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TRES POEMAS (DE "POEMAS SIN FIN")
1. POEMA VII.
(ESTANQUE ESCONDIDO)
Puedo ya entrar hasta el fondo de tus ojos
Como si tú fueras un estanque escondido,
Donde una profunda y dulce vida acuática
Iluminara ese mundo de rayos submarinos.
Y se unieran entonces los peces y las flores,
El origen de la noche con la aurora que nace,
El despertar del viento junto a sus remolinos,
El parpadeo radiante y el chasquido de pétalo.
Entonces, yo sería un residente desconsolado,
Por nacer tan lejos de esta repentina ternura,
Y que nadie presagia ni presiente sus hálitos.
Sin embargo, mi reino de risco y temporales,
En lluvias de inviernos solitarios y enérgicos,
Ansía mezclarse a tu cabellera centelleante,
Similar a plumas de negras aves milagrosas,
Pues ocultas ángeles copiados de mis ojos
Y yo busco caer a tus labios, fértiles y tersos,
Tan delicados como rosáceas yemas lunares.
2. POEMA XV.
(DESCONOCIDA)
Puedo escribir sin que sepas
Sin que admitas ni adivines
Sin que todo vuelva al inicio
Sin que abras esas pupilas
E ilumines el día con tu risa.
Sin que te siga el relámpago
Y el trueno señale tu nombre
O te alcance mi dura tristeza.
Puedo gritar así tu nombre,
Sin que escuches o calles
Y yo vague por la soledad
Que habito sólo para penar.
Sin que lo sepas, ni sientas,
Lo albergues o sospeches.
3. UN HOMBRE SALVADOR.
(Con motivo de su traslado desde
Viña del Mar a Santiago en 1990)
Un hombre, no puede tener dos muertes,
Dos sepulturas y dos llantos inconclusos.
Una fosa en la tierra y una libre en el aire.
Un hombre, no puede salir por el viento
En caballos de sombra para subir al sol,
Si tiene manos sorprendidas en la tierra,
Ni posarse en la cumbre de nubes leves,
A fragmentar dos comarcas y dos gritos.
Un hombre libre, no debe ser sepultado
En grietas de la patria bañada en sangre,
Para que no pueda ver el alba que vendrá.
Ni pueden ocultar su estatura en la noche.
Ni cegar la memoria total de estampidos.
Ni tapar sus ojos para apagar su claridad.
Un hombre común sufre miles de muertes,
Alcanzan a matarlo cada día, vedar su voz
Que sobresale del pavor como puño de luz.
Un hombre que es, claro, la sal de la tierra,
Genéricamente multiplicado en un llamado,
Conoce la fonética de la semilla y la lluvia.
Por eso no me asombro cuando se levanta
Y se pone a caminar, tiernamente, el abismo
Llevando en sus manos un pañuelo blanco
Y nos señala como a los hijos de la lumbre,
Y aunque todos tenemos muchos rostros,
Él, sabrá encontrarnos, allí donde estemos,
Esperando con una bandera para redimirlo.
Yo sé que un hombre, puede asir la muerte,
Y puede volver, porque marchó con nosotros.
Julio Campos Ávila, profesor normalista jubilado. Escritor. Miembro de la Sech y otras organizaciones literarias internacionales. Mantiene una gran cantidad de trabajo inédito. Vive en Santiago de Chile. Ha sido incorporado a varias revistas digitales.