Este mes echaremos un vistazo crítico a la obra fotográfica del artista Julio César Barón, artista colombiano de la generación de los noventas. Él tiene la particularidad de trabajar fotografías análogas en blanco y negro. Sus fotografías en una primera serie, están conformadas por retratos. Pero esos retratos tiene algo que nos sorprende: los ojos de los personajes estan cubiertos por otros retratos, que nos hacen pensar en las fotografías de identidad pero donde la identidad está cuestionada. Al ver un rostro que no nos ve, la extrañeza se instala. ¿Pero podemos afirmar en efecto que esos rostros no nos ven cuando en verdad nos están mirando? La mirada del retratado deviene un rostro que nos obeserva. Aquí se genera una paradoja: ¿Quién mira a quién? Esos personajes enmarcados en otro rostro, se convierten en los ojos de aquellos que no nos ven en realidad. Especie de invidentes, donde "la divina chispa a partido" decía Charles Baudelaire en su poema los ciegos. Ese resplandor, ese brillo de la mirada que posee todo ser humano, se ve reemplazado por un rostro, que parece haberse detenido en el tiempo. Como si el presente y un lejano pasado se unieran en un instante donde la muerte espera. Y además ese rostro está impreso sobre una tela.
Roland Barthes nos había anunciado esa cercanía de la fotografía con la muerte. Y en las fotos de Julio César Barón, precisamente eso es lo que se revela. Pero al mismo tiempo hay un icono que parece darle una luz a ese momento sombrío: es la imagen de Cristo y el Sagrado Corazón coronado de espinas, que se ha convertido en una imagen recurrente. Cada imagen en los ojos es indudablemente un pasado, que trata de hacerse visible en un presente. Y la mejor manera de hacerse visible es precisamente dentro de un punto de vista, donde la mirada se ve encubierta por estas imágenes. Existe un intento de reconocimiento donde el otro aparece sin darnos cuenta que ese otro es pura mirada. Veamos que nos dice el artista al respecto:
En efecto, una mirada en el espejo nos envía a un instante donde el « reconocimiento » es inevitable, y donde la extrañeza ha sido excluida, pues todo es absoluta familiaridad. Una mirada en una fotografía, que quizá no nos habla de nosotros mismos, nos habla de un recuerdo. Y ese recuerdo es el que Julio César intenta revelar pues la fotografía logra retenerlo. Ese congelamiento del recuerdo, hecho imagen, nos hace pensar no solamente que la fotografía es memoria en esencia sino también que el rostro es pura memoria. ¿ Y la mirada ? La mirada se desvanece frente aquello que nos mira en el recuerdo, pues el recuerdo pese a todo no se da en su totalidad y nos es inaprensible, en términos de imagen. Esa idea de congelamiento nos lleva a otra serie fotos donde los rostros se ven « enmarcados » dentro de « velas » de hielo. Esta vez, las imágenes parecen consumirse dentro ese congelamiento.
« Se trata de ver el término "congelar" que se usa en fotografia, de congelar la imagen o el momento , de modo literal en la foto. Alude también a la paradoja de una vela de hielo, cuya luz durará unos pocos segundos antes de entrar en contacto con el hielo y apagarse la llama. Se encuentran diferentes personajes del común más el icono de la imagen de Jesús, que se ha vuelto una imagen dentro de mi iconografía» . Los rostros congelados, la llama que se consume, el frío frente al calor, los ojos « cerrados » por otros rostros.. En comunidades antiguas, se tenía la creencia que el alma salía por los ojos, de ahí que en los enterramientos se les pusieran piedras preciosas o metal para evitar que el alma deje su cuerpo, así como para los griegos los ojos eran la ventana del alma. Indudablamente las fotografías de Barón nos revelan eso que nos acecha desde que nacemos : el recuerdo en la memoria de la piedra.
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