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DE UNA FÁBRICA DE LICORES A CENTRO DE ARTE
Rodrigo Quesada Monge, Costa Rica
Costa Rica estableció una fábrica nacional de licores, allá por mediados del siglo XIX, poco después de que la invasión extranjera fuera repelida, y con el afán de extraerle a la población algunos impuestos que le hicieran posible al estado costarricense recuperarse ligeramente del impacto de la invasión, y de la crisis demográfica que había padecido la nación a consecuencia de la cantidad de cadáveres que el cólera, otro efecto de la guerra, había dejado insepultos en los campos de batalla, y principalmente en los ríos.
Las instalaciones de esa fábrica de licores, que abasteció durante años a los bares y cantinas de nuestro pueblo con el aguardiente requerida para olvidar penas y problemas, se encuentran en el puro centro de la ciudad de San José, un lugar feo y triste, donde los costarricenses fuimos capaces de convertir, por ejemplo, el viejo y bello edificio de la biblioteca nacional, en un parqueo para automóviles. Hemos arrinconado en la memoria a los barrios de clase, cuyas edificaciones hoy han terminado en manos de extranjeros quienes las han convertido en hoteles, hostales y moteles. El esfuerzo que tendrá que hacer la municipalidad de San José, para devolverle a la ciudad el glamour que alguna vez reportaran los viajeros anglosajones y franceses de fines del siglo XIX como algo irrepetible en el resto de Centroamérica, tendrá que ser ingente y generoso.
Pero las instalaciones de la fábrica nacional de licores, hoy convertidas en un centro de arte, donde los silos, la tubería y los alambiques abrieron paso a teatros, salas de conferencias y oficinas de investigadores y promotores de la cultura, pueden terminar convirtiéndose, finalmente, en un supuesto centro cívico, donde el actual Presidente de la República, Premio Noble de la Paz, y el latinoamericano con más doctorados honoris causa (46), piensa trasladar la casa presidencial.