, sin embargo, al que “nosotros” no podemos corresponder.  Ni siquiera podemos permitirnos una igualdad o simetría de ignorancia a este nivel sin correr el riesgo de parecer “anticuados” o superados”.  Es decir, si la historiografía y la académica, en general, que tienden siempre a las narrativas de las elites, no son capaces de desplazar su mirada de Europa, es evidente que la vara con que se mide a la subalternidad está determinada por los mismos cánones.

Un ejemplo claro de cómo lo europeo-blanco-cristiano-liberal narra (para dominar) más allá de sus fronteras (donde se encuentra la barbarie), es el concepto que devela Edward Said: el Orientalismo.  Éste es un campo de estudio que tiene una existencia formal en el Occidente cristiano desde 1312, cuando el Concilio de Vienne toma la decisión de establecer cátedras de árabe, griego, siriaco y hebreo en París, Oxford, Bolonia, Aviñon y Salamanca. De ahí en adelante su campo de estudio estará determinado por una unidad geográfica, cultural, lingüística y étnica llamada Oriente.   En el siglo XIX el Orientalismo tuvo una explosión inusitada, seguramente el fermento del Romanticismo por su deseo de lo exótico hizo que París se transformara en el centro orientalista del mundo, en esta fecha se publicaron una serie de estudios que demostraban la erudición de los especialistas en este campo, aunque siempre cargadas con geografías románticas, espacios imaginarios y verdades homogeneizadas, generando una serie de prejuicios con respecto a lo oriental y a los orientales, que perdurarán para siempre (o por mucho tiempo, para variar exagero) en el imaginario social, transformándose el Orientalismo en un “poder intelectual… que, en cierto sentido, constituyó la biblioteca o el archivo de las informaciones que fueron en común, incluso al unísono adquiridas… Estas ideas explicaban el comportamiento de los orientales, les proporcionaba una mentalidad, una genealogía, una atmósfera y, lo más importante, permitían a los europeos tratarlos e incluso considerarlos como un fenómeno de características regulares” (Said).  En el fondo, el Orientalismo va a suponer una distinción entre la superioridad occidental y la inferioridad oriental, por lo tanto, a partir de estos prejuicios, los europeos tendrán un sustento “epistemológico” para guiar a estos pueblos (o pueblo, basado en el prejuicio que sólo puede ser uno) en un proceso civilizatorio de dominación en busca de un paradigma de modernidad “como debe ser”, al más puro estilo occidental.

 

 

“Mujeres de Argel” (1834). Eugene Delacroix.
Óleo sobre tela, 180 x 229 cm.

 

Si hay que modernizar, llevar el desarrollo a los bárbaros, es porque éstos no son capaces de hacerlo por su propia cuenta, entonces si no son capaces de pensar para el “bienestar” de ellos, tampoco son capaces de pensarse, y bajo esa premisa quien tiene que pensar son quienes mejor los conocen, es decir, el europeo que a recurrido al archivo de otros europeos, de esos naturalistas que buscaban en lo exótico una fuente de “inspiración” para sus obras, para su vida, y que plasmaron en cientos de páginas la grandeza perdida por estos pueblos, como sucedió con lo egipcio en la Europa del siglo XIX, por ejemplo, donde el “rescate” de su cultura terminó en la ornamentación de las tazas utilizadas para el té five o’clock.  Para los europeos era inconcebible la falta de visión de los orientales, que los hacía culpables de perder una gran cultura, y si eran capaces de semejante extravío, era simplemente porque “…los orientales y los árabes [son] crédulos, “faltos de energía e iniciativa”, muy propensos a la “adulación servil”, a la intriga, a los ardides y a la crueldad con los animales; los orientales no son capaces de andar por un camino o una acera (sus mentes desordenadas se confunden cuando intentan comprender lo que el europeo lúcido entiende inmediatamente: que los caminos y las aceras están hechos para andar); los orientales son unos mentirosos empedernidos, unos “letárgicos y desconfiados” y son en todo opuestos a la claridad, a la rectitud y a la nobleza de la raza anglo-sajona” (Cromer en Said).  Es decir, el oriental es culpable sólo por el hecho de ser oriental y hay que rectificarlo.

En el caso del Islam (algún tiempo atrás, hoy ser encuentra totalmente demonizado, pero justamente esa sospecha es el resultado del Orientalismo también), el europeo lo verá como su opositor complementario que no sólo hay que narrarlo para rectificarlo, sino que además para controlarlo; desde tiempos de Mahoma los europeos vieron (conocieron, relataron) con horror las conquistas musulmanas, que en nombre de un “impostor” se arrogaban la gracia de un dios extraño, que, valga la redundancia, producía extrañeza y“…lo que es evidentemente extraño y lejano adquiere, por una u otra razón, la categoría de algo más familiar.  Extiende a dejar de juzgar las cosas porque sean completamente extrañas o completamente conocidas; una categoría media surge, una categoría que permite ver realidades nuevas, realidades que se ven por primera vez como versiones de una realidad previamente conocida.  En esencia una categoría así no es una manera de recibir nueva información, sino un método para controlar lo que parece ser una amenaza para la perspectiva tradicional del mundo” (Said).

El Orientalismo es en última instancia una visión política que divide el mundo (asimétricamente) entre “nosotros” (occidentales) y “ellos” (orientales), polarizando las posiciones hasta más no poder, haciendo que el occidental se vuelva más occidental y el oriental más oriental (desagradablemente oriental, para algunos a menos que sirvan buen café, o tengan buenas telas y joyas para vender o sean diestras en la enseñanza del baile).  De suma importancia son las narrativas hechas por los administradores impuestos por Gran Bretaña o Francia en el oriente (en la India, por ejemplo) que en su calidad de autoridad política se arrogaron un sitial en cuanto al conocimiento que tenían del mundo indígena que les tocaba administrar, convirtiéndose en especialistas que transformarán al sujeto dominado en sujeto de estudio (pernicioso, por cierto) además, no autónomo ni soberano con “…respecto a sí mismo: el único Oriente u oriental o “sujeto” que podría ser, a lo sumo, admitido es el ser alienado filosóficamente, es decir, otro que él mismo en relación a sí mismo, poseído, comprendido, definido y tratado por otros” (Anuar Andel Malek en Said).  A la larga el Orientalismo se remitirá al Orientalismo como fuente de validación y no a lo oriental, es decir, su propia validación estará sujeta al imaginario prejuicioso formado por esos relatos metonímicos del retraso, transformando al Oriente en algo diferente de lo que es, pero pensando en su “beneficio”, en su cultura, y en algunos casos, por lo que cree que es el bien oriental.

 

  

“La gran odalisca” (1814).  Jean Auguste Dominique Ingres.
Óleo sobre tela, 91 x 162 cm.

 

Todas estas visiones/representaciones/narrativas conformarán una base para que el subalterno no pueda hablar, por que ya hay personas expertas que lo harán por él (historiadores, científicos, antropólogos, etc.).  Si llevamos esta idea al campo latinoamericano se puede señalar que las narraciones nacionales replicarán esta idea en el surgimiento de la nación señalando “…la particular ambivalencia que persigue la idea de nación, el lenguaje de quienes escriben sobre ella y que vive en quienes viven en ella” (Bhabba, 1990), también podría decirse que la ambivalencia existe entre quienes escriben sobre ella, legalizándola a partir de imaginarios míticos y quienes tienen que vivir este proceso como actores que son invisiblizados por/en el propio relato.

A la larga las historias nacionales seguirán reproduciendo los modelos de dominación mientras sigan siendo narradas por las elites que verán una historia “oficial”, hegemónica y pequeñas historias subalternas (o pasados subalternos) asignándoles un carácter de menor importancia, como anécdotas nada más, desplazándolas a una posición inferior porque “no nos preparan ni para la democracia ni para las prácticas ciudadanas al no estar basados en el despliegue de la razón en la vida pública” (Chakrabarty).  Y negando la posibilidad de conformar un cuerpo que posibilite la lectura de una pluralidad de voces desplazadas y no estandarizadas, que viven y conviven en el Oriente (como en América Latina).

¡Hecho!... y Said ya no está… sigo con mi fiebre.

 

 

Fuentes:

  • Bhabha, Homi.  “Narrando la nación”.  En Nation and Narration.  Londres. 1990.
  • Chakrabarty, Sipesh.  “Historia de las minorías, pasados subalternos”. En Revista Historia y Grafía, N° 12. México D. F. 1999.
  • Said, Edgard.  “Orientalismo” (1978).  Cap. I.  En www.cholonautas.edu.pe. Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales.
  • Spivak, Gayatri Chakraverty.  “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”  En revista Orbis Tertius, año III, N° 6.  Argentina. 1998.
  • Portal de Historia del Arte. www.artehistoria.com
  • Portal de Arte Chileno. www.portaldelarte.cl
  • Portal diario electrónico New york Times. www.nytimes.com

 

Agradecimiento: A María Eugenia Godoy por seguir leyendo y corrigiendo.

 

 

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