Santiago de Chile.
Revista Virtual.
Año 8

Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 82
Abril 2006

 


LA COPA ROTA
Teatro por Zamacuco
Columna a cargo de Ricardo Castro

Zamacuco
El siglo XXI

 

La copa rota
(Monólogo)



Personajes

Carlos Hombre entrado en años, canoso, de ojos tristes.

Músico 1 Toca la guitarra

Músico 2 Toca el violonchelo

Músico 3 Toca el piano

 

Acto único

La escena ocurre en el Iguana's bar: un lugarcito de mala muerte.

La sala está en penumbra. Solamente se escucha el ruido monótono de las copas y vasos que están siendo lavadas prolijamente. La tenue claridad de una ventana deja que la luz difusa de un farol se filtre desde la callejuela tortuosa de un barrio miserable.

En una de las sillas centrales, casi recostado sobre la pequeña mesita cargada de botellas y un par de copas, permanece Carlos, abatido, destrozado, absorto en sus negros pensamientos.

Al fondo, casi cerca de la puerta de entrada, en otra mesa que permanece a oscuras se alcanza a divisar la silueta de una mujer estática, con una copa en la mano.

Desde algún sitio nos llega, a intervalos, como traída a retazos por el viento de la noche, la música y la letra del inmortal bolero de Benito de Jesús, "La copa rota".

Aturdido y abrumado, por la duda de los celos
Se ve triste en la cantina a un bohemio ya sin fe

Carlos.- ( Se levanta de súbito y lanza lejos la silla donde estaba sentado. Grita como un loco ). ¡Maldición! ¿Acaso no pueden apagar del todo esa maldita radio?

La música cobra intensidad:

Con los nervios destrozados y llorando sin remedio
Como un loco atormentado por la ingrata que se fue.

Carlos.- ¿Es que no hay nadie en esta pocilga de mierda? ¡Hey! ¡Cantinero! ¿Puede servirme otra botella? ¡No lo puedo creer! ¡Y este dolor que me taladra el alma! ( Avanza hacia el público y se sienta en el borde del proscenio . Saca de uno de sus bolsillos un legajo de papeles arrugados, los desdobla prolijamente, los contempla de manera estúpida ). Estuve escribiéndole una carta. Si. aunque ustedes no lo crean. le estaba escribiendo una carta. ( Lee con voz dulce, tierna, como si estuviera hablándole al oído a la mujer amada ). "Teresita: Jamás, durante los ocho años que compartimos, te escribí una carta. Tampoco tú me escribiste. Era un acuerdo entre los dos no dejar huellas, no dejar pistas que nos delaten. Nada de regalos que despierten suspicacias en tu casa o en la mía. Nada de fotos. Nada de tarjetas por el día de los enamorados. ¡Qué precavidos fuimos! ¿No te parece irónico recibir ésta, mi primera carta, una vez que todo ha concluido entre nosotros? ( Al público ) Nunca envié la carta. La conservo para mí. Jamás llegarán a sus manos estas menudas letras que desnudan mi alma.

La música de la radio se filtra por la pequeña ventana.

Mozo, sírveme, la copa rota
Sírveme que me destroza, esta fiebre de obsesión.

Carlos.- ( Lee la carta, que casi se la sabe ya de memoria ). Te escribo, a pesar de que sepa que quizá tus desdeñosos ojos no quieran posarse siquiera sobre estas amargas letras. Te escribo porque no me queda otra alternativa. Te escribo porque los pensamientos y las ideas fijas han formado un rebelde tropel y temo que se me escapen sin control. Te escribo porque has cerrado toda comunicación posible; porque has bloqueado tus teléfonos y no das paso a mis llamadas insistentes. ( Detiene la lectura. Se dirige al público, como si abriera su corazón ante el amigo confidente ). Yo veía venir la cosa. Desde mucho tiempo atrás presentí sus infidelidades. Los pequeños detalles iban delatándola. Cada vez se hacía más difícil el encuentro entre los dos. Le bastaba cualquier pretexto para mantenerme alejado. Dilataba sistemáticamente nuestras citas. Desconectaba su teléfono celular o no lo contestaba. Llegó al colmo de jurarme que perdió el teléfono en un taxi y que el chofer le devolvió a los tres días. Me daba largas. Si un miércoles le pedía que nos viéramos, me decías que no. que el trabajo la retenía hasta la noche. Si un jueves reclamaba para mí, me contestaba que tenía clases de guitarra: ¡vaya clases las que ella recibía! Si lograba convencerle algún viernes, subía a mi automóvil y me pedía que solo tomáramos un caf é, porque la noche no era propicia para la intimidad. Según ella. una bandera roja impedía a los más expertos nadadores lanzarse sobre ese mar picado. Si algún martes lográbamos finalmente estar juntos, su cuerpo no respondía ya a las sutiles caricias. Era como si el cauce, como si lecho de sus profundas humedades se hubiera secado.

Silencio. Carlos se pone de pie y avanza como un fantasma hasta una de las mesa del fondo. Conforme él avanza, adquiere claridad la mesa de Teresa. Allí, sentada con una copa en la mano, está ella, o la silueta de ella o un simple maniquí que pretende ser ella . Carlos la contempla con intenso amor. Se sienta frente a la mujer amada, la toma de la mano y le habla casi en un susurro.

Carlos.- Ya no lograba mojarte allí. como en esos tiempos en los que aún con el apretarse de nuestras manos lograba que tus interiores exploten... ¡Claro! ¿Cómo iba a palpitar tu carne con mis caricias cargadas de ternura si tú, mi vida, eras desgarrada noche a noche por la torpe brutalidad desenfrenada de tu nuevo amante? ( Suelta la mano de Teresa y se pone de pie , mientras se restriega los ojos con un pañuelo ). ¡Qué duro es sentir la soledad! ¡Qué amargo descubrir la traición! ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? ¿Por qué carajo tuviste que engañarme? ¡La gran puta!

Carlos abandona la mesa donde está Teresa. La mesa del fondo queda en penumbra. Carlos avanza hasta el proscenio. Está fuera de sí. Su voz es sarcástica.

Carlos.- ¡Había podado su jardín! Ja, ja, ja. ¡Qué idea! Recuerdo perfectamente esa tarde de abril. Fue en uno de los moteles de la Mariscal. Al contemplar su cuerpo desnudo no pude dejar de estremecerme. Alguien había podado su jardín. Ahora parecía un pequeño y ridículo triángulo negro que descaradamente la delataba. ¡Qué detalle! ¿Quién fue el experto jardinero? Me juró entonces que ella mismo se había depilado. ¿Por agradarme? Los pequeños detalles. siempre los malditos pequeños detalles. Yo, sin embargo, nada le decía. No quería mostrarme ante ella como un celoso estúpido. ¿Con qué pruebas podía condenarla? Pero su forma de hacer el amor cambiaba en cada encuentro. Su cuerpo iba adquiriendo un ritmo diferente, mecánico y ausente; más técnico que pasional; más gimnástico que profundo y verdadero. Si yo la abrazaba y la poseía de frente como Dios manda, para besarla, para agonizar yo mismo ante el desfallecimiento de sus ojos, ante el caer de sus párpados durante sus orgasmos, se detenía en seco. Abandonaba el lecho y se paraba de espaldas. Sonreía burlonamente. Se agarraba de la baranda de madera y me ofrecía con descaro el amor yermo. Y así, de espaldas ante mí quería ser poseída.

Se escucha sonar el timbre en la puerta del fondo. Carlos va a abrir, pero se detiene. Retrocede.

Carlos.- ¡Mierda! ¿Por qué timbré esa maldita puerta? ( Se desploma sobre una silla ). Todas mis sospechas se tornaron violentamente en descaradas evidencias. La fatídica noche llegó. sin que ella pudiera evitarlo. Era un miércoles y yo le había dicho que quería verle. Me contestó que eso no era posible, que regresarías muy tarde a su casa, debido a sus ocupaciones. Pero yo estaba ya persuadido, convencido de sus engaños. Entonces fui a su casa y timbré. ( Se escucha el sonido del timbre en la puerta del fondo ) Nadie me esperaba. La voz de un desconocido atendió el teléfono interno y la llamó. Ya no pudo ocultarse de mí. Tuvo que abrir la puerta.

El timbre suena nuevamente, con insistencia. Va hasta la puerta del fondo y la abre de par en par. Entra el Músico 1. Éste avanza con su guitarra y se sienta en una de las sillas. Carlos va hasta la mesa del fondo e increpa a su amada con voz agria:

Carlos.- ¿Se te heló la sangre en el cuerpo al constatar que era yo el que llegaba? ¿Presentiste el desenlace? Estabas nerviosa cuando bajaste a abrir la puerta. Esquivaste el beso y subiste apresuradamente. Al llegar a la sala de tu departamento no vi al hombre. Te pregunté entonces quién había contestado al teléfono interno. "Un amigo", dijiste. "Un compañero con quien practico la guitarra". ¿No dijiste que esta noche llegarías muy tarde? ¿No dijiste que era imposible que hoy pudiéramos vernos? Tu nada respondiste. ¿Cómo podías añadir más mentira a la mentira? ¿Y dónde está tu amigo?, pregunté. ¿Puedo verle? ¿Puedo conocerle? "Claro", dijiste con una sonrisa forzada. Entonces avanzaste hasta tu dormitorio. Yo seguí tras de ti por el estrecho corredor ( Carlos avanza lentamente hasta la mesa donde se ha sentado el Músico 1 ). La puerta estaba entreabierta. Un tipejo de mala traza, de rasgos vulgares, un cholo cualquiera sin refinamiento alguno estaba semi recostado en tu cama. Blanco era su pantalón, como el que usan los otavaleños. De su cabeza brotaban las negras cerdas en forma de cola de caballo. ¡Semi recostado en tu propia cama! A su lado, sin saber cómo ocultar su vergüenza, yacía una humilde guitarra.

Carlos mira al músico de hito en hito. Le da la vuelta. Examina sus ojos, sus dientes, sus orejas, como si se tratara de alguna bestia en pleno mercado.

Carlos.- ¿Sabes lo que es la canalla, Teresita? Profunda indigencia moral e intelectual: esa es la canalla. ¡Qué despreciable! ¡Qué poca cosa es lo que ha logrado conquistar mi Teresita! Ella, tan refinada. Ella tan fina, tan distinguida, está tirando con un cholo de última calaña. No lo puedo creer. ¡Esto es repugnante! ( Se rasca la nariz de manera insistente ). Sin poder evitarlo empecé a rascarme la punta de la nariz. Me picaban las ternillas, como ocurre cuando el olor se pone nauseabundo. Se me subió la sangre a la cabeza, pero supe contenerme. ¡No sabes cuánto me costó! A pesar de todo lo que estaba viviendo en ese momento, tuve carácter para burlarme un poco de la estúpida situación.

Carlos avanza hacia la mesa de su amada.

Carlos.- ¡Qué bien! Entonces pongámonos cómodos. Avancé hacia uno de los costados de tu cama para recostarme. Tú sabías que eso haría. Te diste cuenta de mi intención. Leíste mi mente. Al recostarme en tu cama, el musiquito descubriría de inmediato quién era yo. ¿No hablan los hechos, los gestos, las acciones más claramente que las palabras? "¡No, no!", dijiste. "¡Vamos a la sala!".

Carlos avanza hasta la mesa del Músico 1. Toma una silla y se sienta frente a éste.

Carlos.- Me hundí en un sillón. El amargo sabor de la bilis se agolpaba en mi garganta. « ¿Entonces es este el musiquito? » Me dije a mí mismo. « Veamos qué tal toca ». ¡Toquen algo! -les dije-. Algo que hayan repasado. y suene bien.

Carlos va nuevamente hacia la mesa donde está su amada y se sienta. Acaricia sus manos y las besa.

Carlos.- Toca, mi amor. Toca. Destroza esa guitarra con tus manos. ( Se levanta, herido como una fiera y grita ). ¡Hey! ¡Cantinero! ¿Puede servirme otra botella? ¿No ve que tengo seca la garganta? ¿No ve que tengo seca el alma?

De un manotazo vira la mesa. Las botellas y los vasos ruedan por el suelo . Carlos se pone de pie y va hasta el proscenio.

Carlos.- ¿Cómo voy a acordarme en este momento lo que esos dos tocaron? Yo solamente recuerdo notas destempladas, cuerdas rasgadas sin arte ni sentimiento. Yo solamente recuerdo el rostro pálido de ella; su sonrisa nerviosa y esquiva. ¡Todavía están verdes! -Comenté- ¡Les falta mucha práctica! ¡Especialmente a ti, Tere! Todavía no has logrado acoplarte. - Ese acoplarte lo escupí con asco; para que se le quede clavado en su pecho. Me paré entonces y empecé a hablar lentamente, casi en un susurro. Mientras ellos rasgaban sus guitarras había yo decidido poner en claro las cosas. "¿Sabes tú que la Tere y yo somos pareja desde hace ocho años?" Le iba a decir, así de sopetón. Luego iba a acercarme para arrancarle de las manos esa destemplada guitarra. Le iba a preguntar de frente. "¿Estás tirándote a mi hembra, pendejo?". Yo sabía de sobra en qué terminaría ese diálogo. Vacilé, sin embargo. ¿Y si este pobre tipo nada tiene que ver?

Carlos va hacia la mesa de su amada y se sienta junto a ella.

Carlos.- Vi tu rostro, hermoso y delicado como siempre. Vi la máscara del que hoy anda contigo. Su mirada era esquiva. Dudé. Di marcha atrás en mi primer propósito. Propuse entonces discutir tu proyecto de creación de una Universidad... ¿Lo recuerdas? Nos sentamos tú y yo a la mesa. El lacayo, con su mirada de servicial lacayo, dejó a un lado su guitarra y nos ofreció cerveza.

El Músico 1 llega, en efecto, con un charol en el que ha colocado dos cervezas. Se sienta a la mesa y entrega una botella a Carlos.

Carlos.- ( A Teresa ). ¡Ya se ha apoderado de la casa! Con toda confianza entra a la cocina, lo revuelve todo. Abre la refrigeradora. Este no es un extraño. No es éste una simple visita. Se comporta como alguien que habitualmente llegaba a tu departamento, alguien al que le permites todo tipo de confianzas. ¡Error! Trajo una cerveza para mí y otra para ustedes dos. ¡Una sola cerveza para los dos! ¡Nada de vasos! Ambos bebían a intervalos, de la misma botella. Las asquerosas babas del fulano quedaban impregnadas en el borde. y tú. tú amor mío. bebías del misma frasco. ¡Qué amarga esa cerveza! ¡Qué repugnante esa cerveza! ¡Qué estúpido fui al beber esa maldita cerveza, sentado, sin decir una sola palabra, mordiéndome por dentro! ¿Por qué no le partí la madre al infeliz? ¿Por qué no te eché en cara tu desvergüenza? ¿Qué me detuvo? Hablé y hablé sobre el maldito proyecto de universidad. Hice propuestas. Y tú, tú mi Teresita le dabas al cretino su lugar. Le preguntabas si él estaba de acuerdo con mis planteamientos. ¡Qué kafkiana me parece ahora la escena, al recordar los hechos!

Suena nuevamente el timbre de la puerta. El Músico 1 se para y va a abrir. Entran el Músico 2 y el Músico 3.

Carlos.- ¿Qué es esto? ¿Un desfile de monos?

El Músico 2 llega con un violonchelo, avanza hasta una de las sillas, abre sus piernas y coloca entre ellas el instrumento de cuerdas. El Músico 3 va hasta el piano, lo abre. Ambos ensayan alguna nota.

Carlos.- ( Se acerca al Músico 2, al del violonchelo ). Así, de rodillas ante mí, tantas veces besaste mi hombría. ¿No tienes asco, no te revuelve el estómago al hacer lo mismo con ese miserable? ¡Respetémonos, Teresita!

Carlos va hasta el piano y lo cierra.

Carlos.- Este es un noble instrumento. ¡No lo ensucies! ¡No lo enturbies con concupiscencia! ¡Todo lo has manchado! ¡Todo lo has prostituido!

Carlos se arrastra hasta la mesa de la traidora.

Carlos.- Tú, como siempre, como habitualmente es tu costumbre, lo negaste todo. ¿No era esa precisamente la táctica que me habías aconsejado? "Si alguna vez tu mujer se diera cuenta de lo nuestro. niégalo todo". ¿Cómo podía creer lo que tú me decías? ¿Acaso soy un imbécil? ¿No estaban claras las evidencias? Desde esa maldita noche, un dolor agudo, insoportable, se me clavó de lleno en la mitad del alma. Era una noche oscura y fría. Parado junto a ti me quedé mudo. Descubrí en ese instante lo mucho que te había querido. Solamente alguien verdaderamente enamorado puede sentir tanto dolor, tanta angustia, tanta frustración. El amor había llegado lentamente, sin ser advertido, como si se hubiera deslizado sobre un tapete de plumas. Un amor maduro, profundo, sincero, definitivo.

Los músicos empiezan a tocar los primeros compases de "La copa rota" que escribiera Benito de Jesús e inmortalizara Alci Acosta.Al fondo, en la mesa de la infiel, la copa que está en sus manos, brilla como si tuviera luz propia. La copa tambalea y finalmente cae a suelo y se hace añicos.

Aturdido y abrumado, por la duda de los celos
Se ve triste en la cantina a un bohemio ya sin fe
Con los nervios destrozados y llorando sin remedio
Como un loco atormentado por la ingrata que se fue.
Se ve siempre acompañado del mejor de los amigos
Que le acompaña y le dice ya esta bueno de licor,
Nada remedia con llanto, nada remedia con vino
Al contrario, la recuerda mucho mas tu corazón.
Una noche como un loco, mordió la copa de vino
Y le hizo un cortante filo, que su boca destrozó
Y la sangre que brotaba, confundióse con el vino
Y en la cantina este grito a todos estremeció.
No se apure compañero si me destrozo la boca
No se apure que es que quiero con el filo de esta copa
Borrar la huella de un beso, traicionero que me dio.
Mozo, sírveme, la copa rota
Sírveme que me destroza, esta fiebre de obsesión.

Telón

 

 



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