Santiago de Chile.
Revista Virtual. 

Año 6
Escáner Cultural. El mundo del Arte.
Número 66
Octubre 2004

OSCAR WILDE
EN AMÉRICA LATINA


Desde Costa Rica, Rodrigo Quesada Monge 1

El 16 de octubre de este año se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Oscar Wilde, poeta y narrador irlandés, sobre quien se han escrito y dicho infinita cantidad de cosas, no siempre ciertas, justas o generosas. Porque Wilde representa para muchos el punto pico de la crítica contra los prejuicios y convencionalismos de la sociedad burguesa, de la Inglaterra de la era victoriana en particular. Tanto así como para que terminara en la cárcel durante dos años, y la abandonara en el mayor estado de desamparo y sequía literaria.

Este mártir, este autoinmolado y denostado poeta maldito, nos ha dejado una obra literaria importante, quizás para muchos de poco peso específico en la literatura de lengua inglesa, pero, para otros, de gran calibre moral y cultural. Entre estos últimos encontramos algunos latinoamericanos que lo conocieron, lo leyeron y lo siguieron con cariño y respeto, aunque con cierta distancia y cautela también. Valga mencionar, entre ellos, a José Martì, Rubén Darío y Jorge Luis Borges, para quienes el poeta irlandés representa la cima de la elegancia literaria y personal, pero también el más notable ejemplo de hasta donde puede llegar un artista, un intelectual, por defender sus convicciones morales, artísticas, y, por qué no, hasta sexuales.

Cuando Wilde llegó a los Estados Unidos en 1882, un periodista latinoamericano que reportó su visita y el impacto de la misma en el medio social, político y cultural de ese país, fue precisamente José Martì, el prócer de la independencia cubana y una de las glorias literarias de América Latina. Él escribió una larga carta al director de La Opinión Nacional de Venezuela, donde describe y evalúa las distintas aristas de una visita que, para los norteamericanos, fue más bien un espectáculo que otra cosa.

Martì no parece simpatizar mucho con las posiciones estetizantes de Wilde y su ideario sobre la importancia de la belleza en la vida de los seres humanos. El momento en que el poeta irlandés hace su visita a los Estados Unidos es particularmente relevante debido, en gran medida, a la expansión industrial que la nación norteamericana está experimentando, y la importancia que tienen en este proceso la fuerza, la vitalidad, y el sentido del presente, valores recogidos con maestría por Walt Whitman, un poeta al que Wilde amaba con delectación, y al que tuvo la oportunidad de visitar. Martì recoge mucho del sarcasmo con que fue recibido Wilde y de la caricatura que se le hizo por su prédica del dandismo en un país que, con dificultades, entendería el verdadero significado, según él, de la belleza y el buen vivir para los hombres y sociedades de la época. Aún así, Wilde siempre creyó que los Estados Unidos eran un pueblo muy educado políticamente, y que sus mujeres, esencialmente, estaban destinadas a la realización de grandes cosas. Cuando Martì muere en 1895, Wilde era condenado a trabajos forzados durante dos años, según la justicia britànica del momento, por sus inclinaciones sexuales.

Para Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense, Wilde es uno más de los poetas malditos de finales del siglo XIX. Con ello el poeta centroamericano, que lo conoció en París en uno de sus peores momentos, como le sucediera con Verlaine, quiso decirnos que Wilde representa a una generación de artistas y pensadores (no de filósofos, como dirían los alemanes) dispuestos, tiempo completo, a entregar el pellejo por sus creencias estéticas y personales. Las pasiones y convicciones de Wilde, para Darío, tenían el carácter de instrumentos existenciales con los cuales explicar cada una de las decisiones que se tomaban en la vida cotidiana. Por eso, sigue diciéndonos Darío, no es posible separar al poeta del gran vitalista que fue Wilde. En este sentido, el nicaragüense fue más generoso que Martì, posiblemente porque lo conoció al final de sus días.

Por otro lado, la estrategia de acercamiento de Jorge Luis Borges, uno de los grandes poetas latinoamericanos del siglo XX, y uno de los más solventes conocedores de la literatura inglesa en estos medios, Wilde es sobre todo el poeta del encanto y de los encantamientos. Borges nunca vio en él la malicia política, que pudo haber disgustado a Martì, o el afán de auto inmolación que percibió Darío. Con Borges, Wilde se agranda a partir de sí mismo. Su recomendación más sentida, para no enjuiciarlo, es meterse en su mundo de niños, fantasmas, utopías, flores y tapices, de lo contrario, se lo pone a decir lo que no dijo.

Esta es la vena artística y cultural que exploran otros lectores interesados en Wilde como los críticos españoles José Antonio de Villena, y el exquisito Francisco Umbral, para quien Óscar fue un hombre tan lleno de amores frustrados que su literatura es un tabernáculo repleto de ideales inconclusos y de planes por realizar. Por eso, bien se puede sostener, Wilde es el profeta de aquellos que en el siglo XX verían coronados sus sueños de realización personal, artística y moral. Sus utopías le pertenecen a los homosexuales, a los marginados, los desposeídos y los malditos, como diría Darío.

No es curioso, entonces, que se ignore tanto y se le conozca tan mal en América Latina, a un poeta para quien los ideales de belleza, perfección y armonía lo eran todo en la vida cotidiana de las personas, puesto que en nuestros países tales valores, si han de tener sentido, deben ir fuertemente amarrados a las soluciones que se le puedan brindar a los pobres sobre su condición, donde la belleza y la armonía no son precisamente ingredientes primarios para la construcción de utopías, como pretendía Wilde.

Sin embargo, no por ello, y en función de nuestra férrea identificación con las luchas culturales y políticas más decisivas de América Latina, no es posible olvidar tampoco a los grandes poetas que produjo el imperio en su momento. ¿Cómo hacerlo, cuando Wilde soñó siempre con una sociedad donde las discriminaciones de todo tipo fueran erradicadas eternamente? Las críticas de Wilde a la sociedad de su tiempo fueron más allá de ser simples destellos anti-burgueses, porque están tamizadas con el afán antiimperialista (por ser irlandés) y anti totalitario (por su homosexualidad romántica y consecuente) que caracteriza a las personalidades independientes y ferozmente individualistas que ha producido la misma cultura burguesa, difíciles de comprender para quien cree que el mundo se puede meter en un esquema cultural, ideológico o político, por más sofisticado que éste sea. Ahí está el caso del poeta cubano Reinaldo Arenas para probarlo.




1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.



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