Desde Costa Rica, Rodrigo
Quesada Monge 1
La propuesta
Hace varios años, en algunos de nuestros libros2, intentemos construir un proyecto mediante el cual fuera posible iniciar una reflexión sentida y bien pensada, sobre los grandes problemas de que iba sembrando el camino de la civilización, la tantas veces mentada y poco comprendida globalización. Porque tenemos entre manos un dilema: o abrasamos la globalización como un proceso de civilización con todo lo que ello implica, desde la perspectiva de la cultura, los deseos, sentimientos y pretensiones de los hombres, dentro de la órbita burguesa más clásica y consistente; o la visualizamos oblicuamente, es decir con sentido crítico, ponderación y cálculo político, como sugieren algunos escritores, artistas y poetas en la Europa de nuestros días, más vital, imaginativa y poderosa que nunca.
Nuestro proyecto ha continuado, casi sin interrupciones importantes, hemos publicado otros libros, en los que se desarrolla con más detalle nuestra idea, y hasta el momento algunos descubrimientos nos han sorprendido estoicamente. Si en la Europa de los últimos cincuenta años el humanismo está viciado por el pesimismo y la desesperanza, a pesar de las enormes dosis de vitalidad e imaginación que despliega en nuestros días la juventud de esos países, cada relectura de los clásicos de la cultura europea se encuentra con la dificultad instrumental y teórica de que los hombres y mujeres del presente no los entienden, ni tienen interés por entenderlos.
En la Europa de hoy la cultura clásica está en crisis. Esto porque, entre otras razones, el viejo clasicismo europeo logró ser finalmente malversado por Hollywood, y terminó metido en la camisa de once varas de las supuestas teorías posrevolucionarias, por un lado, al estilo de las que se elaboran denodadamente en ciertos países de América Latina, y por otro, en la sofisticada vulgaridad de la posmodernidad, más ajustada a la cultura de las revistas y los periódicos, que de los libros, las pinacotecas, o las salas de conciertos.
Ahora bien, el llevado y traído sambenito de que la cultura está en la calle, lo asumieron los teóricos y apologistas de la globalización para aplicarle la tabla rasa a todo aquello que no encajara con el modesto conjunto de valores que ha venido manejando por siglos la sobria, ordenada y bienquistada burguesía occidental. Para esta burguesía, entonces, los clásicos no tienen nada que hacer en las estanterías de las escuelas y colegios del presente, porque son lecturas para viejos, y el modelo con que se emplasta a la contemporaneidad, sigue diciendo la burguesía, está más cerca de la posmodernidad que de la modernidad.
Era nuestra idea, en algún momento, poder sacarle las castañas del fuego a cierta burguesía latinoamericana que vestida de levita y Bombin, polainas rosadas, pajarita de seda, bastón con puño de marfil y guantes azul turquesa, quería hacernos creer que sus perfumes eran más europeos que los malos olores del río Tàmesis o de las cloacas de la vetusta Venecia. La cultura no está en la calle decía esa burguesía, porque se encuentra bien protegida en el gabinete. Allí goza de buena salud porque sus feligreses, guardianes y perros de presa, con voces tonantes desde el más allá, nos dicen que solo es culto aquel que tiene su cabeza en las heladas cumbres de los Alpes y el corazón en las cálidas orillas del Mediterráneo. Con paciente tristeza terminé por comprender que algunos promotores de la cultura burguesa occidental en América Latina, se habían fijado más en el sambenito arriba mencionado, que en los poderes y riqueza de una cultura, hoy desaprensiva, desesperanzada y caótica, pero siempre abanicada por una enorme consistencia en sus contradicciones. Indiscutiblemente el camino de las apariencias y de las mimesis mal articuladas, está sembrado de miserias, pero sobre todo de frustraciones y deshumanización. La mayor parte, tristemente ya lo he dicho, de las oligarquías latinoamericanas, se quisieron quedar con el astro y labio de las adivinanzas nunca resueltas de la cultura europea mediterránea, para abrirse paso hacia lugares donde acabarían dando vueltas en circulo. Por eso no extraña que, para los europeos, la literatura latinoamericana del boom nunca remontara los límites establecidos por los espasmos de lo exótico.
La vía trazada por Martì.
El colosal sentido metodológico que tiene la propuesta de Martì, en el sentido de que la cultura universal debe ser percibida con óptica latinoamericana, va más allá del quehacer diario con que trató de instrumentalizarla el ilustre prócer cubano. Casi en la totalidad de la obra de Martì, existe una extraordinaria preocupación por validar una lectura latinoamericana de los distintos quehaceres políticos y culturales de otras partes del mundo civilizado. El criterio de civilización, en este caso, está sujeto al volumen de fortalecimiento del ser latinoamericano logrado con una cada vez mejor comprensión de lo que se hace en Europa y los Estados Unidos, antes que en su mimesis insustanciada. El amplio espectro de intereses de Martì así lo demuestra, puesto que nunca se agotó en la crítica fácil o el cumplido envalentonado y sin armonía.
Cuando Martì escribe sobre Oscar Wilde, solo para citar un ejemplo, lo hace desde el calor humano de una tolerancia reposada y cariñosa, donde el sarcasmo o la tergiversación nunca serán posibles. En ese sentido, Darío y Borges posteriormente harán lo mismo. Pero el surco abierto por Martì, ha dado frutos en el perímetro donde resulta más trascendente la tolerancia que la condena, puesto que la última solo es suficiente con un guiño, mientras que la primera requiere un esfuerzo humano descomunal. Es ese el sentido de la solidaridad hacia el cual Martì nos dejó un esquema, un camino lleno de tantas pistas, trazos y productos. Curiosamente el mismo año en que Martì muere, Wilde es condenado a dos años de cárcel por sodomía, dos conceptos distintos de la extinción que la existencia nos revela cotidianamente.
Pero la globalización tiene como deber fundamental uniformar y desvirtuar al mismo tiempo ese tipo de trascendencias, y nos saca a Wilde y a Martì del escenario para convertirlos en iconos descontextualizados de problemas humanos muy concretos. Todo lo que hubiera tenido que ver con la tolerancia según la veía Martì, y según la sufrió Wilde, se agotó en los gestos porque, en Borges por ejemplo, la experiencia de la tolerancia nunca fue más allá de su cuarto de estudio.
Esa misma tolerancia, de amplio espectro humano y humanístico, es decir de claros perfiles académicos, nos sorprende en Martì, cuando de la manera más sencilla aborda temas muy complejos de la cultura universal en la Edad de Oro , un conjunto de textos asombrosos por su factura, especialmente diseñados y pensados para niños. Es aquí, entonces, donde vuelve a hacer su aparición el tratamiento tolerante, respetuoso y erudito de los poetas europeos particularmente. Con los ingleses, uno tiene que tener mucho cuidado, puesto que la poesía romántica se resuelve en las trincheras por la independencia de Grecia, Italia, Alemania y otras naciones en vías de formación para esa época. El romanticismo para Martì, sin embargo, no tiene sentido, carece de textura, si no está debidamente amarrado, otra vez, a ciertas nociones de la tolerancia, la solidaridad y sobre todo del amor humanos3. La felicidad es una obligación les dice a los niños en la Edad de Oro. Con afirmaciones de este tipo, de claras resonancias jefersonianas, Martì no se acerca más a la poesía romántica inglesa, pero le permite advertir a los niños de América Latina, que en ese otro lado del Atlántico hay una poesía bellísima donde las mutilaciones también tienen sentido.
Para quienes hemos perdido un hijo, la lectura de Ismaelillo fue un porrazo de muchos kilos sobre nuestras conciencias adormiladas y bastas, donde el magma de la mutilación nunca alcanza por completo su punto de ebullición. Uno siempre está a la expectativa de que en el poema siguiente la resurrección sea posible. Tales experiencias personales, no están amarradas por el circulo neurótico que supone el conjunto de actividades repetitivas propuesto por los epígonos de la globalización. La poesía martiana, y la poesía en general nos enseñarán después el mismo Martì, nunca estará en relación directa con las pretensiones de un pensamiento único que quiere meternos a todos en el mismo saco. Las luchas anticolonialistas primero, y antiimperialistas después, le permitirán a Martì indicarle a la humanidad que el derecho a la diferencia está íntimamente entrelazado con el derecho a la felicidad.
Martì, el primer luchador antiimperialista de Nuestra América.
En la guerra hispano-antillano-norteamericana, la de 1898, de la que Lenin decía que era la primera guerra imperialista del siglo XX, el ideario martiano fue puesto a prueba en todos los terrenos, en el material, el militar, el económico, el social, el político y el cultural, pero aún así el mundo seguía siendo un mundo donde los ricos y los poderosos hacían a su antojo. “El mundo tiene más jóvenes que viejos, decía Martì. La mayoría de la humanidad es de jóvenes y niños. La juventud es la edad del crecimiento y del desarrollo, de la actividad y la viveza, de la imaginación y el ímpetu. Cuando no se ha cultivado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste. (…) Cada ser humano lleva en sí un hombre ideal, lo mismo que cada trozo de mármol contiene en bruto una estatua tan bella como la que el griego Praxiteles hizo del dios Apolo”4.
Este tratamiento utópico, este despliegue de su capacidad para soñar fue una de las herramientas más efectivas imaginadas por Martì para combatir al nuevo imperialismo que asomaba sus pezuñas detrás de las verdes montañas de América Latina y de Cuba en particular. El utopismo martiano no es de base delirante, es un utopismo que se sustenta en una comprensión muy cabal de la realidad de nuestros países, sobre todo a partir de la perfecta comprensión que tenía Martì de la cultura europea y de ese híbrido tan excepcional que es la cultura norteamericana. Para el soñador Martì, “la educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte. El cuerpo es siempre el mismo, y decae con la edad; la mente cambia sin cesar, y se enriquece y perfecciona con los años. Pero las cualidades esenciales del carácter, lo original y enérgico de cada hombre, se deja ver desde la infancia en un acto, en una idea, en una mirada. (…) La verdad es, dice Martì citando a Emerson, que la verdadera novela del mundo está en la vida del hombre, y no hay fábula ni romance que recree más la imaginación que la historia de un hombre bravo que ha cumplido con su deber”5.
Ese hombre bravo que cumple con su deber es parte del proyecto martiano en los límites de una utopía donde la bondad es la fortaleza fundamental. La bondad nos hace fuertes decía Martì, e inmediatamente proponía una agenda donde dicha bondad iba a tener todos los tonos de una lucha dedicada a la independencia de criterio, la dignidad y la creatividad, para que esta América nuestra, distinta, muy distinta de la otra, pudiera encontrar su camino hacia la grandeza.
En esa lucha, el conocimiento del enemigo, desde sus entrañas como acotaba el mismo Martì, era esencial. No era posible encontrarle sus debilidades al adversario sino se le conocía bien y se le respetaba. Un adversario tan formidable como los Estados Unidos exigía un conocimiento cabal de su economía, de su historia, su política y, sobre todo, de su cultura y de sus principios morales, aquellos que movían una maquinaria especialmente diseñada para extraer de la realidad material hasta la última gota.
Porque Martì sigue muy de cerca el crecimiento cultural y moral de ese pueblo norteamericano, compuesto de un abanico polimorfo y polifónico de voces, ideas y sentimientos, repleto de contrastes y de claroscuros que lo desconciertan en cada trecho que avanza hacia su conocimiento efectivo y productivo. Porque la lucha solo podía, finalmente, ser coronada con gloria y especies de futuro a partir del momento en que nuestros pueblos entendieran que la misma se planteaba, básicamente, en el terreno cultural y en ese terreno debía ser ganada.
Martì exigía y exige en todo momento una comprensión sustantiva de la cultura occidental, pero sobre todo aquella que se gesta en las almas y conciencias de los pueblos, porque las practicas imperialistas, a todo lo largo de la historia, buscan precisamente eso, la conquista de almas y conciencias para que la dominación, al fin y al cabo, se convierta en un escenario más plástico donde ejercer la brutalidad y la opresión. En esos aspectos no caben las medianías con Martì, para él el conocimiento del adversario implica, entre otras cosas, tener plena conciencia de sus posibilidades y de sus temores, de sus potencias y de sus prejuicios, de su sentido práctico y de sus abstracciones.
Creía Martì, igualmente, que nunca será suficiente nuestra penetración de la cultura urbana, la que se gesta en las metrópolis de los imperios, como bien lo prueban sus maravillosos artículos sobre algunas ciudades de los Estados Unidos, donde vivió por muchos años, y el establecimiento de los contrastes con nuestras ciudades en América Latina. Sus crónicas de viajes por España, Estados Unidos y América Latina son algunas de las páginas más maravillosas que hubiera escrito, y están pletòricas de sugerencias, pistas y ocurrencias geniales sobre como abordar el estudio de la cultura urbana en América Latina. Bien puede decirse lo mismo de sus ensayos sobre lo que él llamaba la “tarea del héroe”.
Siguiendo a Carlyle y sus profundas reflexiones sobre el papel del individuo en la historia, Martì logró recuperar el perfil de muchos de nuestros próceres de la independencia latinoamericana, para utilizarlos como referencia en la construcción necesaria de una iconografía ausente en la mayor parte de nuestros países. Sus lecciones y sus intuiciones fueron ampliamente llevadas a la práctica por los cubanos ilustres del siglo XX, sobre todo después del triunfo de la revolución cubana en 1959.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo, entonces, que combaten el imperialismo en todo terreno, deben oponerle, antes que nada, una justa y bondadosa comprensión de nuestra propia historia y cultura, seguida de una crítica y respetuosa asimilación de las propuestas del enemigo. Este tiene bien claro lo que quiere, sus aspiraciones, sus objetivos y, antes que cualquier otra cosa, los medios con que cuenta para lograrlo, que son todopoderosos. Sin embargo, nunca le será posible llegar a las utopías, los sueños y esperanzas más sentidas de los pueblos, cuyo vehículo infalible serán siempre esos hombres y mujeres que cumplen, con elegancia, entrega y un enorme afán de sacrificio lo mejor de sí mismos para que la tarea del héroe tenga sentido en países e historias todavía huérfanos de ellos.
Vigencia del proyecto martiano (conclusión).
La relectura de Martì en nuestros días es tarea urgente. Para nosotros los latinoamericanos es imposible oponer una lucha más y mejor articulada contra la globalización que la utopía martiana de la solidaridad, la bondad y la comprensión pluridimensional de nuestro tiempo. Las aristas más conspicuas de la globalización, aquellas cuyo filo es cortante y frío están ubicadas en el terreno de la economía y la política, pero la cultura, la educación y la fraternidad seguirán siendo los ingredientes infalibles de un proyecto que tiene que ver con los hombres de carne y hueso, antes que con las abstracciones propias de algunas filósofos, más proclives a las entelequias que al contacto físico con el hermano que sufre y se repliega en la siniestra oscuridad de su pobreza.
Las propuestas de la UNESCO, con la edición crítica de las obras completas de Martì y de algunos intelectuales cubanos, como Armando Hart, tienen el mérito de hacernos ver con más objetividad que nunca la urgente necesidad de recuperar y revitalizar el pensamiento martiano, hoy más vigente y fresco que nunca. Los ideólogos de la globalización parten de la base de que, la única forma de doblegar a los pueblos objetivados como consumidores de las chucherìas que produce el capitalismo central, es mediante un sometimiento y una progresiva destrucción de la cultura local.
Esta, a su vez, es vista como un telón de fondo improductivo e ineficiente, un peso muerto del que hay que deshacerse lo más pronto posible. Sin embargo, al mismo tiempo comprenden también que, en estos países, los del llamado Tercer Mundo, los de la periferia capitalista, nunca estarán satisfechos aquellos hombres y mujeres que creen en un pequeño momento cotidiano de intimidad, fraternidad y amor cristiano si se quiere. Esa insatisfacción es peligrosa para los ideólogos de una nueva propuesta expansiva del imperialismo, que busca, ante todo, doblegar voluntades y aniquilar iniciativas dirigidas a la independencia y a la privacidad. Finalmente, la globalización podrá robarnos todo, la capacidad de producir y nuestros patrones de consumo, podrá confundirnos con su brillante vellocino de oro, con su estridente utopía del progreso sustentado en la ley de la jungla, pero nunca podrá robarnos esos pequeños momentos de intimidad, fraternidad y amistad en los cuales un hombre como Martì ponía las esperanzas de hombres y mujeres totalmente desamparados ante el gigantismo de una cultura especialmente diseñada para oprimir el corazón y los mejores afanes de las personas.
A esas personas solas, humilladas y escondidas va dirigida una gran parte de la literatura y del arte contemporáneos en Europa y los Estados Unidos, mientras que nosotros todavía seguimos enfrascados en polémicas inútiles sobre quién fue el responsable de muchas revoluciones frustradas en el Continente. Martì nos enseña que tales esfuerzos solo tendrán sentido a partir del momento, precisamente, en que nos fijemos en esas personas solas. La soledad es un requisito fundamental para la práctica de la globalización. No hay nadie más solo que un adolescente frente a una computadora, hirsuto de pelos y emociones, sicótico hasta la locura por hacer realidad lo que le ofrece Internet. La relectura de Martì será una compuerta inevitable, un aliciente rico y productivo para amortiguar esa soledad inmensa que hoy viven los hombres y mujeres de una América Latina, que, según algunos, se quedó sin proyectos y sin dirección. El pensamiento martiano es el punto de partida para una nueva comprensión y un nuevo estilo de lucha en nuestras ansias por cambiar una historia plagada de humillaciones y sometimiento. Bastará con abrir las primeras páginas de La Edad de Oro para darse cuenta cuán vivo sigue Martì.
San José, Costa Rica, 27 de mayo de 2004.
1 Historiador costarricense (1952), colaborador permanente de esta revista.
2 Globalización y deshumanización. Dos caras del capitalismo avanzado (Heredia, Costa Rica: EUNA. 1998) y El legado de la guerra hispano-antillano-norteamericana (San José, Costa Rica: EUNED. 2001).
3 Fina García Marruz. El amor como energía revolucionaria en José Martì (La Habana, Cuba: Centro de Estudios Martianos. 2003).
4 José Martì. La Edad de Oro (La Habana, Centro de Estudios Martianos. 1989) P.58.
5 Idem. Loc. Cit.
1
Rodrigo Quesada Monge. Globalización y humanismo.