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Fotografía por Rosa Matilde Jiménez Cortés / Serie "Rosa, agua y fuego" © 2016
“La hora se despierta temprano y el día se engalana al momento, sin prisa ni contratiempo, sin demora ni retraso. El reloj es puntual y está en marcha girando en redondo buscando un punto fijo para no caer al suelo. Afuera la vida se atavía de rojo y posa con su mejor sonrisa sobre blanco y negro. El manejo de luces contrasta con el reflejo de sombras proyectadas sobre el pavimento, cruzándose unas con otras. La lente de la cámara contrae la pupila y hace un guiño ajustando el gran angular. El desayuno está hambriento y se devora solo. Sobre el mantel quedan migajas de gazuza para la mosca que no ha sido invitada. La lente nuevamente se abre y frunce el entrecejo, el ojo derecho se mueve nervioso tratando de enfocar su objetivo sin mayor éxito. El día avanza y la vida se alumbra sola expulsándose de lleno, abandonando el vientre de la madre sin temor a sentir miedo. La fotografía al fin toma sentido y muestra una imagen difusa… es una niña en edad madura, pintando su mejor momento”. [Fragmento / El Laberinto de Rosa].
Texto: UN DÍA COMO HOY
Serie: "Rosa de agua y fuego"
Poemario: "El Laberinto de Rosa"
Por Rosa Matilde Jiménez Cortés
Fotografía por Rosa Matilde Jiménez Cortés / Serie "Rosa, agua y fuego" © 2016
Un día como hoy la vida nace y hace realidad la concepción humana, el instante que jamás es el mismo y por siempre distinto cumple su destino, da otro paso y adelanta su camino sin mirar atrás, sin cargar tropiezo o quebranto, ni enlutar con llanto el nacimiento del primer grito que solo la muerte ha de callar. Si bien la efeméride del día enfatiza el drama de la vida, la dedicatoria tiene como propósito sublimar la existencia desde el albor de la infancia, esa niña que habiendo crecido continúa en marcha con el tiempo al revés.
La vida se obsequia rendida ante su naturaleza dando signos de humanidad, es la mirada en el espejo escudriñando vestigios de edad zanjando de tajo cualquier indicio de vanidad. Es un rostro reposado en la plenitud de su tiempo dialogando en silencio, sin cuestionar la parsimonia incrustada en su pupila o el nervio alterado en la niña de sus ojos. Ella sabe cuán difícil ha sido madurar la infancia, doblegar la flacidez ingrávida de la carne y hacer de su voluntad una fortaleza de cristal sobre su cabeza, consciente de su fragilidad.
Fotografía por Rosa Matilde Jiménez Cortés / Serie "Rosa, agua y fuego" © 2016
En torno a la vida cualquier significado se adopta como propio sin buscar en ella el misterio insondable de la existencia. La vida es acertijo, dilema, disyuntiva y todo lo que implique reto. No es admisible dejar que la filosofía resuelva el problema existencial de la vida o la ciencia arroje datos, sin hurgar en las propias entrañas la verdad de uno en ella; hacer de la vida un conocimiento con causa y no la causa de un desconocimiento. Mirar dentro de uno duele pero mayor dolor provoca la ignorancia. El miedo paraliza mientras la estupidez se entierra en un velorio plañidero.
La vida se celebra cada vez que acontece el milagro de la existencia, segundo a segundo, cada respiración que inhala lo que exhala y de sí contrae y expulsa, porque es en el parto donde la vida se desgarra en llanto y en la muerte cuando deja de patear su suerte. No es que el destino descalabre la existencia del que no esquiva la piedra o de quien siempre lleva una en la mano… si bien, no hay certeza escrita en él, la voluntad humana no es obra divina.
Finalmente, el día se cumple en el instante de cada momento vivido más allá de los años y el tiempo mismo. La compañía de los demás es circunstancial. Para conmemorar el día y estar completo, hace falta una voluntad con alma de acero y corazón de hierro; el calor de hogar se aviva por dentro. «El retrato, sin ser preciso, da fe de un rostro que se ve fijamente a los ojos sin dejar de mirarte».
Rosa Matilde Jiménez Cortés
Córdoba, 14 de marzo 2018