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EXTREMOS DEL VOLUMEN: Una mirada desde los medios y las personas**
Por Laura Palacios, Periodista UC
**Este texto fue presentado junto con el libro "Extremos del volumen: poderes y medialidades en torno a la obesidad y la anorexia", de Valeria Radrigán y Tania Orellana, en la Universidad Adolfo Ibáñez, Santigo de Chile el día 5 de mayo de 2017, gracias a la invitación de CEAC.
Quiero hablarles de este libro desde dos perspectivas. La primera, la mediática, y la segunda, la personal, porque pienso que el testimonio es siempre una forma de transmitir de manera clara lo que se quiere expresar.
Comenzaré con la teoría, muy someramente en honor al tiempo. En el mundo de las comunicaciones existen numerosas teorías sobre cómo los medios impactan y afectan a las personas. Una de las más reconocidas y aceptadas es la teoría del establecimiento de la agenda, o agenda-setting, cuyo máximo exponente ha sido Maxwell McCombs. Esta teoría postula que los medios de comunicación de masas tienen una gran influencia sobre el público al determinar qué asuntos poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia se les da. El punto central de esta teoría es la capacidad de los medios de comunicación para graduar la importancia de la información que se va a difundir, dándole un orden de prioridad para obtener mayor audiencia, mayor impacto y una determinada conciencia sobre la noticia. Del mismo modo, deciden qué temas excluir de la agenda.
En este sentido, podemos fácilmente cambiar noticias por tipo de cuerpos, y decir: los mass-media determinan qué tipo de cuerpos son atractivos o correctos de ver, cuánto espacio se les da los diferentes tipos de formas humanas y qué importancia y atributos revisten cada uno. Y si analizamos la realidad circundante de los medios nacionales e internacionales, podemos fácilmente darnos cuenta de que hay una absoluta homogeneidad en torno al uso de los cuerpos. Los que se visibilizan y son considerados bellos, sanos, en forma y atractivos son cuerpos delgados, tonificados, de formas lisas, sin ninguna de las imperfecciones propias de la piel o la edad, como la celulitis, por ejemplo. En cambio, las formas extremas son completamente desatendidas: nadie quiere mostrar a una persona excesivamente delgada, porque se la juzga inmediatamente como anoréxica, ni a alguien gordo, a quien se tacha rápidamente y por asociación con las palabras obeso, flojo, descuidado, inactivos sexualmente. Incluso hay reclutadores de selección (y esto lo he oído ya de varias personas) que rechazan a un excelente candidato por considerarlo demasiado gordo.
No es mi rol en esta parte explicar por qué existe esta invisibilización de las formas extremas del cuerpo por parte de los medios, pues esto tiene una raíz más profunda que se explica en el libro con mucha mayor claridad. Sin embargo, sí puedo decirles que las pautas dictadas por los medios y las imágenes que entregan son un reflejo de la realidad social y política impuesta por los grandes intereses económicos y los poderes fácticos. Lamentablemente, hoy en día, es muy raro el medio que se puede llamar libre o independiente.
Cuando estudiaba periodismo, conocí a Niklas Luhman, el sociólogo alemán padre de la teoría general de los sistemas sociales. Para él, emisor y receptor están completamente implicados, porque en la misma comunicación están las selecciones que ellos hacen. También plantea que es clave la intención, sin la cual no hay comunicación. En este sentido, vale la pena preguntarse entonces cuál es la intención que se le da hoy a la comunicación de las formas de los cuerpos. A mi entender, lo que se busca con las representaciones mostradas en los mass-media es una homogeneización completa y total del ser humano. Todos debemos aspirar a ser delgados, a estar en forma, porque eso significa que somos mejores, que estamos más sanos, que somos más rápidos e, incluso, más inteligentes, ya que la gordura en particular se ve como una pérdida de control del ser humano sobre su cuerpo.
Ambas teorías son previas a la existencia de los nuevos medios, de la Internet y las redes sociales. En este sentido, hoy en día existen más alternativas para poder mostrar y develar distintos tipos de cuerpos y de formas. YouTube, Facebook, Twitter, Instagram y otros medios posibilitan comunicaciones más de nicho, en las cuales personas de diferentes formas muestran sus distintas realidades. Esto es un gran avance, puesto que permite que haya cabida para ellos en el sistema social. Sin embargo, cuando uno se detiene a ver comentarios de videos en los que personas obesas hacen yoga o bailan, se puede ver un nivel de odiosidad y maldad en los comentarios altamente preocupante. Esto nos hace reflexionar sobre por qué la gente siente la necesidad de insultar al que es diferente: ¿qué es lo que en esta sociedad nos lleva a despreciar, incluso a odiar, a alguien que se sale de la norma autoimpuesta? ¿Cómo podemos juzgar tan libremente al otro sin conocerlo, sin saber si puede ser una persona tremendamente sana, pero simplemente con sobrepeso? Numerosos estudios de gran seriedad, por ejemplo, el libro Healthy at every size, de la doctora Linda Bacon, muestran que no necesariamente existe una correlación directa entre exceso (o bajo) peso y problemas de salud. Es una pregunta que vale la pena hacerse, porque nos hemos convertidos en entes que prejuzgan a los demás sin intentar indagar o empatizar con sus realidades. Nos hemos transformado en seres que sólo repiten un discurso embebido en la sociedad: ser demasiado flaco o demasiado gordo es malo, y no hay grises ni matices en ello.
Laura Palacios y Valeria Radrigán en presentación del libro.
Ver video en:
https://drive.google.com/file/d/0B9kDzL-uz0yVWVhWU1k3aFc1ZHM/view
Pasando al tema personal ahora, que va necesariamente imbricado con mi formación profesional como comunicadora social, debo decir que este libro ha abierto un espacio de reflexión y autoanálisis profundo. Luego de leerlo comencé a darme cuenta de cómo yo misma me juzgaba por un parámetro social impuesto totalmente irreal, que me exigía ser de una forma y sólo de esa para ser aceptada. Pero también me abrió completamente la mente: comencé a escuchar los supuestos piropos de “qué flaca estás” o asociado la delgadez con belleza como una simple repetición de un patrón cultural. Y empecé a escuchar también el otro lado: el de la gente gorda que me ha contado de sus dramas y sus problemas, y ya no vi la necesidad de decirles cómo bajar de peso ni qué dieta hacer ni cuánto comer ni a qué horas, que era lo que solía hacer, sino de confortarlos con una palabra de aliento que les permitiera sentirse bien con su realidad y con su cuerpo. Es un trabajo en progreso. Hace una semana o algo así vi una foto mía de lado y mi primer pensamiento fue: oh, qué flacos se me ven los brazos, qué lindos. Y tuve casi una experiencia de salirme del cuerpo y mirarme y sentirme mal porque me juzgué por el grosor de un brazo. Me considero una persona con muchas otras cosas por las que sentirme orgullosa, y fue impactante darme cuenta cómo este tema es transversal a todas las áreas de mi vida. Porque, aunque soy periodista, el gran amor de mi vida es la cocina, y en todo este análisis de introspección que me provocó el libro, me di cuenta de que si no le hubiese tenido pánico a la comida, a lo que podía hacerme, habría estudiado para ser chef. Y no lo hice porque me daba miedo: tendría que probar las comidas, y entonces, ¿qué pasaría? ¿Engordaría? Me daba un susto tremendo y dejé de lado ese sueño por la seguridad de un cuerpo que, a final de cuentas, con los años, fue experimentando enormes variaciones. Este es un tema que hemos discutido ampliamente con Valeria: el miedo a la comida, la necesidad de ver algo que también es cultura y que reúne a las personas, como algo malo, como un monstruo al que, si dejas entrar, te va a comer. Y entonces dejamos de disfrutar, porque estamos en constante control de nuestra ingesta, de nuestro gasto calórico. Yo soy una promotora absoluta de la comida saludable, entendida como alimentación de buena calidad, con materias primas e ingredientes buenos que alimenten tanto como satisfagan. Pero la cultura de hoy estigmatiza el disfrute de la comida si no tienes la “buena suerte” de tener una genética que te mantenga delgado.
Hace unos días una amiga me contó que llevó a su hija de 13 años a la nutrióloga, porque la niña, que era muy deportista, sufrió una lesión y engordó un poco al dejar de hacer ejercicio. Fue la misma niña quien, alarmada, le pidió a mi amiga ir a ver a la profesional. Ella la llevó y la nutrióloga, después de pesarla y medirle la grasa y demases procedimientos, le sentenció que tiene que bajar 8 kilos para estar en el IMC correcto. La niña es una niña normal, mide 1.60 y pesa 58 kilos. A simple vista me parece muy proporcionada y bella. Pero ahora la gran preocupación de mi amiga es que su hija dejó de comer porque está obsesionada con que debe pesar 50 kilos. Incluso aunque baje 5, y se vea mucho más delgada, se va a quedar para siempre con la idea de que le sobra peso, y esa sensación es muy difícil sacársela de encima. ¿Valdrá la pena que una pre adolescente, en plena edad voluble, sea sometida a un juicio como ese que puede terminar en un trastorno como la anorexia?
Finalmente, quiero invitarlos a leer el libro y meditarlo, analizar con cuidado la relación que tienen con sus cuerpos y con los cuerpos de otros, mirarse hacia dentro y hacer la reflexión de cuánto y cómo han sufrido por sus formas, o han hecho sufrir a otros por las de ellos. Creo que este libro es un aporte fundamental a algo que es absolutamente necesario en esta época: la capacidad de aceptarnos, aceptar al otro, dejar de juzgarnos y de juzgar a los demás y abrir la mente hacia la posibilidad de que existan realidades distintas a la que nos ha sido impuesta y que pueden hacernos mucho más felices.
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